lunes, 22 de septiembre de 2008

VENCEDOR

Los Evangelios y Los Hechos de los Apóstoles son una narración de la vida de Jesús hecha por testigos oculares. Pero hay en la Biblia libros de revelación; es decir, de cosas no vistas por los ojos, sino reveladas por el Espíritu Santo. Entre éstos se encuentran las epístolas, el libro de los salmos, y otros.
¿Qué pasó con Cristo cuando El murió? Sabemos lo que ocurrió con el cuerpo: lo envolvieron en una sábana y lo pusieron en un sepulcro. Esto lo relatan los Evangelios. Es lo que un testigo ocular podía ver. Pero, ¿qué sucedió con su espíritu cuando salió de su cuerpo? ¿Adónde fue? ¿Qué hizo? ¿Dónde estuvo?
Aquí intervienen los libros de revelación para narrar lo que el testigo ocular no pudo ver. El libro de los Salmos revela que, cuando su Espíritu se separó del cuerpo por entrar bajo la autoridad de la muerte, El también tuvo que ir a la morada de los muertos; es decir, el Hades o Seol. Por eso dice en uno de los Salmos: No dejarás mi alma en el Seol… (Salmos 16:10). El Hades era el lugar donde iban todos los muertos; pecadores y salvados. En el Hades había dos lugares o compartimientos diferentes. Cristo habló de esto al referirse al rico y Lázaro.
El rico murió y fue al Hades, a los tormentos, al infierno. Lázaro también murió y fue al Hades, pero al seno de Abraham, al lugar de descanso, de consuelo, de espera. Allí estaba Abraham, el padre de la fe, y todos los que morían en la fe de Abraham. El rico estaba en la zona de sufrimiento. Lázaro en el lugar de descanso. Había un gran abismo que dividía las dos zonas; nadie podía pasar de un lugar al otro.
Este es el reino de los muertos. Cristo, cuando murió, también tuvo que ir allí. Las epístolas señalan que descendió hasta las partes más bajas de la tierra. Y este Jesús, que entró al reino de los muertos, al imperio de la muerte, tuvo que estar por un instante bajo la autoridad de aquel que tenía el imperio de la muerte, es decir, el diablo. Esta era el área donde Satanás tenía las llaves. En sus manos estaba el dominio de la muerte. Allí llegó Jesús.
Su cuerpo todavía estaba en la cruz, cuando su espíritu entró a aquella morada. ¿Sabe que pasó allí? La Biblia habla de este lugar –no sé si en sentido figurado o real- como si estuviera en el corazón de la tierra. Cristo descendió allí para enfrentarse con aquel que tenía el imperio de la muerte. Cristo, el León de la tribu de Judá, se enfrentó con el León Rugiente, con Satanás. Dos leones frente a frente. Y se desató una batalla sin precedentes en toda la historia. El León Rugiente rugía con todas sus fuerzas; otro León se había metido en sus dominios. Los dos entablaron una feroz batalla. La tierra tembló. ¡No era para menos! El León de Judá asestó un terrible golpe sobre la cabeza del León Rugiente, y Satanás cayó herido de muerte.
Cristo arrebató entonces de su mano las llaves del infierno y de la muerte. Dice la Epístola a los Hebreos que él destruyó por la muerte (su muerte) al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo. Y en Apocalipsis Cristo aparece como aquel que dice: Yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto, mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, Amén. Y tengo las llaves del Hades y de la muerte. En el mismo instante en que se despojó de todo, Cristo venció y destruyó a Satanás, el principal de esta esfera.
De modo que Satanás es un enemigo vencido. No puede hacer nada ahora. Solamente, como espíritu mentiroso que es, utiliza contra nosotros la mentira. Es su única arma. Sus artimañas, sus tácticas, son para tratar de poner espíritu de error y tinieblas en la gente. Aunque todavía no haya sido atado, ya tiene una herida de muerte. Cristo venció –dice la Biblia- al que tenía el imperio de la muerte. De modo que, no temas nada. ¡El León Rugiente está derrotado!
Y Cristo tiene ahora en sus manos las llaves del Hades. Dice que El fue en espíritu y predicó a los espíritus encarcelados. En aquel lugar, Cristo predicó a los que estaban condenados, y selló su condena. Y a los que estaban aguardando la Esperanza de Israel, les anunció las buenas nuevas. Abrió ese sitio y llevó cautiva la cautividad (los muertos en la fe). Desde entonces, este compartimiento del Hades no funciona más. El único lugar que ha quedado es el de tormento, el infierno, donde van todos los que mueren sin Cristo y sin salvación. Los demás tienen acceso inmediato a la presencia de Dios.

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