viernes, 31 de octubre de 2008

EN EL BARCO DE SALVAMENTO

El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él. (Juan 3:36)

No hay término medio: salvado, si no, perdido. Mientras un náufrago no ha subido al barco de salvamento, está perdido. Y note bien esto: para estar perdido no es necesario estar hundido en toda clase de vicios; basta que permanezcamos siendo lo que somos por naturaleza, “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Un evangelista había predicado sobre este texto: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:30). Después de ese llamado de la gracia de Dios, un impugnador creyó ponerle en apuros al preguntarle:
-¿Qué debo hacer para estar perdido?
-Siga siendo lo que usted es –fue la tajante respuesta del siervo de Dios.
Innumerables personas corren por el espacioso camino que lleva a la perdición, porque cierran sus oídos a las advertencias del Dios Salvador quien las impele al arrepentimiento. No se formulan preguntas y no se preocupan por dónde acaba su vida. ¡Qué locura! No obstante, su indiferencia no les impide estar perdidas.
Pero Dios ama al lector y nos encarga de anunciarle una grande y buena nueva: Jesucristo “vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). El murió para expiar nuestros pecados en la cruz. Él resucitó e invita a creer en su perfecta obra. Acuda a él hoy mismo.

sábado, 25 de octubre de 2008

SALVADO EN UNA PRISION

A este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Al oír esto, se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos. (Hechos 2:36-38)

De repente un terremoto sacudió la prisión de la cuidad de Filipos. Las puertas se abrieron y los prisioneros, -entre ellos Pablo y Silas- vieron caer sus cadenas (Hechos 16:23-34). Estaban libres; habrían podido huir, pero, según la ley romana, ello hubiese acarreado la condena a muerte del carcelero. Por otra parte, éste, al ver las puertas abiertas, creyó que sus presos se habían fugado e iba a suicidarse cuando, desde las tinieblas del calabozo, oyó la voz de Pablo que le gritaba: “No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí”. Entonces, temblando, el carcelero se postró a los pies de Pablo y Silas, y preguntó: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”. Los había oído cantar, hablar de Jesús, orar y alabar a Dios. Pero, ¿por qué no habían huido? Se habían quedado para mostrarle el camino de la salvación, diciéndole: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”.
El carcelero los hizo subir a su casa, curó sus heridas y finalmente fue bautizado con todos los suyos. ¿Iba a ser perseguido y encarcelado por sus jefes? ¡No le importó! Se regocijó con toda su familia por haber creído a Dios. Nadie podía quitarle la dicha que había hallado mediante la fe en Jesús, el Salvador.
Se le ofrece a usted esa misma dicha: crea en Jesús, el Hijo de Dios, quién murió en la cruz y ahora está vivo.
“Algunos moraban en tinieblas… aprisionados en aflicción y en hierras. Luego clamaron al Señor en su angustia, los libró de sus aflicciones… y rompió sus prisiones” (Salmo 107:10, 13-14)

jueves, 16 de octubre de 2008

UNA COSA IMPOSIBLE PARA DIOS

Se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. (Lucas 22:43-44)

En Getsemaní, el Señor Jesús dijo a su Padre: “Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa” (Marcos 14:36).”Esta copa” era la ira de Dios que el Salvador iba a tener que soportar. Jesús no pidió que se le permitiera escapar de la muerte. ¿No había venido “para dar su vida en rescate por muchos”? (Marcos 10:45). Si dirigía “ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que podía librar de la muerte” (Hebreos 5:7), era para pedirle que le sacara de la tumba a la cual estaba decidido a bajar. ¡Dios le escuchó y le resucitó! Pero a Dios le era imposible ahorrarle los sufrimientos de la expiación. ¿Por qué? Porque nos amaba, porque quería salvarnos y esa salvación tan grande no podía cumplirse de otra manera. Consintió en separarse de su amado Hijo colocado bajo el juicio más horroroso y absoluto.
Dios “no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Romanos 8:32). Fue necesario que el Señor Jesús atravesara esa terrible hora del juicio, cuya sola perspectiva le llenaba de horror. “Comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte” (Marcos 14:33-34).
Semejante amor ¿nos dejará insensibles?

Tu amor no rehusó
Beber amarga hiel;
Ni aun la muerte lo venció:
Amor probado y fiel.

lunes, 13 de octubre de 2008

PERLAS DE CULTIVO

“…para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro… sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo. (1Pedro 1:7)

El cultivo de perlas es una apasionante industria. Un japonés llamado Mikomato fue el primero que tuvo la idea de introducir pequeñas piedras en las conchas de ostras a fin de obtener perlas de cultivo. Resulta que, para deshacerse de la irritación producida por un cuerpo extraño, el molusco lo envuelve con el nácar que segrega.
El problema para producir hermosas perlas consiste en escoger correctamente la dimensión de la piedra que se colocará en la concha. Si es demasiado pequeña, la perla será menos hermosa. Si es demasiado grande, la perla será mal formada e incompleta.
Los que somos cristianos estamos en las manos de nuestro tierno Padre, quien sabe exactamente lo que nos hace falta para nuestro bien espiritual y para su gloria. Un pequeño motivo de irritación, cual grano de arena en la concha, puede transformarse en una joya para gloria de Dios. El Señor nos forma poco a poco mediante las múltiples circunstancias, a menudo dolorosas, que él permite a fin de desapegarnos de lo que es un obstáculo para su obra. Desea que reflejemos las perfecciones de Cristo, pero nuestro Salvador y Señor Jesús está con nosotros. Mide cada prueba, nos alienta, nos consuela y pronto, cuando venga a reinar, nos presentará al universo entero con todos los que hayan puesto su confianza en él. Entonces será “glorificado en sus santos y… admirado en todos los que creyeron” (2ª Tesalonicenses 1:10)

viernes, 10 de octubre de 2008

VAGONES BIEN ENGANCHADOS

Bernabé… cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. (Hechos 11:23)

Separados de mí nada podéis hacer. (Juan 15:5)

Usted puede ser buen marido, buen padre y hombre honrado; estas cualidades, muy apreciables, en particular por sus allegados, no tienen ninguna influencia en su suerte eterna. Su moralidad, sus buenas relaciones con sus semejantes, aun su generosidad, nada de todo esto le abre la puerta del cielo. No son las ideas de los hombres ni la opinión general las que pueden esclarecer nuestra mente ni tranquilizar nuestro corazón. La Palabra de Dios sí lo puede hacer.
Los asientos de un vagón de ferrocarril, por lujosos que sean no avanzan al tren. Lo importante es que el vagón esté enganchado a la locomotora. Eso es todo. Usted puede subirse al compartimiento de primera clase e instalarse confortablemente. Si el vagón no está enganchado al resto del tren, éste partirá sin usted. La fe es ese vínculo para el creyente. No hay ninguna fuerza motriz en el conjunto que une el vagón con el resto del tren; su importancia se debe a su función de vínculo. De igual modo la fe no tiene otro valor más que el de unirnos al Salvador crucificado. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36)
Aunque el enganche que une los vagones a la maquina sea muy sólido, puede producirse una rotura. Pero Cristo nunca engaña a un alma que confía en él. “El que nos confirma… en Cristo… es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones” (2ª Corintios 1:21-22).

VAGONES BIEN ENGANCHADOS

Bernabé… cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. (Hechos 11:23)

Separados de mí nada podéis hacer. (Juan 15:5)

Usted puede ser buen marido, buen padre y hombre honrado; estas cualidades, muy apreciables, en particular por sus allegados, no tienen ninguna influencia en su suerte eterna. Su moralidad, sus buenas relaciones con sus semejantes, aun su generosidad, nada de todo esto le abre la puerta del cielo. No son las ideas de los hombres ni la opinión general las que pueden esclarecer nuestra mente ni tranquilizar nuestro corazón. La Palabra de Dios sí lo puede hacer.
Los asientos de un vagón de ferrocarril, por lujosos que sean no avanzan al tren. Lo importante es que el vagón esté enganchado a la locomotora. Eso es todo. Usted puede subirse al compartimiento de primera clase e instalarse confortablemente. Si el vagón no está enganchado al resto del tren, éste partirá sin usted. La fe es ese vínculo para el creyente. No hay ninguna fuerza motriz en el conjunto que une el vagón con el resto del tren; su importancia se debe a su función de vínculo. De igual modo la fe no tiene otro valor más que el de unirnos al Salvador crucificado. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36)
Aunque el enganche que une los vagones a la maquina sea muy sólido, puede producirse una rotura. Pero Cristo nunca engaña a un alma que confía en él. “El que nos confirma… en Cristo… es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones” (2ª Corintios 1:21-22).

NO TENIA ÁNIMO

La gracia de Dios se ha manifestado para la salvación a todos los hombres. (Tito 2:11)

Dios nuestro Salvador… quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. (1 Timoteo 2:3-4)

Algunas visitas y el vaivén de las enfermeras le traían un poco de distracción al internado en un hospital. Pero cuando llegaba la noche, la inquietud se apoderaba del enfermo. ¿Qué pasaría a la noche? ¿Qué le depararía la mañana? ¿Volvería siquiera a ver la mañana? Se decía, al hablar de él: -Sabe usted, no tiene ánimo. De día, él pensaba menos en temas serios, pero de noche tenía tiempo para reflexionar: A pesar de todo, ¡habría un Dios a quien quizás habrá que rendir cuentas alguna vez, o pronto! Esta prodigiosa creación no puede haberse hecho sola y por casualidad. Los mundos que gravitan en el espacio, la semilla que al caer en tierra se disuelve para dar una nueva planta y precisamente según su especie, el canto de los pájaros o el perfume de las flores… Sí se debe concluir: hay un Dios.
Pero, entonces, si he de encontrar a ese gran Dios, yo, un pecador, ¿qué debo hacer para ser salvo? Y Dios le contesta por medio de la Biblia: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:30-31).
Él está siempre en la misma cama de hospital, pero, merced a ese saludable progreso espiritual, su ánimo ha cambiado y todos se dan cuenta de ello. Cualquiera sea el mañana, ahora puede alegrarse gracias a Aquel a quien conoce como su Salvador.
“Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna”. (Santiago 1:2-4)

viernes, 3 de octubre de 2008

UN LIBRO VERAZ (2)

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros… lleno de gracia y de verdad.
(Juan 1:1 y 14)

La Biblia, libro viviente también es un libro veraz. Juzga al hombre, su conducta, su corazón; le dice la verdad en todo lo que le concierne. Por esa razón, el libro de Dios es poco apreciado.
Por esa razón, también, en todos los tiempos los incrédulos han trabajado duro para descubrir imperfecciones y contradicciones en las sagradas Escrituras. Los hombres no se toman el trabajo de buscar defectos en Virgilio y Homero, pero no pueden soportar la Biblia, porque los pone moralmente al desnudo; les dice la verdad sobre ellos mismos y sobre el mundo al cual pertenecen.
¿No le ocurrió exactamente igual a aquel que era “la Palabra viviente”, el Hijo de Dios, el Señor Jesucristo, cuando estaba en la tierra?, Se le odiaba porque le decía la verdad a cada uno. Su ministerio, sus palabras, su conducta, su vida entera era un testimonio contra el mundo. Los demás podían moverse tranquilamente, pero él era espiado y contradicho a cada paso. Y aun cuando fue clavado en la cruz entre dos malhechores, se dejó a estos últimos en paz; no se les llenó de injurias y nadie meneaba la cabeza, burlándose de ellos. No, todos los insultos, todas las burlas, todas las palabras crueles y sin piedad se dirigían al divino Crucificado.

jueves, 2 de octubre de 2008

UN LIBRO VIVIENTE (1)

Atended el consejo, y sed sabios, y no lo menospreciéis. Bienaventurado el hombre que me escucha… porque el que me halle, hallará la vida, y alcanzará el favor del Señor. (Proverbios 8:33-35)

La Biblia es esa palabra viva que nos impresiona por su maravillosa adaptación a nuestras circunstancias y a nuestros estados de ánimo. Se dirige a nosotros tan a propósito y con tanta frescura como si hubiese sido dictada hoy mismo y especialmente para nosotros. Nada se asemeja a las sagradas Escrituras. Tomo un relato humano de la misma fecha que los libros de Moisés. Si lo encontrase, ¿qué vería usted en él? Una curiosa reliquia de la antigüedad, un documento anticuado, sin utilidad para nadie, que sólo trata de un orden de cosas y de un estado de la sociedad ya pasados desde hace mucho tiempo y caídos en el olvido.
Al contrario, la Biblia es el Libro del día, adaptado a todas las edades, a todas las clases y a todas las condiciones. Generalmente habla un lenguaje tan simple que un niño lo puede comprender y al mismo tiempo tan profundo que la más vasta inteligencia no lo puede agotar. Ante todo, va derecho al corazón; toca las fuentes más escondidas de nuestro ser moral; nos juzga completamente. Ella es “viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos… y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12)
¡Qué privilegio poseer tal libro, tener en las manos una Revelación divina, poseer la historia moral dada por Dios del pasado, del Presente y del porvenir de la humanidad en general y de cada uno en particular!

VIVIENDO POR EL ESPIRITU

“Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ídolos mudos. Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús, y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo.” (1ª Corintios 12:2 y 3)

Pablo recuerda a los creyentes de Corinto que, cuando todavía eran paganos, antes de que creyesen en Jesucristo, eran llevados a los ídolos mudos. El culto a los ídolos era el mayor pasatiempo que tenían los de Corinto, y el capítulo 8 de 1ª Corintios trata ampliamente de este asunto.
En 1ª Corintios 12:3, Pablo da una regla muy sencilla para saber si en verdad una persona habla como pagano o movido por el Espíritu Santo y, por lo tanto, como un creyente regenerado. El pagano dirá que Jesús es maldito, mientras que el que habla por el Espíritu confesará que Jesús es el Señor.
LA BOMBA DE BOMBAY

La primera vez que entendí este versículo fue gracias a un amigo que durante muchos años sirvió como misionero. Me dijo que en una ocasión se encontraba en una estación de ferrocarril abarrotada de gente, en Bombay, India, y él era una persona muy conocida por su labor misionera.
Mientras esperaba el tren, un joven se le acercó y le dijo: “¿No es cierto que su Biblia dice que nadie puede reconocer a Jesús como Señor a menos que haya sido inspirado por el Espíritu Santo?”
“Desde luego”, dijo el misionero, sintiendo que aquello era una trampa y extrañado de que aquel extraño supiese que era cristiano.
“Bien; Jesús es el Señor”, murmuró desafiante el hombre.
El misionero contó cómo en aquellos momentos oró pidiendo sabiduría para responder. De repente vio un grupo de ocho o nueve jóvenes musulmanes que no muy lejos de allí estaban hablando juntos, Entonces, rápidamente, el misionero los llamó, diciendo: “Escuchad, aquí hay uno de los vuestros que dice que Jesús es Señor.”
Con un rubor repentino, aquel joven “atrevido” empezó a sudar de miedo y echó a correr, de tal manera que en un abrir y cerrar de ojos había desaparecido de la estación. Había tenido la frase en sus labios de que Jesús es Señor, pero ni sabía ni entendía lo que decía.
En la cultura occidental, donde todavía es algo bastante popular llamarse cristiano, es muy fácil falsear y decir que Jesús es Señor, incluso más fácil que en otras partes del mundo; pero incluso aquel que hace esta falsa confesión sabe dentro de sí que esa “fe” no es real.
LOS VERDADEROS CREYENTES, QUE SE PONGAN DE PIE
Sin embargo, lo curioso es que una persona puede pretender ser un creyente durante un tiempo tan largo que al final incluso su corazón se puede inmunizar a la verdad y se puede engañar a sí mismo. A esto se refería Jesús cuando dijo en Mateo 7:21-23:


No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará
en el cielo, sino el que hace la voluntad
de mi Padre que está en los cielos. Muchos
me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no
profetizamos en tu nombre, y en tu nombre
echamos fuera demonios, y en tu nombre
hicimos muchos milagros?” Y entonces les
declararé:“Nunca os conocí; apartaos de mí,
hacedores de maldad”.


¡Y estaba hablando de dones y ministerios! Las personas a que se refería Jesús hacían milagros, exorcismo y profecías en su nombre, y sin embargo eran falsas. No olvidar que Satanás siempre tiene una falsificación para cada cosa; para todas las cosas, e incluso los dones y ministerios del Espíritu se pueden plastificar.
El hecho de que una persona trate lo sobrenatural no significa que ande con Dios. Jesús dijo: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20), lo que quiere decir que los frutos del Espíritu (amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y templanza –Gálatas 5:22 y 23- ) están por encima y tienen precedencia sobre los dones del Espíritu, con lo que podemos decir que el carácter del cristiano siempre es más importante que el ministerio del cristiano.
Entonces nos podríamos preguntar: ¿Cómo puede un hombre saber si tiene comunión con Cristo por medio del Espíritu Santo? Según la Palabra de Dios, una evidencia es si uno puede decir que Jesús es el Señor y realmente sabe lo que esto significa. La mente de uno puede decir que esta fórmula es demasiado simple, pero, sin embargo, Dios dice que es así.
LO BUENO, LO MALO Y LO EXTRAVAGANTE

Cierto amigo cristiano hace un tiempo pasó una verdadera crisis en su vida personal. En medio de su problema, se vio envuelto en una serie de cosas muy relacionadas con el culto, y no precisamente el cristiano.
El grupo al que pertenecía no es que estuviese especializado en el Evangelio, aunque algo de él sí que tenía. No es que negasen las buenas nuevas de Jesucristo, sino más bien una “nuevas” extravagantes, algo que era falso, pero que uno no podía decir exactamente qué. (Y, a menudo, estas “nuevas extravagantes” son las más peligrosas de todas, ya que se tiene que ir con mucho cuidado cuando uno no sabe decir qué es lo equivocado pero no se encuentra a gusto; y es que el “mentiroso”, el diablo, ama esta clase de situaciones.)
Al cabo de un tiempo, este amigo dejó aquel club extravagante y durante un tiempo pasó por una gran depresión espiritual. Entonces, él, junto a otro hermano que había pasado por la misma experiencia, comenzó a estudiar las Escrituras y a orar.
Un día llegaron a la conclusión de que necesitaban arrepentirse. Dejaron de lado sus actitudes de sectarismo y de pensar de ellos mismos demasiado bien y decidieron andar con el Señor.
Y lo que me dejó de piedra –cuenta este amigo- es que cuando pedí a Dios que me llenase de su Espíritu Santo nada ocurrió. Absolutamente nada.
“Mi primer pensamiento fue que mi corazón estaba tan duro que el Señor se habría apartado de mí y por eso no me llenaba con su Espíritu. Oré mucho y comencé a gritarle a Dios como nunca lo había hecho.”
Una tarde que me encontraba solo en mi casa, comencé a leer el capítulo 12 de 1ª Corintios; llegué al versículo 3 y me quedé como si una tonelada de ladrillos me hubiese caído encima, porque allí ponía: “Nadie puede decir que Jesús es Señor excepto por el Espíritu Santo.” Dejé mi Biblia en el suelo cerca de la silla, alcé mis ojos y dije: “Jesús es Señor”, y entonces supe que tenía el Espíritu Santo.
Esta confesión de fe me hizo temblar porque yo también supe que tenía el Espíritu Santo, pues el testimonio era evidente. Entonces fue cuando entendí 1ª Corintios 12:3 de una manera nueva. Si usted puede decir con certeza y verdadera convicción de fe que Jesús es Señor, Dios dice que el Espíritu Santo ha sido quien le ha capacitado para decirlo. Usted posee el Espíritu Santo.
EL OJO DE LA FE
En la Palabra de Dios, uno de los versículos más citados es Habacuc 2:4, versículo que aparece muchas veces en el Nuevo Testamento. La mayoría de los cristianos que leen la Biblia lo saben de memoria, aunque pocos de nosotros lo hemos memorizado conscientemente. Dice así: “El justo vive por la fe.” Tener fe es contar con el Señor para hacer todas las cosas; o a veces quiere decir: creer que el Señor las ha hecho o las va a hacer. La actitud normal de un hombre que vive en el Espíritu es creer a Dios, y si el Espíritu del Señor es suyo, entonces confíe que andará por la fe.
La fe no depende de mi habilidad para creer, sino más bien es confiar en la habilidad de Dios para dárnosla. Dios es fiel para llevar a cabo sus promesas y hace exactamente lo que dice que hará.
En una charla reciente en Dallas, Texas, de la querida anciana evangelista holandesa Corrie Ten Boom, autora de The Hiding Place (El lugar escondido), dijo que muchas veces se le acercan y le dicen: “¡OH querida Corrie, qué fe tan grande tienes!” Ella sonrió al contarnos lo que acostumbra a contestar a los que de tal modo le hablan: “No, el que es grande es el Dios en quien yo creo.”
UNA TRINIDAD UNIDA

Mire ahora la tremenda promesa que hizo Jesús a sus seguidores, según Juan 14:16-20:

“Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que está con vosotros siempre; el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, por que no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis porque mora en vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.”

Ahora consideremos las grandes verdades expuestas en este pasaje:
1ª Dios os dará el Espíritu Santo porque Jesús se lo ha pedido (v.16)
2ª El Espíritu Santo siempre estará con vosotros (v.16)
3ª El Espíritu Santo de la Verdad vendrá, literalmente, a vivir dentro de vosotros (v17)
4ª El Espíritu Santo hará que el pueblo de Dios sepa (como en el día de Pentecostés) que
Jesús está en el Padre, que nosotros estamos en Jesús y que Jesús está en nosotros.
Así que el E.S. es el elemento que enlaza a Dios con Jesucristo con nosotros (V.20)

Como puede ver, Dios es UNO. No se puede tener un tercio o dos tercios de Dios, sólo se puede tener a Dios completamente o nada de El en absoluto. Si usted ha recibido a Jesucristo, usted también tiene a Dios el Padre y a Dios el Espíritu Santo. Esto es verdad, por que Jesús prometió que el Espíritu Santo viviría en nosotros los que creemos. En unos versículos posteriores, en Juan 14:23, leemos:

Respondió Jesús y le dijo: "El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.”

En este versículo, Dios el Padre y Dios el Hijo se junta a Dios el Espíritu Santo para vivir dentro de nosotros, y todo ocurre cuando uno simplemente cuenta con Dios para llevarlo a cabo, cuando una persona ama o se enamora de Dios.
Claro que entonces surge la pregunta: “¿Es posible tener dentro a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y vivir según las propias fuerzas y no según su poder?” He aquí el problema del Cuerpo de Cristo hoy en día, porque la respuesta es SI. Y esto es lo que significa vivir según la carne, y esto explica por qué Pablo les dijo a los Gálatas: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:25).
Como puede ver, aquí es donde radican las malas interpretaciones sobre lo que es estar lleno del Espíritu.
CRISIS DE ENERGIA
Tomemos por ejemplo a una persona que ha nacido de Dios, que tiene al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo viviendo en él, pero que lo hace según su poder y energía humanos y no según el poder y la energía de Dios.
Entonces este hombre se pone en contacto con un hermano que no sólo es nacido del Espíritu sino que anda por el Espíritu, y de este modo el hermano espiritual ayuda a que el Espíritu Santo controle al otro y no solamente que esté dentro de él.
De este modo el creyente carnal puede volverse y decir: “Señor Jesús, contrólame con tu Espíritu; lléname con tu espíritu Santo.” Y Jesús lo hace. Pero entonces, como casi siempre ocurre, este hermano correrá diciendo por todas partes que ha experimentado por primera vez el Espíritu Santo, lo cual no es realmente cierto. Porque si él ya conocía a Jesucristo, ya tenía el Espíritu Santo, lo que pasó es que por fin el Espíritu Santo le había tomado bajo su control. Si usted es un cristiano, el que esté lleno del Espíritu no quiere decir que tenga más cantidad del Espíritu Santo, sino que el Espíritu Santo tiene más de usted. Y es en esta circunstancia cuando usted estará en una nueva posición de oírle, obedecerle y andar con El.
EL CASO DE LOS ÁRBOLES
Retrocedamos por un instante al jardín del Edén. Cuando la Creación había llegado a su punto culminante, en el jardín había dos árboles muy importantes: el árbol de la ciencia del bien y del mal y el árbol de la vida. Dios dijo a Adán y a Eva que comiesen todo lo que quisieran del árbol de la vida, pero ni un solo fruto del árbol del bien y el mal.
¿Qué significado tenían estos dos árboles? El de la ciencia del bien y del mal mostraba la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal a los ojos de Dios, o, poniéndolo en el lenguaje del Nuevo Testamento, el árbol de la ciencia del bien y del mal era la Ley, la Ley incluso antes de que ésta se escribiese.
Como puede comprobar, la Ley no empezó a existir cuando Moisés recibió las dos tablas en el Monte de Sinaí, sino que existió desde el principio del mundo y su contenido de verdad es eterno. La ley existía cuando Caín mató a Abel en el jardín del Edén. Comer de aquel árbol era equivalente a decir: “Dios, yo puedo vivir confiado en mi propio poder, porque sé perfectamente lo que está bien y lo que está mal según tu Ley.”
Completamente diferente era el árbol de la vida. El árbol de la vida significaba la vida de Dios. La vida que creó el Padre, la vida por la que el Hijo vivió y la vida del Espíritu Santo; es decir, la vida divina; la vida que puede ser nuestra cuando recibimos a Cristo; la vida que se experimenta cuando el Espíritu Santo viene sobre una persona y hace que ande en la luz y le da fuerzas para llevar a cabo lo que Dios quiere y le manda.
En tiempo de Adán, como hoy en día, se tenía que convivir con los dos árboles, con dos métodos de caminar por la vida. Uno, el de las reglas, el de hacer lo que Dios dice que es correcto y tratar de evitar lo que no lo es. O bien el segundo método camino, que es el más elevado, porque consiste en el vivir que Dios nos ha dado, teniéndole a El dentro de nosotros.
Pero viene lo emocionante. Cuando uno vive la vida de Dios, es decir, cuando se anda en el Espíritu, ¿qué es lo que pasa, según la promesa de Dios? ¿La justificación? Sí. ¿El gozo? Sí. ¿El poder? Sí. ¿Los dones? Sí. ¿El servicio? Sí. Todo esto le ocurre al que vive la vida de Dios, y muchas cosas más. ¿Por qué? Porque la fuente de vida es la misma que la que tuvo Jesús, y todo lo que era de El se hace nuestro, porque el manantial de la vida es el mismo. Es la vida de Dios.
El hombre que está controlado por la carne no puede vivir por el Espíritu Santo, porque lo mejor con que la carne puede vivir es con el árbol de la ciencia del bien y del mal, sabiendo lo que es bueno y malo. ¿Quiere esto decir que los justos no lo son y los equivocados no lo están? Por el amor de Dios. NO. Los justos son justos y los que están equivocados lo están completamente; pero lo que se quiere decir es que existe un camino más elevado para vivir que simplemente diciendo: “Esto es bueno y esto es malo”, y ese camino es la misma vida de Dios hecha realidad por medio del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es la vida de Dios, y cuando un hombre está controlado por el Espíritu, puede entonces vivir por el Espíritu de Dios tomando parte del árbol de la vida.
LAS TRES PARTES DEL HOMBRE
El hombre se divide en tres partes: cuerpo, alma (o mente) y espíritu.
Mi parte física navega por el mundo a través de mis cinco sentidos: el tacto, el gusto, el olfato, la vista y el oído.
El alma del hombre es la parte que le hace pensar, querer, actuar y sentir emociones. Es la personalidad completa del hombre, su ser. La palabra “alma”, en el Nuevo Testamento original, es la griega psyché, de la que procede también la palabra “psicología”. Y como muchas veces confundimos “alma” con “espíritu”, lo cual no es lo mismo, llamaremos de aquí en adelante “mente” al alma.
El espíritu del hombre es la parte por la que puede conocer y percibir a dios. Y como Dios se revela por medio del Espíritu Santo, y no en la parte física o mental, el espíritu del hombre tiene que ser vivificado por Dios. Por esta razón Jesús dijo: “Dios es espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24). A causa del pecado, mi espíritu está dormido e inoperante, pero cuando me vuelvo a Jesucristo, el Espíritu Santo viene a morar conmigo, es decir, entra dentro de mi espíritu y me gira, literalmente, hacia Dios.
Antes de que una persona conozca a Jesucristo, obra solamente movido por su vida humana, su carne, que es la combinación del cuerpo y de la mente. En el terreno físico, esta persona vive generalmente movido por sus sentidos, y su mente se rige por la inteligencia, por lo que él piensa que debería hacer, por sus emociones –lo que siente que debería hacer- y por su voluntad –lo que desea hacer.
No cabe duda de que este planteamiento ofrece su dificultad. El YO, que reside en mi cuerpo y en mi mente, sale a escena bastante deteriorada y torcida, y ello debido a la herencia de pecado que tiene la raza humana desde la caída de Adán. La Escritura dice: “Y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:8). Si solamente estoy identificado con mi carne, seré incapaz de conocer a Dios y de formar parte de su voluntad y de su Reino.
Pero en la cruz Jesucristo pagó por todos mis pecados –el original y los experimentados por mí mismo- y rompió todas las barreras que me separaban de Dios, porque incluso antes de su muerte ya había prometido el Espíritu Santo, quien vendría y viviría en las vidas de todos los que confiaran en El.
Cuando dejo de vivir según mi voluntad y vivo según la de Cristo, el Espíritu fija su residencia dentro de mí y me hace vivir en Dios y hacia El. En Romanos 8:9 leemos acerca de los creyentes: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”.
Dios no solamente quiere que el Espíritu Santo viva dentro de mí, sino que quiere controlarme con su Espíritu, y cuando su Espíritu me controla, mi cuerpo y mente también son dirigidos por El, y ello a pesar de que continúe teniendo mis propios cinco sentidos, pero El es ya entonces mi vida; yo continúo teniendo mi inteligencia, voluntad y emociones, pero estas cosas quedan bajo la influencia del Espíritu Santo y no de mi vida humana. Mi YO verdadero es elevado y entonces es cuando puedo exclamar: Vivo en el Espíritu.
Así pues, el crecer en Cristo consiste en dejar que el Espíritu Santo controle la vida; es dejar que el Espíritu Santo controle mi vida; es dejar que el Espíritu Santo me dirija minuto a minuto.
También es importante que me vea a mí mismo como un todo –cuerpo, alma y espíritu- y no como tres entidades separadas, porque cuando mi espíritu se vivifica por el Espíritu de Dios, mi cuerpo adquiere una vida nueva lo mismo que mi mente (Romanos 8:6 y 11).
Muchas veces, incluso en círculos cristianos, se enseña que esa novedad de espíritu se consigue a expensas o incluso negando la renovación física y personal. Por eso conviene recordar que cuando se anda en el Espíritu, Dios controla y considera el cuerpo y la mente en su justo lugar de dignidad y valor, porque el nuevo físico y la nueva mente pertenecen a El para servirle y obedecerle.
BIENVENIDO, BACH
Piense por un momento que estamos hablando de música y que usted cree que el mejor músico que ha existido es Juan Sebastián Bach, y entonces usted decide componer música de la misma calidad que Bach. Presuroso se va al extranjero, estudia en los mejores conservatorios de Europa y visita las catedrales y bibliotecas históricas donde Bach vivió, para estimular su composición.
Pero entonces pasa que usted fracasa; llega a la conclusión de que no lo puede hacer igual, porque, si acaso, la única manera de que esto fuese posible sería así, misteriosamente, Bach entrase en su cuerpo y viviese dentro de usted. Entonces, quizá, podría componer música de la manera como lo hizo Bach.
A veces hacemos lo mismo con Jesucristo. Observamos su vida y decimos: “Me gustaría ser como El; como El era Dios, haré lo imposible para imitarle.” ¿Y a donde nos conduce esto?
Otro ejemplo podría ser la conocida escena del día de Nochevieja, cuando todos hacemos promesas para el Año Nuevo. Sólo duran una semana como máximo. O cuando se va uno de campo para reponer fuerzas, pero al cabo de dos o tres días de estar de casa se encuentra uno peor de lo que estaba.
Pero ¡si pudiese hacer que Jesús volviese de los muertos y viviese con nosotros…! ¡Eh, un momento…! Si eso ya ha sucedido; si eso fue lo que sucedió en la resurrección y de lo que trata el Espíritu Santo. ¡Dios lo ha hecho posible en la historia!
Hoy mismo, si no lo ha hecho ya antes, ponga su confianza en Jesucristo; El entrará en su vida en el mismo instante que usted empiece a contar con El, y empezará a vivir por usted. Si usted ya tiene su fe puesta en Jesucristo, pero nunca ha contado realmente con El para verse inmerso en su Santo Espíritu, cuente con El para hacerlo inmediatamente. ¡Tome Su vida y ande en Su Espíritu!
Y mientras abre su corazón, le recibirá con todo lo que es Suyo. Los dones que tiene para usted serán suyos; el papel que le corresponde en su Cuerpo, es decir, en la Iglesia universal y en la asamblea local de los que son de El, y que tiene para usted, también serán suyos ahora mismo. Tendrá un desarrollo, una madurez, un crecimiento, sí; pero pídalo, porque le pertenece. Porque El es nuestra vida.