domingo, 27 de enero de 2008

¿COMO SE PUEDE ACLARAR LA FE?

Para aclarar más aún el asunto de la fe daré aquí unos cuantos ejemplos. Aunque solo el Espíritu Santo puede dar vista al ciego, es tanto mi deber como placer es el proporcionar al lector toda la luz que me sea posible, pidiendo al Señor que abra los ojos ciegos. Haga Dios que el lector pida lo mismo.
La fe tiene sus semejanzas en el cuerpo humano.
Es el ojo que mira las cosas. Por el ojo introducimos en la mente los objetos lejanos. Por una mirada podemos en un momento introducir en la mente al sol y las estrellas lejanas. Así por la fe o confianza podemos hacer que Jesús se nos acerque, y que aunque esté en el lejano cielo, entre en nuestro corazón. Mira a Jesús tan solo, porque contiene la pura verdad el cántico que dice:


“Vida hay por mirar a Jesús…
La mirada de fe al momento la vida te da.”
La fe es la mano que toma. Cuando la mano toma y se apropia de algo, hace precisamente lo mismo que la fe al apropiarse de Cristo y las bendiciones de la redención. La fe dice: “Jesús es mío.” La fe oye hablar de la sangre mediante la cual hay perdón y exclama: “La acepto para perdón de mis culpas.” La fe dice que son suyos los legados de Jesús, y dice bien porque la fe es la heredera de Cristo habiéndose dado a sí mismo y todo lo que tiene a la fe. Aprópiate, amigo/a, lo que la gracia te ha legado. No resultarás hurtador, porque tienes permiso divino: “El que quiere tome del agua de vida de balde.” El que puede conseguir un tesoro sencillamente por recogerlo con la mano, será loco si permanece pobre.
La fe es la boca que se alimenta de Cristo. Antes de que la comida nos alimente, es preciso tomarlo. Cosa bien sencilla es comer y beber. De buena gana tomamos en la boca el alimento consintiendo que baje en el cuerpo, donde se absorbe constituyéndose en parte del mismo. Pablo dice en su carta a los romanos, capítulo diez: “Cercana está la palabra, en tu boca.” Así es que lo que resta hacer es que baje al alma. ¡Ojalá que la gente tuviera hambre espiritual! Pues, el hambriento que ve la comida delante de sí, no necesita aprender a comer. “Dame un cuchillo, un tenedor y la oportunidad,” dijo alguien. Para lo demás estaba plenamente preparado. En verdad un corazón hambriento y sediento de Cristo sólo necesita saber que está convidado para servirle enseguida. Si tú lector/a, te hallas en esta condición, no vaciles en recibirle, pues puedes estar seguro de que nunca quedarás reprendido por hacerlo: porque “a todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” El no rechaza a nadie de todos cuantos a él acuden sino que les recibe y les autoriza a permanecer hijos eternamente.
Las ocupaciones ordinarias de la vida ilustran también la fe de varios modos. El agricultor deposita su semilla en la tierra confiando en que no sólo viva sino que se multiplique. Tiene fe en el arreglo del pacto de que la siembra y la siega no cesarán, y queda recompensada esta su fe.
El comerciante entrega su dinero al cuidado de un banquero, confiando del todo en su honradez y en la solidez de su banco. Entrega su capital en manos de otro, y se siente más tranquilo que si guardara su oro en casa propia.
El marino se encomienda al mar undoso. Al nadar quita los pies del fondo y descansa en las alas del océano. No podría nadar, si no se abandonara del todo al elemento líquido.
El platero pone su oro precioso en el fuego que parece ávido de consumirlo, pero lo saca de nuevo, purificado por el calor del horno.
En cualquier esfera de la vida puedes ver la fe en operación entre hombre y hombre, o entre hombre y la ley natural. Ahora bien, precisamente como en la vida diaria practicamos la confianza, así debemos hacerlo respecto a Dios, según se nos revela en Jesucristo.
La fe existe en diferentes personas según su medida de conocimiento o crecimiento en la gracia. A veces la fe no es más que un sencillo apego a Cristo: un sentimiento de dependencia y de voluntad de vivir dependiente. En la orilla del mar verás ciertos moluscos apegados a las rocas. Anda suavemente roca arriba, pega al molusco con el bastón, y verás como queda suelto en seguida. Repítelo con otro molusco cercano. Este ha oído el golpe, ha quedado avisado, y se pega con toda su fuerza a la roca. No le soltarás, no. Pégale tanto como quieras. Más bien romperás el bastón que se suelte el molusco. El pobre no sabe mucho, pero sabe apegarse a la roca. Sabe apegarse y tiene algo firme a que hacerlo: esto es todo su conocimiento y lo usa para su seguridad y salvación. Apegarse a la roca es la vida del molusco, y la vida del pescador es apegarse a Cristo. Miles de almas del pueblo de Dios no tienen más fe que esta: acogerse de todo corazón a Jesús, y esto basta para su paz actual y para su seguridad eterna. Jesús es para ellos un Salvador fuerte y poderoso, una roca inmovible e inmutable: a ella se aferran vivamente y este apego les salva. Lector/a, ¿no podrás apegarte tú a Cristo también? Hazlo ahora mismo.
La fe se manifiesta cuando una persona confía en otra con motivo del conocimiento de su superioridad. Esta fe es de más alta categoría: fe que conoce y reconoce la razón de su dependencia obrando conforme a tal conocimiento. Poco conocerá el molusco de la roca; pero conforme vaya creciendo la fe resulta más inteligente. Un ciego se entrega a su guía, porque sabe que este tiene vista y confiado en él, anda por donde el guía le conduzca. Si el pobre nació ciego no tiene idea de lo que es la vista, pero sabe que existe tal cosa como la vista, y por lo tanto coloca su mano en la mano del guía dejándose llevar. “Andamos por la fe, no por vista.” “Bienaventurados los que no vieron, y sin embargo creyeron.” Aquí tenemos tan buen ejemplo de la fe como puede haber; sabemos que Jesús posee la virtud, el poder y la bendición que no poseemos nosotros, y por lo tanto nos entregamos a él para que sea para nosotros lo que no podemos ser para nosotros mismos. Nos entregamos a él confiados como el ciego al guía, seguros de que nunca abusará de nuestra confianza, ya que “nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención.
Todo niño que frecuenta la escuela ejerce fe al aprender del maestro. Este le enseña geografía, instruyéndole respecto a la forma de la tierra y la existencia de ciertos imperios y grandes ciudades. El niño no sabe que estas cosas son verdaderas, a menos que tenga fe en el maestro y en los libros que usa. Esto es lo que te toca hacer en cuanto a Cristo, si quieres ser salvo: es preciso que lo sepas, porque él te lo dice; que creas que así es, porque él te lo asegura; que te entregues a él, porque te promete que el resultado será la salvación presente y eterna. Casi todo lo que tú y yo sabemos nos ha venido por la fe. Se ha hecho un descubrimiento científico y estamos seguros de ello. ¿Por qué razón lo creemos? Por la autoridad de ciertos científicos bien conocidos, cuya reputación haya quedado establecida. Nunca hemos vistos sus experimentos, pero creemos su testimonio. Es preciso que hagas lo propio en orden al Señor Jesús: ya que él te enseña ciertas verdades, debes obrar como discípulo creyendo en su palabra; ya que él ha realizado cierta obra magna, debes obrar como recipiente encomendándote a su gracia. El es tu superior en grado infinito recomendándose a tu confianza cual Maestro supremo y Señor de señores. Si le recibes a él y a su palabra, de cierto serás salvo.
Otra forma de fe superior es la que nace del amor. ¿Por qué confía el niño en su padre? La razón es que el niño ama a su padre. Bienaventurados y dichosos son los que tienen una fe infantil en Cristo, mezclada con profunda afección, porque esta fe y confianza proporciona verdadera tranquilidad y reposo al alma. Estos amantes de Jesús viven encantados de la hermosura de sus atributos, se gozan grandemente en su misión y son transportados de alegría por su bondad y gracia manifiestas; así es que no pueden por menos de confiar en él, ya que tanto le admiran, reverencian y aman.
Esta confianza se evidencia por ejemplo de la esposa de uno de los primeros médicos de este siglo. Aunque apoderada de cierta grave enfermedad y postrada por su rigor, disfruta ella de calma y quietud admirables, porque su esposo ha hecho estudio especial de esta enfermedad y curado a miles de afligidos como ella. No se inquieta en lo más mínimo, porque se siente perfectamente salva en las manos de uno tan apreciado como el esposo, en quien la habilidad y amor se juntan en sumo grado. Su fe es natural y razonable y el esposo lo merece de su parte en todos los sentidos. Esta es la clase de fe que el creyente más dichoso ejerce respecto a Cristo. No hay médico como él; nadie puede salvar y sanar como él. Le amamos y él nos ama a nosotros y por consiguiente nos entregamos en sus manos, aceptamos lo que nos proscribe y hacemos lo que nos manda. Estamos persuadidos que nada erróneo se nos mande mientras que él sea el Director de nuestros asuntos; porque nos ama demasiado para permitir que perezcamos o suframos la más mínima pena superflua.
La fe es la raíz de la obediencia, y esto se puede ver con toda claridad en los asuntos de la vida. Cuando el capitán confía el buque al piloto para que lo lleve al puerto, este lo maneja según su ciencia y voluntad. Cuando el viajero se confía al guía para que le conduzca a través de algún paraje difícil, este sigue paso a paso el sendero que el guía le señale. Cuando el enfermo cree en el médico, sigue cuidadosamente sus prescripciones y direcciones. La fe que rehúsa obedecer los mandamientos del Salvador no es más que un pretexto y no salvará jamás al alma. Confiamos en Jesús para que nos salve, dándonos él las indicaciones necesarias respecto al camino de la salvación; seguimos estas indicaciones y quedamos salvos. No se olvide de esto el lector. Confíate a Jesús y dale pruebas de tu confianza haciendo lo que te diga.
Cierta forma notable de fe nace del conocimiento cierto: lo que resulta del crecimiento en gracia; y es esta la fe que cree en Cristo, porque le conoce, y confía en él, porque tiene la experiencia de que es infaliblemente fiel. Cierta señora cristiana solía poner P.P. en el margen de su Biblia siempre que hubiese puesto a prueba alguna promesa. ¡Cuán fácil es confiar en un Salvador puesto a prueba y hallado fidedigno! No puedes hacer esto todavía, pero lo harás. Todo requiere un principio. A su tiempo será viril tú fe. Esta fe madura no pide señales y milagros sino que cree varonilmente. Contempla al marino maestro. Muchas veces le he admirado. Sueltas los cables, abandona tierra. Pasan días, semanas, acaso meses sin que vea tierra o velas. No obstante prosigue adelante noche y día sin temor, hasta que se halle una mañana precisamente al frente del puerto deseado, hacia el cual se ha dirigido. ¿Cómo ha podido hallar el camino a través del profundo mar sin vestigio de huella? Pues ha confiado en su brújula, en su carta marina, en su anteojo, en los cuerpos celestes; y obedeciendo sus indicaciones, sin ver tierra, ha dirigido su buque tan exactamente que ni un punto tenga que variar el curso para entrar en el puerto. Es cosa maravillosa, es admirable ese modo de navegar sin vista terrestre. Espiritualmente es cosa bendita dejar del todo fuera de vista y sentimentalismo las playas de la tierra, diciendo “Adiós” a los sentimientos interiores, acontecimientos providencialmente animadores, señales y maravillas, etcétera. Es glorioso hallarse lejos en el océano del amor divino bien adentro, creyendo en Dios y dirigiendo el curso directamente hacia el cielo por las direcciones de la carta marina, la palabra de Dios. “Bienaventurados los que no han visto, y sin embargo han creído;” a estos “será abundantemente administrada la entrada en el reino eterno de nuestro Señor” y buena protección en el viaje. ¿No querrá el lector/a poner su confianza en Dios manifestado en Jesucristo? En él confío contento. Amigo/a, ven conmigo y cree en nuestro Padre y nuestro Salvador. "Porque todo aquello que es nacido de Dios vence al mundo: y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe." ¡Ven sin tardar!

martes, 22 de enero de 2008

¿QUE ES LA FE?

¿Qué es esa fe, de la cual se dice: “Por gracia sois salvos mediante la fe? Existen muchas explicaciones de la fe; pero casi todas las que he visto, me han dejado más ignorante que antes de leerlas. Podemos explicar la fe hasta que nadie la entienda. Cierto predicador negro dijo al leer un capítulo de la Biblia que iba a embrollarlo, lo que probablemente hizo, si bien intentaba decir que iba a explicarlo. Espero que no me haga culpable del mismo error. La fe es la cosa más sencilla del mundo, y acaso por esta misma sencillez sea de más difícil explicación.
¿Qué es la fe? Se compone de tres cosas: conocimiento, creencia y confianza. Primero viene el conocimiento. “¿Cómo creerán a Aquel de quien no han oído?” Necesito saber de un hecho antes de que me sea posible creerlo. “La fe es por el oír.” Es preciso oír para saber lo que se ha de creer. “En ti confiarán los que conocen tu nombre.” Algún conocimiento es esencial para la fe; de aquí la importancia de conseguir conocimiento. “Inclinad vuestros oídos, y venid a mí; oíd y vivirá vuestra alma;” tal era la palabra del profeta antiguo, y tal es la palabra de Dios todavía. Escudriña las Escrituras y aprende lo que el Espíritu Santo enseña respecto a Jesucristo y su salvación: “Porque es menester que el que a Dios se allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” ¡Concédete el Espíritu Santo espíritu de conocimiento y de temor del Señor! Entérate del propósito que Dios tiene para con tú vida: entérate de su buena nueva, de cómo habla del perdón gratuito, del cambio de corazón, de la adopción en la familia de Dios, y de bendiciones innumerables de otras clases. Entérate especialmente acerca de Jesucristo, el Hijo de Dios, el salvador de toda la humanidad, unido con nosotros por su naturaleza, no obstante de ser uno con Dios, siendo así idóneo para obrar como Mediador entre Dios y los hombres, capacitado para colocar su mano entre ambos y de ser el eslabón entre el pecador y el juez de toda la tierra. Procura conocer a Jesucristo más y más. Procura conocer de un modo especial la doctrina del sacrificio expiatorio de Cristo, ya que el punto principal en que la fe salvadora se fija principalmente es este: “Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí, no imputándoles sus pecados.” Procura saber que Jesús fue hecho por nosotros maldición, como está escrito: Maldito cualquiera que es colgado en madero.” Aprópiate bien de la doctrina acerca de la obra de la substitución de Cristo, porque en ella está el más bendito consuelo para los hijos de los hombres culpables, puesto que Dios “le hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en El.” La fe principia por el conocimiento.
De aquí pasa el alma a la creencia de que estas cosas son verdaderas. El alma cree que Dios existe y que oye el clamor de los corazones sinceros, que las buenas nuevas proceden de Dios, que la justificación por la fe es la gran verdad que Dios ha revelado en estos postreros tiempos con más claridad que antes. Luego el corazón cree que Jesús en realidad de verdad es nuestro Dios y Salvador, el Redentor de los hombres, el Profeta, Sacerdote y Rey de su pueblo. Todo esto lo acepta el alma como verdad cierta y fuera de duda. Pido a Dios que llegues a esta fe en seguida. Afírmate bien en la creencia de que la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado: que su sacrificio expiatorio fue perfecto y plenamente aceptado por Dios en lugar del hombre, de suerte que el que en Jesús cree, no es condenado. Cree en estas verdades, como crees en otras afirmaciones, porque la diferencia entre la fe común y la fe salvadora consiste principalmente en los objetos de la creencia. Cree en el testimonio de Dios, como crees en el testimonio de tu propio padre o de algún amigo. “Si recibimos el testimonio del hombre, mayor es el testimonio de Dios.”
Hasta aquí has ido adelantando en el camino de la fe: sólo falta una parte más para completarla, a saber: la confianza. Entrégate confiado al Dios de misericordia; pon tu confianza en las buenas nuevas de gracia; abandona tu alma confiadamente al Salvador muerto y resucitado por ti; contempla confiando la limpieza de tus pecados en la sangre expiatoria de Jesús; acepta cual tuya su justicia perfecta, y todo está bien. La confianza es la esencia vital de la fe: sin ella no hay fe salvadora. Los puritanos solían explicar la fe usando la palabra”reclinación,” en el sentido de apoyarse reclinado sobre algo. Apóyate con todo tu peso sobre Cristo. Me expresaría más claramente, si dijera: Extiéndete tendido, recostado sobre la Roca de los siglos. Abandónate en los brazos de Jesús, entrégate, descansa en El. Habiéndolo hecho así, has puesto la fe en práctica. La fe no es cosa ciega, puesto que principia por el conocimiento. No es cosa de conjeturas, por cuanto la fe se funda en hechos ciertos. No es cosa de sueños, porque la fe encomienda su destino reposadamente a la verdad de la revelación divina. Esto es un modo de explicar la fe. No sé si sólo he logrado embrollar el asunto.
Permítaseme otra prueba. La fe es creer que Cristo es lo que se dice ser y que hará lo que ha prometido hacer y esperar que cumpla lo prometido. Las Escrituras hablan de Jesucristo como Dios, Dios manifestado en carne humana; como perfecto en su carácter; como sacrificio expiatorio por nuestros pecados, como quién lleva nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero. Las Escrituras hablan de él como quién ha acabado la prevaricación, concluido el pecado e introducida la justicia eterna. El Documento Sagrado nos dice además que resucitó de entre los muertos, que vive para siempre intercediendo por nosotros, que ha ascendido a la gloria, tomando posesión de ella para favor de su pueblo y que pronto volverá para “juzgar al mundo en justicia y a su pueblo con equidad.” Debemos creer firmemente que así es, ya que así lo hizo saber el Dios Padre, diciendo: “Este es mi Hijo amado; a él oíd.” A este rinde testimonio también el Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo ha testificado de Cristo tanto por la palabra inspirada como por diversos milagros y su obra en los corazones de los hombres. Nos es preciso creer que es verdadero este testimonio.
La fe cree también que Cristo hará lo que ha prometido: que habiendo prometido no echar a nadie fuera de los que a él acuden, es cierto que no nos echará a nosotros si acudimos a él. La fe cree que, habiendo él dicho: “El agua que yo le daré, será una fuente de agua que salte para vida eterna,” esto debe ser verdad, de modo que si nosotros recibimos de Cristo esta agua de vida, permanecerá en nosotros y saltará en nosotros como corrientes de una vida santa. Cualquiera cosa que Cristo haya prometido hacer, la hará, y debemos creerlo, de suerte que de su mano esperemos el perdón, la justificación, la protección y la gloria eterna, todo según lo prometido a los que creen en él.
Luego viene el siguiente paso necesario. Jesús es lo que dice ser, Jesús hará lo que ha prometido hacer, y por lo tanto debemos cada cual confiar en él, diciendo: “Me será lo que ha dicho que es y me hará lo que ha prometido hacer; y yo me entrego a las manos del que se ha encargado de la salvación para que me salve a mí a mí. Descanso en su promesa confiando en que hará lo que ha dicho.” Tal es la fe salvadora, y quién la posee, tiene vida eterna. Cualesquiera que fuesen los peligros y pruebas, tinieblas y temores, debilidades o pecados, el que así cree en Jesucristo no es condenado, ni vendrá jamás a condenación, y es digno de confianza total porque no solamente que su palabra merece todo el crédito sino que ya lo demostró al resucitar como lo había prometido al tercer día y con la venida del Espíritu Santo también se confirma y cumple con todas las promesas de la tarea que Este iba a realizar enseñándonos, recordándonos y confirmándonos todo lo anticipado.
Deseo que te sirva para algo esta explicación. Confío que el Espíritu de Dios lo usará para llevar al lector la paz inmediatamente. “No temas; cree solamente y verás la gloria de Dios.” Confía y reposa en paz.
Pero temo que el lector quede contento con el mero conocimiento de lo que sea preciso hacer sin nunca hacerlo. Mejor es la fe más pobre obrando que el mejor conocimiento en las regiones de la fantasía. La gran cosa es creer de hecho en Jesús en este mismo momento. No te preocupes de distinciones y definiciones. El hambriento come sin comprender la composición química de los alimentos, la anatomía de la boca y el proceso digestivo: vive porque come. Otro mucho más sabio comprende perfectamente la ciencia de la nutrición, pero si no come, morirá a pesar de su conocimiento. Sin duda hay muchos en el infierno que comprendieron bien la doctrina de la fe pero que dejaron de creerla. Por otra parte, ni uno de los que confiaron en el Señor Jesús pereció, aún cuando nunca supieron explicar bien su fe. Querido lector/a recibe al Señor Jesús cual único Salvador de tu alma, y vivirás eternamente. “El que en él cree tiene vida eterna.” Porque la vida está en el Hijo, "el que tiene al Hijo tiene la vida, el que no tiene al Hijo no tiene la vida, porque la vida está en el Hijo de Dios."

sábado, 19 de enero de 2008

POR GRACIA MEDIANTE LA FE

“Por gracia sois salvos por la fe.” (Efesios 2:8.)
Creo bueno insistir en un punto especial, con el objeto de suplicar al lector observe en espíritu de adoración el origen de la fuente de nuestra salvación que es la gracia de Dios. “Por gracia sois salvos.” Los pecadores son convertidos, perdonados, purificados, salvos, todo porque Dios es lleno de gracia. No es porque haga algo en ellos o que pueda haber algo en ellos para que sean salvos, sino que se salvan por el amor infinito, por la bondad, por la compasión, misericordia y gracia de Dios. Detente, pues, por un momento en el origen de la fuente. Contempla el río cristalino del agua de vida que emana del Trono de Dios y del Cordero.
¡Que profundidad de la gracia de Dios! ¿Quién sondeará su profundidad? Semejante a los demás atributos de Dios es infinita. Dios es lleno de amor, porque “Dios es amor.” Bondad infinita y amor infinito forman parte de la esencia de la Divinidad. Por la razón de que “para siempre es su misericordia” no ha echado la humanidad a la perdición. Y ya que no cesan sus compasiones, los pecadores son conducidos a sus pies y hallan perdón.
Acuérdate bien de esto, si no caerás acaso en el error fijándote demasiado en la fe que es el conducto de la salvación, de suerte que te olvides de la gracia que es la fuente y origen aun de la misma fe. La fe es obra de la gracia de Dios en nosotros. Nadie puede decir que Jesús es Cristo, el Ungido, sino por el Espíritu Santo. “Ninguno puede venir a mí.” Dice Jesús, “si el Padre que me envió, no le trajere.” Así es que esa fe que acude a Cristo es resultado de la obra divina. La gracia es la causa activa, primera y última de la salvación; y esencialmente necesaria, como es la fe, no es más que parte indispensable del método que la gracia emplea. Somos salvos “mediante la fe,” pero la salvación es “por gracia.” Proclámense estas palabras, como por trompeta de arcángel: “Por gracia sois salvos y esto no es de vosotros, pues es un don de Dios, para que nadie se gloríe.” ¡Cuán buena nueva es ésta para los indignos!
Puédese asemejar la fe a un conducto. La gracia es la fuente y la corriente; la fe es el acueducto por el cual fluye el río el río de misericordia para refrescar a los hombres sedientos. ¡Gran lástima cuando se haya roto el acueducto! Una vista muy triste ofrecen muchos acueductos costosos en los alrededores de Roma, que ya no conducen agua a la ciudad, porque los arcos están rotos y esas obras admirables yacen en ruinas. El acueducto debe mantenerse ileso para conducir la corriente, y así la fe debe ser verdadera y sana dirigida a Dios y bajando directamente a nosotros para que resulte un conducto útil de misericordia para nuestras almas.
Otra vez te recuerdo que la fe es el conducto o acueducto y no la fuente, y que no debemos fijarnos tanto en ella que la elevemos por encima de la fuente de toda bendición que es la gracia de Dios. No te construyas nunca un Cristo de tu fe, ni pienses en ella como si fuese la fuente indispensable de salvación. Hallamos la vida espiritual por una mirada de fe al Crucificado, no por una mirada a nuestra fe. Mediante la fe todas las cosas nos son posibles; sin embargo, el poder no está en la fe, sino en Dios, en quien la fe reposa. La gracia es la locomotora y la fe es la cadena, mediante la cual el vehículo del alma se ata a la gran fuerza motriz. La justicia de la fe no es la excelencia moral de la fe, sino la justicia de Jesucristo que la fe acepta y se apropia. La paz del alma no se deriva de la contemplación de nuestra fe, sino nos viene Aquel que “es nuestra paz,” el borde de cuyo vestido la fe toca, saliendo de El la virtud que inunda el alma.
Aprende de esto, pues, querido amigo/a, que la flaqueza de tu fe no te echará a la perdición. Aun una mano temblorosa podrá recibir una dádiva de oro precioso. La salvación nos puede venir por una fe tan pequeña como un grano de mostaza. La potencia yace en la gracia de Dios, no en nuestra fe. Importantísimos mensajes se mandan por alambres débiles, y el testimonio del Espíritu Santo que comunica paz, puede llegar al corazón mediante una fe tan tenue que apenas merece tal hombre. Piensa más en AQUEL que miras que en la mirada. Es preciso quitar la vista de tu propia persona y de los alrededores para no ver a otro que no sea “Jesús” y la gracia de Dios en El revelada.

miércoles, 2 de enero de 2008

AUMENTO DE FE

¿Cómo conseguiremos que se nos aumente la fe? Pregunta seria para muchos. Dicen que desean creer, pero no pueden. Se disparata mucho en este asunto. Seamos prácticos en el caso. Se necesita tanto sentido común aquí como en otros asuntos de la vida. ¿Qué debo hacer para creer?
Alguien preguntó a una persona cual era la mejor manera de hacer cierta cosa, y se le contestó que la mejor manera de hacerla era hacerla –sin demora. Discutir modos y métodos, cuando se trata de un acto sencillo, es malgastar el tiempo. Tratándose de creer en seguida. Si el Espíritu Santo te ha hecho dócil y cándido, creerás tan pronto como la verdad se te presente. Y la creerás, porque es la verdad. El mandamiento evangélico dice: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo.” Es inútil evadirse de esto preguntando y cavilando. El mandato es claro, y se le debe obedecer.
Pero si en realidad te molesta alguna duda, llévala en oración a Dios. Di al gran Padre Dios precisamente lo que te perturba y pídele que por el Espíritu Santo se te resuelva el problema.
Si no puedo creer las afirmaciones de un libro, me es grato preguntar al autor como él entiende lo dicho, y si es hombre digno de crédito, me dejará satisfecho su explicación. Mucho más contento dejará la explicación divina de los puntos difíciles de las Escrituras al corazón del verdadero buscador de la verdad. El Señor desea hacerse conocer a los que le buscan. Acude a él para conocer la verdad. Acude sin demora a la oración y ruega: “OH Espíritu Santo, guíame a la verdad. Lo que no comprendo, enséñamelo tú.”
Por otra parte, si la fe te parece difícil, es fácil que Dios el Espíritu Santo te haga capaz de creer, si oyes con mucha frecuencia lo que se te manda creer. Creemos muchas cosas, porque las hemos oído tantas veces: ¿No has notado en la vida diaria que si oyes una cosa cincuenta veces al día, por fin acabas de creerla? Por este proceso muchos han llegado a creer cosas inverosímiles, y por tanto no me extraña, si el buen Espíritu Santo bendice este método de oír la verdad con frecuencia, usándolo para producir la fe respecto a lo que se debe creer.
Está escrito:”La fe viene por el oír;” y por lo mismo, oye con frecuencia. Si sincera y atentamente continuo oyendo el evangelio, uno de estos días me hallaré creyendo lo que oigo, mediante la bendita operación del Espíritu de Dios en mi mente. Solamente que tengas cuidado de oír el evangelio y no lo que está calculado a despertar dudas en tu mente, ya sea por discursos o lecturas.
Más si esto te pareciera consejo pobre, añadiría a continuación: Toma en cuenta el testimonio de otros. Los samaritanos creyeron a causa del testimonio de lo que la mujer les había dicho acerca de Jesús. Muchas de nuestras creencias nacen del testimonio de otros. Yo creo que existe un país llamado Japón. Nunca lo he visto, y, sin embargo, creo que hay tal país, porque otros lo han visto. Creo que moriré. Nunca he muerto, pero muchísimos de mis conocidos han muerto, y por lo tanto estoy convencido de que yo moriré también. El testimonio de los muchos me persuade del hecho. Escucha, por tanto, a los que te refieren cómo fueron salvos, cómo recibieron el perdón, cómo se transformó su carácter. Si prestas atención, notarás que alguien precisamente como tú ha sido salvo. Si has sido ladrón, hallarás que otro ladrón lavó sus culpas en la sangre preciosa de Jesucristo. Si por desgracia has sido impuro, hallarás que personas caídas como tú han sido levantadas, purificadas y transformadas. Si te hallas en condición desesperada y te mueves un poco en el círculo del pueblo de Dios, pronto descubrirás que algunos de los santos, se han visto tan desesperados como tú, y hallarán verdadero placer en contarte cómo el Señor les libró. Conforme vas escuchando a uno tras otro de los que han puesto a prueba la palabra de Dios, hallándola verdadera, el Espíritu divino te conducirá a la fe.
¿No has oído hablar del africano, al cual dijo el misionero que en su país el agua se volvía a veces tan dura que el hombre podía andar por encima de la misma? Muchas cosas podía creer el africano, pero eso, nunca. Cuando una vez fue el negro a Inglaterra, pudo ver un río helado, pero no se atrevía a meter el pie en el hielo. Sabía que el río era profundo, y temía ahogarse, si procuraba andar sobre el hielo. No se le pudo persuadir que probara, hasta que viera a su amigo y otros muchos atravesar el río andando sobre el hielo. Entonces quedó persuadido y anduvo confiado, donde otros se habían adelantado. Así puede ser que tú, viendo a otros creer en el Cordero de Dios y notando como disfrutan de paz y gozo, seas conducido agradablemente a creer. La experiencia de otros es uno de los caminos de Dios por donde nos conduce a la fe. Pero sea como fuere, una de dos, has de creer en Cristo o morir: no hay esperanza fuera de Cristo.
Pero un plan mejor es este: fíjate en la autoridad sobre la cual se te manda creer, y esto te ayudará grandemente. La autoridad no es mía: esta podría bien rechazar. Ni es la de ningún líder de ninguna religión, que bien podrías rechazar. Es sobre la autoridad de Dios mismo que te manda creer. El mismo te manda a creer en Jesucristo, y no debes negar obediencia a tu Hacedor. El capataz de ciertas obras había oído hablar de Dios muchas veces, pero se inquietaba dudando que acaso nunca acudiera a Cristo. Un día su buen patrón le envío una tarjeta diciendo: “Venga a mi casa tan pronto termine hoy el trabajo.” Apareció el capataz a la puerta de su patrón; salió este y le dijo en tono brusco: “¿Qué quiere usted, Juan, que me viene a molestar a estas horas? El trabajo del día se ha terminado, ¿con qué derecho se presenta usted aquí?” –“Señor,” contestó el capataz, “recibí una tarjeta de usted diciéndome que terminado el trabajo viniera aquí.” “¿Quiere decir que por la sola razón de recibir una tarjeta mía invitándole a mi casa, debiera usted venir y hacerme salir después de terminadas las horas de negocio del día?” “Bien Señor,” respondió el capataz, “no le comprendo, pero me parece que ya que usted envío por mí, tenía yo derecho a venir.” “Pues entre, Juan,” dijo el patrón, “aquí tengo otro mensaje de invitación para usted.” Y sentándose le leyó estas palabras: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar.” Piensas que, después de recibir este mensaje de Cristo mismo, que harás mal en acudir a El?” Ya comprendió el pobre capataz todo inmediatamente, y creyó en el Señor Jesús para vida eterna, porque ya comprendió que tenía buena autoridad y garantía para creer. Así tú, pobre alma, tienes la mejor oportunidad para creer y por fe acudir a Cristo, porque el Señor mismo te manda confiar en El.
Si esto no produce fe en ti, piensa en lo que debes creer, a saber que el Señor Jesucristo sufrió en lugar de los pecadores y es poderoso para salvar a todos los que creen en El. Por cierto, este es el hecho más bendito que la humanidad ha oído que debiera creer: el hecho más a propósito, más consolador, mas divino que jamás ha llegado a oído de hombre. Te aconsejo que pienses mucho en El, y que escudriñes la gracia y el amor que contiene. Estudia los cuatro evangelios y las epístolas del apóstol Pablo, a ver luego si el mensaje no es tan digno de aceptación que te veas constreñido a creerlo.
Si esto no basta, medita en la persona de Cristo: piensa en quién es, qué hizo, dónde está, y qué es. ¿Cómo puedes dudar de él? Es cruel desconfiar del siempre fidedigno Jesús. Nada ha hecho que merezca desconfianza; al contrario, debiera ser fácil confiar en El. ¿Por qué crucificarle de nuevo por la incredulidad? ¿No es eso coronarle de espinas y escupir en su rostro de nuevo? ¿Qué? ¿No es digno de confianza? ¿Qué insulto mayor que este podían inferirle los soldados? Le hicieron mártir; pero tú le haces embustero, lo que es peor. No preguntes: “¿cómo podré creer? Pero responde a otra pregunta: ¿cómo podré descreer?”
Si ninguna de estas cosas te sirven, hay algo en ti fundamentalmente malo, y mi última palabra será: Sométete a Dios. Prejuicio u orgullo está en el fondo de tú incredulidad. Líbrete el Espíritu Santo de tú enemistad, haciéndote sumiso. Pues eres rebelde, orgulloso, pervertido, y ésta es la razón porque no crees en tu Dios. Cesa tú rebeldía, entrega las armas, entrégate humillado, sométete a tú Rey. Creo que nunca un alma levantó los brazos desesperada, exclamando: “Señor, me entrego,” sin que la fe le viniera a ser cosa fácil. La causa de tu incredulidad es que estás en pleito con Dios, resuelto de seguir tu propia voluntad y tu propio camino. “¿Cómo podéis vosotros creer que tomáis la gloria los unos de los otros?” dijo Cristo. El yo orgulloso es el padre de la incredulidad. Sométete, hombre, mujer. Entrégate a Dios, y así te será fácil creer en el Salvador. Opere el Espíritu Santo secreta pero eficazmente en tu corazón, llevándote a la fe en el Señor Jesús en este mismo momento. Así sea.