sábado, 30 de marzo de 2019

“DIOS, HABIENDO HABLADO MUCHAS VECES Y DE MUCHAS MANERAS EN OTRO TIEMPO A LOS PADRES POR LOS PROFETAS, EN ESTOS ÚLTIMOS DÍAS NOS HA HABLADO POR EL HIJO”

(He 1:1-2) Dios se ha revelado Es natural que los seres racionales intenten saber algo respecto al Creador que les ha dado la vida y también es razonable esperar que el Creador se comunique con sus criaturas, revelándoles su propósito y su voluntad. Dios siempre toma la iniciativa (Gn 1:1) "En el principio Dios..." Estas son las cuatro primeras palabras con las que comienza la Biblia y nos muestran que todo comienza en Dios. El siempre da el primer paso, siempre está "en el principio". Esto nos lleva a otra gran verdad: antes de que el ser humano tratara de buscar a Dios, Dios ya le había buscado. La Biblia no presenta al hombre buscando desesperadamente a Dios sin que éste haga nada para que el hombre lo encuentre. Por el contrario, la Biblia revela a un Dios que toma la iniciativa, se levanta de su trono, deja su gloria, se rebaja y humilla para buscar al hombre, mucho antes de que a éste, que se halla envuelto en oscuridad y hundido en el pecado, se le ocurra volverse a él. Esta actividad soberana y anticipada de Dios se puede apreciar en varias áreas: Tomó la iniciativa en la Creación cuando formó el universo y todo cuando en él hay. (Gn 1:1) "En el principio creó Dios los cielos y la tierra" Tomó la iniciativa en la Revelación, cuando hizo conocer a la humanidad su naturaleza y voluntad. (He 1:1-2) "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo..." Tomó la iniciativa en la Salvación cuando vino Cristo Jesús para librar a los hombres de su pecado: (Ga 4:4-5) "Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos." Dios ha hablado El ser humano ha sido provisto por Dios de una mente racional. Es triste, sin embargo, que el hombre moderno ha dejado de preguntarse por las cuestiones fundamentales de su existencia. Pareciera que está bajo los efectos de alguna anestesia que lo mantiene intelectual y espiritualmente adormilado. Este es seguramente uno de sus mayores problemas. Pero aunque es indudable que la mente humana tiene un enorme potencial dado por Dios mismo, sin embargo, hay que admitir que también tiene muchas limitaciones. Y esto se aprecia especialmente cuando el hombre comienza a preguntarse de Dios. No podemos olvidar que Dios es infinito, mientras que nosotros somos criaturas finitas. La ciencia también tiene muchas limitaciones, y en la esfera espiritual, el método científico es completamente inadecuado. El conocimiento científico avanza empleando la observación y el experimento. Opera con los datos e informaciones que le suplen los cinco sentidos físicos. Pero cuando llegamos al terreno de lo metafísico, no hay datos disponibles. La ciencia no puede traer solución a los problemas espirituales del hombre. Y aunque reconocemos el valor relativo de la ciencia, pero como hombres hechos a la imagen y semejanza de Dios, esperamos una voz mucho más elocuente y poderosa, una voz que proceda de Dios y que llegue a nuestras almas y espíritus con el poder del Espíritu de Dios. Por otro lado, si la ciencia no nos puede adentrar de manera fiable en el conocimiento de Dios, ¿qué revelación puede surgir del inmundo pozo del subconsciente del hombre? Todo lo que el hombre caído piensa acerca de Dios es indigno de confianza y erróneo en su mayor parte; es religión. Tenemos que admitir, por lo tanto, que necesitamos ayuda para conocer la mente infinita de Dios. De hecho, el hombre es incapaz por sí mismo de discernir ni aun los hechos que atañen a los orígenes de los seres y de las cosas. Veamos cómo razonaba Dios con Job. (Job 11:7) "¿Descubrirás tú los secretos de Dios?" (Job 38:1-7) "Y respondió Jehová a Job desde un torbellino, y dijo: ¿Quién es ése que oscurece el consejo con palabras sin sabiduría? Ahora ciñe como varón tus lomos; Yo te preguntaré y tú hazme saber. ¿Dónde estabas cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia. ¿Quién ordenó sus medidas si lo sabes? ¿O quién extendió sobre ella cordel? ¿Sobre que están fundadas sus basas? ¿O quién puso su piedra angular, cuando las estrellas todas del alba alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios?..." El hombre habría permanecido para siempre como un agnóstico impotente si Dios no hubiera tomado la iniciativa de darse a conocer. Seguiría preguntando a ciegas como Pilato: "¿Qué es la verdad?" (Jn 18:38). Y levantaría altares a Dios con la misma inscripción que Pablo encontró en Atenas: "Al Dios no conocido" (Hch 17:23). ¿Cómo se ha revelado Dios? 1. Por la Creación Una parte de esta revelación de Dios la encontramos en la naturaleza y ha sido dada a todos los hombres en todo lugar. (Sal 19:1-4) "Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras..." (Ro 1:19-20) "Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa." Esta revelación nos convencen de su sabiduría infinita, de su potencia, de que es fuente de hermosura, de que es Dios de orden: Desde los mayores representantes del mundo estrellado hasta las menores criaturas y plantas, incluidas las moléculas, átomos y electrones de que está compuesta, la naturaleza está construida con una exactitud inconcebible según las leyes más refinadas y poderosas. Desde el ala de una mariposa con sus cientos de miles de escamas, o el ojo de una mosca con sus seis o siete mil lentes; la tela de una araña con trescientas hebras por hilo, los ocho mil pares de músculos del gusano de seda; los 31.000 pelillos sensitivos del zángano, los 5.000 lentes en cada ojo de la abeja, todos ellos igualmente hexagonales, son un elocuente testimonio de esta exactitud. 2. Por la Biblia Pero Dios ha completado esta revelación parcial por medio de la Biblia. A través de la revelación en la naturaleza, el ser humano no puede llegar a conocer personalmente a Dios. Necesita una revelación que incluya la santidad, el amor, la justicia, el perdón de Dios... Con esa revelación "primaria", todavía quedan sin resolver asuntos vitales para el ser humano: ¿cómo puedo alcanzar el perdón de mis pecados y entrar en una comunión íntima con Dios? Así que, de forma sobrenatural, por un proceso generalmente denominado "inspiración", Dios nos dio un libro, la Biblia, en el que por medio de nuestro propio lenguaje llegamos a conocer los pensamientos de Dios. Y al ser recogida en un libro escrito, esta revelación pudo ser transmitida de forma fiable a las generaciones futuras. 3. Por la nación de Israel Dios completó su revelación por medio de un pueblo especial, Israel y de mensajeros especiales, los profetas. Dios formó la nación de Israel con el fin de recibir, guardar y transmitir su Palabra revelada. Los profetas hablaban a los hombres los secretos de Dios (Am 3:7). Muchos de sus mensajes anunciaban de forma sobrenatural acontecimientos del futuro para los que los hombres se debían preparar. Y hemos de decir también, que esta revelación de Dios a través de Israel, no dependía únicamente de estos mensajes proféticos, sino que incluía intervenciones directas de Dios en la historia (Salmos 105-106). Todos los grandes acontecimientos en los anales de Israel están de algún modo relacionados con el mensaje divino que Dios quiere transmitir a los hombres. 4. Por Cristo La revelación de Dios llega a su plenitud en Cristo. En el Señor Jesucristo la Palabra de Dios "toma cuerpo", se encarna. (Jn 1:14,18) "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad... A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer." Cristo es la voz de Dios hablando con y a los hombres en una forma directa. Al contemplar y oír al Hijo, los hombres pueden saber cómo es Dios realmente (Jn 14:8-11). Dios no pudo haberse acercado más, ni pudo haber revelado más claramente las maravillas de su persona. Puesto que Dios se ha dado a conocer en Cristo, el cristiano puede decir confiadamente al agnóstico y al supersticioso, como Pablo dijo a los atenienses en el Areópago de Atenas: "Al Dios no conocido, al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio" (Hch 17:23). 5. Por la conciencia A todo esto, tenemos que añadir también el testimonio de la conciencia. Aunque es un medio subjetivo, Dios ha puesto en el corazón del hombre la conciencia que es reflejo de su propia ley: (Pr 20:27) "Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, la cual escudriña lo más profundo del corazón." (Ro 2:14-16) "Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio." Dios ha actuado El ser humano tiene dos problemas graves frente a Dios: es ignorante y pecador. Por eso no basta que Dios se haya revelado a sí mismo para visitar nuestra ignorancia. Tuvo que tomar la iniciativa de actuar para salvarnos de nuestros pecados. Dios ha actuado en su Hijo Jesucristo para salvar a los pecadores. (Mt 1:21) "Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados." (1 Ti 1:15) "Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores..." (Lc 19:10) "Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido." El cristianismo no es mera palabrería piadosa, no es una colección de ideas religiosas, no es un catálogo de reglamentos. El evangelio cristiano no es primariamente una invitación al hombre para que haga algo, es la declaración suprema de lo que Dios hizo en Cristo para los seres humanos. La respuesta del hombre Desgraciadamente, para muchas personas, lo que Dios ha dicho y ha hecho se queda en la Biblia sin que llegue a afectar a sus vidas. 1. El hombre debe buscar a Dios Dios nos ha buscado a nosotros, de hecho, todavía sigue buscándonos. Ahora nosotros tenemos que buscar a Dios. Y la queja que Dios tiene contra el hombre es que éste no lo busca: (Sal 14:2-3) "Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido que buscara a Dios. Todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno." 2. Si el hombre busca a Dios, lo encontrará Jesús mismo lo prometió: "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá" (Mt 7:7); "Dios... es galardonador de los que le buscan" (He 11:6). 3. El hombre es perezoso para buscar a Dios Pero el problema que tenemos entre manos es tan serio que es preciso vencer la pereza natural y la apatía y aplicarnos con cuerpo y alma a la búsqueda de Dios. 4. Tenemos que buscar a Dios humildemente Si la apatía es impedimento para algunos, el orgullo es un estorbo más común y aun mayor para otros. Es preciso admitir con toda humildad que la mente que tenemos es finita e incapaz de descubrir a Dios por su propio esfuerzo, aunque por supuesto, esto no quiere decir que debamos suspender el pensamiento racional para conocer a Dios. Tenemos que usar la mente, pero admitiendo sus limitaciones. Y debemos admitir también que nuestro conocimiento de Dios difiere en un punto vital de todo otro conocimiento: en cualquier otra ciencia, el hombre se sitúa por encima del objeto de su investigación, y siguiendo la metodología que le parezca más conveniente, llega a conocer el objeto de su estudio. Pero cuando pensamos en Dios, el hombre siempre se tendrá que colocar debajo de él. Una de las razones por las que Jesús puso de ejemplo a los niños, es porque se dejan enseñar. Nosotros también necesitamos poseer la mente abierta, humilde y receptiva de los niños. 5. Tenemos que buscar a Dios honradamente Al acercarnos a la revelación de Dios lo debemos hacer con una mente abierta. Todo estudiante sabe los problemas que acechan a quien acomete una materia con ideas preconcebidas. Y sin embargo, muchos investigadores se acercan a la Biblia con juicios ya formados. La promesa de Dios es para quienes le buscan con sinceridad: (Jer 29:13) "Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón." 6. Tenemos que buscar a Dios obedientemente Esta es la condición más difícil de cumplir. Porque en este sentido, el verdadero problema del hombre no es intelectual, sino moral. Al buscar a Dios tenemos que estar preparados no sólo a revisar nuestras ideas sino también a reformar la vida. Esto es así porque el mensaje cristiano involucra un desafío moral. Y si el mensaje es veraz, el desafío moral tiene que ser aceptado. Dios no es un objeto que el hombre pueda analizar fríamente. No se puede colocar a Dios al extremo de un telescopio y exclamar: "¡Qué interesante!". Dios no es interesante. Dios perturba, trastorna. Podemos examinar a Cristo intelectualmente, pero encontramos que es él quien nos examina a nosotros. Inevitablemente, toda búsqueda de Dios nos conduce al terreno de la decisión moral. Esta condición moral es fundamental si queremos llegar a conocer a Dios. (Jn 7:17) "El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta." Nosotros sabremos si Cristo es verdadero o falso, si sus enseñanzas son divinas o humanas, sólo si estamos dispuestos, no sólo a creer, sino a obedecer. El ser humano está lleno de temores. El hombre sabe que el encuentro con Dios y la aceptación de Jesucristo suponen una experiencia exigente. Implica la revaluación de la totalidad de la vida y el reajuste de la totalidad de nuestro modo de vivir. Es la combinación de la cobardía intelectual y moral la que nos hace vacilar. No encontramos porque no buscamos. No buscamos porque no queremos encontrar.

sábado, 23 de marzo de 2019

“TE ASEGURO QUE EL QUE NO NACE DE AGUA Y DEL ESPÍRITU, NO PUEDE ENTRAR EN EL REINO DE DIOS”

(Juan 3:5) El nuevo nacimiento - Regeneración y conversión La regeneración, o el nuevo nacimiento. Recordamos al lo que hemos subrayado varias veces: que los términos Novo testamentarios empleados para describir la obra salvífica que Dios, en su gracia, lleva a cabo por medio del Hijo y del Espíritu Santo, representan facetas de su intervención para la bendición del hombre, y han de entenderse como figuras que iluminan nuestra limitada inteligencia, incapaz de abarcar en su totalidad la sabiduría de Dios. La regeneración viene a ser igual al nuevo nacimiento, y las expresiones que estudiaremos nos hacen ver que el hombre, al pecar, perdió la vida verdadera, puesto que se separó de Dios, única Fuente de vida. Por lo tanto le es necesario "nacer otra vez" por medio de una obra divina aceptada humildemente y por la fe. Si los teólogos hubiesen reconocido las limitaciones de las figuras, permitiendo que cada una complementara a las demás, sin construir sistemas "lógicos" basados en el análisis de algunas con olvido de otras, habrían evitado mucha controversia inútil, y hasta dañina, con la confusión consiguiente que ha turbado las mentes de muchos creyentes sencillos. Estos tienen la Palabra de Dios en sus manos, concediéndoles Dios la ayuda del Espíritu Santo para su comprensión; el deber de los enseñadores, pues, es el de señalar los pasajes pertinentes de las Sagradas Escrituras, notando el contexto y las perspectivas generales de la doctrina revelada en la Biblia. Hemos de ponernos en guardia cuando nos presentan deducciones sacadas de ciertos vocablos y situaciones según una lógica que no toma en cuenta todos los datos. Lo mejor es acumular referencias y meditar en su contexto amplio, teniendo en cuenta las enseñanzas generales de la Biblia, con el fin de permitir que la Palabra nos hable con claridad y poder. El vocablo griego que más nos interesa es "gennao", que se traduce generalmente por "engendrar", pudiendo traducirse, en ciertos contextos, por "dar a luz". Antes de examinar este concepto fundamental será conveniente que miremos un sustantivo que ha de traducirse literalmente por "regeneración". Este es "palingenesia", o sea, muy literalmente, "engendrar de nuevo". Se halla en (Mt 19:28), como predicción escatológica, ya que el Señor promete a sus fieles discípulos "que en la Regeneración, cuando el Hijo del Hombre se haya sentado en el trono de su gloria, vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis también en doce tronos y juzgaréis a las doce tribus de Israel". Es equivalente a "los tiempos de la restauración de todas las cosas", profetizados "desde tiempo antiguo", según palabras de Pedro que hallamos en (Hch 3:21). El término significa un "nuevo nacimiento" que renovará la creación, siendo más bien tema relacionado con la segunda venida del Señor. Hallamos el mismo sustantivo, "palingenesia", en (Tit 3:5-7), y no se repite más en todo el Nuevo Testamento. En este caso se trata de una obra interna, y el término resume la maravillosa obra de gracia de Dios a favor del hombre, siendo de gran interés para nuestro estudio. Dios, dice Pablo, ha obrado con benignidad y amor para con los hombres y "nos salvó, no por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia, por el lavacro de la regeneración (palingenesia) y por la renovación del Espíritu Santo, que él derramó abundantemente en nosotros por Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, fuésemos hechos herederos según la esperanza de la vida eterna". Notemos que es una obra de gracia, es decir, que halla su origen en Dios, y que se relaciona estrechamente con el derramamiento del Espíritu Santo, enlazándose su operación con la Persona y obra de "Jesucristo nuestro Salvador". Quienes creen en la "regeneración bautismal", alegando que el nuevo nacimiento se produce por el bautismo por agua, afirman que la frase significa que la "regeneración" surge del "lavacro", lo que contradeciría tantas y tantas declaraciones bíblicas que insisten en que no es posible producir resultados espirituales por medios externos y materiales. El vocablo "loutron" significa la limpieza que procede del "baño", y este lavamiento es el resultado de la regeneración, y no su causa (Compárese el mismo término en Ef 5:26). La estrecha asociación de este concepto con el derramamiento del Espíritu Santo, obra obviamente interior, confirma este sentido del "lavacro" ("lavamiento", en R.V. 1960) que es uno de los efectos del nuevo nacimiento. Luego veremos que Juan, en su primera Epístola, insiste en que el hecho de ser "engendrados" por Dios produce por necesidad fruto que evidencie la realidad de la obra interior, la transmisión de la vida que procede de Dios. Las enseñanzas de Juan capítulos 1 y 3 Una obra divina El sentido de "gennao" enfatiza por sí mismo que esta obra, originando una vida nueva, procede únicamente de Dios, quien llega a ser Padre de una nueva familia espiritual: "los cuales (los nuevos hijos) no fueron engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de (ek) Dios", o sea, de la sustancia de Dios (Jn 2:13). En Juan 3 el adjetivo "anothen" puede significar "nuevo" o "de arriba", siendo en todo caso la obra específica del Espíritu Santo, el Vivificador. (Ef 2:1-3) presenta un diagnóstico sombrío del hombre caído, quien, llevado por influencias satánicas, es "hijo de ira" y "muerto" a causa de sus delitos. "Muerto" es una figura más de las muchas que subrayan la incapacidad del hombre caído para buscar una nueva forma de vida por medio de esfuerzos propios. Ha de ser obra de Dios, añadiendo Pablo esta declaración: "Empero Dios, siendo rico en misericordia, por su mucho amor con que nos amó... nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos); y con él nos resucitó..." (Ef 2:4-5). Nos corresponderá discurrir más sobre los medios que emplea Dios al concedernos su vida, pero, por el momento, es necesario que aprendamos que los hombres en manera alguna pueden procurarse para sí la vida eterna, diciendo los teólogos que la obra es "monergista", o sea, que sólo Dios opera en ella. Pedro, como Pablo en (Ef 2:4-6), identifica la Fuente de esta vida con la Resurrección (1 P 1:3). Interviene la voluntad humana en la recepción del nuevo nacimiento Según (Jn 16:8-11), es el Espíritu Santo quien convence al mundo de los hombres de su pecado y de los grandes hechos de justicia y de juicio. De igual forma es el mismo Espíritu quien despierta el sentido de necesidad espiritual en el hombre; él también presenta a Cristo a la visión espiritual de los hombres con el fin de despertar la fe en aquel que se humilla delante de Dios. El hombre podría tener buenos sentimientos en la esfera de sus actividades humanas, pero ya hemos visto en Tito capítulo 3 que "obras de justicia" no pueden conseguir ni la regeneración ni la justificación. Todo procede de la gracia de Dios, todo se funda sobre la Persona y Obra de Cristo y todo se vitaliza por el Espíritu Santo. Con todo, la postura del hombre que se regenera no es totalmente pasiva, pues Juan declara tajantemente: "A lo suyo vino y los suyos no le recibieron; mas a todos los que le recibieron dioles potestad de ser hechos hijos de Dios, es decir, a los que creen en su Nombre" (Jn 1:12). No es posible "recibir" a un huésped con absoluta pasividad. Toda la obra es divina, pero, como hemos visto en otros Estudios, al hombre, si ha de ser hombre, se le concede la tremenda responsabilidad de poder decir que "No" a Dios. De ahí su responsabilidad moral y su culpabilidad extrema si rechaza al Hijo (Jn 3:18-21). No podemos aceptar, pues, la proposición de L. Berkhof (Systematic Theology, p. 465): "La regeneración es una obra creadora de Dios, por lo que exige que el hombre sea puramente pasivo, ya que no hay lugar para la cooperación humana". Esta definición de la escuela Reformada Calvinista se relaciona con su doctrina de la elección, pues sus enseñadores creen ver en las Escrituras que sólo los elegidos, por decreto soberano y secreto de Dios, reciben la gracia para ser salvos, siendo "preteridas" las demás almas porque se las niega esta gracia. Por la falsa lógica de este sistema, el alma muerta no puede recibir la Palabra de Dios hasta que se haya producido en ella una "regeneración" secreta que la capacita para responder a la predicación del Evangelio. Esto ocurre sólo en el caso de los elegidos. Si esto fuera verdad, todas las invitaciones y reprensiones de la Biblia se vuelven en punzante ironía, pues: ¿cómo había de llamar Cristo a los pecadores diciendo: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados", si sólo aquellos que habían recibido la gracia por decreto divino podían responder? Y ¿por qué representar a Dios reprendiendo a Israel por medio de la gráfica expresión: "Todo el día extendí mi mano a un pueblo rebelde y contradictor" (Ro 10:21) (Is 65:2) si no podían acudir a los brazos extendidos de amor? La totalidad de la obra es de Dios (monergista), pero la recepción de ella corresponde al hombre, que no adquiere méritos por recibir el Don de Dios, sino, por el contrario, confiesa por su actitud que nada tiene aparte de la provisión de la gracia de Dios. El ejemplo de Nicodemo, (Jn 3:1-21) En este conocido pasaje, el verbo "gennao" se halla en los versículos 3 y 4 (dos veces), 5 y 6 (dos veces), 7 y 8, y aparte de la pregunta de Nicodemo que consta en el versículo 4, siempre en boca del Maestro divino. Por algo el pasaje se reconoce como base principal de la doctrina del nuevo nacimiento. Es muy aleccionador que Jesús diera tal lección a Nicodemo, precisamente, siendo, como era, un célebre maestro en las escuelas rabínicas de Israel. Este teólogo había llegado a comprender, lo que comprendían pocos israelitas de aquel tiempo, que Jesús era Maestro venido de Dios, ya que las señales que hacía probaban muy claramente que Dios estaba con él (Jn 3:1-2). Pese a esta declaración de simpatía y de aprecio, el Maestro corta sus expresiones a rajatabla, afirmando: "De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo (anothen) no puede ver el reino de Dios" (Jn 3:3). El ministerio del Señor Jesucristo, aprobado por las señales que Dios le diera que realizara, constituía un tema de importancia fundamental, pero aquí se trata del hombre Nicodemo quien buscaba a Jesús, y sobraba toda la teología antigua y nueva si no comprendiera que "lo nacido de la carne, carne es; y lo nacido del Espíritu, espíritu es", de donde surgía la necesidad de "nacer de nuevo". Referencias al "nuevo nacimiento" de Israel como nación debieran haber preparado a Nicodemo para alguna comprensión del mismo principio aplicado al individuo (Ez 36:24-37:14), pero, acostumbrado al legalismo de su sistema, tardaba en comprender la necesidad de vida "desde arriba", que fuese espiritual en contraste con "lo carnal", lo que aquí significa el proceso natural de la generación, abarcando quizá todo el sistema religioso que no se mueve por el poder del Espíritu Santo. No nos quejemos de Nicodemo, pues se le ve con ansia de entender, y por fin llegó a identificarse plenamente con Cristo. Es que el Maestro enseñaba "verdades de arriba", como el único Testigo capaz para ello, y la comprensión humana no alcanzaba a cosa tan excelsa hasta recibir la iluminación del Espíritu Santo, según las distintas etapas de la revelación divina. El proceso del nuevo nacimiento Reiteramos que la obra de la regeneración es de Dios, subrayándose la operación del Espíritu Santo, el Vivificador. Nicodemo, por medio de los pasajes ya citados de Ezequiel, habría podido comprender la soberanía de Dios, quien declara su Palabra, llamando al Espíritu Santo (comparado con el viento) para hacerla eficaz. Por estos medios una nación muerta vuelve a vivir (Ez 37), hallándose los mismos conceptos en (Jn 3) en cuanto al individuo que ha de renacer si quiere entrar, y aun ver, el Reino de Dios. Del agua y del Espíritu (Jn 3:5). Predomina el concepto de una nueva vida que surge de la operación del Espíritu Santo, y a la luz del tema hemos de entender la mención del "agua" en el versículo 5, que ha dado lugar a mucha discusión. Excluimos como antibíblica la idea de la "regeneración bautismal", para ello basta el énfasis sobre la obra del Espíritu y la fe del individuo en este pasaje, y quedamos con dos posibilidades, pensando en lo que Nicodemo podría entender entonces en la fecha de la conversación: a) Juan Bautista bautizaba por medio del agua como señal del arrepentimiento, y a este primer paso de confesión de pecado hubo de añadirse la obra interna del Espíritu Santo. b) En la frase "ex hudatos kai Pneumatos" la conjunción "kai" viene a tener sentido explicativo, como en varios contextos del Nuevo Testamento, y en este caso "Pneumatos" da el sentido de la figura del "agua": "Del agua, aun (del) Espíritu". La última sugerencia tiene la virtud de concordar con el sentido que se da frecuentemente a la figura del "agua", o sea, el poder vivificador del Espíritu Santo. Algunos expositores notan que en (Ef 5:26) "el lavamiento del agua" equivale a "la Palabra", creyendo que "agua" es figura de la Palabra en (Jn 3:5). Esta interpretación concuerda bien con (1 P 1:23-25), pero no es posible pensar que "agua" siempre corresponde figurativamente a "Palabra" en las Escrituras, pues más frecuentemente equivale al Espíritu mismo. La obra de Cristo y la fe. (Jn 3:15) enlaza gramaticalmente con los versículos precedentes, explicando cómo se recibe la vida eterna: tema que no sería posible aparte de la obra redentora de Cristo. Esta se ilustra por la manera en que Moisés levantó la serpiente en el desierto, siendo necesario que el Hijo del Hombre sea levantado como ofrenda por el pecado. Del modo en que los israelitas se salvaban de la mordedura de las serpientes por "la mirada de fe", así "todo aquel que cree en el Hijo tendrá la vida eterna": vida eterna que tiene su principio en la experiencia personal del creyente cuando "nace de nuevo". Todo aquel que cree recibe la vida eterna, pero hay quienes aman las tinieblas más que la luz, perdiéndose porque rechazan al Hijo (Jn 3:16-21). La semilla de la Palabra Las enseñanzas de Pedro Dos veces en el primer capítulo de 1 Pedro, el Apóstol hace referencia al nuevo nacimiento, empleando el verbo "anagennao", que es "gennao" precedido por la preposición "ana", que significa renovación, o sea, el nacimiento no es el antiguo, según la carne, sino una nueva obra de Dios. Ya vimos anteriormente que (1 P 1:3) relaciona la regeneración con la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, puesto que la muerte fue vencida por la del Redentor, quien llega a ser el Primogénito de entre los muertos por medio de su levantamiento triunfal de la tumba (Col 1:18). Los creyentes reciben su vida de quien se proclamó a sí mismo como "Resurrección y Vida" (Jn 11:25-27). ¿Cuál es el medio que enlaza el "muerto en sus pecados" con el Príncipe de vida de tal forma que pueda ser regenerado, recibiendo la vida eterna? En (1 P 1:23-25), Pedro, después de ciertas exhortaciones a los creyentes, escribe lo siguiente: "Como engendrados de nuevo que habéis sido, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios..., y ésta es la palabra que, por el Evangelio, os ha sido anunciada". Dios se comunica por medio de la Palabra suya, que, siendo recibida por la sumisión y la fe, germina en el corazón gracias a la operación vivificadora del Espíritu Santo, según las claras enseñanzas de Juan capítulo 3, etc. Quizá Pedro se acuerda de la Parábola del Sembrador, ya explicada por el Maestro de esta forma: "Cuando alguno oye la palabra del Reino, y no la entiende, viene el maligno y arrebata lo sembrado en su corazón... Mas la sembrada en buena tierra es el que oye la palabra y la entiende, el que verdaderamente lleva fruto..." (Mt 13:18-23). La recepción de la Palabra El tema de la recepción de la Palabra a los efectos de la vida eterna se repite con mucha frecuencia en Los Hechos y las Epístolas, como, por ejemplo en (1 Ts 1:5): "Pues nuestro Evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre". He aquí la norma que se destaca constantemente desde la primera predicación que siguió al descenso del Espíritu Santo: "Aquellos, pues, que recibieron de buen grado su palabra (la predicación de Pedro) se bautizaron y aquel día fueron agregados a los discípulos unas tres mil almas" (Hch 2:41) (Hch 8:4-8,35-38) (Hch 16:14,30-32). En todos estos casos: "La fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Cristo", lo que lleva a los humildes a invocar el nombre del Señor (Ro 10:9-12). Una declaración por Santiago, (Stg 1:18) Este Apóstol emplea el verbo "apokueo", "dar a luz" en el texto referido: "Él de su voluntad nos hizo nacer por la Palabra de verdad, para que fuésemos en cierto modo como primicias de sus criaturas". Se enfatiza la obra divina realizada por medio de la Palabra resultando no sólo en una nueva creación, sino en algo que puede considerarse como las primicias de las criaturas de Dios, siendo implícita la categoría especial de la Iglesia que surge de su estrecha unión con su Señor y su formación inmediatamente después de la obra de la Cruz y la Resurrección. Los conceptos de la "nueva creación" y del "nuevo hombre" La nueva creación La Caída de la raza fue tan desastrosa que impuso la necesidad de que Dios efectuara una "nueva creación" si los hombres habían de adorarle y servirle, manifestando su gloria según el propósito primordial del Creador al colocar el hombre sobre la tierra (Gn 1:26-28). Tengamos en cuenta, sin embargo, que se trata de expresiones que complementan otras, ya que no se trata de destruir la naturaleza del hombre para sustituirla por otra, sino de quitar lo que metió el diablo; "apareció el Hijo de Dios para deshacer las obras del diablo" (1 Jn 3:8), permitiendo que se produzca en él la semejanza de Cristo, el Hijo del Hombre, quien murió y resucitó. Esta "nueva creación" afecta toda la personalidad del hombre, de la forma en que el pecado lo había hecho en sentido negativo. En (2 Co 5:14-18) Pablo explica el móvil que le animó a dar su vida al servicio del Señor, siguiendo una carrera que algunos corintios consideraban como la de un loco. "(Cristo) murió por todos, luego todos murieron (en él); y por todos murió, para que los que viven, no vivan ya para sí, sino para aquel que por ellos murió y fue resucitado". He aquí el gran hecho que terminó con el viejo sistema satánico, abriendo la puerta a todo lo nuevo. Es más exacto leer los versículos 17 y 18 como sigue: "De modo que, si alguno está en Cristo (hay) una nueva creación; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas y todo viene de Dios". Hallamos el mismo concepto en (Ga 6:15): "Ni la circuncisión ni la incircuncisión valen algo, sino la nueva creación" (2 Co 5:17). Todo depende de la obra de Cristo quien tiene la supremacía absoluta en todos los órdenes de la antigua creación, siendo, a la vez, "Cabeza del Cuerpo, la Iglesia, el que es el Principio, el Primogénito de entre los muertos..., porque en él tuvo complacencia de habitar toda la Plenitud" (Col 1:18:20). Juntamente con él los colosenses fueron "resucitados mediante la operación de Dios, que le resucitó de entre los muertos" y fueron "vivificados juntamente con él" (Col 2:12-13). El hombre "viejo" y "nuevo" La "carne", pensando en el sentido peyorativo que se señala por el contexto, es el conjunto de las tendencias que surge de la Caída. Al parecer, cuando Pablo habla del "viejo hombre", está pensando en la manifestación de estas tendencias a través de la personalidad humana. No es posible reformar la carne, de modo que este "viejo hombre" se considera como puesto "fuera de uso" ("katargeo"), ya que fue crucificado con Cristo (Ro 6:5-6) (Ga 5:20). Según la figura del bautismo por agua, Dios realizó esta obra una vez para siempre por medio de la Cruz y la Resurrección. Sin embargo, existe un proceso de santificación práctica, y se exhorta al creyente a que manifieste la realidad de la obra de Dios: "Que, en cuanto a vuestro modo anterior de vivir (que) os desnudéis del viejo hombre.., y que os renovéis en el espíritu de vuestra mente, y que os vistáis del hombre nuevo, que fue creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad" (Ef 4:22-24). Hallamos un pasaje análogo en (Col 3:9-11): "No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus prácticas y vestíos del nuevo que se va renovando hasta el pleno conocimiento, conforme a la imagen de aquel que lo creó". En esta creación "Cristo es todo y en todos". Estos pasajes de Efesios y de Colosenses recuerdan el resultado lógico de la gran obra general que Pablo enfatiza en (Ro 8:29): "Porque a los que de antemano conoció, también los preordinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el Primogénito entre muchos hermanos". Compárese con (Ef 1:3-7).

martes, 19 de marzo de 2019

"Y FUERON TODOS LLENOS DEL ESPÍRITU SANTO, Y COMENZARON A HABLAR EN OTRAS LENGUAS, SEGÚN EL ESPÍRITU LES DABA QUE HABLASEN…"

(Hechos 2:4) La Persona y Obra del Espíritu Santo en los Hechos El día de Pentecostés y el bautismo del Espíritu Santo (2ª parte) A los efectos de este análisis, hemos de limitarnos a la mención escueta de ciertas características fundamentales de la gran fecha del Día de Pentecostés y el significado del Bautismo por el Espíritu Santo. Ciertos rasgos del calendario religioso de Israel anticipaban eventos del plan de la redención, y "Pentecostés" se describe en (Lv 23:15-21). Siete semanas después de la Pascua, dos panes con levadura habían de ser ofrecidos, como señal del principio de la cosecha general y del aprovechamiento de la abundancia de la tierra. "Pentecostés" equivale a "cincuenta", el número de días completos de este intervalo. Sin duda el Sacrificio de la Cruz fue ofrendado durante la Pascua, y cincuenta días después se inicia la cosecha de la Iglesia. El Señor había ascendido al Cielo diez días antes, para enviar "la Promesa del Padre" (Hch 1:4), que había descrito en el Cenáculo en la víspera de la Pasión. Los discípulos no habían de apresurarse a inaugurar su obra de testimonio, sino esperar el poder necesario para cumplir con éxito su cometido (Hch 1:8). El primer capítulo de Los Hechos constituye el Prólogo al Día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo desciende para inaugurar la época que se caracteriza especialmente por su presencia y sus operaciones en la tierra. Más tarde Pablo, Apóstol de los gentiles, enseñará que mora en la Iglesia y en los creyentes, que diferencia el modo de sus operaciones de las que hemos visto en el Antiguo Testamento y en Los Evangelios (Ef 2:19-22) (Ef 4:3-5) (1 Co 3:17) (1 Co 6:19-20) (1 Co 12:12-13). La fecha, pues, señala el principio de esta obra especial del Espíritu Santo en el mundo, y también viene a ser el "día del nacimiento de la Iglesia", cumpliendo la predicción del Maestro: "Sobre esta Roca (mesiánica) edificaré mi iglesia" (Mt 16:18). El Bautismo del Espíritu Santo Tenemos que examinar el hecho descrito en (Hch 2:1-13) a la luz de las enseñanzas apostólicas que nos ayudan a ver que el bautismo del Espíritu Santo incorpora al creyente en la realidad espiritual del Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia, no debiendo confundirse con el repartimiento de ciertos dones del Espíritu. Según el importante capítulo 12 de 1 Corintios, todos los creyentes son bautizados en un solo Cuerpo, pero el Espíritu Santo reparte sus variados dones según su propia voluntad. El Cuerpo es uno solo, declara Pablo, y sigue escribiendo: "Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu" (1 Co 12:13). El verdadero creyente, dejando aparte la cuestión de dones que haya recibido, es bautizado por el Espíritu en el solo Cuerpo de la Iglesia, y "ha bebido" de su potencia. "Dones del Espíritu" y la "plenitud del Espíritu" son otros temas que han de ser considerados en su debido lugar, pero que no deben confundirse con el hecho fundamental del bautismo del Espíritu, sin el cual el creyente no sería miembro del Cuerpo de Cristo. Los ciento veinte creyentes que fueron bautizados por el Espíritu según Hechos 2 recibieron dones especiales que señalaban la poderosa intervención del Señor, pero lo importante es el hecho del bautismo y no las manifestaciones subsidiarias. Al abrirse la puerta del Evangelio a los gentiles de una forma directa, la compañía reunida en la casa de Cornelio recibió el Espíritu por el solo medio de aceptar con fe la Palabra predicada por Pedro, siendo bautizados por agua posteriormente (Hch 10:44-48). De nuevo, se trata de todos y no de algunos. El verso citado de (1 Co 12:13) nos enseña que ésta fue la experiencia común en las iglesias de la edad apostólica, empezando con los añadidos a la Iglesia por la predicación de Pedro en el Día de Pentecostés quienes escucharon la Palabra predicada, la recibieron con agrado, manifestaron arrepentimiento y fe, recibieron el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo, siendo agregados seguidamente a la compañía ya formada (Hch 2:37-42). El don de lenguas Hoy en día se habla tanto del don de lenguas que pocos creyentes se dan cuenta de lo poco que hallamos sobre el tema en el Nuevo Testamento. Aparte de breves referencias en Hechos capítulos 2, 10 y 19, con la consideración de un don llamado "lenguas" y de la conveniencia de su uso en público de 1 Co capítulos 12 a 14, apenas se menciona esta manifestación. Y surge en seguida una cuestión inicial que nos deja perplejos: el don que se describe en (Hch 2:4-13) ayudó a judíos de distintas lenguas (eran judíos de la Dispersión que hablaban los idiomas de los países donde se habían criado), a comprender perfectamente las alabanzas de los discípulos y, por supuesto, el discurso de Pedro. Constituyó, pues, un milagro de comunicación, saltando por la barrera lingüística. En cambio, el don "de lenguas", según se conoció en la Iglesia de Corinto, parece ser una comunicación secreta entre el alma y Dios, utilizándose lenguaje que no se comprendía por otros y que exigía la interpretación por medio de otro don espiritual. Los dos dones son una manifestación de la operación del Espíritu Santo para ciertos propósitos suyos en la época y lugar en cuestión, pero ¿podrá ser un don de libre comunión igual a otro que es secreto, y no pasa del individuo aparte de la interpretación? No tenemos una contestación dogmática a la pregunta, pero sí notamos que limita aún más el lugar que se da a este fenómeno en el Nuevo Testamento. Antes de completarse los escritos del Nuevo Testamento fue necesario que las gentes percibiesen que la obra de los Apóstoles y sus ayudadores era de origen divino, y hemos de pensar en "lenguas" igual que en "sanidades", etc., como un medio que acreditaba la Palabra en ciertas circunstancias, sin llegar a ser una panacea universal. Pensando por el momento en el tema relacionado de "sanidades", comprendemos que la salud espiritual de Pablo se beneficiaba más por soportar el dolor de su "aguijón en la carne" que por ser aliviado de él (2 Co 12:7-9) y aprendemos de su experiencia que la frase "bástate mi gracia" nos acerca más a la voluntad de Dios que no una preocupación por manifestaciones espectaculares de la potencia del Espíritu. El señorío del Espíritu Santo en "Los Hechos" Recordemos que los discípulos aprendieron la verdad en cuanto al Espíritu Santo por medio de experiencias personales y reales de su presencia y de su poder, comprobando lo que el Maestro les había anunciado en el Cenáculo. Al llenar la casa donde se hallaban los ciento veinte, como viento impetuoso, el Espíritu Santo se hizo cargo de la situación, manifestándose como él quiso, e inspirando el don de lenguas "según el Espíritu les daba que se expresaran" (Hch 2:4). El Señor ya glorificado había enviado "la promesa del Espíritu Santo" y todas las hermosas características de la Iglesia-Comunidad que se reunía en Jerusalén se derivaban de su presencia y de su poder. Frente al Sanedrín, Pedro se dirige a los magistrados "lleno del Espíritu Santo": hecho manifiesto en la sabiduría y eficacia de su mensaje (Hch 4:8-12). Juntos los discípulos, después de las amenazas del Sanedrín, oran unánimemente y hasta el lugar donde se hallaban tembló: "y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban con denuedo la Palabra de Dios" (Hch 4:23-31). Los Apóstoles se apropiaron de la promesa de que el Espíritu Santo había de dar eficacia a su testimonio (Hch 5:32)y hasta los administradores ocupados en asuntos materiales habían de ser hombres llenos del Espíritu Santo (Hch 6:3-5). El protomártir Esteban consumó su maravilloso testimonio "lleno del Espíritu Santo", y Felipe recibió orden expresa del Espíritu Santo cuando había de acercarse al etíope con el mensaje de vida (Hch 7:55) (Hch 8:29). Saltando por muchos episodios del mismo significado, hallamos en (Hch 16:6-8) que el Espíritu Santo, también llamado el Espíritu de Jesús, prohibió a Pablo y su compañía que evangelizasen Asia y Bitinia en aquella época, obra que correspondía a una época más tardía del ministerio apostólico bajo la dirección del mismo Espíritu. Como es natural, el señorío del Espíritu Santo se destaca en Los Hechos en la obra de los siervos del Señor, pero se establece el mismo principio, como veremos, cuando se trata del ministerio dentro de las iglesias, locales, que dependerá de los dones que el Espíritu reparte según su soberanía. La Persona y Obra del Espíritu Santo en las Epístolas El Nuevo Pacto es esencialmente espiritual Las profecías del Antiguo Testamento ya anunciaban una obra futura, relacionada con el Mesías, que había de ser esencialmente espiritual, grabándose la ley en los corazones de los fieles (Jer 31:31-34). Pablo recoge este tema al describir el ministerio apostólico diciendo: "Nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra (el aspecto externo de la Ley), sino del Espíritu, pues la letra mata, mas el Espíritu vivifica" (2 Co 3:6). Según este pasaje, el Nuevo Pacto es glorioso en extremo, y se anima por "el Señor, el Espíritu" el Dador de perfecta libertad, quien transforma al creyente en la misma imagen del Señor, de gloria en gloria (2 Co 3:17-18). Las Epístolas hacen constantes referencias a distintos aspectos de la obra del Espíritu Santo por la sencilla razón de que los escritores inspirados exponen la doctrina de la dispensación del Espíritu. Se ha de entender que las referencias siguientes son típicas y no exhaustivas, pues en toda manifestación de vida, en toda actividad ordenada por Dios, se halla la presencia y la potencia del Espíritu Santo. La obra y el mensaje de los siervos de Dios Las cartas apostólicas suplen el fondo doctrinal de los acontecimientos históricos que se destacan en Los Hechos, recordándonos que toda obra de Dios, cada mensaje de origen divino, depende de las operaciones del Espíritu de Dios; con clara referencia al Espíritu Santo, Pablo escribe: "Dios es el que en vosotros produce, así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil 2:13). Los principios de la obra en Tesalónica no habían sido fáciles, pero sí muy eficaces, explicando Pablo la razón de esta manera: "Nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder y en Espíritu Santo y en plena convicción..., recibiendo (vosotros) el mensaje en medio de grande tribulación, con gozo del Espíritu Santo..." (1 Ts 1:5-7). Gracias a la potencia del Espíritu Santo la Palabra así predicada llegó a tener resonancia en las extensas provincias griegas de Macedonia y Acaya. Como hemos notado ya en el caso del capítulo 3, la primera sección de 2 Corintios explaya diferentes aspectos del ministerio apostólico. Llegando al final de la sección, en (2 Co 6:4-10), Pablo se vale de elocuentes y gráficas expresiones para resumir el ministerio, pensando más bien en sus experiencias personales. En medio de la lista hallamos: "en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor no fingido, en palabra de verdad, en poder de Dios". Quedamos maravillados ante la eficacia, la fidelidad y la abnegación del servicio de Pablo, pero el secreto del éxito espiritual se halla en el Espíritu Santo: Dios obrando en un hombre enteramente entregado a su voluntad. El Espíritu Santo distribuye soberanamente los dones para el ministerio El Don del Espíritu es su misma bendita Persona, que se entrega al verdadero creyente como Fuente de toda verdadera vida y potencial de todo servicio genuino. Los "dones del Espíritu" surgen del Don, siendo manifestaciones de poder que capacitan al siervo de Dios para su variado ministerio. Los pasajes más destacados que describen la distribución y el empleo de los dones son los siguientes, que debieran leerse: (1 Co 12:4-31) (1 Co 14:26-33) (Ro 12:3-8) (Ef 4:4-16) (1 P 4:10-11). Sólo nos cabe enfatizar los siguientes aspectos de un tema de gran trascendencia, recomendando otros estudios al final de la sección. 1) El origen y la diversidad de los dones. El apóstol Pablo escribe: "Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo... a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho... a éste le es dada por el Espíritu palabra de sabiduría... ciencia... Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere" (1 Co 12:4-11). Los versículos siguientes del mismo capítulo subrayan la interdependencia de los miembros del Cuerpo de Cristo, y la porción termina con la declaración de que Dios colocó a los Apóstoles, profetas, etc., en la iglesia según su soberana voluntad. Cuestiones sobre la naturaleza de algunos de los dones mencionados han de estudiarse en los Comentarios y Estudios que mencionamos más abajo, pero destacamos brevemente estos principios fundamentales: a) El hombre no puede adquirir verdaderos dones por meros procesos de estudio profesional, ya que son manifestaciones de la energía, poder y voluntad del Espíritu Santo. b) Todo "miembro del cuerpo" está en posesión de alguna manifestación del Espíritu Santo, y es importante eliminar la idea de que sólo los dones de predicación, exhortación, enseñanza, pastoreo, etcétera, constituyen manifestaciones del Espíritu. El don podrá manifestarse en una preocupación por un hermano joven, o por otro anciano, llevándole el socorro material, moral o espiritual que precise. La vitalidad y eficacia del Cuerpo depende del pleno ejercicio del don que surge de la potencia del Espíritu Santo en la forma que sea, y en todos los miembros. 2) El ejercicio idóneo de los dones en las esferas apropiadas. Hemos de fijarnos especialmente en (Ro 12:3-6) para ver de qué modo los dones han de ejercitarse. Pablo acaba de enfatizar la importancia de la consagración del creyente justificado (Ro 12:1-2) que le llevará a servir en la iglesia local (de nuevo la figura es la de un cuerpo) con humildad, pero también comprendiendo su responsabilidad, ya que ha de saber lo que el Señor le ha dado con el fin de cumplir su servicio (Ro 12:3-5). Las traducciones aquí han de añadir al original verbos de exhortación con el fin de sacar el sentido de que la "profecía", por ejemplo, tiene su debida esfera y debiera desarrollarse el don en las condiciones apropiadas. Notamos que en este enfoque práctico de los dones Pablo incluye no sólo profecía, ministerio, enseñanza, exhortación, sino también la gracia de repartir con solicitud, y presidir con diligencia, lo que viene a subrayar lo antedicho sobre la gran variedad de las manifestaciones del Espíritu Santo. En (Ef 4:4-16) el panorama es más amplio, y los "dones" concedidos por el Señor resucitado a la Iglesia son más bien personas que ejercitan el ministerio que les ha sido encomendado. Se verá que los Apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros han de servir de tal forma que los demás miembros se animen a hacer su propia contribución, según el principio de que cada miembro ha recibido su "manifestación del Espíritu", siendo llamado a servir a los demás: "El mismo dio a unos como Apóstoles, profetas, evangelistas, pastores, maestros, a fin de perfeccionar a los santos para una obra de servicio, para edificación del Cuerpo de Cristo". El fin ideal del ministerio del Espíritu es éste: "hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, al hombre completo, a la medida de la plenitud de Cristo" (Ef 4:11-13). 3) El ministerio del Espíritu y la Palabra de Dios. La relación estrecha que existe entre la obra del Espíritu y la Palabra de Dios ha sido evidente en citas anteriores tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento y siempre "la espada del Espíritu es la Palabra de Dios" (Ef 6:17). Esta consideración fundamental nos ayudará a comprender mejor el carácter de los dones en la primera época de la fundación de las iglesias, contrastado con el de períodos posteriores. Al viajar Pablo por las provincias del Imperio de Roma, fundando las nuevas iglesias locales sobre el único fundamento de Cristo, los creyentes, algunos de ellos judíos en los comienzos de la obra, disponían de cierto número de rollos de los libros del Antiguo Testamento. Durante la primera época del Nuevo Pacto sólo tendrían colecciones de algunos "Dichos del Señor" (nuestros Evangelios no aparecen hasta los años 60 a 70), relatos de ciertos incidentes del ministerio del Señor en la tierra (Lc 1:1-3) y algunas comunicaciones que iban recibiendo de los Apóstoles mismos. Sólo los muy privilegiados en cuanto a cultura y posibilidades financieras podrían disponer aún de este tesoro limitado, que no podía estar a la disposición de los esclavos convertidos, por ejemplo. Evidentemente las congregaciones necesitaban ayuda inmediata de parte del Espíritu Santo quien obraba por medio de profetas, portavoces de Dios, por inspiración directa, de tal forma que pudieran aclarar cuestiones de doctrina, práctica y conducta. Por eso la lista de los dones en (1 Co 12:8-10) nos extraña algo, pues se trata de lo que los creyentes necesitaban antes de poseer el tesoro del Nuevo Testamento como complemento del Antiguo. El cuadro de (1 Co 14:24-33) destaca el ministerio en la iglesia reunida, viéndose claramente el uso de estos "dones extáticos", o sea, mensajes que dependían de la operación directa del Espíritu Santo sobre sus siervos, profetizando éstos, dando palabras "de ciencia" aquellos, o hablando en lenguas si había intérprete. Ahora bien, al aumentarse el caudal de la Palabra escrita del Nuevo Pacto, el ministerio había de fundarse siempre más sobre la revelación recibida directa o indirectamente por medio de los Apóstoles, según los términos de la comisión especial que habían recibido. La exhortación de Pedro (1 P 4:10-11) pertenece a una época más adelantada de la revelación apostólica, a principios de la persecución neroniana, y notamos que enfatiza más la Palabra como base de ministerio: "cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hágalo conforme a las palabras de Dios...". Las enseñanzas de Pablo y Pedro coinciden exactamente en cuanto al uso de los dones del Espíritu, pero cuando escribe Pedro, la Palabra del Nuevo Pacto es conocida más ampliamente de modo que los mensajes hablados habían de conformarse con estos oráculos de Dios. Una vez que se había terminado el canon del Nuevo Testamento, los siervos de Dios debían fundar sus mensajes sobre la revelación dada por medio de los Apóstoles. La suma total de la Palabra revelada tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento es de una riqueza incalculable, y provee todo lo necesario para un ministerio completo. El ejercicio de "dones extáticos" siempre abre la puerta a posibles movimientos subjetivos, que pueden reflejar algo del "hombre"; o posiblemente obran otras influencias extrañas a la voluntad de Dios que difícilmente se prestan a comprobación. En vista de estos factores no parece sensato correr riesgos, puesto que ningún siervo del Señor ha agotado jamás el contenido y el profundo sentido de "los oráculos de Dios" escritos. Está a mano "la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios"; esta arma no falla nunca si se maneja con sencillez y discernimiento en el poder del Espíritu. Orando en el Espíritu Nuestro epígrafe se halla tanto en (Ef 6:18) como en (Jud 1:20), y las profundas enseñanzas de Pablo en (Ro 8:26-27) amplían las perspectivas de "oración en el Espíritu", abarcando su intercesión. La oración, en su sentido más profundo, viene a ser la comunión del alma redimida con Dios, y dista mucho de una mera lista de peticiones, aun si éstas vayan acompañadas por acciones de gracias y de alabanzas. Esta comunión (y comunicación) con Dios es parte tan esencial de la vida del creyente que hemos de "orar sin cesar" (1 Ts 5:17), puesto que, si se rompe la línea de unión con Dios, no somos más que balsas a la deriva en el océano de la vida, llevadas por corrientes incontrolables por nosotros. El hecho que transforma meras expresiones piadosas en fuerte trabazón entre el alma y su Dios es la morada del Espíritu Santo en el creyente, "Dios en vosotros", quien excita deseos en conformidad con la voluntad de Dios y nos ayuda a darlos cumplida expresión. Por el contexto de (Ro 8:26-27) sabemos que el creyente "gime" en este mundo, sintiendo la frustración de lo meramente natural, pero "el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles". El que escudriña los corazones interpreta las intercesiones, de tal forma que los anhelos del corazón, despertados por el Espíritu, se incorporan en los diseños de la voluntad del Omnipotente. El Hijo, el Sumosacerdote, intercede por nosotros desde la Diestra (He 2-7), mientras que el Espíritu Santo, conforme a sus operaciones internas, obra dentro de nosotros, despertando deseos que son en sí intercesiones e interpretándolos dentro del ámbito de la voluntad de Dios. He aquí uno de los aspectos más importantes de la obra del Espíritu Santo en la experiencia del creyente. Enfatiza lo que las Escrituras nos dicen sobre el peligro de entristecer el Huésped Divino. El Espíritu Santo y la santificación Hemos de dedicar un breve estudio al tema de la Santificación en el que examinaremos, necesariamente, la obra del Espíritu Santo en esta separación de la vida del creyente para Dios. Con todo, a los efectos de no dejar un hueco obvio en la consideración de nuestro tema, presentamos dos puntos importantes aquí. 1) La santificación se vitaliza por el Espíritu Santo. La santificación significa la separación del creyente para Dios, que se efectúa por su unión vital por la fe con Cristo, el que murió al pecado y resucitó a todos los efectos de la nueva vida. Si morimos y resucitamos con Cristo, pregunta Pablo, ¿cómo podemos continuar en el pecado? El "viejo hombre" fue crucificado, gracias a la obra que Cristo consumó, y está "puesto fuera de uso" (así el verbo "katargeó" en (Ro 6:6) con el fin de que no sirvamos más al pecado. Obviamente, una separación del mundo y del pecado realizada por medio de la unión del creyente con Cristo resucitado, supone también la victoria sobre el pecado. Todos estos conceptos se desarrollan en (Ro 6:1-14), y la santificación práctica surge de nuestro reconocimiento en todas las decisiones, grandes y pequeñas de la vida, que "somos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús". Pablo vuelve a subrayar la obra de Cristo como base de la victoria sobre el pecado en (Ro 8:3-4). A continuación, sin embargo, nos hace ver también el modo en que el Espíritu vitaliza esta obra en la vida del creyente. El creyente que se ha unido con Cristo se halla dentro de la esfera del Espíritu, y "el Espíritu de Cristo" mora en él, siendo "el Espíritu de Resurrección" quien da vida al cuerpo, que de otra forma sería meramente mortal (Ro 8:9-11). Ahora hay "una ley (norma) de vida en Cristo Jesús" que liberta del pecado y de la muerte, y corresponde al creyente andar "según el Espíritu" y no "según la carne" (Ro 8:1-14). La íntima relación entre la obra del Espíritu y la Santificación se destaca hermosamente en (2 Ts 2:13): "Dios os escogió desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad". El fruto del Espíritu Además de este breve resumen de las doctrinas de Romanos capítulos 6 a 8, debiéramos estudiar (Ga 5:16-26): pasaje que expresa las mismas verdades por medio de distintas figuras y expresiones. De nuevo la base es la crucifixión de la carne con Cristo (Ro 6:24) (Ga 5:24), aclarando Pablo que las normas carnales y las espirituales son incompatibles; el Espíritu Santo lucha contra toda manifestación de la carne, o sea, la vida adámica en su sentido pecaminoso. Sólo el Espíritu puede guiar al creyente por sus caminos, para que "ande en el Espíritu". Las obras de la carne (Ga 6:19-21) se destacan en su terrible fealdad, pero también se presenta el hermoso "fruto del Espíritu" (Ga 5:22-23): "Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza". El creyente no necesita estar en duda en cuanto a lo que es (y no es) la obra del Espíritu, ya que la Palabra describe tan claramente sus manifestaciones. ¿Desembocan mis pensamientos, palabras y hechos en los rasgos de (Ga 5:22-23)? Entonces son del Espíritu. ¿Dan lugar a las obras descritas en los versículos 19 a 21? Entonces surgen de la vieja naturaleza, que, en último término, se inspira en influencias satánicas. El sello del Espíritu y la plenitud del Espíritu El sello del Espíritu La frase del epígrafe se basa en un simbolismo arraigado en las costumbres orientales. El "echar una firma" no era corriente en tiempos cuando sólo algunas personas escribían por su cuenta, empleando otros amanuenses profesionales, de modo que el negociante o propietario solía llevar un sello grabado con un dibujo peculiar, que servía para estampar un documento, identificándole personalmente y dando al escrito la autoridad de su nombre. a) El Espíritu es el sello que garantiza el hecho de que Dios se ha posesionado de nosotros. "No contristéis el Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención" (Ef 4:30). El sello indica que ya somos de Dios, y que se ha de llevar a cabo el proceso que se perfeccionará en la "redención" en su sentido futuro y completo. ¡Qué mejor sello que el mismo Espíritu Santo, ya que Dios mismo nos da lo mejor del cielo ahora y garantiza la consumación de la obra! Hablando de Cristo como el "Sí" y el "Amén" de todas las promesas de Dios, Pablo añade: "Y el que nos confirma con vosotros en Cristo y el que nos ungió es Dios, el cual también nos ha sellado y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones" (2 Co 1:21-22). Aquí el Espíritu Santo se compara a la unción, al sello y a las arras, una combinación muy relacionada de símbolos que ofrece una confianza incontrastable al alma creyente. Dios no deja las garantías ni a hombres ni a ángeles, sino que él mismo, por su Espíritu, confirma el corazón en relación con la obra total de salvación, complementando las operaciones del Espíritu la obra del Intercesor a la Diestra. b) Una referencia al sello del Espíritu Santo en (Ef 1:13-14) subraya más bien la garantía que nos da en cuanto a la herencia prometida, y el concepto se enlaza con el de "las arras" que ya hemos notado: "En él también vosotros, habiendo oído la Palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria". No sólo somos sellados como posesión de Dios, quien ha de completar su gran obra redentora en nosotros, sino que el Espíritu Santo, recibido ya por el creyente, es el sello y las arras de la herencia que Dios tiene reservada por nosotros, abarcando todos los propósitos eternos de Dios para cada uno de los suyos. La plenitud del Espíritu Dios es infinito, de modo que le es imposible darse a sí mismo parcialmente. Según (Jn 3:34), la plenitud de Dios se manifiesta en las palabras del Hijo, y sigue la declaración: "porque Dios no da el Espíritu por medida", que viene a ser un principio de validez eterna. Muchos de los discípulos que recibieron el bautismo del Espíritu durante los maravillosos días de testimonio que se describen al principio de Los Hechos, también fueron llenos del Espíritu Santo, pero hemos de establecer una clara distinción entre "bautismo" y "plenitud", ya que todos fueron bautizados en un Cuerpo y todos bebieron del mismo Espíritu (1 Co 12:12-13) y sin embargo no todos los creyentes en Corinto se hallaban llenos del Espíritu Santo. El bautismo del Espíritu encierra la posibilidad de la "plenitud", pero el hecho de estar lleno del Espíritu depende de la colaboración de la voluntad del hijo de Dios. Por eso el término se halla en (Ef 5:18) en la forma de una exhortación: "No os embriaguéis con vino..., antes bien sed llenos del Espíritu". Como figura explicativa pensemos en un gran embalse, que ha de hacer posible el desarrollo de un amplio sistema de riego. Comprendemos que, juntamente con la presa, tiene que haber acequias libres de obstáculos con el fin de que el agua llegue adonde las plantas y árboles la requieren para su crecimiento. Si cierto canal se obstruye por medio de piedras, tierra y basura, quizá pase cierta cantidad de agua dando lugar a una limitada fertilidad, pero faltará la "plenitud" que sería la garantía de una cosecha abundante. La pobreza del testimonio de ciertos hermanos y la flaqueza espiritual de muchas iglesias locales se deben a la falta de esta "plenitud", a causa de la presencia de los obstáculos que mencionaremos en el apartado siguiente. En manera alguna surgen de escasez alguna en el suministro divino. La plenitud del Espíritu produce abundante fruto en la vida del hijo de Dios (Ga 5:22-23) y proporciona el poder necesario para la clara proclamación de la Palabra, en las más variadas circunstancias (Hch 4:8,31) (1 Ts 1:5-6). Contristando al Espíritu, apagando al Espíritu (Ef 4:30) (1 Ts 5:20-21) "No contristéis al Espíritu Santo de Dios" El contexto de esta exhortación (Ef 4:25-32) echa luz sobre reacciones que podrían contristar al Espíritu de Dios, tratándose de todo movimiento de la voluntad que impide la manifestación del fruto del Espíritu que hemos examinado en (Ga 5:22-23). Pablo habla de iras, de palabras torpes, de hurtar, de sentir resentimientos y proferir palabras injuriosas. En fin, todo lo que obra en contra de la ley del amor, manifestada mediante el espíritu de perdón, de benignidad y de compasión. En otro lugar tendremos que notar la naturaleza y las obras del "hombre viejo" y "el hombre nuevo", pero es obvio, por los estudios ya hechos, que las obras del viejo hombre son totalmente contrarias a las del nuevo, puesto que éste se somete a los impulsos del Espíritu Santo. Es trágico que la "basura" de la vieja vida caída llegue a impedir las divinas operaciones del Espíritu Santo, siempre a la disposición del hijo de Dios, y comprendemos la importancia de crecer en gracia y en la comprensión de la sabiduría de Dios por medio de la meditación en la Palabra Santa. No se trata de un ideal hermoso (pero imposible de conseguir), puesto que la exhortación: "Sed llenos del Espíritu" implica la posibilidad de su realización. "No apaguéis el Espíritu", (1 Ts 5:19) El contexto de este mandato lo distingue netamente del pecado de "contristar al Espíritu", ya que el Apóstol escribe a continuación: "ni menosprecies las profecías... examinadlo todo, y retened lo bueno". Se trata, pues, del ejercicio de los dones espirituales que hemos descrito en su lugar, y del ministerio público de la Palabra por la potencia del Espíritu. Había dones del discernimiento del Espíritu, y existió siempre la necesidad de juzgar la calidad espiritual de los mensajes dados a la congregación (1 Co 14:29); sin embargo, los hermanos habían de cuidar muy bien de no poner estorbos en el camino de un ministerio verdaderamente espiritual. El profesionalismo clerical no puede por menos que "apagar el Espíritu", ya que deja muchos dones, que el Espíritu ha dado según su soberanía, atrofiados por falta de su debido ejercicio. El Espíritu Santo y la Iglesia El Espíritu Santo mora en la Iglesia universal Bajo los títulos de "Iglesia Universal" e "Iglesia Local" volveremos a considerar la Iglesia como Templo del Espíritu Santo, y sólo a los efectos de no dejar nuestro tema incompleto notamos aquí que el Día de Pentecostés, el día del nacimiento de la Iglesia, vio el "fundamento" del edificio espiritual, la Iglesia Universal. Según (Ef 2:20-22) los miembros de la familia de Dios se hallan "edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y profetas, siendo la principal Piedra del ángulo Jesucristo mismo... edificados para morada de Dios en el Espíritu". Sólo Dios puede ver la gloria de la manifestación del Espíritu, análogo a la nube de gloria que llenaba el Templo de Salomón, pero no hemos de olvidarnos de que existe, bien que nuestra visión inmediata se limita necesariamente a la iglesia local y a los creyentes que también se llaman "templos". El Templo de la Iglesia Local, (1 Co 3:16-17) "¿No sabéis que sois templo (santuario) de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?". Notemos que el verbo, "sois", señala la colectividad de la iglesia, y no el hecho de que cada creyente sea un templo. La iglesia local refleja la naturaleza y función de la Iglesia Universal en cierto lugar geográfico, pensando no en el edificio, sino en la congregación de los fieles que se reúnen alrededor de la Persona de Cristo. La presencia del Espíritu Santo transforma esta compañía en un santuario, haciendo eficaz su adoración, su ministerio y su testimonio. Todo el pasaje tiene que ver con la obra de "cada uno" de los creyentes dentro del conjunto de la iglesia local. El cuerpo del creyente como templo del Espíritu Santo, (1 Co 6:19) Al tratar de la necesidad de la pureza moral en la vida de cristianos, Pablo lanza otra pregunta retórica: "ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros, el cual habéis recibido de Dios...?". En este contexto se trata del hombre redimido en cuyo cuerpo, y en todo su ser, el Espíritu Santo se digna hacer su morada. Los cuerpos, afectados por el pecado, no parecen muy aptos para ser convertidos en "santuarios" que manifiesten la presencia del Espíritu de Dios, pero hemos de recordar, agradecidos, el misterio y la gloria de la obra de la gracia de Dios en nosotros. Nos corresponde, pues, vencer el egoísmo con el fin de glorificar a Dios por medio del cuerpo. La personalidad del Espíritu Santo Las actividades personales del Espíritu Santo Las actividades que se mencionan a continuación no pueden ser las de una mera "influencia" y las referencias confirman muchas citas anteriores que subrayaban la Persona del Espíritu Santo. Referencias en (Jn 14-16): El Espíritu Santo mora, enseña, recuerda, da testimonio, convence del pecado, lleva las almas a toda verdad, entiende, habla y anuncia (Jn 14:17,26) (Jn 15:26) (Jn 16:8,13). Referencias en Los Hechos. Ya hemos notado el señorío del Espíritu al ordenar la obra de sus siervos, pues dirige a Felipe, llama a Bernabé y Saulo a un servicio especial, y les envía luego para cumplirlo. Posterga ciertos planes apostólicos y da potencia a la Palabra (Hch 8:29) (Hch 13:2-4) (Hch 16:6-8) (1 Ts 1:5-7). Estos son ejemplos de una operación constante. Los atributos personales del Espíritu Santo Su voluntad se ejerce soberanamente (1 Co 12:11). Piensa e intercede (Ro 8:27). Conoce lo profundo de Dios y lo revela en palabras adecuadas (1 Co 2:10-11). Ama y despierta el amor (Ro 15:30) (Ga 5:22-23). Es posible contristarle y dirigirle mentiras (Ef 4:30) (Hch 5:3). Los Nombres y títulos del Espíritu Santo Espíritu de santidad (Ro 1:4). Espíritu de Dios (2 Cr 15:1). Espíritu de Jehová (Is 11:2). El Espíritu del Padre (Mt 10:20). El Espíritu de Jesús (Hch 16:7). El Espíritu de Cristo (Ro 8:9). El Espíritu del Hijo (Ga 4:6). El Paracletos (el "llamado a nuestro lado para auxiliar", (Jn 14:14). El Espíritu de la Promesa (Ef 1:13). Muchos de estos títulos nos recuerdan la unidad del Trino Dios. Los símbolos que representan el Espíritu Santo El viento (Jn 3:8) (Hch 2:2. Es figura fundamental, ya que "neuma" ("ruah" en el Antiguo Testamento) quiere decir "viento" o "soplo", y de ahí pasa a emplearse para el "soplo de Dios". Paloma (Mt 3:16). La figura sugiere pureza, tranquilidad, capacidad para anidar e incubar. Fuego (Mt 3:11) (Hch 2:3). El simbolismo del "fuego" se emplea a veces en contextos de bendición y en otros de juicio. Si en todos los casos se piensa en que el fuego es figura de las santas energías de Dios, manifestadas particularmente por las operaciones del Espíritu Santo, comprenderemos que aportan suma bendición al alma humilde al par que obran juicio en el caso del hombre rebelde. Las figuras de "sello" y "arras" ya se han tratado aparte. El agua. Hemos notado anteriormente que es imposible limitar el simbolismo del "agua" al Espíritu Santo, pero aun cuando se enlaza a veces con la Palabra, es implícita la operación del Espíritu quien refrigera y vivifica. Pensamos en el rocío de (Os 14:5), las lluvias de (Jl 3:23,28-29) y los ríos de (Is 44:3). "El aceite" de (Lv 8:30) y (Zac 4:1,14) se relaciona con la "unción" de (2 Co 1:21) y (1 Jn 2:20,27), siendo símbolo de la separación para un servicio especial y recordando también el suministro de poder divino para su cumplimiento.

martes, 12 de marzo de 2019

PORQUE HAY UN SOLO DIOS, Y UN SOLO MEDIADOR ENTRE DIOS Y LOS HOMBRES, JESUCRISTO HOMBRE

1 Timoteo 2:5 La obra mediadora de Cristo La idea de mediación entre Dios y los hombres (o entre los falsos dioses y sus engañados adoradores) es un factor esencial en casi todas las religiones, y, divorciada de la revelación divina, ha dado lugar a muchas y funestas manifestaciones de sacerdotalismo. Limitándonos al teísmo, que afirma la existencia de un Dios personal, Creador y Sustentador de todas las cosas (y que no ha de confundirse con el deísmo), es evidente el abismo que separa al hombre, pequeño en sí y degradado de su primitiva nobleza por la Caída, del Dios omnipotente, sublime y santísimo; y la mente pensadora y la conciencia sensible no pueden por menos que gemir con Job: "(Dios) no es hombre como yo para que yo le responda y vengamos juntamente a juicio. No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano sobre nosotros dos" (Job 9:32-33). La distancia es real y el abismo que media entre el Dios creador, único Arbitro moral, y el hombre en su pecado, es tan inmenso e insondable que produce vértigo en quien lo contempla; pero la dificultad se ha aumentado aún más en el pensamiento de algunos a causa de ciertos conceptos filosóficos y religiosos, que se han infiltrado en el cristianismo a través del platonismo, que estiman toda obra material como muy inferior al "espíritu", llegando hasta pensar que la materia es origen y sede del mal. No es ésta la doctrina bíblica, pero explica el afán religioso de proveer mediadores entre la sublimidad espiritual de Dios y el mundo material habitado por los hombres, cuyos espíritus, según tales conceptos, se hallan "encarcelados" en el cuerpo. Frente a tales nociones, Pablo redactó la Epístola a los Colosenses en la que recalca que sólo Cristo "llena" el abismo y anula la distancia, uniendo al creyente con Dios por su "plenitud", siendo peligrosísima toda idea de jerarquías de mediadores angelicales. Al considerar el concepto de mediación en las Escrituras tenemos que librar nuestra mente de tales ideas filosófico religiosas, ateniéndonos únicamente a lo revelado por Dios. Según la revelación bíblica, Dios mismo creó el mundo material, declarando después que era "bueno en gran manera"; por lo tanto, el hecho de asociarse el alma y el espíritu con un cuerpo material, no constituye en sí barrera entre el hombre y Dios (Gn 1:31). El mal hizo su entrada en el mundo material desde afuera, donde ya se había manifestado en esferas espirituales, pero rebeldes, y su injerencia en la vida humana levantó en el acto una barrera que cortó la comunión entre el Creador y su criatura. Con todo, fue Dios, según el principio de la gracia que ya hemos estudiado, quien tomó la iniciativa con el fin de buscar al ser caído y señalarle el camino de retorno (Gn 3:8-21). Ya hacía falta mediación, pero el sagrado misterio de la Trinidad permitió una obra mediadora entre Dios y el hombre sin que tuviesen que intervenir otros seres (excepto en el caso especial y limitado de Moisés y los ángeles cuando fue dada la Ley), toda vez que el Hijo eterno, Mediador ya desde el principio de todo lo creado, pudo ser designado como Revelador del Padre y Redentor frente al nuevo y trágico hecho del pecado en el hombre. La obra típica de mediación es la que el Dios Hombre, declarado Sacerdote eternamente según el orden de Melquisedec, lleva a cabo desde la Diestra de Dios en esta dispensación, pero hay indicios bíblicos que señalan al Hijo como Mediador con anterioridad a la Encarnación, y que merecen nuestro estudio reverente, ya que ensanchan los horizontes de este sublime tema. El Mediador y la creación 1. El Hijo, Creador, Sustentador y Revelador Las relaciones entre el Hijo eterno (o el Verbo, que es el título complementario) y todo lo creado, se describen principalmente en (Jn 1:1-4) (Col 1:13-16) con (He 1:2-3). En todos estos pasajes hallamos claras declaraciones de que todas las cosas y todos los seres sin excepción alguna fueron creados por el Hijo como Agente ejecutivo del Trino Dios, siendo él también quien sustenta todas las cosas, porque sólo en él subsisten (He 1:3) (Col 1:17). Juan le presenta como la Vida, que no sólo vivifica, sino que llega a ser la luz de los hombres, quienes no pueden recibir iluminación o revelación aparte de él. En este Mediador toda la plenitud de la Deidad tuvo complacencia en habitar, para llenar toda necesidad en la criatura (Jn 1:16) (Col 1:19) (Col 2:9-10). Al emplear Juan la voz "Logos" ("Palabra" o "Verbo") en el prólogo de su Evangelio para señalar aquel que revela al Padre y crea todas las cosas, echó mano a un término muy conocido en la filosofía griega como equivalente a la "razón divina" que ordenaba el universo. Más importante, sin embargo, es el enlace del vocablo con la revelación anterior del Antiguo Testamento, ya que recoge y amplía el sentido de las referencias a la Palabra ejecutora de Dios que hallamos en pasajes como el (Sal 33:6) e (Is 55:11), y que tendía a personificarse en el uso hebreo. Muy relacionado con la Palabra es el concepto de la Sabiduría, que pensaba, llamaba y obraba, y que se plasma en una evidente personificación en (Pr 8:22-31): "Cuando (Dios) establecía los fundamentos de la tierra, con él estaba yo, ordenándolo todo y era su delicia de día en día... me regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias son con los hijos de los hombres". El concepto nebuloso y algo descarnado de la revelación anterior halla maravilloso cuerpo y sustancia en el Hijo, y Juan, en el prólogo de referencia, establece la identidad entre el Verbo eterno y creador y Aquel que "fue hecho carne y habitó entre nosotros", como etapa culminante de su obra de revelación, de redención y de recreación. 2. El Hijo Mediador Tendremos ocasión de volver a considerar la obra sacerdotal de Cristo "según el orden de Melquisedec" más abajo, pero aquí podemos notar que un aspecto del parangón que se establece entre Cristo y Melquisedec en (He 7:1-10), basado sobre (Gn 14:18-20) y el (Sal 110:4) debe entenderse a la luz de la obra mediadora del Hijo desde el principio de toda creación. Melquisedec, sin duda una figura histórica y real, era un rey-sacerdote, que adoraba y servía al "Dios Altísimo, poseedor de los cielos y de la tierra", según el modelo primitivo de los reyes, jefes de tribu y patriarcas entre los cuales se guardaba aún la luz de la revelación original de Dios. Ejemplos tenemos de estos reyes-sacerdotes en Noé (Gn 8:20-21), en Abraham (Gn 12:8), en Isaac (Gn 26:25), en Jacob (Gn 35:7), además del caso notable e iluminador de Job, quien no era hebreo, pero que tenía profundos conocimientos de Dios y le servía, ofreciendo sacrificios, en medio de su familia y tribu (Job 1:5) (Job 42:8). Hay razones para creer que esta antigua institución, que arranca de la creación del hombre, era en sí trasunto de una verdad mucho más fundamental: la obra mediadora desde el principio de todo lo creado del Hijo de Dios, quien siempre ordenaba los asuntos humanos como Sustentador, y cuya obra futura de expiación y de redención era algo conocido y necesario desde antes de la fundación del mundo (Ap 13:8) (1 P 1:18-20) (2 Ti 1:9). Es verdad que Melquisedec era tipo del Rey-Sacerdote que había de ser manifestado, pero también es verdad que Melquisedec fue él mismo hecho semejante al Hijo de Dios en función de eterno Mediador, y así enlaza típicamente el pasado con el porvenir (He 7:3). Todo el énfasis en (He 7:1-10) recae sobre el orden de Melquisedec, y no tanto sobre la persona del rey de Salem. Siendo su sacerdocio reflejo de la obra del Mediador divino desde el principio, y un anticipo de la renovada mediación después de la Obra de la Cruz, que era superior a todas luces a Aarón en su obra parentética y temporal, que sólo podía revestirse de importancia hasta la consumación del sacrificio, cuando la "sombra" desapareció al manifestarse la "sustancia". Los mediadores del Antiguo Testamento 1. Los intercesores Toda obra mediadora en relación con Dios tiene por objeto mantener la comunión entre él y la criatura, y por ende es natural que los guías del pueblo de Israel se vieran frecuentemente en la necesidad de interceder por sus compatriotas, ya que éstos caían con tanta frecuencia en pecados que entorpecían tal comunión. Desde luego no había en el antiguo régimen ningún ser puro y sin culpa que pudiera interceder por otros sobre la base de su propia perfección, pero sí se hallaban guías que comprendían la voluntad de Dios para el pueblo en su día, pudiendo interceder sobre la base de las promesas que Dios había otorgado. Igual podemos decir de los jefes de familias y de tribus. a) Job. Ya hemos notado que este santo varón se preocupaba por el estado espiritual de sus hijos, intercediendo por ellos y ofreciendo holocaustos. De igual forma tuvo el privilegio de interceder por los amigos que tanto le habían afligido el alma (Job 1:5) (Job 42:8-10). He aquí una típica función mediadora en el plano humano, bien que la eficacia de toda intercesión de los hombres por los hombres dependía de la expiación de los pecados que por fin había de realizar aquel que "oró por los transgresores" (Is 53:12). b) Abraham. La intercesión de Abraham a favor de Lot es modelo clásico del "amigo de Dios", quien, con conciencia limpia, y preocupado por otros que no habían sabido vivir a la altura de su profesión, rogaba con santa insistencia por ellos. Sin duda, lo poco que pudo salvarse de Sodoma, apenas más que la mera vida de Lot, se debió al "mediador" (Gn 18:23-32). c) Moisés. Después del Éxodo Moisés llevaba de forma especial la carga espiritual del pueblo de Israel, y llega a ser por excelencia el intercesor que sabía colocarse "en el portillo" ("brecha"), alegando las promesas de Dios a favor del pueblo que tan pronto se había olvidado de sus compromisos frente a Dios. Caso notable fue su ruego: "Que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito" (Ex 32:30-32) (Sal 106:23). d) Samuel fue rechazado por el pueblo como el caudillo que representaba la teocracia, y comprendía muy bien los motivos carnales que habían inducido al pueblo a pedir un rey. Con todo, sólo la muerte pudo terminar su obra de intercesión a su favor: "Lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros" (1 S 12:23). Representaba la larga línea de profetas que, habiendo recibido frecuentes oráculos de juicio frente al pueblo rebelde, con todo no dejaban de elevar sus peticiones a su favor (Dn 9:3-19). Todos estos piadosos varones, que se identificaban con el pueblo al par que procuraban salvarles de sus fracasos, son tipos del gran Intercesor que vino para identificarse con el pueblo perdido, y, habiendo efectuado la obra de salvación, "vive eternamente para interceder por ellos" (He 7:25). 2. El sacerdocio aarónico En el estudio sobre los pactos bíblicos, hacemos constar la enorme importancia del régimen levítico en la historia de Israel, ya que las segundas tablas del Decálogo se hallaban en el Arca del Pacto sobre la cual era esparcida la sangre del sacrificio del Día de Expiaciones, haciendo posible que continuase siendo el Trono del Dios justo, donde manifestara su presencia, a pesar de haber quebrantado el pueblo todas las provisiones del pacto. Al constante derramamiento de sangre correspondía la obra, en el plano humano, del sumosacerdote, en quien se concentraban las funciones mediadoras del régimen de sombras, y que se describen con admirable nitidez en (He 5:1-4): "Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados". Por una parte estaba completamente identificado con el pueblo de donde fue "tomado". Por otra parte tenía que ministrar en lo que atañía a Dios en los cultos ordenados. El contacto humano fue perfecto y fácil, siendo Aarón hombre de iguales pasiones que los demás, y necesitando ofrecer sacrificios por sí mismo antes de poder actuar simbólicamente a favor de otros. El contacto con Dios fue dificilísimo, y la entrada al Lugar Santísimo se limitó por fin a un solo día en el año, el de Expiaciones, y fue rodeado de grandes precauciones (Lv 16:1-14) (He 9:6-10). Veremos que en el caso del Sumo Sacerdote de esta dispensación pasó todo lo contrario. Con todo, y dentro del régimen preparatorio de sombras, se destacan en Aarón y sus sucesores las típicas funciones de un mediador. Notemos el hermoso detalle de llevar engastados en el pectoral, sobre su corazón, los nombres de las doce tribus de Israel, "por piedras memoriales para los hijos de Israel, como Jehová había mandado a Moisés" (Ex 39:6-7). El sacerdocio aarónico se relaciona siempre con los repetidos sacrificios que hablaban, por el hecho mismo de su repetición, de un sacrificio final que aún no se había efectuado. El rito llega a su punto culminante en el Día de Expiaciones, y la Epístola a los Hebreos reitera una y otra vez, que, al consumarse la gran Ofrenda una vez para siempre en la "consumación de los siglos", todo sacrificio de sangre pierde su valor y significado, y, por consiguiente, el sacerdocio aarónico se retira, habiendo cumplido su función parentético y temporal (He 9:26) (He 10:10,14) (He 7:11-28). El solo Mediador El aspecto general de la obra. La obra mediadora de Cristo se relaciona siempre con el Sacrificio por el pecado, ya que es la ofensa contra la justicia de Dios que impide la comunión y que necesita quitarse de en medio. Antes de pasar a las detalladas enseñanzas de la Epístola a los Hebreos, debemos notar la gran declaración de Pablo en (1 Ti 2:5) "Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre". Si examinamos el contexto de este conocido versículo veremos que no es sólo que "Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios" (1 P 3:18), sino que la misma continuidad de la raza y las relativas bendiciones que reciben los hombres dentro del actual orden social, dependen de la "satisfacción" que se ofrendó frente a las justas exigencias de Dios en el Gólgota. Al principio del capítulo Pablo recalca la necesidad de la oración a favor de todos los hombres, con mención especial de cuantos se hallan en eminencia, a fin de que sea posible una vida tranquila y normal para todos. Luego nota que este buen orden es agradable al Dios que "quiere que todos los hombres sean salvos y que vengan al conocimiento de la verdad", y a renglón seguido adelanta la gran declaración que nos ocupa. Cualquier bien, pues, que llega a los hombres, aun a aquellos que rechazan la gracia divina, depende de la obra del único Mediador, en cuyas manos Dios ha encomendado todas las cosas (Jn 13:3). Pero esta obra mediadora, completa en el caso de los salvos, y necesaria para el desarrollo de la vida humana de todos, halla su base en el sacrificio de expiación, por cuya causa el apóstol añade en seguida: "El cual (Cristo) se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo" (1 Ti 2:6). El Mediador del Nuevo Pacto Cristo se llama el "Mediador del nuevo pacto" (o "de un pacto mejor") en (He 8:6) (He 9:15) (He 12:24). En la versión Reina Valera de (He 9:15) la palabra que hallamos es "testamento", pero es mejor traducir la voz griega, "diathéké" siempre por "pacto". Un pacto es un acuerdo o concierto convenido entre dos personas o entidades que garantiza ciertos beneficios, obligándose las dos partes a cumplir las obligaciones estipuladas. La voz hebrea "berith" se relaciona etimológicamente con el verbo "cortar", y probablemente significa todo acuerdo que se solemnizaba por ofrecer una víctima inmolada (Gn 15:9-10) (Jer 34:18-19). Es natural la idea de mediación en relación con un pacto, operando la tercera persona para poner de acuerdo las partes contratantes, y para vigilar por el cumplimiento de las condiciones. El título de Cristo como "Mediador del nuevo pacto" ha de destacarse sobre el fondo de los dos pactos que determinaron la relación de Jehová con su pueblo Israel, el abrahámico y el mosaico. El pacto del Reino concertado con David es también muy importante, pero no entra tan directamente en el tema del Nuevo Pacto (2 S 7:8-16). 1. El pacto de Dios con Abraham Pablo recalca mucho que este pacto, detallado en (Gn 15) como confirmación de la promesa de (Gn 12:1-3), fue obra exclusiva de la gracia de Dios, siendo unilateral e incondicional, ya que Dios garantizó las bendiciones sin pedir a Abraham más que la necesaria fe para recibir lo que Dios proveía (Ga 3:14-18). Más tarde este aspecto se subrayó aún más, ya que Dios "interpuso juramento", o sea, la garantía absoluta de su Persona y Palabra (Gn 22:16-18) (He 6:13-20). Pablo insiste también que la Ley dada en el Monte Sinaí no pudo anular lo que Dios había pactado con Abraham 430 años antes, de modo que quedó en operación para la bendición de los fieles a través de los siglos y no perdió su validez por la disciplina parentética del sistema legal. Por fin se recoge y se cumple en el Nuevo Pacto garantizado por Cristo y sellado con su sangre. Notemos, sin embargo, que fue solemnizado por el sacrificio como todo verdadero "berith", lo que habla de la obra de la expiación, única base para la manifestación de la gracia de Dios (Gn 15:9-10) (He 9:13-17). 2. El pacto de Sinaí El Nuevo Pacto se enlaza con el abrahámico y se contrasta con el sinaítico, cumpliendo el primero y sustituyendo al segundo. El pueblo de Israel aceptó las condiciones que Dios les impuso por medio de Moisés al pie del monte reiterando: "Haremos todas las palabras que Jehová ha dicho" (Ex 24:3). El pacto sinaítico, pues, dependía no sólo de Dios, sino de la actitud y la obra del pueblo que se comprometió a cumplir condiciones imposibles a hombres pecadores. Hay un sentido más amplio en que este pacto estipula que Israel ha de ser el "pueblo de Dios", y que Jehová ha de ser "el Dios de ellos", y tal relación puede ser renovada en varias ocasiones durante los siglos venideros, pero en cuanto al cumplimiento de la Ley como "condición", el pacto "se envejecía" y desde el primer momento por falta del cumplimiento de las condiciones de parte del pueblo. Ya hemos visto que se "subsanaba" el fracaso del pueblo contratante por el derramamiento de la sangre y por la inauguración del sistema levítico que hablaba anticipadamente de la obra de la Cruz (He 8:6-13) (He 9:18-22). Es evidente que Moisés actuaba como mediador de parte del pueblo en este pacto (Ex 19:10-25) (Ex 20:18-21) y se habla también de una mediación misteriosa de parte de ángeles, sin que podamos saber en qué consistía (He 2:2) (Ga 3:19). El hecho es que el pacto de las obras, por su misma naturaleza, suponía una separación entre Dios y el pueblo contratante, por lo cual Pablo subraya la superioridad del pacto con Abraham precisamente por depender únicamente de la operación directa de Dios sin necesidad de intermediarios (Ga 3:17-20). Por el hecho de volver el pecado en transgresión, y por obligar al hombre a desesperarse de sí mismo y de sus obras, el pacto de Sinaí preparó el terreno para el Nuevo; pero por su naturaleza, siendo legal y "de obras", es totalmente opuesto a la obra de gracia que fue sellada con la sangre del Cordero. 3. El Nuevo Pacto Su naturaleza Se enlaza con el pacto abrahámico por ser una obra de pura gracia, pero el Nuevo Pacto señala la consumación de la obra, o sea, la manifestación del designio eterno de Dios en Cristo para la redención del hombre, mientras que lo pactado con Abraham no pasaba de ser un preludio que necesitaba el Nuevo Pacto para darle validez. Dios mismo garantizaba todo en el pacto con Abraham, y actuaba, por decirlo así, como su propio "Mediador". De igual forma es el Hijo, el Dios-Hombre, quien es llamado el Mediador del "Nuevo pacto", y no tenemos que pensar en nadie fuera del Trino Dios que tuviera que "ablandar" su corazón para hacer posible la redención. Al mismo tiempo, siendo el Mediador "Jesucristo Hombre", pudo representar perfectamente la raza redimida. Repetimos que el "Nuevo Pacto" es la manifestación del designio eterno de Dios para la bendición del hombre, de acuerdo con lo que exigía su propia naturaleza, justa y misericordiosa a la vez, y en tal concierto no hay nada que el hombre puede aportar, ni mérito alguno que añadir. Sólo el sublime misterio de la Cruz puede ser su base intangible (2 Ti 1:9-10). La profecía de Jeremías Basándose en el fracaso del viejo pacto de obras, Jeremías, en oráculo divino, anunció el hecho futuro del Nuevo Pacto, que si bien interesaba en primer término a Israel, señalaba también una nueva etapa en la historia de la humanidad (Jer 31:31-34) (He 8:6-13). El Antiguo Testamento, pues, nos deja con la esperanza de un "acuerdo" divino que había de hacer posible una obra duradera de gracia en el corazón del hombre. La declaración del Señor en la Santa Cena Es el mismo Señor quien recoge la profecía de Jeremías y el sentido íntimo del pacto abrahámico, señalando su inminente cumplimiento en su persona y obra en la víspera de la crucifixión: "Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados" (Mt 26:27-28). Llegamos aquí a la consumación del concepto de un pacto divino, un pacto de gracia, viendo que nada se exige del hombre, sino que se pone de manifiesto un designio de bendición, realizado totalmente en Cristo, y que depende del derramamiento de la sangre (la obra de propiciación) como medio para la remisión o "alejamiento" del pecado (Tit 2:14). Es para "muchos", porque aquí el Señor recalca la bendición de cuantos recibieran el testimonio divino para atestiguar que "Dios es veraz" (Jn 3:33). El Nuevo Pacto en la Epístola a los Hebreos Ya hemos notado el título de "Mediador del Nuevo Pacto" que hallamos en (He 8:6) (He 9:15) (He 12:24). De hecho el Nuevo Pacto, administrado por el Sumo Sacerdote eterno sobre la base de la ofrenda del Gólgota, es el tema de una amplia sección de la epístola desde (He 8:1) hasta (He 10:18). Lo que es implícito en la declaración del Señor en la Cena llega a ser explícito en estas profundas enseñanzas, puesto que el pacto ya "viejo" de Sinaí había caducado en vista del incumplimiento de sus condiciones, mientras que la profecía de Jeremías se cumple en Cristo por el hecho de quitarse el pecado mediante la expiación, representada por el derramamiento de la sangre. De la manera en que la validez de los pactos dependía de la consumación de una muerte, la de la víctima inmolada que lo solemnizaba, así el Nuevo Pacto es válido porque la muerte del Dios-Hombre ha intervenido al efecto de garantizar todas sus condiciones. Por eso no podrá ser anulado jamás, y todas las bendiciones que promete prosperarán en las manos del Mediador. En (He 12:22-24) hallamos una hermosa descripción del Monte de Sión que es figura aquí de la esfera de la gracia en contraste con las amenazas del Monte de Sinaí, y quienes acuden allí para disfrutar de la comunión de los redimidos hallan "a Jesús, el Mediador del nuevo (reciente) pacto, y la sangre rociada que habla mejor que la de Abel" (He 12:24). De nuevo la función del Mediador depende del valor perdonador de su propia sangre. 4. El pacto eterno Al final de la epístola el autor prorrumpe en una hermosa bendición: "El Dios de paz, que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el Gran Pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena" (He 13:20-21). Es evidente que en el pensamiento del autor inspirado tanto el triunfo de la resurrección de Cristo, como la obra del Gran Pastor frente a su rebaño, se efectúan por medio de la potencia de la sangre de un pacto eterno, o sea, por el designio eterno de gracia hecho efectivo por la obra de la expiación de la Cruz. El pacto eterno es el propósito del Trino Dios de bendecir a los hombres en Cristo y el concepto concuerda con las enseñanzas de (Ef 1:3-7) (1 P 1:18-21) (Ap 13:8). Desde luego, lo que arranca de la eternidad, antes de los tiempos de los siglos, ha de tener duración eterna, siendo independiente de la fluctuación de los "siglos" que se desarrollan bajo el signo del pecado (Tit 1:2-3) (2 Ti 1:9-10). La obra mediadora del Sumo Sacerdote 1. El sacerdocio aarónico cede ante el sacerdocio real Reiteramos la importante distinción entre la obra sacerdotal que Cristo realizó sobre la tierra, en cumplimiento del tipo de Aarón, y la que inauguró al ser exaltado a la Diestra de Dios. En la Cruz actuó como sacerdote y víctima a la vez, ya que se repite muchas veces que "se ofreció a sí mismo" en ofrenda de expiación, ante el Trono de Dios, sin la intervención de otro agente. La consumación del sacrificio de infinito valor, esperado y tipificado a través de los siglos, puso fin al régimen levítico cuyas sombras desaparecieron con la manifestación de la sustancia del designio eterno (He 7:11-19)(He 9:9-13) (He 10:1-14). Pero si bien un "sacerdocio" fue cumplido, llegando a su fin por la Obra de la Cruz, otro de no menos importancia, y de excelsa gloria, fue iniciado al pasar el Redentor triunfante a través de los cielos para presentarse delante del Trono de Dios. Según la figura que examinaremos "se sentó a la Diestra de Dios" con el fin de administrar los bienes conseguidos por su obra en la tierra, disponiendo ya de "toda autoridad en el cielo y en la tierra" para el adelanto de su Reino después de haber derrotado a Satanás, y compartiendo el Trono con su Padre hasta que vea a todos sus enemigos puestos por estrado de sus pies (Mr 16:19-20) (Hch 2:32-36) (He 1:3) (He 2:9) (He 4:14) (He 6:20) (He 8:1-2)(He 10:12-14). El sacerdocio aarónico no es adecuado para representar esta etapa de consumación y triunfo, bien que algunas características permanecen, de modo que el Espíritu Santo nos ha provisto en los capítulos 5 a 7 de Hebreos del simbolismo del Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec. La "clave" para entender el argumento se halla en el Salmo 110, donde la declaración de Dios, frente al Mesías: "Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec", indicó un sacerdocio mesiánico de una naturaleza distinta del de Aarón, y posterior a su consumación. Será también, según el primer versículo del mismo salmo, un sacerdocio real y vencedor, en cumplimiento también de la profecía de (Zac 6:12-13): "Dominará en su trono y habrá sacerdote a su lado". 2. La Diestra de Dios La designación del lugar del ministerio triunfal del Hijo Sacerdote se llama también, con mayor solemnidad, la Diestra de la Majestad en las alturas, discerniéndose la figura de un potentado oriental a cuya diestra se sentaba el gran visir para ejecutar con máxima autoridad todos los decretos de su soberano. El Trono es el misterioso lugar de una manifestación especial de la gloria del Dios que es Espíritu y omnipresente, y allí el Hijo de Dios y Hombre triunfador administra con absoluta autoridad, y con todos los recursos de la potencia divina, los resultados de su propia obra de expiación, dirigiendo el curso de los acontecimientos hasta la manifestación de la victoria sobre el mal en todos sus aspectos. Pero esta suprema realeza y excelsa dignidad no le alejan de los suyos, toda vez que es "Jesús", el Hombre nacido de mujer, quien está allí, y quien quiso ser en todo como sus hermanos por el misterio de la encarnación, dignándose pasar por una escuela de dolor, de tentación, de prueba y de muerte "para venir a ser misericordioso y fiel Sumo Sacerdote en lo que a Dios se refiere" preparado para compadecerse de nosotros en nuestras debilidades (He 2:10-18) (He 4:14-5:10). La expresión "se sentó a la Diestra" no significa en manera alguna un período de inactividad, ya que el Hijo ministra de diversas maneras, sino señala la consumación de la obra redentora en contraste con la actuación siempre incompleta de Aarón. 3. La vida indisoluble del Mediador Al hablar de la obra sacerdotal en la tierra el énfasis recae necesariamente en la muerte de la víctima que se ofreció a sí mismo, pero al contemplar el sacerdocio de la Diestra de Dios las Escrituras enfatizan la vida indisoluble del Sacerdote que ha vencido el pecado y la muerte para siempre. En Hebreos se recalca el contraste entre la brevedad de la vida de los sacerdotes antiguos, cuya muerte cortaba siempre su ministerio, haciendo necesario que fuesen reemplazados por sus sucesores, y esta vida eterna y salvadora del Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec: "no constituido sacerdote conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible... permanece sacerdote para siempre..., éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos" (He 7:16,3,24-25). Por eso Melquisedec pudo servir de figura de su sacerdocio, ya que en las Escrituras, y por omisión providencial, se le ve "sin padre, sin madre, sin genealogía". Cristo no es sólo Vida, sino Resurrección y Vida ya que la vida que necesitamos los pecadores es la que ha vencido la muerte (Jn 11:25-26) (Ro 5:10). 4. El santuario La "Diestra del Trono" indica la realeza del Mediador y su ministerio activo que adelanta la consumación del Reino. Pero en la misma epístola a los Hebreos se habla de la entrada del Sumo Sacerdote en el santuario, perfilándose la figura sobre el fondo de las funciones de Aarón en el Día de Expiaciones. Volvemos, pues, hasta cierto punto, al simbolismo aarónico, pero con importantes diferencias, ya que Aarón no podía quedar en el Lugar Santísimo, y al año siguiente tenía necesidad de entrar de nuevo con la sangre de otra víctima. No sólo eso, sino que Aarón entraba solo y salía solo, mientras que Cristo entra como Precursor, a la cabeza de las multitudes de "creyentes sacerdotes" que tienen derecho de entrar en pos de su Sumo Sacerdote que se presenta allí. "Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos... no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención... Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran Sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos..." (He 9:11-14) (He 10:18-22). 5. Presentación e intercesión Aarón entraba en el Lugar Santísimo llevando la sangre que había de esparcir sobre el propiciatorio, pero se nota un cambio significativo en la fraseología de Hebreos en cuanto a la llegada del gran Sumo Sacerdote al Santuario celestial, pues no se trata ya de un sacrificio por cumplir, sino de una obra ya hecha, y de eterna eficacia. Por eso se dice que Cristo entró por medio de su propia sangre (He 9:12), o sea, en virtud de la obra de expiación ya realizada. Sobre tal base se adelantó "para presentarse ahora a favor nuestro en la presencia de Dios". No hace falta ahora repetir ninguna clase de sacrificio de sangre, ni salpicar la sangre como símbolo de la vida entregada, pues basta la presencia del Cordero inmolado, que en sí es la garantía de eterna bendición para todo aquel que por él se acerca a Dios. Bastan las señales de las heridas que se conservan como preciosísimas joyas en sus manos y pies para que todo el universo sepa que la obra se ha consumado triunfalmente y una vez para siempre. De igual forma su presencia en sí constituye su intercesión por nosotros, y no hemos de imaginar al Sumo Sacerdote en actitud orante delante del Padre, suplicando favores que son difíciles de conseguir, pues la unidad de voluntad y de intención entre el Padre y el Hijo es perfectísima, y todo se ha conseguido ya por la obra de propiciación de la Cruz. Como alguien ha dicho: "La intercesión de Cristo ascendido no es una oración, sino una vida". Tal intercesión, así entendida, constituye la base de la justicia de los creyentes, librándoles de toda posibilidad de condenación: "¿Quién es el que condenará? Cristo Jesús es el que murió; aún más, el que también resucitó, el que está a la diestra de Dios, y el que intercede por nosotros" (Ro 8:34). Presentándose así e intercediendo, asumió y asume toda responsabilidad con referencia a quienes acuden a Dios por medio de él, y "consumado (en su preparación como Sumo Sacerdote) vino a ser causa de eterna salvación para todos los que le obedecen". Al mismo tiempo el temido Trono de Dios, lugar de justicia deslumbrante que nos condenaba irremisiblemente, se convirtió en el Trono de Gracia, adonde acudimos para hallar simpatía y ayuda (He 5:9) (He 4:16). 6. El ministerio de socorro Son sublimes, conmovedores y casi increíbles las expresiones que en Hebreos recalcan el amoroso interés del Sacerdote-Mediador por los suyos, y que reflejan la naturaleza del Dios de amor. "El que santifica y los que son santificados, de uno son todos", dice la Palabra, y tan importante le fue la formación de una nueva familia espiritual que rodeara eternamente al Hijo que "convenía a aquél, por cuya causa son todas las cosas, y por el cual todas las cosas subsisten, que al llevar a la gloria a muchos hijos, perfeccionase por aflicciones al Autor de la salvación de ellos" (He 2:10-18). Ya hemos visto cómo se dignó "prepararse" con el fin de comprender las necesidades de los suyos, los objetos especiales de su obra mediadora, llegando a tener un conocimiento íntimo de su condición y sentir profunda simpatía por ellos en sus sufrimientos y luchas. Pero no sólo simpatiza, sino que siempre está dispuesto a ayudarles desde el centro de todo poder, siendo "poderoso para socorrer a los que son tentados (probados)". Este aspecto consolador de su obra mediadora se detalla especialmente en (He 2:17-18) (He 4:14-16) (He 5:7-10), y bien podemos responder agradecidos a la exhortación del autor sagrado: "Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro". El Mediador "Abogado" La obra mediadora de Cristo, en sentido amplio, abarca todos los aspectos de la redención, pero a los efectos de este estudio subrayamos más la actuación del Mediador al echar un puente sobre el abismo que separa el hombre de su Dios, manteniendo luego la comunión que así se renueva en él. Las epístolas a los Hebreos y a los Colosenses son las que más se preocupan del tema, debido a las necesidades de sus primeros lectores, pero el apóstol Juan no pierde de vista esta "gloria" de su amado Maestro y es en el capítulo 17 de su Evangelio que hallamos la sublime "oración de intercesión" que nos admite a los secretos pensamientos del Hijo, al hablar con su Padre, y preocupándose por los suyos. Hemos dicho que la "intercesión", como base de nuestra seguridad eterna, es sobre todo la presencia del Mediador delante del Trono, pero no se excluye la comunión del Hijo con el Padre en cuanto a la familia de la fe, y ésta halla sublime expresión en la oración sacerdotal que anticipa la presencia del Hijo a la Diestra del Trono. En armonía con estos pensamientos es el apóstol Juan quien da al Señor el título de "Abogado", que en el original es "paracletos": "Y si alguno hubiere pecado, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo" (1 Jn 2:1). El título es idéntico al que el Maestro empleó para describir al Espíritu Santo quien le había de sustituir como ayudador de los discípulos en la tierra, significando "uno llamado a nuestro lado para socorrernos", y que podía aplicarse a la labor de un abogado defensor. El contexto del versículo citado (1 Jn 1:5-2:2) revela que el apóstol desarrolla el tema de la comunión del creyente con el Padre y con el Hijo, y la forma en que puede mantenerse a pesar de la naturaleza pecaminosa del hombre, y de los pecados que aún pueden afear el testimonio del creyente. Para "andar en luz como él está en luz" hemos de reconocer la condición humana y confesar en el acto los pecados cometidos, lo que hace posible que "la sangre de Jesucristo el Hijo de Dios nos limpie de todo pecado". La confesión se relaciona también con la obra del Paracletos (la división de los capítulos en esta sección oscurece mucho la continuidad del pensamiento), quien puede ser justo al auxiliar al creyente que confiesa su pecado, toda vez que él mismo es "la propiciación por nuestros pecados, y no por los nuestros solamente, sino por los de todo el mundo" (1 Jn 2:2). Se aplican al caso especial del pecado cometido y confesado las enseñanzas que ya hemos notado en Hebreos, y quedamos con el precioso pensamiento de un Paracletos divino quien nos socorre en la tierra, el Espíritu Santo, al par que otra Persona divina, el Hijo Mediador, acude en nuestro auxilio a la Diestra. El Mediador eterno En el curso de su gran discusión sobre la resurrección en (1 Co 15), Pablo presenta parentéticamente la escena cuando el Hijo-Siervo habrá cumplido totalmente la misión especial que le fue encomendada antes de la fundación del mundo, viendo consumada no sólo la redención de los salvos, sino también la destrucción de los enemigos (1 Co 15:24-28). Habiendo vuelto todas las cosas a la obediencia de Dios, "entonces también el mismo Hijo estará sujeto al que le sujetó todas las cosas, para que Dios sea todo en todos". ¿Indica esta frase el fin de la obra mediadora del Hijo? Desde luego habrá pasado la etapa actual, pues los hijos estarán gozándose de su herencia en la Nueva Creación por los siglos de los siglos, unidos con su Señor, y no necesitarán su intercesión a la Diestra. Pero ya hemos notado el carácter cósmico de la obra del Hijo Mediador, y hay aspectos de su sacerdocio que se llaman eternos. Más bien el pasaje de referencia señala el fin de su misión especial de redención y de reconciliación, haciendo posible que entregue las vastas provincias del Reino universal al Trino Dios, sin que haya movimiento alguno en contra de su voluntad ni posibilidad de ello en el porvenir. Pero sin duda el Hijo siempre se relacionará de una forma especial con todo lo creado, aun en la Nueva Creación, y hay abundante indicación de su eterna unión con la vasta familia de los hijos que redimió con su sangre y recreó a su imagen, además de su enlace indisoluble con su Esposa la Iglesia (Ro 8:29) (Col 3:10) (Ap 21:9) (Ef 1:10) (Ef 2:7) (Ef 5:25-27).