sábado, 26 de enero de 2019

DIOS PUEDE OBRAR MARAVILLAS AÚN CUANDO TODO PARECE ABSOLUTAMENTE PERDIDO

(2 Reyes 7:1-20) La ciudad de Samaria está rodeada por el ejército sirio. El enemigo ha dispuesto sus fuerzas en forma tal que es absolutamente imposible salir o entrar. La milicia Siria está bien entrenada. Sus escuadrones se encuentran estratégicamente colocados. El cerco es inexpugnable. La vida de los sitiadores es un poco monótona. Acostumbrados a caminar grandes distancias y a combatir con feroces enemigos, este asedio de la ciudad les resulta parecido a unas merecidas vacaciones. La buena comida que reciben de los pueblos cercanos les hace la vida realmente fácil. La vida dentro de la ciudad sitiada, en cambio, es extremadamente difícil. Falta de todo. El agua es muy escasa. Los depósitos de comida están agotados. El pueblo trata de comer cualquier cosa que sea digerible. Saben que sus días están contados y que a menos que un ejército poderoso los rescatase, estarán perdidos. ¿Pero quién va a socorrerlos? El reino de Judá está muy ocupado con los preparativos de su propia defensa. Hasta es difícil enterrar a los muertos, que se suman cada día por la hambruna. Esa mañana, los ancianos de la ciudad se reúnen en la plaza. — ¿Qué podemos hacer? — pregunta uno de ellos. — No hay salida posible — responde otro. Estamos rodeados; no tenemos un ejército para defendernos contra este enemigo. No tenemos promesa de ayuda. Fuera de la ciudad, cerca de una de las puertas, hay cuatro hombres. Padecen una de las enfermedades más temidas de la raza humana. Son leprosos. Cada uno de ellos podría contar su historia con ciertas variantes y, sin embargo, todas esas historias tendrían muchas cosas en común. Viven fuera de la ciudad, porque la ley de Moisés así lo establece. Antes de enfermarse, cada uno de ellos habitaba en su propio hogar. Algunos de ellos tenían hijos. Ahora, en las tardes, mientras se sientan a ver la caída del sol, hablan entre ellos y se consuelan recordando viejos tiempos. Probablemente, proceden de distintos grupos sociales. Uno, quizás provenga de una familia muy rica y educada. Otro, acaso haya sido un artesano que llevaba una vida organizada. Otros dos, más jóvenes, parecen haber pertenecido a familias muy pobres. Pero allí, en esa pequeña comunidad de leprosos, ya no existen diferencias sociales. En su propio microcosmos, el rico no se distingue del pobre. Se llevan bastante bien a pesar de que a veces se acaloran por algunas discusiones. Dentro de la ciudad está el profeta Eliseo. Por supuesto todos lo conocen por los milagros que ha hecho. Resucitó al hijo de una sunamita. Hizo un milagro increíble impidiendo los efectos de un guisado que estaba envenenado. Sanó a Naamán, el famoso general de las fuerzas sirias. Eliseo es un hombre de oración, tal como lo fue su mentor, el profeta Elías. Durante este tiempo de crisis ha estado en oración, intercediendo por el pueblo de Israel. El versículo 1 nos cuenta que, finalmente, Eliseo recibe un mensaje de parte de Dios para todo el pueblo: — Oíd la palabra del Señor: Así ha dicho el Señor: Mañana a estas horas, en la puerta de Samaria, se venderá una medida de harina refinada por un siclo, y dos medidas de cebada por un siclo. La profecía es muy inusual. En ella se dice que, en pocas horas, el precio de la harina y de la cebada sería asequible para todos, aunque en la ciudad de Samaria la gente se moría de hambre porque casi no había comida, y lo poco que había se vendía a precios exorbitantes. Cuando Eliseo profetiza esto, está presente el comandante del ejército de Samaria. Es un hombre muy respetado, uno de los consejeros del monarca. Las Escrituras lo describen como aquel "en cuyo brazo se apoyaba el rey". Él sabe exactamente cuántas provisiones hay en la ciudad. El rey ha hecho un inventario obligatorio de todos los alimentos disponibles y él no ignora que están al borde del desabastecimiento total. Cuando escucha al profeta, piensa: "¡Una medida de harina refinada por un siclo! No tenemos una medida en toda la ciudad. ¡Esto es absolutamente ridículo!". El versículo 2 nos relata que el comandante no se puede contener y dice: — He aquí, aun cuando, el Señor hiciese ventanas en los cielos, ¿sería esto posible? Seguramente, tras estas palabras, habrá agregado muchas otras cargadas de ironía: — Señor profeta, no hay manera de que esto pueda ser posible. Usted se está burlando de nosotros. En esta ciudad hay muchos miles de personas. Para alimentarlos, los ángeles de Dios van a tener que descargar harina y cebada por las ventanas del cielo, pues no bastaría que las arrojaran por la puerta. Dicho sea de paso, Dios nunca ha hecho algo así en la historia de la humanidad. Una sonrisa burlona se posa en los labios del militar. Muchos de los presentes asienten con sus cabezas. Pero este hombre no sólo se está burlando del profeta sino que también está desafiando al Dios de Israel. Eliseo no ha profetizado lo que expresa su propio sentir; ha transmitido el mensaje que el Señor le ha dado para esa ocasión. El profeta Eliseo se pone de pie y repite con voz firme y fuerte: — Mañana a esta hora se venderá una medida de harina refinada por un siclo y dos medidas de cebada por un siclo. Algunos de los presentes dicen: — ¡Dios lo oiga! — ¡Es imposible! — dicen otros. — Parece que esta vez el profeta Eliseo se ha pasado de optimista — opinan otros. Eliseo responde al comandante: — ¡He aquí tú lo verás con tus ojos, pero no comerás de ello! En la sala se hace un silencio profundo y el militar hace un gesto como diciendo: "¿Y a mí qué me importa?". Volvamos fuera de los muros de la ciudad. Los cuatro leprosos no saben nada de lo que había dicho Eliseo. Su situación es desesperante. Durante tiempos normales, algunas personas caritativas les dejaban algún que otro alimento. Pero ahora, con la crisis y el temor del enemigo, están desesperados. Toman una resolución en forma casi simultánea. Los versículos 3 y 4 nos relatan qué se dijeron unos a otros: — ¿Para qué nos quedamos aquí hasta morir? Si decimos "Entraremos en la ciudad", el hambre está en la ciudad, y moriremos allí; y si nos quedamos aquí, también moriremos. Ahora pues, vayamos y pasemos al campamento de los sirios. Si nos conceden la vida, viviremos; y si nos matan, moriremos. La resolución que adoptan estos hombres acarrea otro peligro. En una ciudad sitiada, los que intentaban pasarse a filas enemigas, de ser descubiertos, eran ejecutados de inmediato. Así que resolvieron escapar durante la noche, esperando que ni de una ni otra parte se enteraran. Quizás usted piense que a estos hombres leprosos, desechados de la sociedad, con una existencia muy precaria, con severas deformaciones físicas, les sería mejor estar muertos que vivos. Sin embargo, el ser humano tiene un espíritu de lucha por la vida que es admirable. Sí, es cierto que la vida de estos hombres era muy penosa. No podían estar con los suyos. Ni siquiera se les permitía tocar a sus seres queridos. Tenían una existencia llena de limitaciones y dificultades; sin embargo, deseaban batallar por sus vidas hasta el último momento. Así somos nosotros, los seres humanos. Retornamos al campamento sirio. El sol se estaba poniendo y los soldados se disponían a cenar. Se han encendido cientos de hogueras y alrededor de ellas los guerreros conversan y cuentan sus historias predilectas de las batallas que han peleado. Todos dicen haber luchado contra soldados muy grandes, fuertes y valerosos, a quienes vencieron con la ayuda de sus dioses. Las acciones de guerra se siguen contando hasta altas horas de la noche. — Bueno — dice uno de ellos —, si me permiten, me gustaría contarles acerca de aquella ocasión cuando yo solo vencí a siete soldados enemigos. — ¡Basta! — interrumpe unos de sus amigos. Ya la hemos escuchado muchas veces. ¡Y cada vez que la cuentas le agregas un enemigo más! De pronto uno de ellos dice: — ¿Qué es eso? Se escucha algo así como el zumbido de un enjambre de abejas que va creciendo. El zumbido sigue creciendo cada vez más y más. Los centinelas hacen sonar las trompetas de alarma. — ¡Nos ataca el enemigo! — gritan los centinelas. Los caballos relinchan espantados, y algunos se escapan y trotan fuera de control por el campamento. Los hombres de armas corren de un lado al otro, tratando de buscar sus escudos y armas. Cada segundo que pasa, el sonido se hace más y más intenso. Ahora parece el ruido de miles de caballos y carros de guerra. En el cuartel general el comandante es informado de lo que está sucediendo. — ¡Estamos rodeados por todas partes! — informa un asistente. ¡Nos tienen acorralados! Me imagino la escena. De pronto, comienza a oírse el estruendo lejano de una gran caballería aproximándose. Parecería proceder del norte. Luego se oye el ruido metálico de los ejes de carros de guerra. El chirrido es tan intenso que resulta insoportable para los oídos. Después, el sonido cambia. Ahora parecería provenir del sur. Y desde allí se escucha el ruido inconfundible de los soldados marchando. El estrépito se hace mayor, pero ahora parece proceder del este. Los soldados gritan aterrorizados. Ahora oyen el fragor de una estampida que se acerca desde el oeste. De pronto, estalla el generalizado clamoreo de la embestida final. — ¡Retírense de inmediato! — ordena el comandante en jefe. Desorientados por el pánico, los soldados se chocan entre sí. Cuando el ruido procede del sur, corren hacia el norte. Cuando el estampido viene del este, huyen hacia el oeste. Corren como si un torbellino de viento los empujara. En el otoño me gusta barrer las miles de hojas caídas de los árboles con un aparato que las empuja por medio de un chorro de aire. El aparato es muy poderoso. A veces hay muchas hojas, y las muevo de un lado a otro cambiando la dirección del "chorro de aire". Creo que algo parecido pasó esa noche en la afueras de Samaria. Los hombres fueron barridos, empujados, por ese sonido que actuaba como un "soplador gigante". Dios hace maravillas en el momento de mayor escasez Volvemos a la puerta de la ciudad de Samaria. Los cuatro leprosos se deciden a arriesgar sus vidas y pasar al campo enemigo. ¡Qué lección nos están dando estos hombres! A veces estamos en una situación sin salida. Nos quedamos como petrificados. No queremos asumir el riesgo de hacer algo por el temor de fracasar. Si esto sucede, ¡qué es lo que podrán decir nuestros amigos! Sigilosamente, se acercan al campamento sirio. Al aproximarse, les llama la atención que no se escucha ningún ruido. No ven a ningún centinela. Con mucho cuidado, se allegan a una tienda. — Buenas noches — saluda uno de ellos. Perdonen la molestia, ¿hay alguien aquí? No hay contestación. — ¿Se puede pasar? El silencio es la respuesta. Por último, uno del grupo dice al más audaz: — ¿Por qué no miras por esa abertura, entre los tejidos de la tienda, y ves si adentro hay alguien? El leproso avanza con mucho sigilo, abre la tela descosida y observa. La noche ha caído y es difícil ver. Una lámpara de aceite, tiritando por el viento nocturno, le permite echar un vistazo. — ¡No hay nadie! ¡Entremos! "Cuando estos leprosos llegaron al extremo del campamento, entraron en una tienda, comieron y bebieron y tomaron de allí plata, oro y ropa; y fueron y los escondieron" (2 R 7:8). Esos rostros cubiertos con las cicatrices de la triste enfermedad manifiestan una alegría que hace muchos años no han mostrado. En la ciudad, mientras tanto, hay un hambre brutal. En esa tienda, los leprosos se están dando un festín. Hay alimentos y riquezas en abundancia. Seguramente han entrado en la carpa de un militar de rango. Van a otra tienda y la escena se reitera. Está repleta de hermosas ropas, oro y plata. Uno de ellos se pone sobre sus harapos una túnica hermosamente bordada. — ¿Cómo me queda? — pregunta. — Pareces un príncipe de la corte del rey David — le contesta otro. Cada uno de los leprosos se prueba varios de esos vestidos hermosos y costosos sobre sus andrajos. La escena tiene un matiz cómico. Allí están esos pobres enfermos con sus rostros mutilados luciendo esas ropas lujosas. Los cuatro hombres entran en un proceso frenético de juntar riquezas y vestidos, y esconder algunos tesoros entre las piedras y sepultar otros bajo tierra. Corren de una carpa a otra y acumulan más y más tesoros. Ya están exhaustos de tanto correr y esconder cosas. ¡Es que hay tanta abundancia! De pronto, uno de ellos se detiene y les dice a sus compañeros: — No estamos haciendo bien. Hoy es día de buenas nuevas, y nosotros estamos callados. Si esperamos hasta la luz de la mañana, nos alcanzará la maldad. Ahora pues, vayamos, entremos y demos la noticia a la casa del rey. Podrían haber argumentado buenas razones para no dar la noticia. Después de todo, la gente de Samaria nunca se mostró muy amigable con ellos. Los han echado muchas veces porque "no, quieren verlos ni de lejos". Los leprosos no tienen ninguna obligación para con esa sociedad que los ha excluido. Sin embargo, se les presenta una gran oportunidad de ser de ayuda y de evitar la culpa de no compartir las buenas noticias. Seguramente, habrá muchas ocasiones en las que usted y yo nos encontraremos en alguna situación similar a la de estos leprosos. Quizás nos sintamos excluidos y rechazados por nuestra sociedad, nuestro grupo de amigos o nuestros compañeros de trabajo. Como los leprosos, sentimos que no podemos "acercarnos a la ciudad" y que no nos quieren ver ni de cerca. Pero para mí, lo interesante de esta situación es que estos hombres no mostraron resentimiento ni rencor. "Si esperamos hasta la luz de la mañana nos alcanzará la maldad" dice el versículo 9. Estos hombres se dejaron guiar por su conciencia moral y no por sus resentimientos ni por un sentido de justicia personal. Corren a la ciudad y llaman a los porteros. — ¿Quién es? — preguntan desde adentro. — ¡Somos nosotros, los leprosos! ¡Traemos muy buenas noticias! El guardia abre una pequeña mirilla para observarlos de cerca. — Fuimos al campamento de los sirios, y he aquí que no había nadie, ni la voz de nadie, sino sólo caballos y asnos atados; y las tiendas estaban intactas. Los guardianes anuncian al monarca la noticia: — ¡No lo puedo creer! — dice el rey. ¡Es una treta de los sirios! ¡Cuánto le cuesta al ser humano creer! Eliseo les había prometido el día anterior que el hambre iba a concluir. Finalmente, el rey se convence de que vale la pena hacer una incursión de reconocimiento en el campamento sirio. Un pequeño destacamento sale hacia allí y encuentra que el informe de los leprosos es verídico. "Todo el camino estaba lleno de prendas de vestir y equipo que los sirios habían arrojado en su apresuramiento" (2 R 7:15). El destacamento regresa y le dice al rey: — Majestad, lo que los cuatro leprosos nos han dicho es verdad. Los sirios han huido y han dejado en su apresuramiento todo lo que tienen. — ¡No es posible! — dice el rey. Un ejército no huye sin razón. — Mi rey — dice uno de los enviados, hemos visto que hay comida para todo el mundo. Hay fardos repletos de alimentos. A estos sirios les gusta comer bien. Entra el comandante en cuyo brazo se apoyaba el rey. Su cara está enrojecida de vergüenza y dice al soberano: — Excelencia, tenemos que traer todos estos alimentos a las despensas reales para que no haya desorden. Después podremos distribuirlos apropiadamente cobrando una "pequeña cantidad" a cada familia. — ¡De acuerdo! — ordena el monarca. Usted estará encargado de cuidar que todo se haga de manera organizada. El comandante se acerca a la puerta principal con sus ayudantes. Está muy cerca del lugar donde antes estaban los leprosos. La noticia de la huida de los sirios ha corrido como un reguero de pólvora por toda la ciudad. Las personas salen de sus casas como enloquecidas. Corren en tropel por las tortuosas callejuelas de la ciudad. Saben que los primeros que lleguen van a tener más que los últimos. Han escuchado que los sirios han dejado muchas cosas de valor. Los ayudantes del comandante gritan en vano. De pronto, aparecen miles de personas que corren hacia la puerta. Los soldados tratan de controlar a la multitud, pero son empujados como si fueran de papel. El comandante extiende su mano y grita: — En nombre del rey: ¡Prohibido pasar! La muchedumbre está enardecida. Se parece a una multitud de fanáticos tratando de salir de un partido de fútbol. Es una ola humana gigantesca. El comandante insiste en imponerse: — ¡Deténganse, deténganse! ¡En nombre del rey! La multitud lo empuja y el comandante cae al suelo. Miles de personas pasan sobre él y lo pisotean. En los pocos minutos de vida que le quedan antes de ser aplastado por esa masa humana, le resuenan las palabras de Eliseo: "Tú lo verás con tus ojos pero no comerás de ello". Al caer la tarde, la ciudad está de fiesta. En todas las casas hay abundancia de comida. Los jóvenes danzan en la calles al son de los panderos, címbalos y flautas. Los ancianos alzan sus manos alabando al Señor por su misericordia. La ciudad de Samaria reconoce que Dios, por su gracia y misericordia, los ha salvado. Dios cumple sus promesas aunque todo parezca perdido Hay, por lo menos, tres distintos hechos sobrenaturales en esta historia: El cumplimiento al pie de la letra de la profecía de Eliseo en cuanto a que el trigo y la cebada iban a ser vendidos a un precio muy razonable. El sonido del estruendo de carros, caballos y de un gran ejército en el campamento sirio. La muerte del comandante incrédulo que se burló de la promesa de Eliseo. ¿Cómo sucedió el milagro en el campamento del ejército sirio? Las tropas sirias estaban relativamente cerca de Samaria. Quizás a pocos kilómetros. Una posibilidad sería que aquella fue una tarde muy tormentosa; algo que no se menciona en el texto y que los sirios de ninguna manera hubieran confundido con un ataque enemigo. Alguien ha mencionado la posibilidad de que el Señor haya "amplificado" enormemente el ruido de las pisadas de los cuatro leprosos, pero esto no explicaría el ruido de los carros y caballos. Creo que el hecho de que el rumor no se haya oído en la ciudad sitiada puede haberse debido a que el estruendo que el Señor provocó sólo fue oído en el campo enemigo. Al parecer, los leprosos tampoco lo oyeron. Matthew Henry plantea la posibilidad de que el ruido sólo haya sido oído por los sirios. Esta sería la razón por la cual los de la ciudad de Samaria no lo escucharon. Sin embargo, el hecho de que las tropas huyeran en cierto rumbo y no en distintas direcciones sugeriría que, tras el desconcierto general, los sirios percibieron que el ruido del ejército provenía de cierto lugar y por lo tanto huyeron en dirección contraria. Este hecho sería difícil de explicar si el sonido hubiera sido producto de su imaginación, en cuyo caso no hubieran tenido sentido espacial de su procedencia. ¿Cuál fue el pecado del comandante? Su pecado fue su incredulidad en la omnipotencia divina. El comandante no creía que Dios podía obrar en forma maravillosa. No se daba cuenta de que Dios no necesita nuestras sugerencias para lograr sus propósitos. Su castigo consistió en ver el cumplimiento de la profecía, pero no poder disfrutar de su beneficio. Note también la misericordia de Dios hacia los sirios, dado que podría haber hecho descender sobre ellos fuego del cielo o haberlos consumido de cualquier otra manera. Pero no lo hizo. El Señor, en su gracia, salva a los enemigos de Israel y también a los pobladores de la ciudad, que se habían dado a la idolatría. El tema principal de esta historia es que Dios puede obrar maravillas aun cuando todo parece absolutamente perdido y hemos abandonado todas las esperanzas. Por eso, alabamos "a aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos" (Ef 3:20).

lunes, 21 de enero de 2019

NO SABEN LO QUE PIDEN - Marcos 10:32-45

"Iban por el camino subiendo a Jerusalén; y Jesús iba delante, y ellos se asombraron, y le seguían con miedo. Entonces volviendo a tomar a los doce aparte, les comenzó a decir las cosas que le habían de acontecer: He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; y le escarnecerán, le azotarán, y escupirán en él, y le matarán; mas al tercer día resucitará. Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron, diciendo: Maestro, querríamos que nos hagas lo que pidiéremos. El les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Ellos le dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda. Entonces Jesús les dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Ellos dijeron: Podemos. Jesús les dijo: A la verdad, del vaso que yo bebe, beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaron a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado. Cuando lo oyeron los diez, comenzaron a enojarse contra Jacobo y contra Juan. Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos." El Señor Jesucristo estaba realizando su último viaje a Jerusalén en donde le esperaba la cruz. En el camino iba explicándoles a sus discípulos que sólo de esta manera se podría establecer el Reino de Dios en la tierra. Pero al mismo tiempo, también insistía acerca de cuáles serían los principios de su Reino. Dijo que "muchos primeros serán postreros, y los postreros primeros" (Mr 10:31), dando a entender que su Reino no se establecía según los criterios humanos que encontramos en este mundo. Por ejemplo, dijo que para entrar en el Reino de Dios era necesario recibirlo como un niño (Mr 10:15). Esto quedó perfectamente ilustrado con la historia del joven rico, que no fue capaz de depositar su confianza en Cristo y depender únicamente de él para entrar a la vida eterna (Mr 10:17-22). Y en el pasaje que tenemos delante, vamos a considerar que la grandeza dentro de su Reino tampoco se consigue como en el mundo, sino a través del servicio. Los discípulos escuchaban las enseñanzas de Jesús, pero se resistían una y otra vez a aceptarlas. Para ellos el establecimiento del Reino se debería llevar a cabo por medio del poder de Cristo y no por morir en una cruz, y aspiraban a ocupar los más distinguidos puestos dentro de ese reino buscando influencias y favores, en lugar de por el servicio y la entrega. Cuando estudiamos estos pasajes debemos de examinarnos constantemente a nosotros mismos, puesto que estas tentaciones no sólo pertenecen al pasado, sino que están muy arraigadas en la naturaleza caída del hombre y se manifiestan en todo tiempo y lugar. "Iban por el camino subiendo a Jerusalén y Jesús iba delante" Marcos nos presenta ahora la última etapa del ministerio de Jesús cuando subió por última vez a Jerusalén. Y aunque sabía exactamente qué era lo que allí le esperaba, sin embargo mostraba su determinación por hacer la voluntad de su Padre cualquiera que fuera el precio a pagar. (Lc 9:51) "Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén." El evangelista lo presenta caminando delante de sus discípulos, lo que nos hace pensar en varias cosas: La urgencia de la obra que había de realizar, junto con la angustia y el dolor de beber aquella amarga copa, le hacía apresurar sus pasos de manera que "iba delante de ellos". El hecho de que sus discípulos fueran detrás de él, y que estuvieran pensando en asuntos puramente mundanos, nos muestra la tremenda soledad de Cristo frente a la cruz. Pero tal vez debamos pensar también que frente a la incomprensión de sus discípulos, el Señor se adelantara en busca de la soledad que le permitiera estar en comunión íntima con su Padre celestial. "Y ellos se asombraron, y le seguían con miedo" Mientras caminaba delante de ellos, los discípulos podían ver en su rostro las marcas profundas de su dolor, y nuevamente "se asombraron" y "le seguían con miedo". Todo parecía presagiar el peligro que se avecinaba, aunque por lo que luego veremos, ninguno de ellos compartía con él sus emociones y pensamientos, sino que estaban inmersos en sus propios planteamientos acerca del Reino y en sus sueños de grandeza. "Les comenzó a decir las cosas que le habían de acontecer" En algún momento del camino, el Señor volvió a tomar aparte a los doce y volvió a revelarles de forma aun más clara la causa de su profunda perturbación. Fijémonos en las frases cortas que utiliza, como si tuviera que volver a respirar después de cada una de ellas para tomar aliento, tal vez entremezcladas con sollozos: "subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; y le escarnecerán, le azotarán, y escupirán en él, y le matarán; mas al tercer día resucitará". La sombra de la cruz se hacía cada vez más densa, y el Señor manifestaba aquí la angustia interior que sentía al anticipar la agonía del Getsemaní y el Calvario. Pero al mismo tiempo, el conocimiento preciso que tenía de todo lo que le había de ocurrir, nos revela una vez más que él no era un mero hombre, y también, que la Cruz no fue "un fallo en su programa mesiánico", sino algo previamente planificado en el seno de la Trinidad. No había nada de involuntario ni imprevisto en la muerte del Señor. Fue el resultado de su propia elección libre, determinada y deliberada. Notemos también que esta era la tercera vez que él anticipaba sus sufrimientos y muerte, siendo aun más preciso que en las ocasiones anteriores. Por ejemplo, aquí anticipa las burlas, mofas y azotes de sus enemigos: "Y le escarnecerán, le azotarán, y escupirán en él". "Entonces Jacobo y Juan se le acercaron con una petición" Pero a pesar de la claridad con que él expresaba todo esto, sus discípulos seguían sin comprender lo que les estaba diciendo (Lc 18:34). Sus mentes estaban ocupadas en planes de su propia y egoísta ambición. Según el relato de Mateo, parece que también la madre de los hijos de Zebedeo tomó parte en esta iniciativa. Y dicho sea de paso, los padres cristianos tendremos que tener mucho cuidado en no buscar puestos de preeminencia para nuestros hijos en la esfera del servicio cristiano por medios inadecuados. Por supuesto que todos los padres queremos lo mejor para nuestros hijos, pero como más adelante explicará el Señor, debe ser manifestado por los propios hijos y demostrado por un espíritu de servicio y sacrificio. En cualquier caso, la forma en la que presentaron el asunto ("Maestro, querríamos que nos hagas lo que pidiéremos"), nos recuerda a las demandas de los niños cuando plantean sus peticiones a los padres pidiéndoles que accedan a sus deseos antes de expresar su petición concreta. Por supuesto, los padres saben que esto lo hacen así cuando los pequeños no están muy seguros de tener derecho a recibir lo que van a pedir. "Concédenos que en tu gloria nos sentemos a tu lado" Tal como su planteamiento hacía prever, la petición que hicieron estaba cargada de egoísmo. Así que mientras que el Señor sufría en el camino, ellos soñaban con un reino mesiánico de alcance mundial en el que ellos iban a ocupar puestos destacados. No podía haber un contraste más fuerte. Por el contexto podemos ver que todos los discípulos pensaban en lo mismo, pero dos de ellos, Jacobo y Juan, se adelantaron al resto para ser elegidos de antemano como los "primeros ministros" en el Reino de Cristo. No obstante, a pesar de que se trataba de una ambición pecaminosa, no podemos dejar de ver también la fe de estos discípulos en Jesús. Ellos seguían creyendo que el carpintero de Nazaret, al que los líderes religiosos de Israel rechazaban con todas sus fuerzas, era el Cristo que iba a sentarse en el Trono de su gloria, y que conforme a su promesa, ellos se sentarían también en doce tronos. (Mt 19:28) "Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel." Es evidente que ellos seguían pensando en los diferentes galardones que cada uno de ellos tendría una vez que Cristo estableciera su Reino. Como vimos en el pasaje anterior, ellos lo habían dejado todo por seguirle, así que, les parecía lógico pensar en lo que iban a recibir a cambio. Esto les impedía considerar que Cristo se disponía a entregar su propia vida por ellos en la Cruz para que pudieran tener la salvación eterna. Desgraciadamente los seres humanos somos así, centramos toda la atención sobre lo poco que hacemos y nos olvidamos de las grandes obras de Dios a nuestro favor, pensamos en nuestros propios intereses e ignoramos la obra de Dios, buscamos con frecuencia los goces inmediatos y no la gloria eterna, estamos rápidamente dispuestos a dejar a un lado la cruz y las tribulaciones para pensar sólo en coronas. De todas formas, si bien es cierto que la ambición que manifestaron en este momento los discípulos no se correspondía con los principios del Reino, sin embargo, no por eso debemos renunciar a toda ambición. Por ejemplo, el apóstol Pablo exhortaba a los creyentes en Corinto para que procuraran los mejores dones espirituales (1 Co 14:1), y a Timoteo le dice que si "alguno anhela obispado, buena obra desea" (1 Ti 3:1). Pero también advertía de los peligros de tener una opinión exagerada de nosotros mismos que nos lleve a competir con nuestros hermanos de una forma insana como vemos a los discípulos en ese pasaje (Fil 2:3). "Entonces Jesús les dijo: No sabéis lo que pedís" La petición de Jacobo y Juan ponía en evidencia la misma debilidad y miopía de muchas de nuestras oraciones. Esta es una razón por la que Dios no nos da siempre lo que le pedimos. Con tanta frecuencia nuestras oraciones tienen como único objetivo que nosotros vivamos mejor, que suframos menos, que desaparezcan todos nuestros problemas... y dejamos a un lado los intereses del Reino de Dios. Por esta razón, no recibimos lo que pedimos. (Stg 4:3) "Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites" ¡Y menos mal que el Señor no nos da todo lo que le pedimos! Porque si así fuera, con frecuencia eso sería para nuestra propia ruina. Pero él sabe lo que nos conviene en todo momento, y el mismo Espíritu parece "corregir" nuestras débiles oraciones. (Ro 8:26) "Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles." Aunque en ésta oportunidad, no sólo estaban pidiendo guiados por una ambición carnal, sino que también estaban equivocados porque pedían sin entender lo que eso implicaba. Ignoraban cuál había de ser el "precio" que tendrían que pagar para obtener su petición. Por eso, cuando el Señor les contestó, les explicó que esa asociación íntima con él a nivel jerárquico que le estaban pidiendo, implicaría necesariamente identificarse con él en el amargo sufrimiento de la cruz por la que se disponía a pasar. Y esto siempre es así: (Ro 8:17) "Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados." ¡Cuántas veces deseamos grandes bendiciones de Dios sin estar dispuestos a sufrir ni a sacrificarnos por su causa! Con el fin de aclararles este punto, el Señor les habló de la copa que había de beber y del bautismo en el que iba a ser bautizado en una clara referencia a su muerte en la Cruz: "¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?". En el huerto de Getsemaní, Jesús habló de la amarga "copa" que había de beber en relación a su crucifixión (Mr 14:36). Y de la misma forma se refirió a su bautismo (Lc 12:50) "De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!". Entonces, cuando el Señor les preguntó a sus discípulos si estaban dispuestos a beber esa copa y pasar por el mismo bautismo, les estaba hablando de sumergirse en la terrible experiencia de dolor y muerte que él iba a atravesar. "Ellos dijeron: Podemos" 1. La falsa confianza en sí mismos Con una extraña mezcla de ignorancia, fe y devoción, respondieron al Señor: "¡Podemos!". Estaba claro que tenían mucha confianza en sí mismos y así lo manifestaron, pero lo cierto fue que el futuro inmediato demostró que habían contestado sin medir adecuadamente sus fuerzas. Todos recordamos que cuando Jesús fue prendido "todos los discípulos, dejándole, huyeron" (Mr 14:50). ¿Dónde había quedado su promesa de acompañarle hasta el fin? Pero no juzguemos a los apóstoles, porque a nosotros mismos nos ocurre con frecuencia que creemos que somos mucho más de lo que con nuestros hechos somos capaces de demostrar. 2. Una lección finalmente aprendida En cualquier caso, aunque en el momento del arresto y crucifixión de Jesús todos ellos "desaparecieron", sin embargo, más tarde las palabras de Jesús se cumplieron en ellos: "A la verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados". Claro está que primero tuvieron que aprender a desconfiar de ellos mismos y a depender del Señor, pero finalmente, ambos entregaron su vida tal como habían dicho: Jacobo murió como mártir (Hch 12:2), y Juan pasó sus últimos días prisionero en la isla de Patmos (Ap 1:9), y según dice la tradición, murió también de forma violenta. 3. Llamados a sufrir con Cristo Y del mismo modo que ellos, todo aquel discípulo de Jesús que quiera ser leal a él, también sufrirá. "Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución." (2 Ti 3:12) En este sentido Pablo escribía: "... abundan en nosotros las aflicciones de Cristo" (2 Co 1:5). Y Pedro animaba a los creyentes perseguidos con estas palabras: "Gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría" (1 P 4:13). 4. Los sufrimientos de Cristo y los nuestros Al llegar a este punto debemos tener presente que siempre habrá una diferencia infinita entre los sufrimientos de Cristo y aquellos por los que pasen sus seguidores por causa de su identificación con él. Nunca olvidemos que él vino "para dar su vida en rescate por muchos", y esto es algo que nadie más puede hacer. 5. La asignación de los puestos en el Reino Finalmente el Señor contestó a la petición concreta que le habían hecho diciendo que "el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado". Más adelante el Señor explicará con más detalle que la posición en su Reino quedará determinada por la fidelidad y lealtad en el servicio a él. "Cuando lo oyeron los diez, comenzaron a enojarse" Ahora vemos que el resto de los discípulos se enojaron con ellos. La causa era en realidad que todos ellos querían lo mismo, pero se sintieron contrariados cuando se dieron cuenta de que Jacobo y Juan se les habían adelantado. Este tipo de actitudes siempre generan conflictos y rompen el compañerismo cristiano. ¡Cuántas divisiones se producen en las iglesias por el deseo carnal de prevalecer y ganar protagonismo sobre los demás hermanos! ¡Qué fácil es enojarse con el hermano simplemente porque nos adelanta! Los reinos del mundo y el de Cristo A continuación Jesús ilustra la diferencia que hay entre su Reino y los reinos terrenales en relación al poder, la grandeza y el señorío. 1. "Los gobernantes de las naciones" Primero explica los criterios que se siguen en todos los reinos de este mundo, donde los gobernantes son aquellos que han sabido acumular grandes recursos económicos, poder militar, y astucia diplomática. Generalmente usan esta autoridad para su propio engrandecimiento y beneficio. Y el criterio que se sigue es que el más grande es aquel que logra imponer su voluntad a más personas, mientras que los humildes parecen que no son nadie. 2. "No será así entre vosotros" En esto, como en otras muchas cosas, las normas del Reino habían de ser totalmente distintas a las del mundo. De hecho, aquí es donde encontramos uno de los contrastes más fuertes: entre sus discípulos la grandeza no consistiría en conseguir el servicio y la sumisión de otros, sino en el servicio que uno mismo pudiera realizar a los demás: "El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos". Por esta razón, los discípulos debían hacerse "esclavos" o "servidores" de todos los demás, no considerando sus propios derechos, sino los de los otros. 3. En el gobierno de la iglesia local El apóstol Pedro llegó a entenderlo perfectamente, y cuando años más tarde hablaba acerca del gobierno dentro de la iglesia local se expresaba en estos términos: (1 P 5:2-3) "Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey." También Pablo tuvo que exhortar seriamente a los creyentes de Corinto porque se encontraban inmersos en divisiones internas debido a que tenían la tendencia de encumbrar a sus líderes de una forma completamente mundana. No habían entendido que aquellos apóstoles y misioneros que ellos tenían tan "idolatrados", no eran sino "servidores" suyos. (1 Co 3:4-5) "Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales? ¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor." Desgraciadamente, muchos de los que se dicen seguidores de Cristo han olvidado estos principios, y constantemente han manifestado esta tendencia del hombre caído de exaltar a sus líderes, llegando a considerar la iglesia más importante aquella en que su líder tenga más seguidores. ¡Terrible error! 4. En el desarrollo de los dones Más adelante en la misma carta, Pablo explicó que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, y que debe funcionar como tal. En este sentido, cada miembro ha sido colocado en el cuerpo para complementar al resto, en dependencia los unos de los otros, no compitiendo entre sí, ni rivalizando. (1 Co 12:20-21) "Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros." En todo servicio que se realice en la iglesia, el creyente nunca debe olvidar el ejemplo supremo de Cristo: (Fil 2:3-8) "Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz." 5. Un principio útil para cualquier situación Por supuesto, es de desear que estos mismos principios se apliquen también en todas las áreas de la vida, ya sea en la iglesia, en la política, en los negocios... Sin duda, uno de los mayores problemas del ser humano es que siempre quiere aportar lo menos posible y recibir mucho. Se cuenta la historia de que durante la guerra de independencia de los Estados Unidos ciertos soldados estaban procurando alzar un tronco pesado para colocarlo en su lugar en una empalizada. En eso se acercó un hombre de aspecto distinguido que al ver que un oficial observaba sin ayudarles, le preguntó por qué. El oficial, indignado y sintiéndose demasiado importante como para "servir", le contestó: "¿Es que no se da cuenta de que soy coronel?" Entonces el otro respondió: "Bueno, si usted no lo hace, lo haré yo". Y así fue que con la ayuda de ese hombre por fin se terminó la tarea. El coronel quiso saber el nombre del caballero. Este, abriendo su abrigo para revelar el uniforme que llevaba debajo, le contestó: "Soy el general Washington, y cuando necesite más ayuda, llámeme." "El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir" Como ya hemos dicho, Cristo es el ejemplo supremo que debemos imitar: "Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos". Sin lugar a dudas, la entrega de su vida en la cruz para salvar a los pecadores, fue la mayor demostración de este espíritu de servicio con el que quería influir en sus discípulos; pero no fue la única. Todos recordamos que la misma noche en que fue entregado, los discípulos volvieron nuevamente a tener otra discusión acerca de cuál de ellos iba a ser el mayor, y el Señor tuvo que repetir la misma enseñanza que encontramos aquí (Lc 22:24-27). Pero notemos lo que él dijo en aquella ocasión: "Yo estoy entre vosotros como el que sirve". Y el evangelio de Juan nos explica que después, Jesús se levantó "y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido". Al terminar, preguntó a sus discípulos: "¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis" (Jn 13:2-17). Pero nuestro asombro no termina aquí, porque el papel de siervo de Jesús no acabó con su vida aquí en la tierra. Cuando él regrese en su Segunda Venida con todo su poder y gloria, volverá a asumir su papel de siervo: "Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles" (Lc 12:37). Jesús nunca dejará de servirnos. ¡Parece increíble! Todo esto debería inclinar nuestros corazones a servir y entregarnos a otros en lugar de estar buscando los aplausos o el prestigio entre nuestros semejantes. El orgullo mata el servicio, mientras que la humildad nos engrandece. Recordemos las palabras de Jesús: (Lc 14:11) "Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido." "Y para dar su vida en rescate por muchos" Aquí encontramos la consumación de su servicio como el "Siervo de Jehová". Porque no debemos olvidar que lo que llenaba en primer lugar el corazón de Cristo era el servicio a su Padre celestial. (Jn 4:34) "Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra." Pero al mismo tiempo, este servicio tenía como objetivo beneficiar a los hombres pecadores, dando su vida para "liberarlos" eternamente de la culpabilidad de sus pecados y de sus trágicas consecuencias sobre el ser humano. En este sentido, su vida fue el precio que tuvo que pagar para que nosotros recuperáramos la libertad. Estos términos pueden resultar un poco extraños en nuestro mundo moderno, pero en aquella sociedad el término "redimir" se usaba frecuentemente para referirse a la liberación de un esclavo o un cautivo mediante el pago de un rescate. Y esto es exactamente lo que Cristo hizo para que pudiéramos llegar a formar parte de su Reino. (Col 1:13-14) "El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados." ¡Gracias sean dadas a Dios por su don inefable!

miércoles, 16 de enero de 2019

¿CÓMO NO TIENEN FE? -

(Mr 4:35-41) "Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con él otras barcas. Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?" Ahora comienza una nueva sección (Mr 4:35-5:43) en la que se incluyen una serie de milagros que tienen como finalidad mostrarnos algunos aspectos del poder del Señor. (Mr 4:35-41) Jesús calma la tempestad y se revela como el Señor de la Creación. (Mr 5:1-20) Su encuentro con el endemoniado gadareno pone en evidencia su poder sobre los más fieros satélites del diablo. (Mr 5:25-34) Sana a una mujer con flujo de sangre, demostrando así su poder sobre aquellas enfermedades arraigadas que resisten a todo remedio humano. (Mr 5:21-24,35-43) Resucita a la hija de Jairo, mostrándose vencedor sobre la misma muerte. En los incidentes anteriores hemos tenido ocasión de ver los efectos que tenía la popularidad en el ministerio de Jesús. Constantemente, dondequiera que iba, se encontraba rodeado por las multitudes que acudían de todas las partes del país buscando ser curados de sus enfermedades (Mr 3:7-12). Tal era la situación que no tenían tiempo ni de comer (Mr 3:20). A lo que hay que añadir las largas sesiones de enseñanza junto con las explicaciones posteriores en la casa. No es de extrañar, por lo tanto, que Jesús estuviera realmente agotado, rendido físicamente, así que, sus discípulos "le tomaron como estaba" para ir al otro lado del lago del mar de Galilea con la finalidad de descansar del bullicio de las multitudes. "Pasemos al otro lado" Aunque seguramente fueron los discípulos los que se encargaron de despedir a la multitud, fue el Señor mismo quien dio la orden de pasar al otro lado. Este detalle se reviste de mucha importancia en vista de lo que más tarde ocurrió. Debemos darnos cuenta que los discípulos se encontraban plenamente inmersos dentro de la voluntad de Dios: acababan de terminar una serie de estudios sobre el Reino de Dios con el mismo Señor como Maestro, y ahora se disponían a ir a la costa occidental del mar de Galilea siguiendo sus indicaciones y fue en este contexto de obediencia a Cristo cuando tuvo lugar la tempestad. Y tenemos aquí una lección muy importante que debemos aprender: el hecho de estar andando fielmente en los caminos del Señor no nos librará de atravesar por las tormentas y tempestades de la vida. El Señor no promete continuos tiempos de bonanza a los suyos, ni que seamos librados siempre de experiencias amargas o de peligro. Pero de lo que sí podemos tener seguridad en estas circunstancias, es de dos cosas: Que el Señor estará con nosotros durante todo el camino. Y de que nada podrá impedir que lleguemos "al otro lado". "Se levantó una gran tempestad de viento" La situación refleja fielmente lo que con mucha frecuencia ocurre en la vida del creyente: tiempos de refrigerio espiritual en la presencia del Señor son alternados con periodos de prueba... y como vemos en este pasaje, todo esto es preparado y dirigido por el Señor mismo. Podemos estar seguros de que Cristo sabía que se iba a levantar una terrible tempestad, pero sin embargo, les hizo cruzar el mar en ese momento. ¿Por qué lo hizo? Porque las situaciones prácticas son la única forma adecuada de completar la enseñanza teórica. Sin duda, había sido muy interesante escuchar al Señor predicando acerca de la importancia de la fe, y de lo que él mismo haría con aquellos que tuvieran fe aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza. Ahora llegaba el momento de poner en práctica la enseñanza: ¿tendrían los discípulos fe en esta nueva situación a la que el Señor les estaba conduciendo? Podemos decir que fue una especie de "examen por sorpresa", y que si el Señor lo planeó así, era porque estaban preparados para ello. Recordemos que al final de nuestro estudio anterior consideramos la forma que el Señor tenía de enseñar y vimos que "les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír" (Mr 4:33). Podemos estar seguros, por lo tanto, de que el Señor creía que ellos estaban preparados para enfrentar una situación así. El nunca nos colocaría en una situación para la que sabe que no estamos preparados y nunca nos dejará solos para salir de ella. (1 Co 10:13) "No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podáis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis resistir." "Jesús estaba en la popa, durmiendo" Es interesante observar que durante la tempestad, Jesús estaba profundamente dormido en la barca. De este detalle aprendemos varias cosas: Lo primero que se aprecia es la humanidad de Jesús. Después de los grandes esfuerzos de esos días, estaba cansado, agotado, necesitado de descanso y sueño. Así que, ni el rugir de los vientos, ni el embate de las olas, ni el girar y descender de la barca, que rápidamente se anegaba, fueron capaces de despertarle. También debemos aprender de su confianza en el Padre celestial. Su sueño tranquilo en medio del mar agitado nos da a entender su plena confianza en Dios su Padre, seguro de que nunca puede fallar. Nos recuerda también el sueño profundo de Pedro la noche antes de ser ejecutado (Hch 12:6). "Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?" Cuando la tormenta se desencadenó con toda su furia, aquellos hombres llegaron a angustiarse; se sentían como juguetes de la tempestad y en serio peligro de morir ahogados. Recordemos que al menos cuatro de los apóstoles que iban en esa barca eran pescadores que conocían desde su juventud el mar de Galilea y sus tormentas. Esto nos enseña varias cosas: El Señor puso a prueba su fe en el ámbito de su vida cotidiana. Las tribulaciones y pruebas de la vida nos muestran nuestra inutilidad e incapacidad aun en aquello que pensamos "dominar" bien. Finalmente estas situaciones nos quitan todo orgullo y autosuficiencia y sirven para atraernos al trono de la gracia. Por otro lado, mientras ellos luchaban con la tempestad para controlar la barca, el Señor estaba durmiendo. A ellos esto les pareció una actitud un tanto irresponsable, así que le despertaron de forma brusca en medio de acusaciones. Ellos debían estar pensado: "¿cómo puedes estar durmiendo tan tranquilo en medio de la tempestad? Despiértate y ayúdanos". Algunas veces nosotros también atravesamos por situaciones difíciles y tenemos la impresión de que Dios no se interesa por nuestras dificultades, que no contesta a nuestras oraciones. Y casi tenemos la tentación de pensar como Elías les dijo a los profetas de Baal, "¿no estará dormido vuestro dios?" (1 R 18:27). Pero es interesante como Pedro entendió y enseñó lo que aprendió en esta y en otras muchas ocasiones: "Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros" (1 P 5:7). "¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?" Parece un poco extraña una pregunta así a unos hombres que estaban en peligro de perder sus propias vidas. ¿Cómo no iban a estar atemorizados? Por supuesto, el temor de los discípulos era natural e instintivo; ¿pero dónde estaba su fe? El Señor puso el dedo en la llaga con su pregunta: "¿Cómo no tenéis fe?". El mayor peligro no era el viento o las olas sino la evidente incredulidad de los discípulos. Y así el Señor indicó algo que ocurre con mucha frecuencia: nuestros mayores problemas están en nosotros, no en nuestro entorno. El Señor esperaba que después de tantas manifestaciones de poder como habían visto de él, ya deberían haber sabido que el barco donde iba el Maestro no podía hundirse. El Señor lo había dicho al comenzar la travesía: "pasemos al otro lado". Esto tendría que haber sido una garantía para ellos. Pero el problema fue que se dejaron llevar por sus sentimientos y emociones en lugar de por la palabra del Señor (una tendencia realmente frecuente en el cristianismo de nuestros días). La importancia de la lección La situación por la que atravesaban, con todo y ser realmente difícil, no tenía punto de comparación con la grave crisis que se desencadenaría en ellos cuando vieran a su Maestro morir en una cruz. El Señor les estaba preparando para ese momento crucial. La lección fundamental que el Señor les intentaba enseñar era la siguiente: el plan divino de la redención de la humanidad no podía zozobrar porque una súbita tempestad hubiese tomado dormido al Mesías. Ninguna fuerza en toda la creación puede destruir su plan para nuestra salvación eterna ni separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Ro 8:38-39). ¡No existe tempestad tan grande que impida el avance del Reino de Dios sobre esta tierra! Y de la misma manera, los planes asesinos de los judíos, que llevaron a Cristo a una cruz, tampoco podrían impedir que Dios completara su plan de salvación. Pero hemos de admitir que esta lección era tan sublime e inaudita, tan por encima de toda experiencia normal, que necesitaban muchas lecciones y una larga disciplina para aprenderla bien. De hecho, no llegaron a comprenderla plenamente hasta después de su resurrección. "¿Quién es este, que aun el viento y el mar le obedecen?" Pero aun había otra cosa que debían aprender: el hombre que dormía sobre el cabezal era nada menos que Dios manifestado en carne. Cuando se levantó, con una autoridad natural, mandó al viento furioso y al mar embravecido que callaran e inmediatamente se hizo grande bonanza. Seguramente ellos recordarían las palabras del salmista: (Sal 89:8-9) "Tú tienes dominio sobre la braveza del mar; cuando se levantan sus ondas, tú las sosiegas". Este incidente abrió los ojos y las mentes de los discípulos a la majestad de Jesús. Intuyeron que estaban en la presencia de Dios, pero sus mentes no podían entenderlo con facilidad; ¿cómo podían pensar que Jesús, que hacía un momento dormía agotado en la popa de la barca, era el eterno Dios? Así que, cuando la tempestad se calmó, nuevamente volvieron a tener temor, pero en esta ocasión ya no era por las olas del mar embravecido, sino por la majestad divina de Cristo. "Reprendió al viento" El Señor no se presentó como los demás profetas que oraban a Dios para que se dignara dominar los elementos adversos, sino que intervino como si fuera Dios. Algunos han notado que las palabras que usó en este caso fueron exactamente las mismas con las que reprendió al demonio que le había interrumpido en la sinagoga de Capernaum (Mr 1:25). ¿Debemos entender, por lo tanto, que esta tormenta había sido provocada por el diablo? No es fácil contestar a esta pregunta. Por un lado, es completamente cierto que vivimos en un mundo caído y que, según nos dicen las Escrituras, el mundo entero está bajo el maligno. Por eso, no es descabellado decir que detrás de los desastres naturales de los que muchas veces escuchamos (terremotos, hambre, sequías, tornados, huracanes, sunamis...) debemos percibir el ataque malvado de Satanás sobre la humanidad. Otros ven en esta forma de hablar del Señor que se trata simplemente de una manera figurada y poética de hablar (Sal 19:5) (Sal 98:8) (Is 55:12). Vivimos en un mundo que es letalmente hostil a la vida humana por causa de la caída, y sólo el hecho de que Cristo sea su sustentador (He 1:3) hace posible su supervivencia. Nuestro planeta es escenario constantemente de huracanes, tempestades, terremotos, sunamis, sequía, aludes, rayos, volcanes, fuego, frío, epidemias, virus... y todos ellos de vez en cuando amenazan y destruyen la vida. Pero el evangelio de Jesucristo es el anuncio de la liberación de todo aquello que amenaza a la existencia humana.

viernes, 11 de enero de 2019

SI CONOCIERAS A QUIEN TE ESTÁ PIDIENDO AGUA…

(Juan 4:1-42) Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan (aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos), salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea. Y le era necesario pasar por Samaria. Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta. Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. Pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer. La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí. Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva. La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados? Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla. Jesús le dijo: Ve, llama a tu marido, y ven acá. Respondió la mujer y dijo: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad. Le dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo. En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella? Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él. Entre tanto, los discípulos le rogaban, diciendo: Rabí, come. El les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis. Entonces los discípulos decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer? Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra. ¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega. Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra, y otro es el que siega. Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores. Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho. Entonces vinieron los samaritanos a él y le rogaron que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días. Y creyeron muchos más por la palabra de él, y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo." "El Señor salió de Judea y se fue otra vez a Galilea" Jesús pasó algún tiempo en Judea al comienzo de su ministerio. Este periodo no es recogido por los otros tres evangelios. Durante ese tiempo estuvo cerca de Juan el Bautista y ambos se dedicaron a bautizar para arrepentimiento a los israelitas que venían a ellos, aunque el evangelista nos aclara que "Jesús no bautizaba, sino sus discípulos". Después de algún tiempo en Judea, los fariseos habían llegado a conocer el éxito del ministerio de Jesús, que en ese momento hacía y bautizaba más discípulos que Juan. Seguramente esta nueva situación era comentada en Jerusalén donde sería vista con cierta preocupación. Ni a los fariseos, ni tampoco a los líderes judíos les había agradado la popularidad que Juan el Bautista había alcanzado entre el pueblo. Pero su ministerio fue sólo el comienzo, porque como él mismo les había anunciado, había uno más grande que él que estaba a punto de aparecer (Jn 1:25-27). Así que, una vez que los fariseos vieron el rápido ascenso de Jesús, debieron sentirse muy alarmados, porque en el fondo de sus corazones sabían que en la misma medida en que su ministerio creciera, ellos iban a perder mucha de su popularidad e influencia sobre el pueblo. Sin embargo, en vista de esta situación, fue Jesús quien decidió abandonar Judea. La razón es que él no quería entrar todavía en un enfrentamiento abierto con los fariseos y los líderes judíos, así que decidió salir de su área de mayor influencia y regresar a Galilea, donde ellos tenían menos poder y presencia. "Y le era necesario pasar por Samaria" Antes de que comentemos este corto versículo, es importante que digamos algo sobre los samaritanos. Lo primero que debemos entender es su ubicación geográfica. En cualquier atlas bíblico del Nuevo Testamento podemos ver que en los tiempos de Jesús Palestina estaba dividida en tres regiones: Judea en el sur, Galilea en el Norte y Samaria que ocupaba la zona central en medio de las dos. Estas divisiones reflejaban las grandes diferencias culturales y religiosas que había entre judíos, samaritanos y galileos. Por ejemplo, los samaritanos eran una mezcla de judíos con personas de otras nacionalidades. La historia del origen de los samaritanos la podemos encontrar en (2 R 17:24-41). Allí leemos que cuando el rey de Asiria conquistó el reino del norte, transportó a la mayoría de los judíos a otras tierras de sus dominios, y pobló las ciudades samaritanas con gente que trajo de otros lugares. Con el tiempo se produjo una mezcla racial, pero también religiosa, porque los pueblos que vinieron de otras partes trajeron sus dioses y prácticas idolátricas, que fueron incorporadas al culto de Jehová. Más tarde, cuando los judíos regresaron del cautiverio en Babilonia y comenzaron la reconstrucción del templo y la ciudad, los habitantes de Samaria se opusieron a esta obra y fueron sus principales opositores (Esd 4). Con el tiempo ellos mismos erigieron su propio templo en Gerizim, y disponían también de ejemplares del Pentateuco, aceptando lo revelado por Moisés, pero rechazando todos los demás escritos del Antiguo Testamento. Todo esto nos da una idea de porqué "judíos y samaritanos no se trataban entre sí" (Jn 4:9). Aunque de hecho, no debemos entender simplemente que no se hablaban entre ellos, sino que había un verdadero odio arraigado en los corazones de ambas partes. Tal era así que cuando los judíos quisieron insultar a Jesús, le dijeron que era "samaritano y que tenía demonio" (Jn 8:48). Y como era de esperar, tampoco los samaritanos recibían a los judíos cuando pasaban por su territorio. Recordemos el incidente cuando en una ocasión Jesús envió a algunos de sus discípulos a una aldea de Samaria para hacer ciertos preparativos y los samaritanos no quisieron recibirlos porque su aspecto era como de ir a Jerusalén. A lo que los discípulos respondieron pidiendo al Señor que cayera fuego del cielo sobre ellos y los consumiera (Lc 9:51-56). Debido a esta tensión en sus relaciones, cuando un judío quería viajar de Judea a Galilea, lo que normalmente haría sería cruzar el río Jordán hacia el este pasando a Perea y bordearlo hasta llegar al Norte donde volvería a cruzarlo nuevamente para entrar en Galilea. Por supuesto, éste no era el camino más corto, pero así evitaban pasar por Samaria, lo que dada la hostilidad reinante, les evitaba muchos problemas y situaciones desagradables. Habiendo dicho esto, volvemos a nuestro versículo, y vemos que nos dice que en su viaje de Judea a Galilea, Jesús consideró que le era necesario pasar por Samaria. ¿Cuál era la razón para ello? ¿Por qué no podía cruzar el Jordán como hacían otros muchos judíos? ¿Por qué era necesario atravesar Samaria? En vista de los acontecimientos que luego tuvieron lugar allí, y que este capítulo recoge, queda claro que la necesidad expresada aquí estaba relacionada con su misión divina en Samaria, y particularmente con una mujer samaritana que lo necesitaba. "Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo" El Señor llegó a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Es difícil saber con exactitud a qué lugar concreto se refiere. Algunos han pensado que la ciudad era Siquem, y por (Gn 33:18-19) sabemos que Jacob compró un terreno cerca de allí, donde los huesos de José fueron sepultados por fin (Jos 24:32). Sin embargo, por la historia sagrada no sabemos nada de un pozo que el patriarca diera a José y tampoco podemos estar seguros de que Sicar fuera Siquem. Una vez más será necesario que los arqueólogos avancen en sus investigaciones. Pero podemos fijarnos en otro detalle mucho más importante: "Jesús cansado del camino se sentó junto al pozo". De hecho, parece que estaba más cansado que sus discípulos, porque él se quedó a descansar mientras que ellos iban hasta la ciudad para comprar comida. Seguramente debemos pensar que el esfuerzo espiritual de enseñar, sanar y restaurar que hacía el Señor, le producía un agotamiento que no sentían los discípulos que sólo eran observadores. Con esto el evangelista nos quiere hacer notar que su naturaleza humana era real. Y es interesante que en un evangelio como el de Juan, donde tantas veces se enfatiza la divinidad del Hijo, el evangelista se detiene constantemente para mostrarnos sus reacciones humanas; por ejemplo, cuando nos dice que Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro (Jn 11:35), y su alma se turbó ante la inminencia de la cruz (Jn 12:27), o su espíritu se conmovió ante la traición de uno de sus apóstoles (Jn 13:21) y tuvo sed cuando estaba en la cruz (Jn 19:28). Fijémonos además en otro pequeño detalle que también tiene cierta importancia. Observamos que Jesús envió a sus discípulos a comprar algo de comer en la ciudad. Por supuesto, esto no tiene nada de extraordinario, pero cuando unos capítulos más adelante vemos que el Señor multiplicó panes y peces para dar de comer a una multitud hambrienta, nos preguntamos por qué no hizo Jesús en este momento un milagro similar para así no tener que esperar a que sus discípulos regresaran de la ciudad con comida y así calmar su hambre rápidamente. La respuesta es que el Señor no hacía milagros para satisfacer sus propias necesidades. Él se sujetaba al orden normal de las cosas y vivía como las demás personas. De este modo nos enseñó también que Dios no va a hacer por nosotros lo que nosotros mismos debemos hacer. Y que el objetivo principal de sus milagros no es facilitarnos a nosotros la vida, sino mostrar su gloria al mundo. "Vino una mujer a sacar agua" Desde una perspectiva humana, podríamos pensar que el único propósito de Jesús cuando se quedó solo en el pozo era el de tener un rato de descanso mientras sus discípulos compraban en la ciudad algo de comer. Pero él tenía otros planes. Había elegido la ruta de Samaria porque estaba buscando a una mujer que le necesitaba urgentemente. Y en su omnisciencia sabía que en aquella hora ella iría hasta el pozo a sacar agua. Según parece, la hora sexta no debía ser la más apropiada para ir a por agua, ya que según nuestro pasaje, esta mujer era la única persona que había elegido ese momento del día para hacerlo. Es probable que los demás prefirieran ir antes o después, cuando el calor del sol no fuera tan intenso. Pero por alguna razón que tal vez luego podamos deducir, la mujer no quería compañía, algo que al Señor le convenía también para poder tener con ella una conversación personal sin que hubiera otras interferencias que le pudieran distraer. Así pues, vemos que el Señor estaba buscando a esta mujer y eligió el momento más adecuado para acercarse a ella. Así pues, aquí comienza un encuentro que nos puede servir de ejemplo de cómo Jesús evangelizaba a los perdidos. Notemos especialmente la forma sencilla en la que el Señor le expuso la verdad a la mujer, le mostró su necesidad espiritual, despertó su conciencia, y le contestó a todas las preguntas que inquietaban su alma, para llevarla finalmente a la fe en él, el auténtico Mesías y Salvador del mundo. "Jesús le dijo: Dame de beber" Cuando la mujer llegó aquel día al pozo, no sabía todavía lo que Dios tenía preparado para ella, pero se disponía a tener un encuentro con el mismo Hijo de Dios que cambiaría su vida entera. Jesús fue quien comenzó la conversación. Y curiosamente lo hizo pidiéndole un favor: "Dame de beber". No cabe duda de que en ese momento la mujer se sintió importante. Ella era la que tenía los medios para sacar el agua del pozo. Es notable observar cómo Jesús se acercaba a los hombres y mujeres con toda humildad, no buscando impresionar a las personas con su majestad y gloria. ¡Y menos mal que lo hizo así, porque de otra manera, tanto la mujer samaritana, como nosotros mismos, habríamos salido huyendo de temor! Sólo hace falta recordar el momento cuando Dios dio la ley a los israelitas en el monte Sinaí y manifestó su gloria. Entonces todos quedaron espantados y temblando (He 12:18-21). Por esta razón cuando el Hijo trataba con los hombres encubría su gloria bajo la débil apariencia humana para así poder acercarse con facilidad al pecador sin atemorizarlo. Ahora bien, Jesús había pedido agua a la mujer, pero ¿querría la mujer dar de beber a este desconocido judío? "¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?" En la respuesta de la mujer se percibe inmediatamente la desconfianza reinante entre judíos y samaritanos. A esto hay que añadir las diferencias de sexos, porque la samaritana deja también claro que ella era "mujer". Y si esto no fuera suficiente, Jesús se saltó los convencionalismos sociales que eran propios de aquella cultura y que prohibían que un rabino judío pidiera algo a una mujer. Pero Cristo no reconoció las divisiones y enemistades entre los hombres, ya sea que éstas tengan su origen en la raza, la religión, el sexo o cualquier otro aspecto. La razón es que todos los seres humanos estamos necesitados de salvación por igual, así que, aunque "judíos y samaritanos no se trataban entre sí", Cristo trató con todos ellos. Por lo tanto, lo primero que la mujer percibió es que este judío no era como los demás. Él sí que estaba dispuesto a acercarse a los "odiados samaritanos" y tener trato con ellos. De todas maneras, esto no sirvió para que la samaritana complaciera al Señor dándole un poco de agua para su sed. "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber..." A pesar de la negativa de la mujer, Jesús continúa la conversación diciéndole que tenía un agua mejor que la de ese pozo y que él sí que estaría dispuesto a compartirla con ella. De esta manera, partiendo de algo material como el agua, el Señor comienza a hablarle acerca de las realidades espirituales: "el don de Dios" y "el agua viva". Pero notemos cómo presenta el asunto. Comienza diciéndole: "Si conocieras...". Hay cierto toque de misterio que tiene como finalidad causar extrañeza en la mujer y obligarle a reflexionar. Es una forma de incitar a la mujer para que haga más preguntas y se siga interesando por lo que Jesús le quiere decir. Luego le habla del "don de Dios", porque la mujer desconocía el regalo de Dios. Podemos imaginarnos algunos de sus pensamientos en este momento: ¿En qué consistiría este regalo? ¿Realmente Dios me quiere regalar algo? La vida es tan dura... todo hay que ganarlo por uno mismo... me resulta sospechoso que alguien me quiera dar algo sin recibir nada a cambio... Por último le habla de sí mismo: "si conocieras quién es el que te dice: Dame de beber". Aunque ella no tenía ni idea, Jesús, quien en aquellos momentos estaba hablando con ella, es el regalo de Dios al mundo pecador. En él, Dios ha manifestado toda su gracia, misericordia, justicia, perdón, santificación... a favor de los hombres. "Tú le pedirías, y él te daría agua viva" Cristo le estaba haciendo un ofrecimiento realmente importante a la samaritana, y esto a pesar de que ella se había negado a darle siquiera un poco de agua del pozo. Al considerar la actitud de la mujer, podemos sacar una opinión muy pobre de ella, pero si lo pensamos bien, así es constantemente con el ser humano. Nos negamos a darle a Dios lo que por derecho le corresponde de nuestras vidas, pero aun así él sigue buscándonos para ofrecernos su regalo precioso, el "agua viva". ¿En qué consiste este "agua viva"? Bueno, el pozo de Jacob junto al que estaban manteniendo su conversación se llenaba con el agua de la lluvia que saturaba el terreno. Era una especie de cisterna con agua buena, pero en ningún caso podría compararse con el agua de un manantial que brota constantemente fluyendo siempre fresca. Aunque, por supuesto, todo esto era simplemente una ilustración de las verdades espirituales que Cristo quería compartir con la mujer y que finalmente apuntaban a la vida eterna con todas sus bendiciones inagotables. En cualquier caso, es importante notar también que aunque este "agua viva" está a la disposición de todos los hombres de forma totalmente gratuita, sólo aquellos que la piden se podrán apropiar de ella. "La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla" Evidentemente, la mujer no comprendió el lenguaje espiritual que Jesús estaba utilizando. Ella ignoraba que aquel judío con el que estaba hablando era el Salvador del mundo. Y tampoco lograba entender la grandeza de la salvación que le estaba ofreciendo gratuitamente. Para ella Jesús era un judío necesitado, cansado, con las manos vacías, sediento... ¿Qué podía ofrecerle? Por el contrario, ella era una mujer autosuficiente, que contaba con los recursos necesarios para ayudarle a él a calmar su sed. La cuestión, por lo tanto, era quién necesitaba a quién. Jesús a la samaritana o la samaritana a Jesús. La mujer sólo veía en Jesús a un viajero desvalido, sin medios para sacar agua del pozo y calmar así un poco su sed. Y de la misma manera, muchos siguen rechazando creer en un Cristo crucificado, vencido, que en sus últimos momentos de vida volvía a repetir en medio de su agonía la misma frase: "Tengo sed" (Jn 19:28). No logran ver que tras su humanidad se encontraba el mismo Hijo de Dios, que ofrece a la humanidad la vida eterna. Hoy, igual que ayer, los hombres se sienten autosuficientes, creen que no necesitan a Dios, y que en tal caso, si llegaran a creer en él, serían ellos los que le harían un inmenso favor a él. "¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob?" Sin embargo, a pesar de su debilidad, parece que la mujer estaba empezando a percibir una autoridad inusual en Jesús y quizá por eso adoptó una actitud defensiva: "¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?". Como ya hemos dicho, la historia bíblica no nos da detalles acerca de ningún pozo que Jacob diera a sus descendientes en la tierra de Palestina. Puede tratarse de una tradición, pero en cualquier caso, la mujer la aprovechó para comparar a Jesús con Jacob, y por supuesto, colocarlo en un plano de clara inferioridad. ¿Quién se creía este joven judío para ofrecer un "agua viva" mejor que la que salía del pozo dado por el mismo Jacob? Los samaritanos se sentían orgullosos de su padre Jacob, del cual pretendían descender por medio de sus hijos Efraín y Manasés. Y aunque sus vecinos judíos pudieran discutir este punto, no cabe duda de que también para ellos la figura de Jacob, el padre de la nación judía, era tenido en muy alta estima. Así pues, la cuestión que la mujer planteó es importante: ¿Es Jesús mayor que el mismo Jacob, el padre de la nación judía? ¿Quién es Jesús? "Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed" La respuesta del Señor deja fuera de toda duda que él era infinitamente mayor que Jacob. Lo primero que hace es mostrar a la mujer que el agua del pozo que Jacob les había dado, no lograba calmar definitivamente su sed. En realidad, Jacob era un hombre y todo lo que podía darle eran cosas materiales, como el agua, que nunca puede dejar plenamente satisfecho al hombre. El alma humana tiene necesidades profundas que nada material puede saciar. Y todos los que vivimos en sociedades materialistas sabemos que es verdad. El hombre de nuestros días se afana por poseer nuevas cosas en un intento desesperado por llenar su vida pero sin llegar a conseguirlo nunca. De hecho, cada vez necesita más cosas y experiencias más fuertes para llenar el vacío que constantemente está creciendo en él. Todos nosotros deberíamos recordar siempre las palabras de Jesús: "Cualquiera que bebiere de este agua, volverá a tener sed". En este punto de la conversación, la mujer tuvo que pensar necesariamente en su propia experiencia: ¿Acaso se sentía satisfecha con su vida? ¿No encontraba que su alma cada vez estaba más sedienta? ¿No era cierto que la religión le había dejado vacía y frustrada sin dar respuesta a sus necesidades espirituales? Allí estaba ante el pozo del patriarca Jacob, ¿y de qué le había servido beber de ese agua por tanto tiempo? ¿En qué había cambiado su vida? "Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás" Una vez mostradas las limitaciones de lo que Jacob, o cualquier otro hombre puede ofrecer a sus semejantes, el mismo Señor hizo su ofrecimiento: "Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna". Cristo hace aquí una promesa universal, ya que sólo él puede llenar plenamente el vacío de nuestro interior y darnos una felicidad duradera. Aunque esto no ocurrirá hasta que le entreguemos nuestras vidas. Así pues, frente a las aguas estancadas del pozo de Jacob, el Señor ofrece un manantial de agua saltando. Como más adelante explicó, se estaba refiriendo al Espíritu Santo que él daría a todos los que creyeran en él: (Jn 7:37-39) "En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él..." Y esta oferta sigue estando vigente para todos los hombres y mujeres en cualquier parte. Así nos lo recuerda también el libro de Apocalipsis justo al terminar: (Ap 22:17) "...El que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente" "Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla" Por fin las palabras de Jesús habían logrado despertar la curiosidad de la mujer, que en ese momento llega a pedir que le dé esta nueva clase de agua. Sin embargo, parece que no había escuchado las últimas palabras de Jesús: "una fuente de agua que salte para vida eterna". Ella no dejaba de pensar en el agua física, pero Jesús se refería a verdades espirituales y eternas. Ella pensaba en su propia comodidad al no tener que ir hasta el pozo cada día a buscar el agua, pero el Señor le estaba ofreciendo la vida eterna. La mujer samaritana es un buen ejemplo de las dificultades que el hombre natural tiene para entender la Palabra de Dios. "Jesús le dijo: Vé, llama a tu marido, y ven acá" De repente, Jesús da un giro inesperado en la conversación, pidiéndole que llamara a su marido. ¿Qué necesidad había de que él viniera para que ella pudiera recibir el agua de vida? Bueno, en realidad su presencia no era necesaria en este sentido, puesto que cada persona puede tener un encuentro personal con Jesús independientemente de lo que hagan los que le rodean, incluidos sus cónyuges en el caso de que la persona esté casada. Por lo tanto, el propósito del Señor era otro. Él quería que entendiera que no se puede disfrutar de los beneficios del evangelio sin que previamente se enfrente el pecado con confesión y arrepentimiento. Y sin duda, la samaritana, al igual que todos nosotros, tenía muchas cuentas pendientes en este sentido. Así que el Señor, perfecto conocedor de la vida de esta mujer, llamó su atención sobre algo que a ella le causaba un dolor y frustración especial: su fracaso matrimonial y su inmoralidad sexual. Evidentemente, toda la vida de esta mujer era como un libro abierto delante del Señor. La samaritana estaba descubriendo que no había nada que pudiera ocultarle. Y el Señor usó este conocimiento para arrojar luz sobre los repliegues de su conciencia con el fin de mostrarle cuán grande era la necesidad que tenía de purificación y perdón. "Respondió la mujer y dijo: No tengo marido" La mujer respondió de una forma un tanto brusca y cortante: "No tengo marido". Parece que se había puesto en guardia. Tenía miedo de ser desenmascarada y expuesta a la luz. Pero ¿por qué le molestaba el tema? No tener marido no es ningún pecado. Podía estar soltera, o incluso ser viuda, y no por eso debería sentirse acusada. Pero tanto ella, como el Señor, sabían que su respuesta era sólo una verdad a medias. Así que, ante la sorpresa de la mujer, "Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido, porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad". El Señor fue directo al asunto, no lo camufló ni lo adornó. Llamó a las cosas por su nombre y con ello puso al descubierto las lacras de su vida moral. Por supuesto, esto tuvo que ser muy doloroso para ella, pero sólo cuando la persona empieza a sentir su culpabilidad y fracaso, es cuando Dios puede hacer algo por el bien de su alma. Sólo quien se reconoce enfermo va al Médico (Lc 5:31-32). Y como podemos ver, la mujer samaritana estaba realmente muy enferma y necesitada. Por un lado había tenido cinco maridos. La misma cantidad de matrimonios, seguramente en rápida sucesión, muestran su fracaso y tragedia. Y finalmente, dejando a un lado la "formalidad" del matrimonio, la mujer estaba viviendo con un hombre con el que no se había casado. Y aunque ella quisiera justificarlo, algo que no parece que hiciera, estaba viviendo en pecado. Todo esto evidenciaba el descenso moral que desde hacía tiempo aquella mujer había experimentado. Y es probable que además del dolor que sus continuos fracasos matrimoniales le producían, tenía que añadir también el rechazo de sus vecinos, razón por la cual habría ido a aquellas horas de tanto calor a buscar agua del pozo para así no tener que sufrir sus miradas inquisitivas. Habiendo llegado a este punto, es importante que nos demos cuenta de cómo valora el Señor ciertos comportamientos que han llegado a ser "normales" en nuestros días. Por un lado están aquellos que acumulan divorcios y nuevos matrimonios. La idea de una unión para toda la vida parece haber quedado obsoleta en la mente de la mayoría. Los actores, cantantes y deportistas son los que ahora parecen moldear el carácter de las nuevas sociedades, y ¿cuál de ellos no tiene dos o tres matrimonios a sus espaldas? Quizá se nos presenten como abanderados de la libertad, pero según la forma en la que el Señor trató el asunto con la mujer samaritana, todo esto no hace sino sacar a la luz su deterioro moral y su vacío existencial. Y por otro lado, están aquellos que "pasan" del matrimonio y conviven con un hombre o una mujer sin legalizar su situación. Notemos que tampoco esto fue aprobado por el Señor. Sigamos el ejemplo de Jesús que llamó a las cosas por su nombre. Y tomemos también buena nota de que al intentar ganar almas para Cristo, nunca hemos de evitar la cuestión del pecado. Sólo los que reconocen que están perdidos pueden ser salvados. Pero ¡cuán pocos son los que están dispuestos a admitir su situación! "Les dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta" El conocimiento de la vida íntima de la mujer fue una manifestación de la omnisciencia del Señor. (He 4:13) "Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta." La mujer no niega lo que Jesús había dicho sobre ella, sino que más bien no puede ocultar su sorpresa y admiración, llegando a reconocer la posibilidad de que Jesús fuera profeta. Y esto es muy significativo, porque como ya hemos dicho, los samaritanos sólo creían en el Pentateuco, es decir, los cinco primeros libros de la Biblia, por lo tanto, ellos no esperaban un rey, sino un profeta (Dt 18:15). Así que, cuando dijo que le parecía que Jesús era profeta, estaba diciendo que había empezado a sospechar que él era alguien realmente muy importante. "Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén..." Todos ofrecemos cierta resistencia cuando tenemos que reconocer nuestros pecados o admitir nuestros fracasos. Seguramente por esta razón la mujer intentó en ese momento desviar la conversación de su situación personal a una disputa teológica muy de moda en aquel entonces: "Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar". No sabemos cuál era el interés real que la samaritana tenía en este debate. Como decimos, es probable que sólo era una manera de encubrir su triste fracaso personal. Pero tal vez estaba también indicando la frustración que la religión le producía en su intento de conocer el camino a Dios. Aunque pueda parecer extraño, muchas personas culpan a la religión de su falta de fe. En ocasiones hemos oído a las personas quejarse diciendo: "Yo creo en Dios pero no en la religión". Estas son personas, que como la samaritana, se sienten confundidas por la religión. "Vosotros adoráis lo que no sabéis" Ahora bien, el Señor no evitó entrar en el tema, sino que lo abordó de frente, dando una perspectiva divina al problema. Y tenemos que decir que nos interesa mucho su respuesta, porque la cuestión planteada por la samaritana sigue teniendo plena vigencia. Muchos se preguntan: Si sólo existe un Dios, ¿por qué entonces hay tantas religiones?, ¿cuál es la religión verdadera? ¿Dónde debemos adorar? Otros sacan la conclusión de que en todas las religiones hay algo de verdad y que lo que debemos hacer es entresacar lo mejor de cada una de ellas. Y aun hay quienes piensan que lo importante es creer en algo. ¿Qué dijo el Señor Jesucristo acerca de esta cuestión? Pues con la claridad que le caracterizaba, se dirigió a la mujer samaritana en estos términos: "Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos". En el debate sobre cuál era el lugar correcto para adorar, los judíos afirmaban que Dios había elegido a Jerusalén, mientras que los samaritanos habían construido un templo alternativo en el monte Gerizim. El Señor no dejó lugar a la duda. No dio una respuesta ambigua, sino que de una forma que a nosotros nos puede parecer incluso hasta brusca, dijo que los samaritanos adoraban lo que no sabían. Era una forma de decir que estaban completamente equivocados y que lo que estaban haciendo no agradaba a Dios. A la hora de adorar, no todo vale. Y los samaritanos habían olvidado algo muy importante: la Palabra de Dios. El Antiguo Testamento decía que los israelitas debían adorar en el lugar que Dios escogiere para poner su nombre: (Dt 12:5) "El lugar que Jehová vuestro Dios escogiere de entre todas vuestras tribus, para poner allí su nombre para su habitación, ese buscaréis, y allí iréis." Y en muchas otras partes de la Escritura Dios afirmó que era Jerusalén la ciudad elegida para este fin: (2 Cr 6:6) "A Jerusalén he elegido para que en ella esté mi nombre" ¿Cuál era la base del problema de los samaritanos? Pues que sólo aceptaban una parte de la revelación, en concreto lo dicho por Moisés en el Pentateuco. Por lo tanto, al rechazar el resto de la Palabra, habían llegado a "adorar lo que no sabían". En este sentido, a pesar de que habían tenido grandes ventajas sobre las otras naciones paganas, al final se encontraban tan lejos de la verdadera adoración como los idólatras atenienses, a los que el apóstol Pablo encontró adorando delante de un altar que tenía la siguiente inscripción: "Al dios no conocido" (Hch 17:23). Llegamos pues a la conclusión de que no es posible adorar adecuadamente a Dios si desconocemos su Palabra. A esto se refería Jesús cuando más adelante dijo que "los verdaderos adoradores adorarán al Padre en verdad". Tenemos que reflexionar muy seriamente sobre este asunto, porque se puede ser un falso adorador si tenemos un conocimiento insuficiente de la Palabra. "Porque la salvación viene de los judíos" La gracia y la ternura del Señor no le impedían declarar la verdad, aun cuando ésta no fuera del gusto del oyente. Así pues, afirmó de manera categórica algo que a la mujer samaritana seguramente no le agradó: "La salvación viene de los judíos". Esto implicaba necesariamente que los samaritanos estaban equivocados en el camino que seguían en su búsqueda de la salvación. Esta es una seria advertencia para todos nosotros, porque contrariamente a lo que muchos creen, no todos los caminos conducen a la salvación. Ahora bien, ¿en qué sentido la salvación viene de los judíos? ¿Cómo debemos entender estas palabras de Jesús? Esta afirmación se basa en el hecho de que Dios había dado su revelación especial por medio de los judíos. Ellos habían sido escogidos por Dios como un instrumento a los efectos de recibir, guardar y transmitir la Palabra de Dios. Y sólo a través de la revelación de Dios podemos saber con exactitud cuál es el camino trazado por él para la salvación. (Ro 3:1-2) "¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios." Pero aún más importante que esto, el Salvador del mundo sería alguien que vendría de la descendencia de Abraham. Las Escrituras lo anunciaban con claridad. (Ro 9:4-5) "Son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén." Por lo tanto, los samaritanos estaban equivocados cuando esperaban que la salvación viniera a través de su pueblo. El Salvador del mundo es judío. Ahora bien, nos podemos imaginar la resistencia que ellos ofrecerían para reconocer como su Salvador a un judío. Sin duda, el odio que se profesaban entre ambos pueblos sería un grave obstáculo para ello. Y algo parecido les ocurre en la actualidad a millones de árabes que no pueden aceptar que la salvación eterna de Dios viene de los judíos. "Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías" Las enseñanzas que la mujer acababa de recibir, causaron en ella una profunda impresión, hasta el punto de que comenzó a pensar en el Mesías, aquel que cuando viniera les declararía todas las cosas. Y muy probablemente, algo dentro de ella misma le estaba diciendo que de hecho, aquel judío que se había acercado a ella para pedirle agua junto al pozo de Jacob, podía ser el Mesías que esperaban. Al fin y al cabo, ¿no le había declarado con toda claridad cuál era su estado moral, y además había dado explicación a todas sus dudas teológicas? Parece que en su mente y corazón comenzó a establecerse esta conexión entre Jesús y el Mesías. De hecho, así se lo planteó a los samaritanos de la ciudad un poco más tarde: "Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?" (Jn 4:29). En cualquier caso, a la mujer no le quedó ninguna duda sobre este asunto cuando Jesús mismo le declaró que él era el Mesías: "Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo". Debemos detenernos un momento en este punto, porque esta es la única ocasión en que nuestro Señor hizo una manifestación tan clara de su naturaleza y su misión mesiánicas. Y nos sorprende que eligiera para ello a una mujer samaritana e inmoral. Pero esto es lo que dijo Jesús: (Mt 11:25-26) "En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó." No se reveló a Nicodemo, el principal entre los judíos, tampoco lo hizo a los eruditos escribas, ni a los estrictos fariseos. Fue a una mujer de Samaria. Por otro lado, también es importante considerar la forma exacta de esta declaración. Jesús dijo: "Yo soy". Por supuesto, gramaticalmente se sobreentiende que quería decir "Yo soy el Mesías". Pero ningún conocedor del Pentateuco podría dejar de asociar estas palabras de Cristo con aquellas con las que Dios se presentó a Moisés en la zarza ardiendo (Ex 3:13-14). De hecho, esta es la primera aparición de la expresión "Yo soy" que Jesús usa muchas veces en el evangelio de Juan para revelar su verdadera naturaleza. "En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer" ¿Cuál fue la razón para que los discípulos se maravillaran de que Jesús estuviera hablando con una mujer? Bueno, en nuestra cultura esto puede ser muy normal, pero entre los judíos había un precepto rabínico que decía: "Nadie hable con una mujer en la calle, ni con su propia esposa". Y los discípulos consideraban a Jesús como un rabí, por lo tanto, les pareció que estaba actuando por debajo de su dignidad. Sin embargo, ninguno le dijo nada debido al respeto y la reverencia que sentían por él. "Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad" Mientras tanto, la mujer desapareció rápidamente de la escena y fue a la ciudad. El evangelista observa que dejó allí su cántaro, un detalle que es muy significativo. ¿Qué podemos pensar de este hecho? Una posibilidad es que la mujer dejara el cántaro para que Jesús bebiera agua. Al fin y al cabo, a pesar de la sed de Jesús y su petición, ella todavía no le había dado agua. Pero aunque esto es posible, seguramente dejó el cántaro allí con el propósito de llegar más rápidamente a la ciudad, puesto que como a continuación veremos, había empezado a sentir la urgencia de comunicar a todos el descubrimiento que acababa de hacer. No es difícil entender que su corazón estaba rebosando de alegría por todo lo que había escuchado y por lo tanto, llevar el cántaro con ella sólo serviría para retrasarla. Por otro lado, era un claro indicio de que tenía la intención de regresar a donde estaba Jesús. Además, es interesante ver que de repente sus bienes materiales habían dejado de ser tan importantes como la persona de Jesús. Una evidencia importante de que la semilla sembrada en ella por el Señor estaba empezando a germinar. Y otra prueba más de esto último fue la necesidad que repentinamente comenzó a tener de compartir con los habitantes de su ciudad las verdades que acababa de descubrir acerca de Jesús, el Salvador del mundo. Ante tanta maravilla no podía permanecer callada. Y esto es también una hermosa prueba de la nueva vida en Cristo. "Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?" A partir de aquí tenemos el testimonio que la mujer dio en su ciudad acerca de Jesús. Es especialmente interesante notar la habilidad con la que se dirigió a sus paisanos. No adoptó una postura de superioridad, afirmando haber encontrado al Cristo, sino que con una intuición femenina muy fina suscitó en ellos la curiosidad: "Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?". También de este detalle podemos aprender mucho a la hora de dar testimonio a otras personas. En cualquier caso, es indudable que la vida licenciosa de esta mujer tenía que ser bien conocida en la ciudad, así que también era de esperar que no sería tomada muy en serio por sus conciudadanos. Sin embargo, ella adoptó la misma táctica que Felipe había usado antes con Natanael: "Ven y ve" (Jn 1:46). Evidentemente sus palabras no tendrían ninguna autoridad, y menos en temas espirituales, pero ella estaba segura de que si lograba poner en contacto a estas personas con Jesús, ellos mismos serían finalmente convencidos, como así ocurrió unos días después (Jn 4:42). ¡Qué hermoso ejemplo de un auténtico evangelista! La mujer no sabía mucho del evangelio, pero en su sencillez logró interesar a otros para que acudieran a Jesús.