domingo, 8 de febrero de 2009

EL MEDICAMENTO REHUSADO

Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí. (Isaías 44:22)
A su vecino que le presenta el Evangelio, Juan Pablo le responde un poco fastidiado:
-Veamos, ¿es justo que Dios me condene porque un hombre cometió una falta hace seis mil años? Rehúso creerlo.
-Usted tiene razón; Dios no le condenará a causa del pecado de Adán, sino a causa de sus propios pecados y porque usted habrá rehusado el perdón que él ofrece. Suponga que yo tuviera una grave enfermedad, cuyo final fuese fatal. Un amigo viene a verme y me dice:
-Te estás muriendo, pero tengo un remedio milagroso que te curará. Lo experimenté. Hace cinco años yo estaba en el mismo estado que tú y ese tratamiento me sanó. Toma este frasco, haz la prueba y te curarás también.
Como no creo en la gravedad de mi estado, pese a la insistencia de mi amigo rehúso el medicamento. La enfermedad que me llevará, de hecho no será el motivo determinante de mi muerte. Moriré por haber rehusado el remedio, es decir, la salvación que se me ofrecía. Los hombres están perdidos porque son pecadores y rehúsan al Salvador.
“Venid luego, dice el Señor, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos” (Isaías 1:18).
“Porque el Señor vuestro Dios es clemente y misericordioso, y no apartará de vosotros su rostro, si vosotros os volviereis a él” (2ª Crónicas 30:9).