viernes, 26 de septiembre de 2008

LA ESPERANZA VICTORIOSA DE LA IGLESIA

¿Qué momento histórico estamos viviendo? Aquel señalado por el Padre cuando dijo: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Estamos en ese “hasta que”, en ese “mientras tanto” en el cual el Padre está poniendo a todos bajo los pies del Hijo.
Esa es la razón por la cual estamos viendo despertamientos espirituales en diferentes partes del mundo. Porque el Padre ha tomado a algunos príncipes de las potestades de los aires y los ha puesto bajo los pies de Jesús. Y seguirá poniendo a otros, hasta que no quede ninguno. El Padre lo ha dicho y lo va a hacer. Todo lo pondrá bajo los pies de Cristo, para que él tenga pleno dominio. Pero, ¿cuáles son sus pies? Piensa un poco. Cristo tiene un cuerpo. ¿Cuál? La iglesia. El es la Cabeza, y todo lo que ponga bajo sus pies, ¿bajo quién estará? ¡Bajo la iglesia! ¡Aleluya!
¡Levántate, iglesia! Toma conciencia de la hora de Dios. Mira lo que el Padre se ha propuesto. ¡Ríndete a Jesucristo! Entra en fe y en espíritu de victoria. Comienza a brillar. Todo lo que pisare la planta de vuestros pies será vuestro, asegura él en su palabra, porque nuestros pies son los pies de Jesús. Somos el Cuerpo de Cristo. Cuando este Cuerpo se mueve bajo la dirección de la Cabeza, allí va la iglesia triunfante marchando, pisoteando, aplastando y conquistando los reinos para nuestro Señor Jesucristo.
Isaías vio visión de este reino de Dios. De repente, en medio de las tinieblas nació una luz. Esta luz creció y creció hasta que él ya no pudo seguir mirando. Entonces profetizó: y lo dilatado de su imperio no tendrá fin (Isa. 9:1,7). El reino de dios está en plena expansión. No va a quedar así. Va a seguir creciendo. ¡Gloria a Dios! El está preparando a su pueblo ahora, porque a través de su pueblo El va a extender su reino en todas las naciones.
Un Cristo grande merece un reino grande. El tiene poder para tener un reino grande. Porque suyo es el reino y suyo el poder y suya la gloria por todos los siglos. ¡OH, si supiéramos la responsabilidad que nos toca en la hora en que estamos viviendo! Es el momento de la culminación del propósito de Dios para esta generación. Y es la iglesia, su cuerpo, el agente que Dios ha escogido para extender su reino a pueblos, ciudades y naciones.
¿Cuál es el drama del mundo? Siempre el mismo; todos quieren mandar. Hace siglos se levantó uno llamado Alejandro Magno. Comenzó a conquistar reinos y pueblos. Quería abarcarlo todo. Dice la historia que conquistaba a la velocidad de su caballo. Pero un día su caballo no corrió más. Se levantó otro imperio, el romano, dominando las naciones con vara de hierro. Más, ¿dónde está hoy?
Tres Siglos atrás surgió en Francia un hombre de pequeña estatura y gran inteligencia: Napoleón Bonaparte, quien ambicionaba ser el emperador del Mundo. Ganó todas sus batallas, menos la última. Mientras estaba desterrado en la isla de Santa Elena, esperando la muerte, se expresó así, refiriéndose a Jesús: “OH, Maestro de Galilea, yo he tratado de conquistar por la fuerza, y he perdido. Tú has querido hacerlo por el amor, y has vencido”.
En la actualidad, como en cualquier época de la historia, pueblos, naciones y reinos se enfrentan entre sí, procurando tener supremacía sobre los demás. El Norte contra el Sur, el Este contra el Oeste, naciones subdesarrolladas enfrentadas con las desarrolladas. Los gastos que demandan la defensa y la preparación de una futura conflagración elevan a cifras increíbles los presupuestos de las naciones del orbe. Pero, ¿Quién logrará el dominio del mundo? Puedo asegurarlo, sin temor a equivocarme, que el que va a triunfar es aquel que ya ha vencido: JESUCRISTO. ¡El es el Señor! Y un día, cuando suene la última trompeta, aparecerá con poder y gloria. Pondrá sus pies sobre la tierra, y será proclamado Rey y Señor del mundo entero.
Si sabemos de antemano que el reino de dios prevalecerá, entonces, ¿a qué preocuparnos por cómo están las cosas ahora? Si en un encuentro de fútbol supieras de antemano el resultado final, ¿te preocuparía tanto el desarrollo? Lo que importa es cómo va a terminar la cosa y no las variantes del juego. Pero, en un encuentro de fútbol no podemos saber con anticipación el resultado final, en cambio sí podemos conocerlo en cuanto al curso de la historia. Dios lo ha revelado en su Palabra. Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo (Apoc. 11:15).
Cristo el Vencedor, el Invicto, el triunfante, es quien reinará y gobernará sobre toda la tierra. Su venida se acerca. Pero antes de que El vuelva, su reino se va a extender con poder y gloria. El vendrá a buscar a su iglesia, la cual se está preparando para ser santa, sin mancha y sin arruga para su gloria. El vendrá. Y los muertos en Cristo, cuando El aparezca, resucitarán primero, y todos los que estemos en la tierra, en un abrir y cerrar de ojos seremos arrebatados junto a El. Entonces, El establecerá su reino aquí en la tierra.
El Apocalipsis dice que por mil años. El reinará (20:6). Al término de ellos acontecerá el último evento del que la Biblia habla. El establecimiento de un Gran Trono Blanco, y Uno sentado sobre él (Apoc. 20:11-15). Aquel día final, cuando Dios se siente en el tribunal de juicio en su trono blanco, los libros se abrirán. Todos los muertos resucitarán, la muerte y el Hades entregarán sus muertos, y todos comparecerán ante El Gran Dios y la Vida Eterna.
Habrá una multitud incontable de millones y millones, vestidos con harapos, y con el rostro demacrado, escondiéndose del esplendor de la gloria del que está sentado en el trono. Su número será tan grande que se perderá en la lejanía. Serán los que aquí en la tierra no hayan reconocido a Jesucristo como Señor.
También, otra multitud, vestida con ropas blancas y coronas en sus cabezas. La Luz y la gloria del que estará sentado en el trono los cubrirá.
Frente al trono estarán también todos los ángeles y arcángeles. Y al otro lado, todos los demonios, desde Satanás hasta el más pequeño; ¡todos presentes! En ese día final, toda rodilla se doblará. Todos se inclinarán ante el Señor. Dice Filipenses que todos lo harán, los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra. Y todo el universo, como un gigantesco coro confesará que ¡JESUCRISTO ES EL SEÑOR! (Fil. 2:10-11).
Tú y yo también vamos a estar frente a ese trono. Pero ¿de que lado? Todos dirán “Cristo es el Señor”. Los que confiesen a Cristo como su Señor aquí en la tierra y lo reconozcan en sus vidas, estarán a un lado. Solamente habrá allí dos clases de personas: los que vivieron como el Rey manda y los que vivieron como ellos quisieron. ¿Donde estarás tú?
En aquel día, todos los de un lado junto con Satanás y todos sus demonios, serán lanzados al lago de fuego y azufre que es la muerte segunda, por toda la eternidad. Los del otro lado, junto con todos los ángeles, escucharán la invitación: -Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo (Mat. 25:34).
Cristo el Señor arrancará esta página de la historia de los siglos, y entregará el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia (1ª Cor. 15:24), y comenzará una nueva era. ¡Qué esperanza de gloria tenemos! Entonces, comenzará la historia de la gloria plena de Dios, junto con sus escogidos. Y reinaremos con El por los siglos de los siglos.

Nombre sobre todo nombre
Es el nombre de mi Cristo:
Ante tan glorioso nombre
Todos se postrarán.

Todas las fuerzas de oscuridad,
De todo el mundo la humanidad.
Todos los cielos y su potestad,
Todos se postrarán.

Nuestros ojos le contemplan,
Nuestro corazón le adora,
Nuestra lengua hoy proclama:
¡JESUCRISTO ES EL SEÑOR!

jueves, 25 de septiembre de 2008

UN EPITAFIO

Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. (Mateo 6:24)

En una lápida de un cementerio de Pensilvania se lee el siguiente epitafio:


Enoch ADDIS
Murió el 5 de agosto de 1830 a la edad de 73 años
Pasó toda su existencia, que fue larga y activa, en adquirir propiedades; ahora sólo posee este pequeño rincón de tierra.

En Lucas 12:16-21 Jesús habla de un hombre rico que derriba sus graneros para edificarlos mayores en vista de su próxima cosecha. Se dice a sí mismo: “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate”. Pero Dios trastorna sus planes y le dice: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto. ¿De quién será?”
A sus discípulos el Señor Jesús les formula esta pregunta: “¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mateo 16:26). Se debe hacer, pues, una elección, y conviene no equivocarse. Por un lado el mundo, sus placeres y sus vanidades –de las cuales se goza sin Dios durante un tiempo muy limitado- y luego la eternidad en “las tinieblas de afuera”. Por otro, una vida feliz en la comunión con dios, seguida por una bienaventurada eternidad. Moisés había hecho la buena elección. Rehusó el título que podía darle acceso al trono de Faraón, “teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios” (Hebreos 11:26).

LA ESCENA CELESTIAL

Pero, ¿qué ocurrió con Cristo después que la nube lo cubrió? Los testigos oculares no pudieron relatarlo. Otra vez necesitamos recurrir a los libros de revelación para saberlo.
¡Ah, Jesucristo, Aquel que había vencido, ahora ascendía y se acercaba a las puertas de la eternidad! El salmista David lo había visto proféticamente. El oyó a alguien gritar frente a las puertas del cielo:
-Alzad, OH puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el rey de gloria.
Desde adentro alguien preguntó: -¿Quién es este Rey de gloria?
-Jehová de los ejércitos, El es el Rey de la gloria (Salmo 24)
Y las puertas de la eternidad, como un gigantesco telón, comenzaron a alzarse para dar la bienvenida al que había vencido, al Cordero inmolado. ¿Y qué se vio al otro lado? El cielo, desbordando de gloria y alegría. Había cánticos y regocijo. Los ángeles hacían sonar sus trompetas, cantaban, batían palmas. Jesucristo estaba entrando por las puertas de la eternidad a la gloria que El había conquistado.
-¡Ah, es imposible describir la escena cabalmente!
Pero podríamos, en el Espíritu, alcanzar a ver un poquito de ella. ¡Expresarnos en lenguas angelicales para describirla!
El cielo estaba vestido de fiesta; las luces brillaban más que nunca; la gloria de Dios se palpaba allí. ¡Nunca se había cantado como en aquella ocasión! Entró Jesucristo, escoltado por las huestes celestiales. El mismo Padre no pudo contenerse: se levantó de su trono y fue a darle la bienvenida. El salmista David también vio esto y relata así el encuentro: Jehová dijo a mi Señor (el Padre dijo al Hijo): Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies (Salmo 110:1). Jesucristo, entonces, se sentó en el trono excelso y sublime. Y cuando se sentó, el Padre le dio aquel nombre que es sobre todo nombre: SEÑOR DE SEÑORES, Y REY DE REYES. Este nombre quedó escrito sobre su muslo (Apoc. 19:16).
En el momento en que El se sentó en el trono, los ángeles comenzaron a tocar sus instrumentos, a cantar, y empezó –hace ya cerca de dos mil años- una fiesta con tanta gloria, con tanta alabanza, con tales cánticos, que ¡todavía no ha podido parar! Si no lo crees abre tu Biblia en Apocalipsis cap. 5 y verás: El Cordero que fue inmolado es digno… el León de la tribu de Judá, la raíz de David ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos…
Ellos siguen allá. Y nosotros acá, con la misma gloria, impregnados de la misma realidad. Aunque no veamos estas cosas con nuestros ojos ahora, con los ojos de la fe vemos la realidad trascendental y eterna: ¡Cristo reina, y está sentado en el trono!

miércoles, 24 de septiembre de 2008

VENCIO A LA MUERTE

Pasó un día, dos. Al tercero, la gloriosa victoria de Cristo se hizo pública. Por la mañana muy temprano, el sepulcro se estremeció. La piedra que cerraba la entrada fue quitada y el Hijo de Dios resucitó triunfante de entre los muertos. ¡Lleno de gloria! Venció sobre las leyes de la naturaleza. Según ellas, un cuerpo muerto entra en descomposición, en corrupción. Pero el salmista ya lo había profetizado: No dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción. Y Cristo triunfó sobre las leyes naturales. Venció a la muerte. El Cristo resucitado demostró su autoridad sobre ella.
Luego de resucitado, los ángeles vinieron a servirle, a atenderle. Uno quitó la piedra del sepulcro. Otro se sentó en el lugar donde El había sido puesto y anunció: No está aquí. Ha resucitado. Los ángeles estaban otra vez a su disposición. Había recuperado se señorío sobre ellos.
Luego, estando con los suyos, les dijo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Pero, ¿no se había despojado de todo al venir a esta tierra? ¿No lo había perdido todo? Sí, pero en el momento en que terminó de perderlo, comenzó a reconquistarlo nuevamente. El, resucitando, demostró ser aquel que tenía toda potestad en el cielo y en la tierra: sobre todos los reyes y gobernantes. Pablo dice en Romanos 13, que no hay autoridad establecida sino por El. Cristo triunfante y resucitado reconquistó su señorío sobre todo cuanto existe, y ahora es Señor de todo. De todo se desprendió para obrar nuestra redención y hacernos partícipes de su reino y gloria. Mas luego volvió a recuperarlo todo, y se declaró Señor del Universo.
Como tenía toda potestad en el cielo y en la tierra, dijo a sus seguidores: Id y haced discípulos. ¿A quiénes? A todas las naciones, porque yo tengo autoridad sobre ellas. Id y haced discípulos… y yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin.
Habiendo dicho estas cosas, el Cristo se despidió de los suyos. Repentinamente sus pies comenzaron a desprenderse de la tierra allí sobre el Monte de los Olivos. Todos quedaron pasmados. Veían al Señor elevarse en los aires. El poder de la resurrección le levantaba. Una nube le cubrió finalmente, y no lo vieron más. Luego llegaron ángeles para dar instrucciones a los discípulos.

lunes, 22 de septiembre de 2008

VENCEDOR

Los Evangelios y Los Hechos de los Apóstoles son una narración de la vida de Jesús hecha por testigos oculares. Pero hay en la Biblia libros de revelación; es decir, de cosas no vistas por los ojos, sino reveladas por el Espíritu Santo. Entre éstos se encuentran las epístolas, el libro de los salmos, y otros.
¿Qué pasó con Cristo cuando El murió? Sabemos lo que ocurrió con el cuerpo: lo envolvieron en una sábana y lo pusieron en un sepulcro. Esto lo relatan los Evangelios. Es lo que un testigo ocular podía ver. Pero, ¿qué sucedió con su espíritu cuando salió de su cuerpo? ¿Adónde fue? ¿Qué hizo? ¿Dónde estuvo?
Aquí intervienen los libros de revelación para narrar lo que el testigo ocular no pudo ver. El libro de los Salmos revela que, cuando su Espíritu se separó del cuerpo por entrar bajo la autoridad de la muerte, El también tuvo que ir a la morada de los muertos; es decir, el Hades o Seol. Por eso dice en uno de los Salmos: No dejarás mi alma en el Seol… (Salmos 16:10). El Hades era el lugar donde iban todos los muertos; pecadores y salvados. En el Hades había dos lugares o compartimientos diferentes. Cristo habló de esto al referirse al rico y Lázaro.
El rico murió y fue al Hades, a los tormentos, al infierno. Lázaro también murió y fue al Hades, pero al seno de Abraham, al lugar de descanso, de consuelo, de espera. Allí estaba Abraham, el padre de la fe, y todos los que morían en la fe de Abraham. El rico estaba en la zona de sufrimiento. Lázaro en el lugar de descanso. Había un gran abismo que dividía las dos zonas; nadie podía pasar de un lugar al otro.
Este es el reino de los muertos. Cristo, cuando murió, también tuvo que ir allí. Las epístolas señalan que descendió hasta las partes más bajas de la tierra. Y este Jesús, que entró al reino de los muertos, al imperio de la muerte, tuvo que estar por un instante bajo la autoridad de aquel que tenía el imperio de la muerte, es decir, el diablo. Esta era el área donde Satanás tenía las llaves. En sus manos estaba el dominio de la muerte. Allí llegó Jesús.
Su cuerpo todavía estaba en la cruz, cuando su espíritu entró a aquella morada. ¿Sabe que pasó allí? La Biblia habla de este lugar –no sé si en sentido figurado o real- como si estuviera en el corazón de la tierra. Cristo descendió allí para enfrentarse con aquel que tenía el imperio de la muerte. Cristo, el León de la tribu de Judá, se enfrentó con el León Rugiente, con Satanás. Dos leones frente a frente. Y se desató una batalla sin precedentes en toda la historia. El León Rugiente rugía con todas sus fuerzas; otro León se había metido en sus dominios. Los dos entablaron una feroz batalla. La tierra tembló. ¡No era para menos! El León de Judá asestó un terrible golpe sobre la cabeza del León Rugiente, y Satanás cayó herido de muerte.
Cristo arrebató entonces de su mano las llaves del infierno y de la muerte. Dice la Epístola a los Hebreos que él destruyó por la muerte (su muerte) al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo. Y en Apocalipsis Cristo aparece como aquel que dice: Yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto, mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, Amén. Y tengo las llaves del Hades y de la muerte. En el mismo instante en que se despojó de todo, Cristo venció y destruyó a Satanás, el principal de esta esfera.
De modo que Satanás es un enemigo vencido. No puede hacer nada ahora. Solamente, como espíritu mentiroso que es, utiliza contra nosotros la mentira. Es su única arma. Sus artimañas, sus tácticas, son para tratar de poner espíritu de error y tinieblas en la gente. Aunque todavía no haya sido atado, ya tiene una herida de muerte. Cristo venció –dice la Biblia- al que tenía el imperio de la muerte. De modo que, no temas nada. ¡El León Rugiente está derrotado!
Y Cristo tiene ahora en sus manos las llaves del Hades. Dice que El fue en espíritu y predicó a los espíritus encarcelados. En aquel lugar, Cristo predicó a los que estaban condenados, y selló su condena. Y a los que estaban aguardando la Esperanza de Israel, les anunció las buenas nuevas. Abrió ese sitio y llevó cautiva la cautividad (los muertos en la fe). Desde entonces, este compartimiento del Hades no funciona más. El único lugar que ha quedado es el de tormento, el infierno, donde van todos los que mueren sin Cristo y sin salvación. Los demás tienen acceso inmediato a la presencia de Dios.

domingo, 21 de septiembre de 2008

SIENDO RICO SE HIZO POBRE

Repentinamente, la escena cambió. Este que tenía todo poder en los cielos y en la tierra, que sujetaba con su autoridad a hombres, ángeles y demonios, fue aprehendido en Getsemaní. Los hombres lo ataron y lo llevaron e hicieron de él lo que quisieron. Le pegaron, escupieron su rostro, le injuriaron. Y él permaneció en una actitud pasiva. Este que era Señor sobre los hombres estaba siendo sometido por ellos. No actuó más con la autoridad que había demostrado tener. Cuando le llevaron delante de Pilato, este le dijo:
“¿Así que tienes una autoridad superior? Vamos a ver.” Dio orden de azotarlo, y de llevarlo a la cruz. Jesús, cuya autoridad era suprema, efectivamente quedó sujeto a la autoridad de un gobernante. Fue azotado. Cargó la cruz, y en la cima del Calvario le acostaron sobre el madero, clavaron sus manos, sus pies y le levantaron en la cruz. Su cuerpo quedó colgado, sujeto por tres o cuatro clavos al madero. Allí estuvo el Hijo de Dios. La gente pasaba y decía: “¿Y tú eres el Hijo de Dios?... Bájate de la cruz, y creeremos en ti. ¡Demuéstralo!...”
Ya había pasado el tiempo de demostrar. Aquel que era Señor de la naturaleza y que sujetaba vientos y mares y a sus leyes físicas, quedó El mismo sujeto a un madero por unos clavos; y no pudo salir de ahí. ¿Qué fue lo que sucedió?
Comenzamos a comprender aquello que Pablo dice: Se hizo pobre, siendo rico. La riqueza mayor de Cristo no era material o física, sino que consistía en su autoridad y dominio sobre todo y sobre todos. Este que era rico, y que tenía todo en sus manos, comenzó a empobrecerse poco a poco. Este que dominaba sobre todo, quedó sujeto a todo.
Estaba allí en la cruz, agonizando. Los discípulos se habían ido. No había nadie a su lado. Miró al cielo: ni el Padre le miraba. Le había desamparado. Por eso exclamó a gran voz: -Dios mío, Dios mío. ¿Por qué me has desamparado? – Ni siquiera un ángel estaba allí para reconfortarle. El que había tenido al ejército de los cielos a su disposición, ya no lo tenía más. Quien había sido Señor sobre el reino angelical, estaba ahora abandonado por todos.
Y Cristo, clavado en aquella cruz, habiendo exclamado a gran voz, dio el espíritu, y murió. ¿Cómo?
¿No era El quien había levantado a los muertos? Sin embargo, ahora estaba muerto. El había tenido poder sobre la muerte, pero ahora la muerte prevalecía sobre El y moría. ¡De todo se despojó!

sábado, 20 de septiembre de 2008

SEÑOR SOBRE EL REINO DE LOS GOBIERNOS HUMANOS

Por último, le ataron y le llevaron delante del sumo sacerdote. Después delante de Pilato, de Herodes, otra vez de Pilato. Este le hizo algunas preguntas:
-¿Eres tú el rey de los judíos?
-Tú lo dices.
Luego, siguió preguntando, pero Cristo ya no respondió. Pilato se enfadó. -¿A mí no me respondes? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte o condenarte? – Jesús estaba de pie, calmo, sereno, con paz. Le dijo:
-Ninguna autoridad tendrías, si no te fuese dada de arriba-. Pilato no entendió.
Entró en su palacio frotándose nerviosamente y preguntándose: -¿Pero quién es éste? ¿Quién es éste? Yo soy el gobernador Pilato. Me respalda todo el imperio romano. Y él me dice que hay otra autoridad encima de mí. Pero… ¿Quién es éste?
-¿QUIEN ES ESTE? – Pilato, no te canses. Este es Jesús de Nazaret: Señor sobre todos los gobiernos. Y ninguna autoridad tendrías, Pilato, si no te fuese dada de arriba. Jesús demostró vez tras vez en su ministerio público su autoridad sobre los gobernantes; ya fueren estos políticos o religiosos. Los principales sacerdotes se acercaron a él, pero siempre enmudecieron en su presencia. Este Jesús demostró en tres años y medio de ministerio público que era Señor sobre todas las esferas del universo.

viernes, 19 de septiembre de 2008

SEÑOR SOBRE EL REINO DE LOS ANGELES

Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María.
Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Pero ella turbada no entendía porque la saludaban de ésta manera. Y el ángel continuo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.
Cuando se cumplió el tiempo para que naciera el Señor, en la región indicada se encontraban unos pastores que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!
Cuando le llegó la hora de comenzar su ministerio luego de bautizarse, dice Mateo en su evangelio, tuvo su primera y durísima batalla con su enemigo y el de todos los cristianos: Satanás. En la conocida tentación de Jesús como también primera y gran prueba. Para poder convencerlo de sus insinuaciones diabólicas el diablo le citó las Escrituras donde dice que Dios mandará a sus ángeles en auxilio de sus Hijos. Luego de perder la batalla, el diablo, abandona el lugar y he aquí vinieron ángeles y le sirvieron al Jesús triunfador.
Jesús estaba en el huerto de Getsemaní orando intensamente. Iba a ser entregado en sacrificio y lo sabía. Un ángel vino a reconfortarle. Finalmente, dijo el padre: Sea hecha tu voluntad, no la mía. Y bebió la copa amarga. Se levantó y miró a sus discípulos. Dormid ya y descansad. He aquí la turba viene y el tiempo ha llegado. Una multitud de hombres se acercaba con espadas, palos y antorchas. Venían a prenderlo. Cristo se adelantó hacia ellos y en la espesura de aquel monte, en la oscuridad de la noche, preguntó:
-¿A quién buscáis?
-A Jesús nazareno, -vino la respuesta.
Se adelantó aún más y dijo: -Yo soy,- y al decir esto, todos sus perseguidores cayeron a tierra. Ni uno solo quedó en pie. Rápidamente, se incorporaron, los soldados buscaban sus cascos, sus espadas, sus antorchas y nuevamente se enfrentaron con él.
-¿A quién buscáis?
-A Jesús nazareno,- se oyó.
-Os he dicho que yo soy. Si a mí me buscáis, dejad ir a éstos.
Ellos, al ver su pasividad, su entrega, se acercaron, le tomaron, le ataron. Mientras tanto, Pedro sacó su espada y cortó la oreja de uno de ellos.
-Pedro, mete tu espada en la vaina-, ordenó Cristo, mientras sanaba la oreja herida.- ¿Piensas que si ahora quiero, no puedo pedir doce legiones de ángeles que vengan a defenderme? Pero si para esto vine…
¿Qué dijo? Todos le escucharon. Pero, ¿Quién es éste, que si pidiera doce ejércitos de ángeles, ellos acudirían? ¿Quién es éste?
El Hijo es superior a los ángeles. Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre, Y él me será a mi hijo? Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: ¡Adórenle todos los ángeles de Dios!

jueves, 18 de septiembre de 2008

SEÑOR SOBRE EL REINO DE LOS DEMONIOS

En una ocasión, pasando por cierta región un hombre le salió al encuentro. Un hombre gadareno. Muchos espíritus satánicos, demonios, se habían posesionado de él. No uno o dos, sino una legión. Este hombre era atado con cadenas por otros y ni aun así le podían contener. Pero entonces Jesús se le acercó. Los espíritus comenzaron a temblar dentro de él y a gritar fuertemente. ¡Y todavía Cristo no había dicho nada! ¡No había abierto su boca y ya estaban todos temblando!
-¿Qué tienes con nosotros, Jesús, hijo de David, hijo del Altísimo?
Estaban temblando ante la presencia del Hijo de Dios. –Si vas a sacarnos de aquí, por favor manda que salgamos y vayamos a este hato de puercos.
Cristo entonces, dio la orden. Una sola palabra, dos letras nada más: -ID- y la legión de demonios salió de ese hombre, entrando en el hato de puercos. Estos corriendo, se precipitaron al mar y se ahogaron. Entonces, salió toda la población a ver lo que había sucedido.
-¿Quién es éste, que aún los demonios le obedecen…? Por favor, vete de aquí… -Sí, le pidieron al Señor que se fuera, porque aún cuando había sanado al endemoniado, les había arruinado el negocio de los cerdos. Sin embargo, el interrogante de los lugareños tenía una respuesta: Este es Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, aquel que demostró en la tierra ser Señor sobre todos los demonios. En el comienzo de su ministerio, ya se había encontrado con el general de ellos. Estuvo frente a frente con el mismísimo Satanás. Una, dos, tres veces. En la tercera oportunidad le ordenó: -Vete de mí, Satanás.- Y el diablo tuvo que huir avergonzado y vencido. Desde el más encumbrado entre los demonios, hasta el último, todos se sujetaron a él. La gente veía el poder del Señor actuando en esa área también.

SEÑOR SOBRE EL REINO DE LOS MUERTOS

Jesús tenía un amigo en Betania, Lázaro. Un día llegó la noticia: -Señor, Lázaro está enfermo.- Era necesario ir a verle inmediatamente; sin embargo, él se demoró en hacerlo. Llegó cuando ya hacía cuatro días que había muerto.
Marta, la hermana de Lázaro, le dijo: -Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Ella sabía que Cristo tenía poder para sanar a los enfermos, pero ni se imaginaba hasta donde él podía obrar. Jesús se acercó al sepulcro.
-¿Dónde le pusisteis? –preguntó.
-Allí está.
-Quitad la piedra.
-Pero, Señor, ¡ya hiede!
-Quitad la piedra.
Y quitaron la piedra. Entonces, Jesús oró: Padre, te doy gracias porque tú siempre me oyes… ¡Lázaro, ven fuera! , y el muerto resucitó y salió fuera. ¡Desatadle! Ordenó.
¿Podemos imaginar la escena y la pregunta que habrá surgido en la mente de todos? ¿Quién es éste, que aun los muertos le obedecen?... ¿Quién es éste?
Este es Jesús de Nazaret: Señor también sobre el reino de los muertos.

domingo, 14 de septiembre de 2008

SEÑOR SOBRE EL REINO DE LOS VIVIENTES

Los hombres, cuando le oían predicar y enseñar, decían:
-Nadie ha hablado como éste. Este habla, no como los religiosos, sino como alguien que tiene autoridad-. Así era, ya que nadie podía refutarle nada de lo que él decía.
En cierta ocasión, vino un hombre lleno de lepra, con todo su cuerpo llagado, y cayendo de rodillas delante de El, le dijo: -Señor, si quieres, puedes limpiarme-. Cristo extendió la mano, le tocó y le dijo:
-Quiero. ¡Se limpio!
Y la lepra le dejó en el mismo instante. Todos quedaron maravillados.- Pero, ¿Quién es éste?
Este es Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, el Señor sobre el reino de los vivientes. Señor sobre el hombre en su totalidad: sobre el cuerpo, El es Señor; sobre el alma, el es Señor; sobre el espíritu, también El es Señor. ¡OH, cuán grande es la potestad de Cristo sobre el ser humano!
En otra ocasión le trajeron un paralítico. El le dijo:
-Hombre, tus pecados te son perdonados-. Los religiosos, entonces, se enfurecieron:
-¿Quién es éste que perdona pecados? ¿Quién es éste? Sólo Dios puede hacer eso.
Cristo les respondió: -Para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados…- Tenía autoridad sobre todos los seres vivientes: sobre su cuerpo para sanar; sobre su alma y su espíritu para salvar.
Una y otra vez se paró frente a las gentes y les dijo: -¿Quién de vosotros me acusa de pecado? Nadie nunca pudo levantar su dedo para acusarle. Nadie puedo abrir la boca. Todos enmudecieron.
En otra ocasión, él dijo a los demás: -El que de vosotros esté sin pecado, tire contra ella la primera piedra.- Y nadie tiró la piedra. Todos la dejaron y se fueron. Maravillados. Sorprendidos. –Pero, ¿QUIEN ES ESTE?
¡Ah! Este es el glorioso Jesucristo, el hijo bendito del Padre, que vino a la tierra y demostró ser Señor sobre todos los seres vivientes en forma integral: cuerpo, alma y espíritu.

viernes, 12 de septiembre de 2008

SEÑOR SOBRE EL REINO DE LA NATURALEZA

En cierta oportunidad Jesús, después de haber predicado a la multitud subió al barco para cruzar el lago. Sus discípulos también lo hicieron. Cristo iba cansado por el trajín del día. Tenía sueño, y se durmió. Allí acostado parecía un hombre como todos. Y en la mitad de la travesía, el viento levantó una tempestad, y la barca comenzó a zozobrar. Las olas se alzaban como para tragar la embarcación. Aquellos diestros pescadores del Mar de Galilea trataban de controlarla, pero no podían. Finalmente, miraron hacia el Maestro dormido.
-¡Maestro! ¡Despierta! , que perecemos.
Cristo se levanto. -¿Por qué teméis, hombres de poca fe? –Y dirigiéndose al mar, extendió su mano diciendo: -Enmudece y calla-, Al momento todo se aquietó, y hubo bonanza. Los mismos discípulos, asombrados, preguntaron: -¿Quién es éste, pero quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?... ¿Quién es éste?
Este es Jesús de Nazaret, pero también es el verbo hecho carne, el Hijo del Dios viviente;
es aquel que, cuando estuvo en la tierra, demostró ser Señor sobre el reino de la naturaleza. El mostró su autoridad a través de su ministerio: la naturaleza misma se sujetó al Señor del Universo.

martes, 9 de septiembre de 2008

¿QUIEN ES ESTE?

Cuando Cristo vino a la tierra, a la edad de treinta años, con la unción del Espíritu Santo, comenzó su actuación pública, su manifestación al mundo como el Mesías, como el enviado de Dios. Cuando El actuaba, los hombres y las mujeres quedaban maravillados y confundidos. En ciertos aspectos parecía un hombre como todos: se cansaba, tenía hambre y sed como cualquiera, tenía sueño, dormía; sus manos se ensuciaban con el trabajo. En fin, parecía igual a todos; se le podía tocar, palpar. No tenía nada fuera de lo común.
Sin embargo, al mirarlo desde otra perspectiva, dejaba perplejos a sus observadores. Exclamaban: -“Pero, ¿QUIEN ES ESTE? " No es un hombre común. Es un personaje diferente. ¡Nadie ha hecho lo que éste hace! ¡Nadie ha hablado como éste habla! ¿Quién es?
En las mentes de aquellos hombres surgía este interrogante una y otra vez. Algunos pretendieron resolverlo fácilmente, diciendo: “Es un profeta” o “un vidente” o “un hombre excepcional” o “un maestro”. Pero no. El era distinto. -¿Quién es éste?- La pregunta resonaba dentro de todos los que tuvieron oportunidad de verle. Aun sus discípulos, después de haber comenzado a seguirle, vez tras vez se preguntaban lo mismo.

martes, 2 de septiembre de 2008

JESUCRISTO ES EL SEÑOR DEL UNIVERSO

Para que el dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria os dé espíritu de sabiduría y revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuales las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (Efesios 1:17-23).
El cuerpo de Cristo yacía en el sepulcro. De pronto, el poder de Dios operó en él, resucitándole de los muertos. Pero esta “supereminente grandeza de su poder” no sólo operó en Cristo resucitándole, sino ascendiéndole hasta los cielos, sentándole en los lugares celestiales sobre todo principado, sobre toda potestad, sobre todo señorío, sobre toda autoridad, sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero, sometiendo todas las cosas bajo sus pies. El poder de Dios levantó a Cristo, y le colocó como cabeza de la iglesia, que es su cuerpo, y más aún, como Aquel que es supremo sobre el universo. Precisamente a esto queremos hacer referencia ahora, a Cristo como el Señor del UNIVERSO.
Juan, en su visión apocalíptica, se encontró con los cielos abiertos. El Espíritu le introdujo como por una puerta al mismo cielo. Y allí vio y oyó cosas que le fue ordenado escribir. Este es su relato:
Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! (Apoc. 19:6).
¡Qué tremendo! ¡Qué maravillosa visión! Una gran multitud, millones y millones. ¡Y un estruendo como de muchas aguas, como la voz de grandes truenos! ¿Y qué decían? ¡Aleluya! Todo se llenó de alabanzas. ¡Aleluya! Y en la tierra, entre todas las naciones, también se hizo oír la misma palabra: ALELUYA.
Pero, ¿por qué Aleluya? Nuestros aleluyas muchas veces tienen motivos circunstanciales: “¡Aleluya!, porque me aumentaron el sueldo.” “¡Aleluya!, porque me van bien los estudios.” Sin embargo, estas expresiones tendrían que estar inspiradas en un motivo mayor, mucho más firme y estable. En los cielos lo hacen porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina. Mientras que El esté sentado en el trono hay motivo harto suficiente para decir: ¡Aleluya!
Finalmente, Juan vio la culminación de la esperanza de cada redimido (vers. 16 del mismo capítulo): el Hijo del hombre, Jesucristo, volviendo por segunda vez a la tierra. Lo vio sobre un caballo blanco, viniendo con gran poder y gloria, al sonido de la trompeta y rodeado de los arcángeles del cielo. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES.
Cristo, sentado hoy en el trono a la diestra de su Padre, ya lleva este nombre inscripto en su costado. A un lado, Rey de reyes; al otro, Señor de señores. En otras partes de la Escritura se lo llama Salvador, Maestro, Hijo del hombre, Hijo de Dios, León de la tribu de Judá, Cordero de Dios; pero ninguno de ellos está escrito en sus vestiduras sino el de Rey y Señor. Este nombre está por sobre todos los otros porque revela como ninguno su majestad y señorío.
Cristo, pues, es Señor de todo lo que existe en este siglo y por la eternidad. Veamos, por lo tanto, su actuación en cada una de las áreas o esferas en que se mueve el universo.
Cristo es el Señor del universo. Pero no lo es meramente por su deidad preexistente. Cuando vino a la tierra y se encarnó, demostró ante los hombres el pleno dominio y autoridad que tenía sobre todas las esferas en su calidad de hombre perfecto. Luego, se despojó de su poder para morir en la cruz, pero volvió a reconquistarlo con gloria a través de su resurrección. Consideremos aquellas secuencias de su encarnación, muerte y exaltación con respecto a las distintas áreas en que funciona el universo.
Para una más clara comprensión de lo quiero presentar, señalaré seis distintas esferas dentro del universo, a las cuales denominaremos reinos. Y notaremos la actuación de Cristo dentro de cada uno de estos reinos.
I) El reino de la naturaleza. Comprende el mundo material creado por Dios: la tierra, los astros y las galaxias, los animales, las plantas y los minerales, etc. Todo lo relativo al mundo natural. En él Dios ha establecido sus leyes y los principios que las gobiernan.
II) El reino de los vivientes. Incluye a todo ser humano que vive sobre esta tierra: hombres y mujeres de todas las razas. Esta es otra área y sobre ella también ha establecido Dios leyes y sus principios.
III) El reino, o esfera, de los gobiernos o autoridades humanas. La Biblia enseña que Dios es quien pone reyes y quita reyes. La revelación dada a Daniel en tiempo de Nabucodonosor nos señala justamente esta verdad: Dios está por encima de todo reino, rey o gobernante. El los pone y El los quita. El endurece el corazón de Faraón y El establece a Nabucodonosor por rey o lo quita de su lugar.
IV) El reino de los muertos. Cuando el ser humano muere, su alma, su espíritu, su ser interior, se separa del cuerpo, que vuelve a la tierra y va a una cierta región, a la morada de los muertos. En la Biblia se la llama Seol o el Hades (en idioma hebreo y griego, respectivamente), indicando el lugar donde van todos aquellos que mueren. Ya veremos esto en detalle, pero quiero señalarles que hasta el día de la resurrección de Jesucristo, todo el que moría iba a aquella morada de los muertos.
V) El reino, o esfera, de los demonios. Los demonios son espíritus incorpóreos, y conforman un reino muy vasto. Hay uno de ellos que los comanda como general supremo. Su nombre es Satanás, y tiene bajo su autoridad a todos los demás organizados como un verdadero ejército. Satanás tiene sus generales sobre cada país del mundo, y sus coroneles sobre cada ciudad. Tiene sus mayores, capitanes, tenientes, etc., hasta llegar al demonio “raso”. La Biblia los denomina principados, potestades, autoridades, gobernadores de las tinieblas, huestes espirituales de los aires. Hay rangos dentro de este reino de los demonios.
VI) El reino de los ángeles. También los ángeles son seres espirituales sin cuerpo. Y hay distintas clases de ángeles: querubines, arcángeles, serafines; ángeles que alaban de día y de noche, ángeles que cuidan a los niños, ángeles que están continuamente a disposición de Dios como servidores y ministradores.
He aquí, en rasgos generales, las distintas áreas, reinos y esferas que operan en el universo. Podemos ubicar cada cosa conocida dentro de alguna de estas seis esferas. Desde luego, se podría hacer una división distinta; esto no es algo absoluto, pero nos sirve para poder entendernos.