jueves, 25 de septiembre de 2008

LA ESCENA CELESTIAL

Pero, ¿qué ocurrió con Cristo después que la nube lo cubrió? Los testigos oculares no pudieron relatarlo. Otra vez necesitamos recurrir a los libros de revelación para saberlo.
¡Ah, Jesucristo, Aquel que había vencido, ahora ascendía y se acercaba a las puertas de la eternidad! El salmista David lo había visto proféticamente. El oyó a alguien gritar frente a las puertas del cielo:
-Alzad, OH puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el rey de gloria.
Desde adentro alguien preguntó: -¿Quién es este Rey de gloria?
-Jehová de los ejércitos, El es el Rey de la gloria (Salmo 24)
Y las puertas de la eternidad, como un gigantesco telón, comenzaron a alzarse para dar la bienvenida al que había vencido, al Cordero inmolado. ¿Y qué se vio al otro lado? El cielo, desbordando de gloria y alegría. Había cánticos y regocijo. Los ángeles hacían sonar sus trompetas, cantaban, batían palmas. Jesucristo estaba entrando por las puertas de la eternidad a la gloria que El había conquistado.
-¡Ah, es imposible describir la escena cabalmente!
Pero podríamos, en el Espíritu, alcanzar a ver un poquito de ella. ¡Expresarnos en lenguas angelicales para describirla!
El cielo estaba vestido de fiesta; las luces brillaban más que nunca; la gloria de Dios se palpaba allí. ¡Nunca se había cantado como en aquella ocasión! Entró Jesucristo, escoltado por las huestes celestiales. El mismo Padre no pudo contenerse: se levantó de su trono y fue a darle la bienvenida. El salmista David también vio esto y relata así el encuentro: Jehová dijo a mi Señor (el Padre dijo al Hijo): Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies (Salmo 110:1). Jesucristo, entonces, se sentó en el trono excelso y sublime. Y cuando se sentó, el Padre le dio aquel nombre que es sobre todo nombre: SEÑOR DE SEÑORES, Y REY DE REYES. Este nombre quedó escrito sobre su muslo (Apoc. 19:16).
En el momento en que El se sentó en el trono, los ángeles comenzaron a tocar sus instrumentos, a cantar, y empezó –hace ya cerca de dos mil años- una fiesta con tanta gloria, con tanta alabanza, con tales cánticos, que ¡todavía no ha podido parar! Si no lo crees abre tu Biblia en Apocalipsis cap. 5 y verás: El Cordero que fue inmolado es digno… el León de la tribu de Judá, la raíz de David ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos…
Ellos siguen allá. Y nosotros acá, con la misma gloria, impregnados de la misma realidad. Aunque no veamos estas cosas con nuestros ojos ahora, con los ojos de la fe vemos la realidad trascendental y eterna: ¡Cristo reina, y está sentado en el trono!

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