viernes, 12 de diciembre de 2008

LOS DONES:LA PROFECIA Y EL DISCERNIMIENTO

“A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus.” (1ª Corintios 12:10)

EL HACER MILAGROS

Los milagros mencionados en el capítulo anterior no son tanto un don como un efecto del don, por eso el versículo dice “hacer milagros”, como efecto o resultado del don que se posee. Los milagros, pues, no son dones ni en ellos ni de ellos mismos, sino más bien el resultado de los dones que se ponen en movimiento.

EL DON DE LA PROFECIA
Durante muchos años se pensó en muchos círculos cristianos que el don de la profecía consistía en tener la habilidad de tomar porciones proféticas de las Escrituras y explicarlas. En las conferencias proféticas se juntaban para considerar las verdades del retorno inminente de Jesucristo en la tierra. Y los hombres con dones proféticos eran los maestros de la Biblia que daban tales conferencias.
Pero con el gran resurgimiento dentro del Cuerpo de Cristo del tipo de profecía directa que comienza diciendo: “Así dice el Señor…” muchos estudiantes de las Escrituras están reconsiderando este don.
En las Escrituras, la expresión profética se puede dividir en dos categorías: la primera, aquella que al cabo de un tiempo se escribe, y la segunda, la que permanece siempre como palabra hablada, como instrucción que sirve para un instante concreto. He aquí un ejemplo:

PROFECIA ESCRITA

De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo…” (Mateo 13:14)
“Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada” (2ª Pedro 1:20).
“No selles las palabras de la profecía de este libro” (Apocalipsis 22:10)
“Mas esto es lo dicho por el profeta Joel” (Hechos 2:16).

PROFECIA ORAL

“Y Judas y Silas, como ellos también eran profetas consolaron y confirmaron a los hermanos con abundancia de palabra” (Hechos 15:32).
“Este tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban” (Hechos 21:9)
“Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación” (1ª Corintios 14:3)
“En aquellos días unos profetas descendieron de Jerusalén a Antioquia” (Hechos 11:27)
Tal y como ocurre con los demás dones, en la profecía también hay lo que es genuino y lo que es falso. El Señor Jesucristo amonestó a sus discípulos sobre los falsos profetas (Mateo 7:15; 24:11, 24), y más tarde, cuando algunos de sus discípulos escribieron las epístolas del Nuevo Testamento, la advertencia se repitió (2ª Pedro 2:1; 1).
En el Antiguo Testamento la gente también quería saber si podía o no creer a los profetas. La respuesta fue sencilla: se sabe simplemente por los resultados de la profecía, es decir, si se lleva a cabo o no. En Deuteronomio 18:21 y 22, Moisés escribió:

Y si dijeres en tu corazón: “¿Cómo conoceremos
la palabra que Jehová no ha hablado?”
Si el profeta hablare en nombre de Jehová y
No se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es
Palabra que Jehová no ha hablado; con presunción
La habló el tal profeta; no tengas temor de él.”

Hoy en día nosotros estamos equipados, además, con dos cosas adicionales; la primera, la presencia de la Palabra escrita de Dios, en las manos de cada creyente, que le sirve como prueba objetiva de evaluación; y segunda, el testimonio interno del Espíritu Santo para discernir el espíritu del profeta.
El hecho de que una persona profetice en una ocasión no le hace automáticamente un profeta, pero sí que en ese momento fue usado por Dios a través del Espíritu Santo para traer una profecía, manifestando ese maravilloso don. Pero sí, después está, el ministerio del profeta que ya es otra cosa más profunda. Como es el de apóstol, pastor, maestro u evangelista. Por lo consiguiente cuando una persona conduce a otra a Cristo no le convierte en evangelista, sino que ha sido usada en ese momento para presentar al Señor. Ahora sobre todo este accionar se debe tener en cuenta que lo que se dice o se hace debe estar de acuerdo con las Escrituras, debe cumplirse y principalmente el Espíritu Santo muestra o confirma a nuestro espíritu que esa manifestación es de Dios. Ya que está expresamente indicado en 1ª Corintios 14:29 “Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen.”
Una vez se escuchó una profecía que despertó mucha atención, porque incluso un pagano en el asunto hubiera dicho que era absurda; ocurrió hace varios años, con motivo del segundo aniversario del asesinato de Martín Lutero King.
Se encontraban dos o tres hombres de Dios una tarde en casa de uno de ellos cuando entró otro hermano anunciando una revelación profética. Era un estudiante universitario y hacía un año que era cristiano. Les dijo, así por las buenas, que el Señor le había dicho que el doctor King y Roberto F. Kennedy eran los dos testigos mencionados en Apocalipsis 11, y que si concentraban a todos los creyentes para proclamarlos testigos de Dios, ambos regresarían de los muertos y les ayudarían a proclamar el Evangelio por todo el mundo. Consideraba su fenómeno mental como un milagro de Dios.
Uno de esos hombres quiso levantarse y darle un sermón para volverle el seso, pero el Señor le bajó los humos e incluso le quitó el impulso inicial de contrarrestar la profecía del hermano; notó la guía del Espíritu Santo para que se callase e incluso para que incitase a su amigo a continuar hablando.
El amigo volvió de nuevo a relatar su cuento, esta vez con más detalles. Terminó, hizo una pequeña pausa y preguntó: “¿Qué pensáis vosotros?”
Sin más comentarios, éste hombre que había sido controlado por Dios para manejar la situación, leyó la amonestación del apóstol Pablo en 1ª Timoteo 4:1:

“Pero el Espíritu dice claramente que en los
Postreros tiempos algunos apostatarán de la fe,
Escuchando a espíritus engañadores y a doctri-
nas de demonios.”

Y después leyó las palabras del apóstol Pedro en 2ª Pedro 2:1 y 2 que dice:

“Pero hubo también falsos profetas entre el
Pueblo, como habrá entre vosotros falsos maes-
tros, que introducirán encubiertamente herejías
destructoras y aun negarán al Señor que los
rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción
repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones,
por causa de los cuales el camino de la verdad
será blasfemado.”

Después de leer estas palabras el hombre alzó su vista y dijo: “Hermano, lo que acabas de decir viene directo del diablo.”
“¿De verdad? –respondió-. Bueno, si es así estoy contento de oírlo, pues lo he tenido dentro de mí como mono colgado de una espalda.”
“La sugerencia del hombre de Dios fue que oraran durante algunos minutos para que el Señor librara a este hermano nuevo de ese espíritu maligno.”
Oraron juntos en el nombre de Jesucristo, pidiendo que su sangre cayese sobre el enemigo, Satanás, para que dejase al hermano. Al instante, éste se sintió libre de toda opresión, y desde aquel día se ha podido ver en él una tremenda solidez en su comprensión de la Palabra de Dios, cosa que nunca había tenido anteriormente. Hoy en día, tanto él como su esposa son fieles siervos del Señor.
Un poco más de un año después de este incidente se juntó dos docenas de creyentes en casa de un matrimonio cristiano. Mientras oraban, uno de ellos profetizó una frase que casi inmediatamente se sintió venía del Señor. Quién la dijo preguntó: “¿Hay alguien de vosotros que dé testimonio a lo que ha salido de mi boca?” Un resonante “Sí” salió del grupo. Trágicamente, aquella profecía se cumplió. El mensaje decía más o menos así: “Mis queridos hijos: no separaos de Mí, ni uno del otro, porque un falso profeta surgirá de entre vosotros que os perderá.”Aquella fue la última ocasión en que el grupo se reunía, porque una semana más tarde apareció otro hombre en escena que se llevó tras él a casi todos los componentes del grupo y que desde entonces ni siquiera tratan de hablarse los unos a los otros. Hasta el día de hoy, muchos son todavía seguidores de aquel “apóstol” que apareció en escena; sin embargo, se tiene la seguridad de que un día todos esos ex amigos se volverán a juntar a los pies de Jesús.
LA DISTINCIÓN DE ESPIRITUS
Un domingo por la noche un grupo nutrido de creyentes fueron a la casa de un hombre de Dios a cantar alabanzas, orar y compartir sus experiencias tenidas durante la semana. Mientras un hermano estaba explicando un pasaje de las Escrituras, tres hombres irrumpieron en la habitación. A uno de ellos ya lo habían visto antes, los otros les eran desconocidos, pero parecía como sí los tres ya se conociesen. Algunos muchachos que estaban con ellos se levantaron del suelo para hacerles un sitio.
El hermano que estaba predicando terminó y el Señor nos puso más música en nuestros corazones, y, después de dos o tres himnos, alguien se levantó para dar gracias a Dios en oración.
Entonces, uno de los tres que acababan de entrar dijo que quería decir unas palabras: “soy nuevo en la ciudad y he abierto un local al fin de esta calle. Yo no creo que Jesús fuese el hijo de Dios, pero no creo que esto signifique nada para que me echéis una mano…”, dijo. Y mientras estaba a la mitad de su parrafada, un hermano de mediana edad, que era un modelo de cristiano, se levantó, apuntó con el dedo al visitante y dijo firmemente: “En el nombre de Jesucristo, te ordeno que te vayas.”
Todos se quedaron se quedaron con la boca abierta y el hombre de Dios dueño de la casa no podía creer lo que acababa de oír. Durante meses y meses se habían reunido para alabar al Señor, siempre con mucho amor, y ahora ocurría aquello. Por eso se quedó sin habla, con la sangre subida a la cabeza y sentado en el suelo como un renacuajo en medio de una tormenta.
El visitante fue hacia la puerta, la abrió y se marchó cerrando la puerta tras de sí. Nadie dijo una palabra. Por fin, el yerno del que había conminado al visitante rompió el silencio: “Papá, ¿por qué demonios has hecho eso?”, preguntó. El viejo respondió: “Ese hombre era un canalla.” Pero el yerno, que se llamaba Doug, volvió a decir: “¿Cómo puedes decir eso? Además, quién sabe si se hubiera convertido.” “Todo lo que sé es que recibí señales potentes del Espíritu Santo para hacer lo que hice –replicó el viejo-, y cuando el Espíritu me dice algo, lo hago.”

viernes, 5 de diciembre de 2008

UNA BIBLIA EN SUBASTA

Mejor me es la ley de tu boca que millares de oro y plata. Me regocijo en tu palabra como el que halla muchos despojos. (Salmo 119:72 y 162)

Por un diario nos enteramos de que una Biblia alemana del siglo XII, encuadernada con cuero precioso e incrustaciones de plata, adornada con 41 miniaturas y 1500 mayúsculas iluminadas (con dibujos colorados), fue adjudicada por una considerable suma en el curso de una subasta.
Por cierto que no quedamos insensibles a todo lo que pudo dar tanto valor a ese rarísimo ejemplar, pero afirmamos que el tesoro está en el interior, en el texto que lo compone. En efecto, la Biblia es el libro por excelencia. Debería tener un inestimable precio para cada uno de nosotros, aun cuando se presente de manera muy sencilla y al alcance de un modesto bolsillo.
Para dirigirse a cada uno de nosotros. Dios empleó hombres de condiciones diversas que escribieron en variados estilos literarios y en diferentes períodos. Mediante la Biblia, Dios habla. Nos revela su poder creador, su justicia, su santidad y su amor. Muestra a los hombres lo que son a sus ojos; alejados de él, pecadores, perdidos. Anuncia el único medio de salvación que puede aparatar su ira del hombre culpable. Envió a su Hijo unigénito a la tierra, santa victima que llevó en la cruz el justo juicio divino, a fin de que seamos perdonados, salvados y llevados a la presencia de Dios.
¿Conoce usted este libro? ¿Lo posee? ¿Lo leyó y meditó? ¿Es también un tesoro para usted?

domingo, 23 de noviembre de 2008

UNA CONMOVEDORA CARTA

Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre. (Proverbios 1:8)

Retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra. (2ª Tesalonicenses 2:15)

A mis hijos Pierre, Louis y Cyrus du Moulin:
19 de Octubre de 1649
No puedo dejaros muchos bienes en el mundo, pero, como herencia, os dejo el conocimiento de Dios y su bendición. Cuando no tengáis más padre en la tierra, os quedará aquel que está en el cielo, infinitamente mejor. Las bendiciones que puedo daros solamente son oraciones y deseos, pero, cuando Dios nos bendice, no sólo nos da sus bienes sino que también nos hace capaces de poseerlos.
De él debéis depender enteramente. Su voluntad debe ser la regla de la vuestra. Amad lo que Dios ha hecho y haced lo que él ama. Él quiere una alegre hombría de bien, un gozo legítimo, una prudente sencillez y una piedad sin fraude ni hipocresía. El hombre que ama a Dios se complace en hablarle. No solamente quiero hablar de las acostumbradas oraciones de la noche y de la mañana que hacéis en vuestras familias, sino que quiero hablar principalmente de las que se hacen en lo secreto. No seáis grandes habladores. Los toneles vacíos retumban más que los llenos.
La lectura de la Escritura sea una santa costumbre en vuestras familias. Resuenen en ellas las alabanzas a Dios. La oración sea en ellos como el perfume de la noche y de la mañana. No se cierre vuestra puerta al pobre ni vuestro oído al grito del afligido. En resumen, vuestras casas sean como pequeños templos en los cuales Dios sea servido cuidadosamente. Pierre du Moulin (1568-1658)

viernes, 14 de noviembre de 2008

¿ES LA CASUALIDAD?

¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? (Lamentaciones de Jeremías 3:37)

Así ha dicho el Señor: …esto lo he hecho yo. (1Reyes 12:24)

Fácilmente se atribuyen a la casualidad los inesperados acontecimientos que se producen en la tierra. Según sean favorables o adversos se hablará de buena o mala suerte. ¡Evitemos tal lenguaje! El creyente debe recordar que todo lo que acontece está decidido y controlado por aquel que está en los cielos. Dios lo ve y lo dirige todo. Así los grandes de este mundo como la más insignificante criatura dependen de él. El pasado, el presente y el porvenir, con la infinidad de sus detalles, constituyen el maravilloso PLAN DE DIOS, ordenado con una sabiduría y un conocimiento de una infinita profundidad (Romanos 11:33).
En las circunstancias por las cuales pasamos no podemos discernir todos los secretos motivos de ese plan de Dios para con nosotros y los demás. Pero por la fe podemos declarar con seguridad, fundad en su infalible Palabra: “Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28).
¡El porvenir! Cuando los hombres piensan en él, muchos tiemblan: es la muerte, luego el juicio. Pero los creyentes, a quienes Dios mismo hizo justos en virtud del sacrificio de Cristo, nada tienen que temer. Están seguros de que todo lo que les concierne depende de la soberana voluntad de Dios. Él nos ama con un amor del que nada jamás podrá separarnos (Romanos 8:38-39).

viernes, 7 de noviembre de 2008

NADA QUE PERDER Y TODO QUE GANAR

Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya. (Efesios 2:8-10)

El hombre se aparta constantemente de la gracia que se le ofrece en Jesús. Es una extraña actitud, porque, si acepta la gracia, no tiene nada que perder y sí todo que ganar. Pero el orgullo incrustado en él lo conduce a rechazar la gracia, pues aceptarla implica que uno se reconoce primeramente como pecador perdido.
El hombre enseñado por Dios mediante la Palabra descubre toda su indigencia moral e igualmente experimenta su flaqueza y su maldad. ¡Felizmente no aprende sólo esto! Se entera de que la gracia y la verdad vinieron a él en la persona de Cristo y que esta gracia es superabundante.
Dios, impelido por el solo móvil de su amor, se inclina hacia su criatura para salvarla plenamente y la salvación que le ofrece es absolutamente completa. Dios es perfecto y no estaría satisfecho si los hombres a quienes salva no fuesen hechos perfectos. Si en la perfección de esa salvación entrevemos algo de las riquezas de su gracia, ya no procuraremos mejorar ese incorregible yo que en realidad fue muerto con Cristo en la cruz.
Querer agregar obligaciones, reglas y mandamientos a esa salvación es expresar falta de fe y de conocimiento de dios. El viejo hombre está crucificado y sepultado con Cristo: dejémoslo, pues, en la tumba y andemos “en vida nueva”, gustando el amor de Dios y la superabundancia de su gracia para con nosotros. “Presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a dios como instrumentos de justicia” (Romanos 6:6-13).

viernes, 31 de octubre de 2008

EN EL BARCO DE SALVAMENTO

El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él. (Juan 3:36)

No hay término medio: salvado, si no, perdido. Mientras un náufrago no ha subido al barco de salvamento, está perdido. Y note bien esto: para estar perdido no es necesario estar hundido en toda clase de vicios; basta que permanezcamos siendo lo que somos por naturaleza, “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Un evangelista había predicado sobre este texto: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:30). Después de ese llamado de la gracia de Dios, un impugnador creyó ponerle en apuros al preguntarle:
-¿Qué debo hacer para estar perdido?
-Siga siendo lo que usted es –fue la tajante respuesta del siervo de Dios.
Innumerables personas corren por el espacioso camino que lleva a la perdición, porque cierran sus oídos a las advertencias del Dios Salvador quien las impele al arrepentimiento. No se formulan preguntas y no se preocupan por dónde acaba su vida. ¡Qué locura! No obstante, su indiferencia no les impide estar perdidas.
Pero Dios ama al lector y nos encarga de anunciarle una grande y buena nueva: Jesucristo “vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). El murió para expiar nuestros pecados en la cruz. Él resucitó e invita a creer en su perfecta obra. Acuda a él hoy mismo.

sábado, 25 de octubre de 2008

SALVADO EN UNA PRISION

A este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Al oír esto, se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos. (Hechos 2:36-38)

De repente un terremoto sacudió la prisión de la cuidad de Filipos. Las puertas se abrieron y los prisioneros, -entre ellos Pablo y Silas- vieron caer sus cadenas (Hechos 16:23-34). Estaban libres; habrían podido huir, pero, según la ley romana, ello hubiese acarreado la condena a muerte del carcelero. Por otra parte, éste, al ver las puertas abiertas, creyó que sus presos se habían fugado e iba a suicidarse cuando, desde las tinieblas del calabozo, oyó la voz de Pablo que le gritaba: “No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí”. Entonces, temblando, el carcelero se postró a los pies de Pablo y Silas, y preguntó: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”. Los había oído cantar, hablar de Jesús, orar y alabar a Dios. Pero, ¿por qué no habían huido? Se habían quedado para mostrarle el camino de la salvación, diciéndole: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”.
El carcelero los hizo subir a su casa, curó sus heridas y finalmente fue bautizado con todos los suyos. ¿Iba a ser perseguido y encarcelado por sus jefes? ¡No le importó! Se regocijó con toda su familia por haber creído a Dios. Nadie podía quitarle la dicha que había hallado mediante la fe en Jesús, el Salvador.
Se le ofrece a usted esa misma dicha: crea en Jesús, el Hijo de Dios, quién murió en la cruz y ahora está vivo.
“Algunos moraban en tinieblas… aprisionados en aflicción y en hierras. Luego clamaron al Señor en su angustia, los libró de sus aflicciones… y rompió sus prisiones” (Salmo 107:10, 13-14)

jueves, 16 de octubre de 2008

UNA COSA IMPOSIBLE PARA DIOS

Se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. (Lucas 22:43-44)

En Getsemaní, el Señor Jesús dijo a su Padre: “Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa” (Marcos 14:36).”Esta copa” era la ira de Dios que el Salvador iba a tener que soportar. Jesús no pidió que se le permitiera escapar de la muerte. ¿No había venido “para dar su vida en rescate por muchos”? (Marcos 10:45). Si dirigía “ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que podía librar de la muerte” (Hebreos 5:7), era para pedirle que le sacara de la tumba a la cual estaba decidido a bajar. ¡Dios le escuchó y le resucitó! Pero a Dios le era imposible ahorrarle los sufrimientos de la expiación. ¿Por qué? Porque nos amaba, porque quería salvarnos y esa salvación tan grande no podía cumplirse de otra manera. Consintió en separarse de su amado Hijo colocado bajo el juicio más horroroso y absoluto.
Dios “no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Romanos 8:32). Fue necesario que el Señor Jesús atravesara esa terrible hora del juicio, cuya sola perspectiva le llenaba de horror. “Comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte” (Marcos 14:33-34).
Semejante amor ¿nos dejará insensibles?

Tu amor no rehusó
Beber amarga hiel;
Ni aun la muerte lo venció:
Amor probado y fiel.

lunes, 13 de octubre de 2008

PERLAS DE CULTIVO

“…para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro… sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo. (1Pedro 1:7)

El cultivo de perlas es una apasionante industria. Un japonés llamado Mikomato fue el primero que tuvo la idea de introducir pequeñas piedras en las conchas de ostras a fin de obtener perlas de cultivo. Resulta que, para deshacerse de la irritación producida por un cuerpo extraño, el molusco lo envuelve con el nácar que segrega.
El problema para producir hermosas perlas consiste en escoger correctamente la dimensión de la piedra que se colocará en la concha. Si es demasiado pequeña, la perla será menos hermosa. Si es demasiado grande, la perla será mal formada e incompleta.
Los que somos cristianos estamos en las manos de nuestro tierno Padre, quien sabe exactamente lo que nos hace falta para nuestro bien espiritual y para su gloria. Un pequeño motivo de irritación, cual grano de arena en la concha, puede transformarse en una joya para gloria de Dios. El Señor nos forma poco a poco mediante las múltiples circunstancias, a menudo dolorosas, que él permite a fin de desapegarnos de lo que es un obstáculo para su obra. Desea que reflejemos las perfecciones de Cristo, pero nuestro Salvador y Señor Jesús está con nosotros. Mide cada prueba, nos alienta, nos consuela y pronto, cuando venga a reinar, nos presentará al universo entero con todos los que hayan puesto su confianza en él. Entonces será “glorificado en sus santos y… admirado en todos los que creyeron” (2ª Tesalonicenses 1:10)

viernes, 10 de octubre de 2008

VAGONES BIEN ENGANCHADOS

Bernabé… cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. (Hechos 11:23)

Separados de mí nada podéis hacer. (Juan 15:5)

Usted puede ser buen marido, buen padre y hombre honrado; estas cualidades, muy apreciables, en particular por sus allegados, no tienen ninguna influencia en su suerte eterna. Su moralidad, sus buenas relaciones con sus semejantes, aun su generosidad, nada de todo esto le abre la puerta del cielo. No son las ideas de los hombres ni la opinión general las que pueden esclarecer nuestra mente ni tranquilizar nuestro corazón. La Palabra de Dios sí lo puede hacer.
Los asientos de un vagón de ferrocarril, por lujosos que sean no avanzan al tren. Lo importante es que el vagón esté enganchado a la locomotora. Eso es todo. Usted puede subirse al compartimiento de primera clase e instalarse confortablemente. Si el vagón no está enganchado al resto del tren, éste partirá sin usted. La fe es ese vínculo para el creyente. No hay ninguna fuerza motriz en el conjunto que une el vagón con el resto del tren; su importancia se debe a su función de vínculo. De igual modo la fe no tiene otro valor más que el de unirnos al Salvador crucificado. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36)
Aunque el enganche que une los vagones a la maquina sea muy sólido, puede producirse una rotura. Pero Cristo nunca engaña a un alma que confía en él. “El que nos confirma… en Cristo… es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones” (2ª Corintios 1:21-22).

VAGONES BIEN ENGANCHADOS

Bernabé… cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. (Hechos 11:23)

Separados de mí nada podéis hacer. (Juan 15:5)

Usted puede ser buen marido, buen padre y hombre honrado; estas cualidades, muy apreciables, en particular por sus allegados, no tienen ninguna influencia en su suerte eterna. Su moralidad, sus buenas relaciones con sus semejantes, aun su generosidad, nada de todo esto le abre la puerta del cielo. No son las ideas de los hombres ni la opinión general las que pueden esclarecer nuestra mente ni tranquilizar nuestro corazón. La Palabra de Dios sí lo puede hacer.
Los asientos de un vagón de ferrocarril, por lujosos que sean no avanzan al tren. Lo importante es que el vagón esté enganchado a la locomotora. Eso es todo. Usted puede subirse al compartimiento de primera clase e instalarse confortablemente. Si el vagón no está enganchado al resto del tren, éste partirá sin usted. La fe es ese vínculo para el creyente. No hay ninguna fuerza motriz en el conjunto que une el vagón con el resto del tren; su importancia se debe a su función de vínculo. De igual modo la fe no tiene otro valor más que el de unirnos al Salvador crucificado. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36)
Aunque el enganche que une los vagones a la maquina sea muy sólido, puede producirse una rotura. Pero Cristo nunca engaña a un alma que confía en él. “El que nos confirma… en Cristo… es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones” (2ª Corintios 1:21-22).

NO TENIA ÁNIMO

La gracia de Dios se ha manifestado para la salvación a todos los hombres. (Tito 2:11)

Dios nuestro Salvador… quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. (1 Timoteo 2:3-4)

Algunas visitas y el vaivén de las enfermeras le traían un poco de distracción al internado en un hospital. Pero cuando llegaba la noche, la inquietud se apoderaba del enfermo. ¿Qué pasaría a la noche? ¿Qué le depararía la mañana? ¿Volvería siquiera a ver la mañana? Se decía, al hablar de él: -Sabe usted, no tiene ánimo. De día, él pensaba menos en temas serios, pero de noche tenía tiempo para reflexionar: A pesar de todo, ¡habría un Dios a quien quizás habrá que rendir cuentas alguna vez, o pronto! Esta prodigiosa creación no puede haberse hecho sola y por casualidad. Los mundos que gravitan en el espacio, la semilla que al caer en tierra se disuelve para dar una nueva planta y precisamente según su especie, el canto de los pájaros o el perfume de las flores… Sí se debe concluir: hay un Dios.
Pero, entonces, si he de encontrar a ese gran Dios, yo, un pecador, ¿qué debo hacer para ser salvo? Y Dios le contesta por medio de la Biblia: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:30-31).
Él está siempre en la misma cama de hospital, pero, merced a ese saludable progreso espiritual, su ánimo ha cambiado y todos se dan cuenta de ello. Cualquiera sea el mañana, ahora puede alegrarse gracias a Aquel a quien conoce como su Salvador.
“Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna”. (Santiago 1:2-4)

viernes, 3 de octubre de 2008

UN LIBRO VERAZ (2)

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros… lleno de gracia y de verdad.
(Juan 1:1 y 14)

La Biblia, libro viviente también es un libro veraz. Juzga al hombre, su conducta, su corazón; le dice la verdad en todo lo que le concierne. Por esa razón, el libro de Dios es poco apreciado.
Por esa razón, también, en todos los tiempos los incrédulos han trabajado duro para descubrir imperfecciones y contradicciones en las sagradas Escrituras. Los hombres no se toman el trabajo de buscar defectos en Virgilio y Homero, pero no pueden soportar la Biblia, porque los pone moralmente al desnudo; les dice la verdad sobre ellos mismos y sobre el mundo al cual pertenecen.
¿No le ocurrió exactamente igual a aquel que era “la Palabra viviente”, el Hijo de Dios, el Señor Jesucristo, cuando estaba en la tierra?, Se le odiaba porque le decía la verdad a cada uno. Su ministerio, sus palabras, su conducta, su vida entera era un testimonio contra el mundo. Los demás podían moverse tranquilamente, pero él era espiado y contradicho a cada paso. Y aun cuando fue clavado en la cruz entre dos malhechores, se dejó a estos últimos en paz; no se les llenó de injurias y nadie meneaba la cabeza, burlándose de ellos. No, todos los insultos, todas las burlas, todas las palabras crueles y sin piedad se dirigían al divino Crucificado.

jueves, 2 de octubre de 2008

UN LIBRO VIVIENTE (1)

Atended el consejo, y sed sabios, y no lo menospreciéis. Bienaventurado el hombre que me escucha… porque el que me halle, hallará la vida, y alcanzará el favor del Señor. (Proverbios 8:33-35)

La Biblia es esa palabra viva que nos impresiona por su maravillosa adaptación a nuestras circunstancias y a nuestros estados de ánimo. Se dirige a nosotros tan a propósito y con tanta frescura como si hubiese sido dictada hoy mismo y especialmente para nosotros. Nada se asemeja a las sagradas Escrituras. Tomo un relato humano de la misma fecha que los libros de Moisés. Si lo encontrase, ¿qué vería usted en él? Una curiosa reliquia de la antigüedad, un documento anticuado, sin utilidad para nadie, que sólo trata de un orden de cosas y de un estado de la sociedad ya pasados desde hace mucho tiempo y caídos en el olvido.
Al contrario, la Biblia es el Libro del día, adaptado a todas las edades, a todas las clases y a todas las condiciones. Generalmente habla un lenguaje tan simple que un niño lo puede comprender y al mismo tiempo tan profundo que la más vasta inteligencia no lo puede agotar. Ante todo, va derecho al corazón; toca las fuentes más escondidas de nuestro ser moral; nos juzga completamente. Ella es “viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos… y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12)
¡Qué privilegio poseer tal libro, tener en las manos una Revelación divina, poseer la historia moral dada por Dios del pasado, del Presente y del porvenir de la humanidad en general y de cada uno en particular!

VIVIENDO POR EL ESPIRITU

“Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ídolos mudos. Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús, y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo.” (1ª Corintios 12:2 y 3)

Pablo recuerda a los creyentes de Corinto que, cuando todavía eran paganos, antes de que creyesen en Jesucristo, eran llevados a los ídolos mudos. El culto a los ídolos era el mayor pasatiempo que tenían los de Corinto, y el capítulo 8 de 1ª Corintios trata ampliamente de este asunto.
En 1ª Corintios 12:3, Pablo da una regla muy sencilla para saber si en verdad una persona habla como pagano o movido por el Espíritu Santo y, por lo tanto, como un creyente regenerado. El pagano dirá que Jesús es maldito, mientras que el que habla por el Espíritu confesará que Jesús es el Señor.
LA BOMBA DE BOMBAY

La primera vez que entendí este versículo fue gracias a un amigo que durante muchos años sirvió como misionero. Me dijo que en una ocasión se encontraba en una estación de ferrocarril abarrotada de gente, en Bombay, India, y él era una persona muy conocida por su labor misionera.
Mientras esperaba el tren, un joven se le acercó y le dijo: “¿No es cierto que su Biblia dice que nadie puede reconocer a Jesús como Señor a menos que haya sido inspirado por el Espíritu Santo?”
“Desde luego”, dijo el misionero, sintiendo que aquello era una trampa y extrañado de que aquel extraño supiese que era cristiano.
“Bien; Jesús es el Señor”, murmuró desafiante el hombre.
El misionero contó cómo en aquellos momentos oró pidiendo sabiduría para responder. De repente vio un grupo de ocho o nueve jóvenes musulmanes que no muy lejos de allí estaban hablando juntos, Entonces, rápidamente, el misionero los llamó, diciendo: “Escuchad, aquí hay uno de los vuestros que dice que Jesús es Señor.”
Con un rubor repentino, aquel joven “atrevido” empezó a sudar de miedo y echó a correr, de tal manera que en un abrir y cerrar de ojos había desaparecido de la estación. Había tenido la frase en sus labios de que Jesús es Señor, pero ni sabía ni entendía lo que decía.
En la cultura occidental, donde todavía es algo bastante popular llamarse cristiano, es muy fácil falsear y decir que Jesús es Señor, incluso más fácil que en otras partes del mundo; pero incluso aquel que hace esta falsa confesión sabe dentro de sí que esa “fe” no es real.
LOS VERDADEROS CREYENTES, QUE SE PONGAN DE PIE
Sin embargo, lo curioso es que una persona puede pretender ser un creyente durante un tiempo tan largo que al final incluso su corazón se puede inmunizar a la verdad y se puede engañar a sí mismo. A esto se refería Jesús cuando dijo en Mateo 7:21-23:


No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará
en el cielo, sino el que hace la voluntad
de mi Padre que está en los cielos. Muchos
me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no
profetizamos en tu nombre, y en tu nombre
echamos fuera demonios, y en tu nombre
hicimos muchos milagros?” Y entonces les
declararé:“Nunca os conocí; apartaos de mí,
hacedores de maldad”.


¡Y estaba hablando de dones y ministerios! Las personas a que se refería Jesús hacían milagros, exorcismo y profecías en su nombre, y sin embargo eran falsas. No olvidar que Satanás siempre tiene una falsificación para cada cosa; para todas las cosas, e incluso los dones y ministerios del Espíritu se pueden plastificar.
El hecho de que una persona trate lo sobrenatural no significa que ande con Dios. Jesús dijo: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20), lo que quiere decir que los frutos del Espíritu (amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y templanza –Gálatas 5:22 y 23- ) están por encima y tienen precedencia sobre los dones del Espíritu, con lo que podemos decir que el carácter del cristiano siempre es más importante que el ministerio del cristiano.
Entonces nos podríamos preguntar: ¿Cómo puede un hombre saber si tiene comunión con Cristo por medio del Espíritu Santo? Según la Palabra de Dios, una evidencia es si uno puede decir que Jesús es el Señor y realmente sabe lo que esto significa. La mente de uno puede decir que esta fórmula es demasiado simple, pero, sin embargo, Dios dice que es así.
LO BUENO, LO MALO Y LO EXTRAVAGANTE

Cierto amigo cristiano hace un tiempo pasó una verdadera crisis en su vida personal. En medio de su problema, se vio envuelto en una serie de cosas muy relacionadas con el culto, y no precisamente el cristiano.
El grupo al que pertenecía no es que estuviese especializado en el Evangelio, aunque algo de él sí que tenía. No es que negasen las buenas nuevas de Jesucristo, sino más bien una “nuevas” extravagantes, algo que era falso, pero que uno no podía decir exactamente qué. (Y, a menudo, estas “nuevas extravagantes” son las más peligrosas de todas, ya que se tiene que ir con mucho cuidado cuando uno no sabe decir qué es lo equivocado pero no se encuentra a gusto; y es que el “mentiroso”, el diablo, ama esta clase de situaciones.)
Al cabo de un tiempo, este amigo dejó aquel club extravagante y durante un tiempo pasó por una gran depresión espiritual. Entonces, él, junto a otro hermano que había pasado por la misma experiencia, comenzó a estudiar las Escrituras y a orar.
Un día llegaron a la conclusión de que necesitaban arrepentirse. Dejaron de lado sus actitudes de sectarismo y de pensar de ellos mismos demasiado bien y decidieron andar con el Señor.
Y lo que me dejó de piedra –cuenta este amigo- es que cuando pedí a Dios que me llenase de su Espíritu Santo nada ocurrió. Absolutamente nada.
“Mi primer pensamiento fue que mi corazón estaba tan duro que el Señor se habría apartado de mí y por eso no me llenaba con su Espíritu. Oré mucho y comencé a gritarle a Dios como nunca lo había hecho.”
Una tarde que me encontraba solo en mi casa, comencé a leer el capítulo 12 de 1ª Corintios; llegué al versículo 3 y me quedé como si una tonelada de ladrillos me hubiese caído encima, porque allí ponía: “Nadie puede decir que Jesús es Señor excepto por el Espíritu Santo.” Dejé mi Biblia en el suelo cerca de la silla, alcé mis ojos y dije: “Jesús es Señor”, y entonces supe que tenía el Espíritu Santo.
Esta confesión de fe me hizo temblar porque yo también supe que tenía el Espíritu Santo, pues el testimonio era evidente. Entonces fue cuando entendí 1ª Corintios 12:3 de una manera nueva. Si usted puede decir con certeza y verdadera convicción de fe que Jesús es Señor, Dios dice que el Espíritu Santo ha sido quien le ha capacitado para decirlo. Usted posee el Espíritu Santo.
EL OJO DE LA FE
En la Palabra de Dios, uno de los versículos más citados es Habacuc 2:4, versículo que aparece muchas veces en el Nuevo Testamento. La mayoría de los cristianos que leen la Biblia lo saben de memoria, aunque pocos de nosotros lo hemos memorizado conscientemente. Dice así: “El justo vive por la fe.” Tener fe es contar con el Señor para hacer todas las cosas; o a veces quiere decir: creer que el Señor las ha hecho o las va a hacer. La actitud normal de un hombre que vive en el Espíritu es creer a Dios, y si el Espíritu del Señor es suyo, entonces confíe que andará por la fe.
La fe no depende de mi habilidad para creer, sino más bien es confiar en la habilidad de Dios para dárnosla. Dios es fiel para llevar a cabo sus promesas y hace exactamente lo que dice que hará.
En una charla reciente en Dallas, Texas, de la querida anciana evangelista holandesa Corrie Ten Boom, autora de The Hiding Place (El lugar escondido), dijo que muchas veces se le acercan y le dicen: “¡OH querida Corrie, qué fe tan grande tienes!” Ella sonrió al contarnos lo que acostumbra a contestar a los que de tal modo le hablan: “No, el que es grande es el Dios en quien yo creo.”
UNA TRINIDAD UNIDA

Mire ahora la tremenda promesa que hizo Jesús a sus seguidores, según Juan 14:16-20:

“Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que está con vosotros siempre; el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, por que no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis porque mora en vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.”

Ahora consideremos las grandes verdades expuestas en este pasaje:
1ª Dios os dará el Espíritu Santo porque Jesús se lo ha pedido (v.16)
2ª El Espíritu Santo siempre estará con vosotros (v.16)
3ª El Espíritu Santo de la Verdad vendrá, literalmente, a vivir dentro de vosotros (v17)
4ª El Espíritu Santo hará que el pueblo de Dios sepa (como en el día de Pentecostés) que
Jesús está en el Padre, que nosotros estamos en Jesús y que Jesús está en nosotros.
Así que el E.S. es el elemento que enlaza a Dios con Jesucristo con nosotros (V.20)

Como puede ver, Dios es UNO. No se puede tener un tercio o dos tercios de Dios, sólo se puede tener a Dios completamente o nada de El en absoluto. Si usted ha recibido a Jesucristo, usted también tiene a Dios el Padre y a Dios el Espíritu Santo. Esto es verdad, por que Jesús prometió que el Espíritu Santo viviría en nosotros los que creemos. En unos versículos posteriores, en Juan 14:23, leemos:

Respondió Jesús y le dijo: "El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.”

En este versículo, Dios el Padre y Dios el Hijo se junta a Dios el Espíritu Santo para vivir dentro de nosotros, y todo ocurre cuando uno simplemente cuenta con Dios para llevarlo a cabo, cuando una persona ama o se enamora de Dios.
Claro que entonces surge la pregunta: “¿Es posible tener dentro a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y vivir según las propias fuerzas y no según su poder?” He aquí el problema del Cuerpo de Cristo hoy en día, porque la respuesta es SI. Y esto es lo que significa vivir según la carne, y esto explica por qué Pablo les dijo a los Gálatas: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:25).
Como puede ver, aquí es donde radican las malas interpretaciones sobre lo que es estar lleno del Espíritu.
CRISIS DE ENERGIA
Tomemos por ejemplo a una persona que ha nacido de Dios, que tiene al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo viviendo en él, pero que lo hace según su poder y energía humanos y no según el poder y la energía de Dios.
Entonces este hombre se pone en contacto con un hermano que no sólo es nacido del Espíritu sino que anda por el Espíritu, y de este modo el hermano espiritual ayuda a que el Espíritu Santo controle al otro y no solamente que esté dentro de él.
De este modo el creyente carnal puede volverse y decir: “Señor Jesús, contrólame con tu Espíritu; lléname con tu espíritu Santo.” Y Jesús lo hace. Pero entonces, como casi siempre ocurre, este hermano correrá diciendo por todas partes que ha experimentado por primera vez el Espíritu Santo, lo cual no es realmente cierto. Porque si él ya conocía a Jesucristo, ya tenía el Espíritu Santo, lo que pasó es que por fin el Espíritu Santo le había tomado bajo su control. Si usted es un cristiano, el que esté lleno del Espíritu no quiere decir que tenga más cantidad del Espíritu Santo, sino que el Espíritu Santo tiene más de usted. Y es en esta circunstancia cuando usted estará en una nueva posición de oírle, obedecerle y andar con El.
EL CASO DE LOS ÁRBOLES
Retrocedamos por un instante al jardín del Edén. Cuando la Creación había llegado a su punto culminante, en el jardín había dos árboles muy importantes: el árbol de la ciencia del bien y del mal y el árbol de la vida. Dios dijo a Adán y a Eva que comiesen todo lo que quisieran del árbol de la vida, pero ni un solo fruto del árbol del bien y el mal.
¿Qué significado tenían estos dos árboles? El de la ciencia del bien y del mal mostraba la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal a los ojos de Dios, o, poniéndolo en el lenguaje del Nuevo Testamento, el árbol de la ciencia del bien y del mal era la Ley, la Ley incluso antes de que ésta se escribiese.
Como puede comprobar, la Ley no empezó a existir cuando Moisés recibió las dos tablas en el Monte de Sinaí, sino que existió desde el principio del mundo y su contenido de verdad es eterno. La ley existía cuando Caín mató a Abel en el jardín del Edén. Comer de aquel árbol era equivalente a decir: “Dios, yo puedo vivir confiado en mi propio poder, porque sé perfectamente lo que está bien y lo que está mal según tu Ley.”
Completamente diferente era el árbol de la vida. El árbol de la vida significaba la vida de Dios. La vida que creó el Padre, la vida por la que el Hijo vivió y la vida del Espíritu Santo; es decir, la vida divina; la vida que puede ser nuestra cuando recibimos a Cristo; la vida que se experimenta cuando el Espíritu Santo viene sobre una persona y hace que ande en la luz y le da fuerzas para llevar a cabo lo que Dios quiere y le manda.
En tiempo de Adán, como hoy en día, se tenía que convivir con los dos árboles, con dos métodos de caminar por la vida. Uno, el de las reglas, el de hacer lo que Dios dice que es correcto y tratar de evitar lo que no lo es. O bien el segundo método camino, que es el más elevado, porque consiste en el vivir que Dios nos ha dado, teniéndole a El dentro de nosotros.
Pero viene lo emocionante. Cuando uno vive la vida de Dios, es decir, cuando se anda en el Espíritu, ¿qué es lo que pasa, según la promesa de Dios? ¿La justificación? Sí. ¿El gozo? Sí. ¿El poder? Sí. ¿Los dones? Sí. ¿El servicio? Sí. Todo esto le ocurre al que vive la vida de Dios, y muchas cosas más. ¿Por qué? Porque la fuente de vida es la misma que la que tuvo Jesús, y todo lo que era de El se hace nuestro, porque el manantial de la vida es el mismo. Es la vida de Dios.
El hombre que está controlado por la carne no puede vivir por el Espíritu Santo, porque lo mejor con que la carne puede vivir es con el árbol de la ciencia del bien y del mal, sabiendo lo que es bueno y malo. ¿Quiere esto decir que los justos no lo son y los equivocados no lo están? Por el amor de Dios. NO. Los justos son justos y los que están equivocados lo están completamente; pero lo que se quiere decir es que existe un camino más elevado para vivir que simplemente diciendo: “Esto es bueno y esto es malo”, y ese camino es la misma vida de Dios hecha realidad por medio del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es la vida de Dios, y cuando un hombre está controlado por el Espíritu, puede entonces vivir por el Espíritu de Dios tomando parte del árbol de la vida.
LAS TRES PARTES DEL HOMBRE
El hombre se divide en tres partes: cuerpo, alma (o mente) y espíritu.
Mi parte física navega por el mundo a través de mis cinco sentidos: el tacto, el gusto, el olfato, la vista y el oído.
El alma del hombre es la parte que le hace pensar, querer, actuar y sentir emociones. Es la personalidad completa del hombre, su ser. La palabra “alma”, en el Nuevo Testamento original, es la griega psyché, de la que procede también la palabra “psicología”. Y como muchas veces confundimos “alma” con “espíritu”, lo cual no es lo mismo, llamaremos de aquí en adelante “mente” al alma.
El espíritu del hombre es la parte por la que puede conocer y percibir a dios. Y como Dios se revela por medio del Espíritu Santo, y no en la parte física o mental, el espíritu del hombre tiene que ser vivificado por Dios. Por esta razón Jesús dijo: “Dios es espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24). A causa del pecado, mi espíritu está dormido e inoperante, pero cuando me vuelvo a Jesucristo, el Espíritu Santo viene a morar conmigo, es decir, entra dentro de mi espíritu y me gira, literalmente, hacia Dios.
Antes de que una persona conozca a Jesucristo, obra solamente movido por su vida humana, su carne, que es la combinación del cuerpo y de la mente. En el terreno físico, esta persona vive generalmente movido por sus sentidos, y su mente se rige por la inteligencia, por lo que él piensa que debería hacer, por sus emociones –lo que siente que debería hacer- y por su voluntad –lo que desea hacer.
No cabe duda de que este planteamiento ofrece su dificultad. El YO, que reside en mi cuerpo y en mi mente, sale a escena bastante deteriorada y torcida, y ello debido a la herencia de pecado que tiene la raza humana desde la caída de Adán. La Escritura dice: “Y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:8). Si solamente estoy identificado con mi carne, seré incapaz de conocer a Dios y de formar parte de su voluntad y de su Reino.
Pero en la cruz Jesucristo pagó por todos mis pecados –el original y los experimentados por mí mismo- y rompió todas las barreras que me separaban de Dios, porque incluso antes de su muerte ya había prometido el Espíritu Santo, quien vendría y viviría en las vidas de todos los que confiaran en El.
Cuando dejo de vivir según mi voluntad y vivo según la de Cristo, el Espíritu fija su residencia dentro de mí y me hace vivir en Dios y hacia El. En Romanos 8:9 leemos acerca de los creyentes: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”.
Dios no solamente quiere que el Espíritu Santo viva dentro de mí, sino que quiere controlarme con su Espíritu, y cuando su Espíritu me controla, mi cuerpo y mente también son dirigidos por El, y ello a pesar de que continúe teniendo mis propios cinco sentidos, pero El es ya entonces mi vida; yo continúo teniendo mi inteligencia, voluntad y emociones, pero estas cosas quedan bajo la influencia del Espíritu Santo y no de mi vida humana. Mi YO verdadero es elevado y entonces es cuando puedo exclamar: Vivo en el Espíritu.
Así pues, el crecer en Cristo consiste en dejar que el Espíritu Santo controle la vida; es dejar que el Espíritu Santo controle mi vida; es dejar que el Espíritu Santo me dirija minuto a minuto.
También es importante que me vea a mí mismo como un todo –cuerpo, alma y espíritu- y no como tres entidades separadas, porque cuando mi espíritu se vivifica por el Espíritu de Dios, mi cuerpo adquiere una vida nueva lo mismo que mi mente (Romanos 8:6 y 11).
Muchas veces, incluso en círculos cristianos, se enseña que esa novedad de espíritu se consigue a expensas o incluso negando la renovación física y personal. Por eso conviene recordar que cuando se anda en el Espíritu, Dios controla y considera el cuerpo y la mente en su justo lugar de dignidad y valor, porque el nuevo físico y la nueva mente pertenecen a El para servirle y obedecerle.
BIENVENIDO, BACH
Piense por un momento que estamos hablando de música y que usted cree que el mejor músico que ha existido es Juan Sebastián Bach, y entonces usted decide componer música de la misma calidad que Bach. Presuroso se va al extranjero, estudia en los mejores conservatorios de Europa y visita las catedrales y bibliotecas históricas donde Bach vivió, para estimular su composición.
Pero entonces pasa que usted fracasa; llega a la conclusión de que no lo puede hacer igual, porque, si acaso, la única manera de que esto fuese posible sería así, misteriosamente, Bach entrase en su cuerpo y viviese dentro de usted. Entonces, quizá, podría componer música de la manera como lo hizo Bach.
A veces hacemos lo mismo con Jesucristo. Observamos su vida y decimos: “Me gustaría ser como El; como El era Dios, haré lo imposible para imitarle.” ¿Y a donde nos conduce esto?
Otro ejemplo podría ser la conocida escena del día de Nochevieja, cuando todos hacemos promesas para el Año Nuevo. Sólo duran una semana como máximo. O cuando se va uno de campo para reponer fuerzas, pero al cabo de dos o tres días de estar de casa se encuentra uno peor de lo que estaba.
Pero ¡si pudiese hacer que Jesús volviese de los muertos y viviese con nosotros…! ¡Eh, un momento…! Si eso ya ha sucedido; si eso fue lo que sucedió en la resurrección y de lo que trata el Espíritu Santo. ¡Dios lo ha hecho posible en la historia!
Hoy mismo, si no lo ha hecho ya antes, ponga su confianza en Jesucristo; El entrará en su vida en el mismo instante que usted empiece a contar con El, y empezará a vivir por usted. Si usted ya tiene su fe puesta en Jesucristo, pero nunca ha contado realmente con El para verse inmerso en su Santo Espíritu, cuente con El para hacerlo inmediatamente. ¡Tome Su vida y ande en Su Espíritu!
Y mientras abre su corazón, le recibirá con todo lo que es Suyo. Los dones que tiene para usted serán suyos; el papel que le corresponde en su Cuerpo, es decir, en la Iglesia universal y en la asamblea local de los que son de El, y que tiene para usted, también serán suyos ahora mismo. Tendrá un desarrollo, una madurez, un crecimiento, sí; pero pídalo, porque le pertenece. Porque El es nuestra vida.

viernes, 26 de septiembre de 2008

LA ESPERANZA VICTORIOSA DE LA IGLESIA

¿Qué momento histórico estamos viviendo? Aquel señalado por el Padre cuando dijo: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Estamos en ese “hasta que”, en ese “mientras tanto” en el cual el Padre está poniendo a todos bajo los pies del Hijo.
Esa es la razón por la cual estamos viendo despertamientos espirituales en diferentes partes del mundo. Porque el Padre ha tomado a algunos príncipes de las potestades de los aires y los ha puesto bajo los pies de Jesús. Y seguirá poniendo a otros, hasta que no quede ninguno. El Padre lo ha dicho y lo va a hacer. Todo lo pondrá bajo los pies de Cristo, para que él tenga pleno dominio. Pero, ¿cuáles son sus pies? Piensa un poco. Cristo tiene un cuerpo. ¿Cuál? La iglesia. El es la Cabeza, y todo lo que ponga bajo sus pies, ¿bajo quién estará? ¡Bajo la iglesia! ¡Aleluya!
¡Levántate, iglesia! Toma conciencia de la hora de Dios. Mira lo que el Padre se ha propuesto. ¡Ríndete a Jesucristo! Entra en fe y en espíritu de victoria. Comienza a brillar. Todo lo que pisare la planta de vuestros pies será vuestro, asegura él en su palabra, porque nuestros pies son los pies de Jesús. Somos el Cuerpo de Cristo. Cuando este Cuerpo se mueve bajo la dirección de la Cabeza, allí va la iglesia triunfante marchando, pisoteando, aplastando y conquistando los reinos para nuestro Señor Jesucristo.
Isaías vio visión de este reino de Dios. De repente, en medio de las tinieblas nació una luz. Esta luz creció y creció hasta que él ya no pudo seguir mirando. Entonces profetizó: y lo dilatado de su imperio no tendrá fin (Isa. 9:1,7). El reino de dios está en plena expansión. No va a quedar así. Va a seguir creciendo. ¡Gloria a Dios! El está preparando a su pueblo ahora, porque a través de su pueblo El va a extender su reino en todas las naciones.
Un Cristo grande merece un reino grande. El tiene poder para tener un reino grande. Porque suyo es el reino y suyo el poder y suya la gloria por todos los siglos. ¡OH, si supiéramos la responsabilidad que nos toca en la hora en que estamos viviendo! Es el momento de la culminación del propósito de Dios para esta generación. Y es la iglesia, su cuerpo, el agente que Dios ha escogido para extender su reino a pueblos, ciudades y naciones.
¿Cuál es el drama del mundo? Siempre el mismo; todos quieren mandar. Hace siglos se levantó uno llamado Alejandro Magno. Comenzó a conquistar reinos y pueblos. Quería abarcarlo todo. Dice la historia que conquistaba a la velocidad de su caballo. Pero un día su caballo no corrió más. Se levantó otro imperio, el romano, dominando las naciones con vara de hierro. Más, ¿dónde está hoy?
Tres Siglos atrás surgió en Francia un hombre de pequeña estatura y gran inteligencia: Napoleón Bonaparte, quien ambicionaba ser el emperador del Mundo. Ganó todas sus batallas, menos la última. Mientras estaba desterrado en la isla de Santa Elena, esperando la muerte, se expresó así, refiriéndose a Jesús: “OH, Maestro de Galilea, yo he tratado de conquistar por la fuerza, y he perdido. Tú has querido hacerlo por el amor, y has vencido”.
En la actualidad, como en cualquier época de la historia, pueblos, naciones y reinos se enfrentan entre sí, procurando tener supremacía sobre los demás. El Norte contra el Sur, el Este contra el Oeste, naciones subdesarrolladas enfrentadas con las desarrolladas. Los gastos que demandan la defensa y la preparación de una futura conflagración elevan a cifras increíbles los presupuestos de las naciones del orbe. Pero, ¿Quién logrará el dominio del mundo? Puedo asegurarlo, sin temor a equivocarme, que el que va a triunfar es aquel que ya ha vencido: JESUCRISTO. ¡El es el Señor! Y un día, cuando suene la última trompeta, aparecerá con poder y gloria. Pondrá sus pies sobre la tierra, y será proclamado Rey y Señor del mundo entero.
Si sabemos de antemano que el reino de dios prevalecerá, entonces, ¿a qué preocuparnos por cómo están las cosas ahora? Si en un encuentro de fútbol supieras de antemano el resultado final, ¿te preocuparía tanto el desarrollo? Lo que importa es cómo va a terminar la cosa y no las variantes del juego. Pero, en un encuentro de fútbol no podemos saber con anticipación el resultado final, en cambio sí podemos conocerlo en cuanto al curso de la historia. Dios lo ha revelado en su Palabra. Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo (Apoc. 11:15).
Cristo el Vencedor, el Invicto, el triunfante, es quien reinará y gobernará sobre toda la tierra. Su venida se acerca. Pero antes de que El vuelva, su reino se va a extender con poder y gloria. El vendrá a buscar a su iglesia, la cual se está preparando para ser santa, sin mancha y sin arruga para su gloria. El vendrá. Y los muertos en Cristo, cuando El aparezca, resucitarán primero, y todos los que estemos en la tierra, en un abrir y cerrar de ojos seremos arrebatados junto a El. Entonces, El establecerá su reino aquí en la tierra.
El Apocalipsis dice que por mil años. El reinará (20:6). Al término de ellos acontecerá el último evento del que la Biblia habla. El establecimiento de un Gran Trono Blanco, y Uno sentado sobre él (Apoc. 20:11-15). Aquel día final, cuando Dios se siente en el tribunal de juicio en su trono blanco, los libros se abrirán. Todos los muertos resucitarán, la muerte y el Hades entregarán sus muertos, y todos comparecerán ante El Gran Dios y la Vida Eterna.
Habrá una multitud incontable de millones y millones, vestidos con harapos, y con el rostro demacrado, escondiéndose del esplendor de la gloria del que está sentado en el trono. Su número será tan grande que se perderá en la lejanía. Serán los que aquí en la tierra no hayan reconocido a Jesucristo como Señor.
También, otra multitud, vestida con ropas blancas y coronas en sus cabezas. La Luz y la gloria del que estará sentado en el trono los cubrirá.
Frente al trono estarán también todos los ángeles y arcángeles. Y al otro lado, todos los demonios, desde Satanás hasta el más pequeño; ¡todos presentes! En ese día final, toda rodilla se doblará. Todos se inclinarán ante el Señor. Dice Filipenses que todos lo harán, los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra. Y todo el universo, como un gigantesco coro confesará que ¡JESUCRISTO ES EL SEÑOR! (Fil. 2:10-11).
Tú y yo también vamos a estar frente a ese trono. Pero ¿de que lado? Todos dirán “Cristo es el Señor”. Los que confiesen a Cristo como su Señor aquí en la tierra y lo reconozcan en sus vidas, estarán a un lado. Solamente habrá allí dos clases de personas: los que vivieron como el Rey manda y los que vivieron como ellos quisieron. ¿Donde estarás tú?
En aquel día, todos los de un lado junto con Satanás y todos sus demonios, serán lanzados al lago de fuego y azufre que es la muerte segunda, por toda la eternidad. Los del otro lado, junto con todos los ángeles, escucharán la invitación: -Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo (Mat. 25:34).
Cristo el Señor arrancará esta página de la historia de los siglos, y entregará el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia (1ª Cor. 15:24), y comenzará una nueva era. ¡Qué esperanza de gloria tenemos! Entonces, comenzará la historia de la gloria plena de Dios, junto con sus escogidos. Y reinaremos con El por los siglos de los siglos.

Nombre sobre todo nombre
Es el nombre de mi Cristo:
Ante tan glorioso nombre
Todos se postrarán.

Todas las fuerzas de oscuridad,
De todo el mundo la humanidad.
Todos los cielos y su potestad,
Todos se postrarán.

Nuestros ojos le contemplan,
Nuestro corazón le adora,
Nuestra lengua hoy proclama:
¡JESUCRISTO ES EL SEÑOR!

jueves, 25 de septiembre de 2008

UN EPITAFIO

Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. (Mateo 6:24)

En una lápida de un cementerio de Pensilvania se lee el siguiente epitafio:


Enoch ADDIS
Murió el 5 de agosto de 1830 a la edad de 73 años
Pasó toda su existencia, que fue larga y activa, en adquirir propiedades; ahora sólo posee este pequeño rincón de tierra.

En Lucas 12:16-21 Jesús habla de un hombre rico que derriba sus graneros para edificarlos mayores en vista de su próxima cosecha. Se dice a sí mismo: “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate”. Pero Dios trastorna sus planes y le dice: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto. ¿De quién será?”
A sus discípulos el Señor Jesús les formula esta pregunta: “¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mateo 16:26). Se debe hacer, pues, una elección, y conviene no equivocarse. Por un lado el mundo, sus placeres y sus vanidades –de las cuales se goza sin Dios durante un tiempo muy limitado- y luego la eternidad en “las tinieblas de afuera”. Por otro, una vida feliz en la comunión con dios, seguida por una bienaventurada eternidad. Moisés había hecho la buena elección. Rehusó el título que podía darle acceso al trono de Faraón, “teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios” (Hebreos 11:26).

LA ESCENA CELESTIAL

Pero, ¿qué ocurrió con Cristo después que la nube lo cubrió? Los testigos oculares no pudieron relatarlo. Otra vez necesitamos recurrir a los libros de revelación para saberlo.
¡Ah, Jesucristo, Aquel que había vencido, ahora ascendía y se acercaba a las puertas de la eternidad! El salmista David lo había visto proféticamente. El oyó a alguien gritar frente a las puertas del cielo:
-Alzad, OH puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el rey de gloria.
Desde adentro alguien preguntó: -¿Quién es este Rey de gloria?
-Jehová de los ejércitos, El es el Rey de la gloria (Salmo 24)
Y las puertas de la eternidad, como un gigantesco telón, comenzaron a alzarse para dar la bienvenida al que había vencido, al Cordero inmolado. ¿Y qué se vio al otro lado? El cielo, desbordando de gloria y alegría. Había cánticos y regocijo. Los ángeles hacían sonar sus trompetas, cantaban, batían palmas. Jesucristo estaba entrando por las puertas de la eternidad a la gloria que El había conquistado.
-¡Ah, es imposible describir la escena cabalmente!
Pero podríamos, en el Espíritu, alcanzar a ver un poquito de ella. ¡Expresarnos en lenguas angelicales para describirla!
El cielo estaba vestido de fiesta; las luces brillaban más que nunca; la gloria de Dios se palpaba allí. ¡Nunca se había cantado como en aquella ocasión! Entró Jesucristo, escoltado por las huestes celestiales. El mismo Padre no pudo contenerse: se levantó de su trono y fue a darle la bienvenida. El salmista David también vio esto y relata así el encuentro: Jehová dijo a mi Señor (el Padre dijo al Hijo): Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies (Salmo 110:1). Jesucristo, entonces, se sentó en el trono excelso y sublime. Y cuando se sentó, el Padre le dio aquel nombre que es sobre todo nombre: SEÑOR DE SEÑORES, Y REY DE REYES. Este nombre quedó escrito sobre su muslo (Apoc. 19:16).
En el momento en que El se sentó en el trono, los ángeles comenzaron a tocar sus instrumentos, a cantar, y empezó –hace ya cerca de dos mil años- una fiesta con tanta gloria, con tanta alabanza, con tales cánticos, que ¡todavía no ha podido parar! Si no lo crees abre tu Biblia en Apocalipsis cap. 5 y verás: El Cordero que fue inmolado es digno… el León de la tribu de Judá, la raíz de David ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos…
Ellos siguen allá. Y nosotros acá, con la misma gloria, impregnados de la misma realidad. Aunque no veamos estas cosas con nuestros ojos ahora, con los ojos de la fe vemos la realidad trascendental y eterna: ¡Cristo reina, y está sentado en el trono!

miércoles, 24 de septiembre de 2008

VENCIO A LA MUERTE

Pasó un día, dos. Al tercero, la gloriosa victoria de Cristo se hizo pública. Por la mañana muy temprano, el sepulcro se estremeció. La piedra que cerraba la entrada fue quitada y el Hijo de Dios resucitó triunfante de entre los muertos. ¡Lleno de gloria! Venció sobre las leyes de la naturaleza. Según ellas, un cuerpo muerto entra en descomposición, en corrupción. Pero el salmista ya lo había profetizado: No dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción. Y Cristo triunfó sobre las leyes naturales. Venció a la muerte. El Cristo resucitado demostró su autoridad sobre ella.
Luego de resucitado, los ángeles vinieron a servirle, a atenderle. Uno quitó la piedra del sepulcro. Otro se sentó en el lugar donde El había sido puesto y anunció: No está aquí. Ha resucitado. Los ángeles estaban otra vez a su disposición. Había recuperado se señorío sobre ellos.
Luego, estando con los suyos, les dijo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Pero, ¿no se había despojado de todo al venir a esta tierra? ¿No lo había perdido todo? Sí, pero en el momento en que terminó de perderlo, comenzó a reconquistarlo nuevamente. El, resucitando, demostró ser aquel que tenía toda potestad en el cielo y en la tierra: sobre todos los reyes y gobernantes. Pablo dice en Romanos 13, que no hay autoridad establecida sino por El. Cristo triunfante y resucitado reconquistó su señorío sobre todo cuanto existe, y ahora es Señor de todo. De todo se desprendió para obrar nuestra redención y hacernos partícipes de su reino y gloria. Mas luego volvió a recuperarlo todo, y se declaró Señor del Universo.
Como tenía toda potestad en el cielo y en la tierra, dijo a sus seguidores: Id y haced discípulos. ¿A quiénes? A todas las naciones, porque yo tengo autoridad sobre ellas. Id y haced discípulos… y yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin.
Habiendo dicho estas cosas, el Cristo se despidió de los suyos. Repentinamente sus pies comenzaron a desprenderse de la tierra allí sobre el Monte de los Olivos. Todos quedaron pasmados. Veían al Señor elevarse en los aires. El poder de la resurrección le levantaba. Una nube le cubrió finalmente, y no lo vieron más. Luego llegaron ángeles para dar instrucciones a los discípulos.

lunes, 22 de septiembre de 2008

VENCEDOR

Los Evangelios y Los Hechos de los Apóstoles son una narración de la vida de Jesús hecha por testigos oculares. Pero hay en la Biblia libros de revelación; es decir, de cosas no vistas por los ojos, sino reveladas por el Espíritu Santo. Entre éstos se encuentran las epístolas, el libro de los salmos, y otros.
¿Qué pasó con Cristo cuando El murió? Sabemos lo que ocurrió con el cuerpo: lo envolvieron en una sábana y lo pusieron en un sepulcro. Esto lo relatan los Evangelios. Es lo que un testigo ocular podía ver. Pero, ¿qué sucedió con su espíritu cuando salió de su cuerpo? ¿Adónde fue? ¿Qué hizo? ¿Dónde estuvo?
Aquí intervienen los libros de revelación para narrar lo que el testigo ocular no pudo ver. El libro de los Salmos revela que, cuando su Espíritu se separó del cuerpo por entrar bajo la autoridad de la muerte, El también tuvo que ir a la morada de los muertos; es decir, el Hades o Seol. Por eso dice en uno de los Salmos: No dejarás mi alma en el Seol… (Salmos 16:10). El Hades era el lugar donde iban todos los muertos; pecadores y salvados. En el Hades había dos lugares o compartimientos diferentes. Cristo habló de esto al referirse al rico y Lázaro.
El rico murió y fue al Hades, a los tormentos, al infierno. Lázaro también murió y fue al Hades, pero al seno de Abraham, al lugar de descanso, de consuelo, de espera. Allí estaba Abraham, el padre de la fe, y todos los que morían en la fe de Abraham. El rico estaba en la zona de sufrimiento. Lázaro en el lugar de descanso. Había un gran abismo que dividía las dos zonas; nadie podía pasar de un lugar al otro.
Este es el reino de los muertos. Cristo, cuando murió, también tuvo que ir allí. Las epístolas señalan que descendió hasta las partes más bajas de la tierra. Y este Jesús, que entró al reino de los muertos, al imperio de la muerte, tuvo que estar por un instante bajo la autoridad de aquel que tenía el imperio de la muerte, es decir, el diablo. Esta era el área donde Satanás tenía las llaves. En sus manos estaba el dominio de la muerte. Allí llegó Jesús.
Su cuerpo todavía estaba en la cruz, cuando su espíritu entró a aquella morada. ¿Sabe que pasó allí? La Biblia habla de este lugar –no sé si en sentido figurado o real- como si estuviera en el corazón de la tierra. Cristo descendió allí para enfrentarse con aquel que tenía el imperio de la muerte. Cristo, el León de la tribu de Judá, se enfrentó con el León Rugiente, con Satanás. Dos leones frente a frente. Y se desató una batalla sin precedentes en toda la historia. El León Rugiente rugía con todas sus fuerzas; otro León se había metido en sus dominios. Los dos entablaron una feroz batalla. La tierra tembló. ¡No era para menos! El León de Judá asestó un terrible golpe sobre la cabeza del León Rugiente, y Satanás cayó herido de muerte.
Cristo arrebató entonces de su mano las llaves del infierno y de la muerte. Dice la Epístola a los Hebreos que él destruyó por la muerte (su muerte) al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo. Y en Apocalipsis Cristo aparece como aquel que dice: Yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto, mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, Amén. Y tengo las llaves del Hades y de la muerte. En el mismo instante en que se despojó de todo, Cristo venció y destruyó a Satanás, el principal de esta esfera.
De modo que Satanás es un enemigo vencido. No puede hacer nada ahora. Solamente, como espíritu mentiroso que es, utiliza contra nosotros la mentira. Es su única arma. Sus artimañas, sus tácticas, son para tratar de poner espíritu de error y tinieblas en la gente. Aunque todavía no haya sido atado, ya tiene una herida de muerte. Cristo venció –dice la Biblia- al que tenía el imperio de la muerte. De modo que, no temas nada. ¡El León Rugiente está derrotado!
Y Cristo tiene ahora en sus manos las llaves del Hades. Dice que El fue en espíritu y predicó a los espíritus encarcelados. En aquel lugar, Cristo predicó a los que estaban condenados, y selló su condena. Y a los que estaban aguardando la Esperanza de Israel, les anunció las buenas nuevas. Abrió ese sitio y llevó cautiva la cautividad (los muertos en la fe). Desde entonces, este compartimiento del Hades no funciona más. El único lugar que ha quedado es el de tormento, el infierno, donde van todos los que mueren sin Cristo y sin salvación. Los demás tienen acceso inmediato a la presencia de Dios.

domingo, 21 de septiembre de 2008

SIENDO RICO SE HIZO POBRE

Repentinamente, la escena cambió. Este que tenía todo poder en los cielos y en la tierra, que sujetaba con su autoridad a hombres, ángeles y demonios, fue aprehendido en Getsemaní. Los hombres lo ataron y lo llevaron e hicieron de él lo que quisieron. Le pegaron, escupieron su rostro, le injuriaron. Y él permaneció en una actitud pasiva. Este que era Señor sobre los hombres estaba siendo sometido por ellos. No actuó más con la autoridad que había demostrado tener. Cuando le llevaron delante de Pilato, este le dijo:
“¿Así que tienes una autoridad superior? Vamos a ver.” Dio orden de azotarlo, y de llevarlo a la cruz. Jesús, cuya autoridad era suprema, efectivamente quedó sujeto a la autoridad de un gobernante. Fue azotado. Cargó la cruz, y en la cima del Calvario le acostaron sobre el madero, clavaron sus manos, sus pies y le levantaron en la cruz. Su cuerpo quedó colgado, sujeto por tres o cuatro clavos al madero. Allí estuvo el Hijo de Dios. La gente pasaba y decía: “¿Y tú eres el Hijo de Dios?... Bájate de la cruz, y creeremos en ti. ¡Demuéstralo!...”
Ya había pasado el tiempo de demostrar. Aquel que era Señor de la naturaleza y que sujetaba vientos y mares y a sus leyes físicas, quedó El mismo sujeto a un madero por unos clavos; y no pudo salir de ahí. ¿Qué fue lo que sucedió?
Comenzamos a comprender aquello que Pablo dice: Se hizo pobre, siendo rico. La riqueza mayor de Cristo no era material o física, sino que consistía en su autoridad y dominio sobre todo y sobre todos. Este que era rico, y que tenía todo en sus manos, comenzó a empobrecerse poco a poco. Este que dominaba sobre todo, quedó sujeto a todo.
Estaba allí en la cruz, agonizando. Los discípulos se habían ido. No había nadie a su lado. Miró al cielo: ni el Padre le miraba. Le había desamparado. Por eso exclamó a gran voz: -Dios mío, Dios mío. ¿Por qué me has desamparado? – Ni siquiera un ángel estaba allí para reconfortarle. El que había tenido al ejército de los cielos a su disposición, ya no lo tenía más. Quien había sido Señor sobre el reino angelical, estaba ahora abandonado por todos.
Y Cristo, clavado en aquella cruz, habiendo exclamado a gran voz, dio el espíritu, y murió. ¿Cómo?
¿No era El quien había levantado a los muertos? Sin embargo, ahora estaba muerto. El había tenido poder sobre la muerte, pero ahora la muerte prevalecía sobre El y moría. ¡De todo se despojó!

sábado, 20 de septiembre de 2008

SEÑOR SOBRE EL REINO DE LOS GOBIERNOS HUMANOS

Por último, le ataron y le llevaron delante del sumo sacerdote. Después delante de Pilato, de Herodes, otra vez de Pilato. Este le hizo algunas preguntas:
-¿Eres tú el rey de los judíos?
-Tú lo dices.
Luego, siguió preguntando, pero Cristo ya no respondió. Pilato se enfadó. -¿A mí no me respondes? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte o condenarte? – Jesús estaba de pie, calmo, sereno, con paz. Le dijo:
-Ninguna autoridad tendrías, si no te fuese dada de arriba-. Pilato no entendió.
Entró en su palacio frotándose nerviosamente y preguntándose: -¿Pero quién es éste? ¿Quién es éste? Yo soy el gobernador Pilato. Me respalda todo el imperio romano. Y él me dice que hay otra autoridad encima de mí. Pero… ¿Quién es éste?
-¿QUIEN ES ESTE? – Pilato, no te canses. Este es Jesús de Nazaret: Señor sobre todos los gobiernos. Y ninguna autoridad tendrías, Pilato, si no te fuese dada de arriba. Jesús demostró vez tras vez en su ministerio público su autoridad sobre los gobernantes; ya fueren estos políticos o religiosos. Los principales sacerdotes se acercaron a él, pero siempre enmudecieron en su presencia. Este Jesús demostró en tres años y medio de ministerio público que era Señor sobre todas las esferas del universo.

viernes, 19 de septiembre de 2008

SEÑOR SOBRE EL REINO DE LOS ANGELES

Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María.
Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Pero ella turbada no entendía porque la saludaban de ésta manera. Y el ángel continuo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.
Cuando se cumplió el tiempo para que naciera el Señor, en la región indicada se encontraban unos pastores que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!
Cuando le llegó la hora de comenzar su ministerio luego de bautizarse, dice Mateo en su evangelio, tuvo su primera y durísima batalla con su enemigo y el de todos los cristianos: Satanás. En la conocida tentación de Jesús como también primera y gran prueba. Para poder convencerlo de sus insinuaciones diabólicas el diablo le citó las Escrituras donde dice que Dios mandará a sus ángeles en auxilio de sus Hijos. Luego de perder la batalla, el diablo, abandona el lugar y he aquí vinieron ángeles y le sirvieron al Jesús triunfador.
Jesús estaba en el huerto de Getsemaní orando intensamente. Iba a ser entregado en sacrificio y lo sabía. Un ángel vino a reconfortarle. Finalmente, dijo el padre: Sea hecha tu voluntad, no la mía. Y bebió la copa amarga. Se levantó y miró a sus discípulos. Dormid ya y descansad. He aquí la turba viene y el tiempo ha llegado. Una multitud de hombres se acercaba con espadas, palos y antorchas. Venían a prenderlo. Cristo se adelantó hacia ellos y en la espesura de aquel monte, en la oscuridad de la noche, preguntó:
-¿A quién buscáis?
-A Jesús nazareno, -vino la respuesta.
Se adelantó aún más y dijo: -Yo soy,- y al decir esto, todos sus perseguidores cayeron a tierra. Ni uno solo quedó en pie. Rápidamente, se incorporaron, los soldados buscaban sus cascos, sus espadas, sus antorchas y nuevamente se enfrentaron con él.
-¿A quién buscáis?
-A Jesús nazareno,- se oyó.
-Os he dicho que yo soy. Si a mí me buscáis, dejad ir a éstos.
Ellos, al ver su pasividad, su entrega, se acercaron, le tomaron, le ataron. Mientras tanto, Pedro sacó su espada y cortó la oreja de uno de ellos.
-Pedro, mete tu espada en la vaina-, ordenó Cristo, mientras sanaba la oreja herida.- ¿Piensas que si ahora quiero, no puedo pedir doce legiones de ángeles que vengan a defenderme? Pero si para esto vine…
¿Qué dijo? Todos le escucharon. Pero, ¿Quién es éste, que si pidiera doce ejércitos de ángeles, ellos acudirían? ¿Quién es éste?
El Hijo es superior a los ángeles. Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre, Y él me será a mi hijo? Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: ¡Adórenle todos los ángeles de Dios!

jueves, 18 de septiembre de 2008

SEÑOR SOBRE EL REINO DE LOS DEMONIOS

En una ocasión, pasando por cierta región un hombre le salió al encuentro. Un hombre gadareno. Muchos espíritus satánicos, demonios, se habían posesionado de él. No uno o dos, sino una legión. Este hombre era atado con cadenas por otros y ni aun así le podían contener. Pero entonces Jesús se le acercó. Los espíritus comenzaron a temblar dentro de él y a gritar fuertemente. ¡Y todavía Cristo no había dicho nada! ¡No había abierto su boca y ya estaban todos temblando!
-¿Qué tienes con nosotros, Jesús, hijo de David, hijo del Altísimo?
Estaban temblando ante la presencia del Hijo de Dios. –Si vas a sacarnos de aquí, por favor manda que salgamos y vayamos a este hato de puercos.
Cristo entonces, dio la orden. Una sola palabra, dos letras nada más: -ID- y la legión de demonios salió de ese hombre, entrando en el hato de puercos. Estos corriendo, se precipitaron al mar y se ahogaron. Entonces, salió toda la población a ver lo que había sucedido.
-¿Quién es éste, que aún los demonios le obedecen…? Por favor, vete de aquí… -Sí, le pidieron al Señor que se fuera, porque aún cuando había sanado al endemoniado, les había arruinado el negocio de los cerdos. Sin embargo, el interrogante de los lugareños tenía una respuesta: Este es Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, aquel que demostró en la tierra ser Señor sobre todos los demonios. En el comienzo de su ministerio, ya se había encontrado con el general de ellos. Estuvo frente a frente con el mismísimo Satanás. Una, dos, tres veces. En la tercera oportunidad le ordenó: -Vete de mí, Satanás.- Y el diablo tuvo que huir avergonzado y vencido. Desde el más encumbrado entre los demonios, hasta el último, todos se sujetaron a él. La gente veía el poder del Señor actuando en esa área también.

SEÑOR SOBRE EL REINO DE LOS MUERTOS

Jesús tenía un amigo en Betania, Lázaro. Un día llegó la noticia: -Señor, Lázaro está enfermo.- Era necesario ir a verle inmediatamente; sin embargo, él se demoró en hacerlo. Llegó cuando ya hacía cuatro días que había muerto.
Marta, la hermana de Lázaro, le dijo: -Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Ella sabía que Cristo tenía poder para sanar a los enfermos, pero ni se imaginaba hasta donde él podía obrar. Jesús se acercó al sepulcro.
-¿Dónde le pusisteis? –preguntó.
-Allí está.
-Quitad la piedra.
-Pero, Señor, ¡ya hiede!
-Quitad la piedra.
Y quitaron la piedra. Entonces, Jesús oró: Padre, te doy gracias porque tú siempre me oyes… ¡Lázaro, ven fuera! , y el muerto resucitó y salió fuera. ¡Desatadle! Ordenó.
¿Podemos imaginar la escena y la pregunta que habrá surgido en la mente de todos? ¿Quién es éste, que aun los muertos le obedecen?... ¿Quién es éste?
Este es Jesús de Nazaret: Señor también sobre el reino de los muertos.

domingo, 14 de septiembre de 2008

SEÑOR SOBRE EL REINO DE LOS VIVIENTES

Los hombres, cuando le oían predicar y enseñar, decían:
-Nadie ha hablado como éste. Este habla, no como los religiosos, sino como alguien que tiene autoridad-. Así era, ya que nadie podía refutarle nada de lo que él decía.
En cierta ocasión, vino un hombre lleno de lepra, con todo su cuerpo llagado, y cayendo de rodillas delante de El, le dijo: -Señor, si quieres, puedes limpiarme-. Cristo extendió la mano, le tocó y le dijo:
-Quiero. ¡Se limpio!
Y la lepra le dejó en el mismo instante. Todos quedaron maravillados.- Pero, ¿Quién es éste?
Este es Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, el Señor sobre el reino de los vivientes. Señor sobre el hombre en su totalidad: sobre el cuerpo, El es Señor; sobre el alma, el es Señor; sobre el espíritu, también El es Señor. ¡OH, cuán grande es la potestad de Cristo sobre el ser humano!
En otra ocasión le trajeron un paralítico. El le dijo:
-Hombre, tus pecados te son perdonados-. Los religiosos, entonces, se enfurecieron:
-¿Quién es éste que perdona pecados? ¿Quién es éste? Sólo Dios puede hacer eso.
Cristo les respondió: -Para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados…- Tenía autoridad sobre todos los seres vivientes: sobre su cuerpo para sanar; sobre su alma y su espíritu para salvar.
Una y otra vez se paró frente a las gentes y les dijo: -¿Quién de vosotros me acusa de pecado? Nadie nunca pudo levantar su dedo para acusarle. Nadie puedo abrir la boca. Todos enmudecieron.
En otra ocasión, él dijo a los demás: -El que de vosotros esté sin pecado, tire contra ella la primera piedra.- Y nadie tiró la piedra. Todos la dejaron y se fueron. Maravillados. Sorprendidos. –Pero, ¿QUIEN ES ESTE?
¡Ah! Este es el glorioso Jesucristo, el hijo bendito del Padre, que vino a la tierra y demostró ser Señor sobre todos los seres vivientes en forma integral: cuerpo, alma y espíritu.

viernes, 12 de septiembre de 2008

SEÑOR SOBRE EL REINO DE LA NATURALEZA

En cierta oportunidad Jesús, después de haber predicado a la multitud subió al barco para cruzar el lago. Sus discípulos también lo hicieron. Cristo iba cansado por el trajín del día. Tenía sueño, y se durmió. Allí acostado parecía un hombre como todos. Y en la mitad de la travesía, el viento levantó una tempestad, y la barca comenzó a zozobrar. Las olas se alzaban como para tragar la embarcación. Aquellos diestros pescadores del Mar de Galilea trataban de controlarla, pero no podían. Finalmente, miraron hacia el Maestro dormido.
-¡Maestro! ¡Despierta! , que perecemos.
Cristo se levanto. -¿Por qué teméis, hombres de poca fe? –Y dirigiéndose al mar, extendió su mano diciendo: -Enmudece y calla-, Al momento todo se aquietó, y hubo bonanza. Los mismos discípulos, asombrados, preguntaron: -¿Quién es éste, pero quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?... ¿Quién es éste?
Este es Jesús de Nazaret, pero también es el verbo hecho carne, el Hijo del Dios viviente;
es aquel que, cuando estuvo en la tierra, demostró ser Señor sobre el reino de la naturaleza. El mostró su autoridad a través de su ministerio: la naturaleza misma se sujetó al Señor del Universo.

martes, 9 de septiembre de 2008

¿QUIEN ES ESTE?

Cuando Cristo vino a la tierra, a la edad de treinta años, con la unción del Espíritu Santo, comenzó su actuación pública, su manifestación al mundo como el Mesías, como el enviado de Dios. Cuando El actuaba, los hombres y las mujeres quedaban maravillados y confundidos. En ciertos aspectos parecía un hombre como todos: se cansaba, tenía hambre y sed como cualquiera, tenía sueño, dormía; sus manos se ensuciaban con el trabajo. En fin, parecía igual a todos; se le podía tocar, palpar. No tenía nada fuera de lo común.
Sin embargo, al mirarlo desde otra perspectiva, dejaba perplejos a sus observadores. Exclamaban: -“Pero, ¿QUIEN ES ESTE? " No es un hombre común. Es un personaje diferente. ¡Nadie ha hecho lo que éste hace! ¡Nadie ha hablado como éste habla! ¿Quién es?
En las mentes de aquellos hombres surgía este interrogante una y otra vez. Algunos pretendieron resolverlo fácilmente, diciendo: “Es un profeta” o “un vidente” o “un hombre excepcional” o “un maestro”. Pero no. El era distinto. -¿Quién es éste?- La pregunta resonaba dentro de todos los que tuvieron oportunidad de verle. Aun sus discípulos, después de haber comenzado a seguirle, vez tras vez se preguntaban lo mismo.

martes, 2 de septiembre de 2008

JESUCRISTO ES EL SEÑOR DEL UNIVERSO

Para que el dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria os dé espíritu de sabiduría y revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuales las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (Efesios 1:17-23).
El cuerpo de Cristo yacía en el sepulcro. De pronto, el poder de Dios operó en él, resucitándole de los muertos. Pero esta “supereminente grandeza de su poder” no sólo operó en Cristo resucitándole, sino ascendiéndole hasta los cielos, sentándole en los lugares celestiales sobre todo principado, sobre toda potestad, sobre todo señorío, sobre toda autoridad, sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero, sometiendo todas las cosas bajo sus pies. El poder de Dios levantó a Cristo, y le colocó como cabeza de la iglesia, que es su cuerpo, y más aún, como Aquel que es supremo sobre el universo. Precisamente a esto queremos hacer referencia ahora, a Cristo como el Señor del UNIVERSO.
Juan, en su visión apocalíptica, se encontró con los cielos abiertos. El Espíritu le introdujo como por una puerta al mismo cielo. Y allí vio y oyó cosas que le fue ordenado escribir. Este es su relato:
Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! (Apoc. 19:6).
¡Qué tremendo! ¡Qué maravillosa visión! Una gran multitud, millones y millones. ¡Y un estruendo como de muchas aguas, como la voz de grandes truenos! ¿Y qué decían? ¡Aleluya! Todo se llenó de alabanzas. ¡Aleluya! Y en la tierra, entre todas las naciones, también se hizo oír la misma palabra: ALELUYA.
Pero, ¿por qué Aleluya? Nuestros aleluyas muchas veces tienen motivos circunstanciales: “¡Aleluya!, porque me aumentaron el sueldo.” “¡Aleluya!, porque me van bien los estudios.” Sin embargo, estas expresiones tendrían que estar inspiradas en un motivo mayor, mucho más firme y estable. En los cielos lo hacen porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina. Mientras que El esté sentado en el trono hay motivo harto suficiente para decir: ¡Aleluya!
Finalmente, Juan vio la culminación de la esperanza de cada redimido (vers. 16 del mismo capítulo): el Hijo del hombre, Jesucristo, volviendo por segunda vez a la tierra. Lo vio sobre un caballo blanco, viniendo con gran poder y gloria, al sonido de la trompeta y rodeado de los arcángeles del cielo. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES.
Cristo, sentado hoy en el trono a la diestra de su Padre, ya lleva este nombre inscripto en su costado. A un lado, Rey de reyes; al otro, Señor de señores. En otras partes de la Escritura se lo llama Salvador, Maestro, Hijo del hombre, Hijo de Dios, León de la tribu de Judá, Cordero de Dios; pero ninguno de ellos está escrito en sus vestiduras sino el de Rey y Señor. Este nombre está por sobre todos los otros porque revela como ninguno su majestad y señorío.
Cristo, pues, es Señor de todo lo que existe en este siglo y por la eternidad. Veamos, por lo tanto, su actuación en cada una de las áreas o esferas en que se mueve el universo.
Cristo es el Señor del universo. Pero no lo es meramente por su deidad preexistente. Cuando vino a la tierra y se encarnó, demostró ante los hombres el pleno dominio y autoridad que tenía sobre todas las esferas en su calidad de hombre perfecto. Luego, se despojó de su poder para morir en la cruz, pero volvió a reconquistarlo con gloria a través de su resurrección. Consideremos aquellas secuencias de su encarnación, muerte y exaltación con respecto a las distintas áreas en que funciona el universo.
Para una más clara comprensión de lo quiero presentar, señalaré seis distintas esferas dentro del universo, a las cuales denominaremos reinos. Y notaremos la actuación de Cristo dentro de cada uno de estos reinos.
I) El reino de la naturaleza. Comprende el mundo material creado por Dios: la tierra, los astros y las galaxias, los animales, las plantas y los minerales, etc. Todo lo relativo al mundo natural. En él Dios ha establecido sus leyes y los principios que las gobiernan.
II) El reino de los vivientes. Incluye a todo ser humano que vive sobre esta tierra: hombres y mujeres de todas las razas. Esta es otra área y sobre ella también ha establecido Dios leyes y sus principios.
III) El reino, o esfera, de los gobiernos o autoridades humanas. La Biblia enseña que Dios es quien pone reyes y quita reyes. La revelación dada a Daniel en tiempo de Nabucodonosor nos señala justamente esta verdad: Dios está por encima de todo reino, rey o gobernante. El los pone y El los quita. El endurece el corazón de Faraón y El establece a Nabucodonosor por rey o lo quita de su lugar.
IV) El reino de los muertos. Cuando el ser humano muere, su alma, su espíritu, su ser interior, se separa del cuerpo, que vuelve a la tierra y va a una cierta región, a la morada de los muertos. En la Biblia se la llama Seol o el Hades (en idioma hebreo y griego, respectivamente), indicando el lugar donde van todos aquellos que mueren. Ya veremos esto en detalle, pero quiero señalarles que hasta el día de la resurrección de Jesucristo, todo el que moría iba a aquella morada de los muertos.
V) El reino, o esfera, de los demonios. Los demonios son espíritus incorpóreos, y conforman un reino muy vasto. Hay uno de ellos que los comanda como general supremo. Su nombre es Satanás, y tiene bajo su autoridad a todos los demás organizados como un verdadero ejército. Satanás tiene sus generales sobre cada país del mundo, y sus coroneles sobre cada ciudad. Tiene sus mayores, capitanes, tenientes, etc., hasta llegar al demonio “raso”. La Biblia los denomina principados, potestades, autoridades, gobernadores de las tinieblas, huestes espirituales de los aires. Hay rangos dentro de este reino de los demonios.
VI) El reino de los ángeles. También los ángeles son seres espirituales sin cuerpo. Y hay distintas clases de ángeles: querubines, arcángeles, serafines; ángeles que alaban de día y de noche, ángeles que cuidan a los niños, ángeles que están continuamente a disposición de Dios como servidores y ministradores.
He aquí, en rasgos generales, las distintas áreas, reinos y esferas que operan en el universo. Podemos ubicar cada cosa conocida dentro de alguna de estas seis esferas. Desde luego, se podría hacer una división distinta; esto no es algo absoluto, pero nos sirve para poder entendernos.