viernes, 12 de diciembre de 2008

LOS DONES:LA PROFECIA Y EL DISCERNIMIENTO

“A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus.” (1ª Corintios 12:10)

EL HACER MILAGROS

Los milagros mencionados en el capítulo anterior no son tanto un don como un efecto del don, por eso el versículo dice “hacer milagros”, como efecto o resultado del don que se posee. Los milagros, pues, no son dones ni en ellos ni de ellos mismos, sino más bien el resultado de los dones que se ponen en movimiento.

EL DON DE LA PROFECIA
Durante muchos años se pensó en muchos círculos cristianos que el don de la profecía consistía en tener la habilidad de tomar porciones proféticas de las Escrituras y explicarlas. En las conferencias proféticas se juntaban para considerar las verdades del retorno inminente de Jesucristo en la tierra. Y los hombres con dones proféticos eran los maestros de la Biblia que daban tales conferencias.
Pero con el gran resurgimiento dentro del Cuerpo de Cristo del tipo de profecía directa que comienza diciendo: “Así dice el Señor…” muchos estudiantes de las Escrituras están reconsiderando este don.
En las Escrituras, la expresión profética se puede dividir en dos categorías: la primera, aquella que al cabo de un tiempo se escribe, y la segunda, la que permanece siempre como palabra hablada, como instrucción que sirve para un instante concreto. He aquí un ejemplo:

PROFECIA ESCRITA

De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo…” (Mateo 13:14)
“Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada” (2ª Pedro 1:20).
“No selles las palabras de la profecía de este libro” (Apocalipsis 22:10)
“Mas esto es lo dicho por el profeta Joel” (Hechos 2:16).

PROFECIA ORAL

“Y Judas y Silas, como ellos también eran profetas consolaron y confirmaron a los hermanos con abundancia de palabra” (Hechos 15:32).
“Este tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban” (Hechos 21:9)
“Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación” (1ª Corintios 14:3)
“En aquellos días unos profetas descendieron de Jerusalén a Antioquia” (Hechos 11:27)
Tal y como ocurre con los demás dones, en la profecía también hay lo que es genuino y lo que es falso. El Señor Jesucristo amonestó a sus discípulos sobre los falsos profetas (Mateo 7:15; 24:11, 24), y más tarde, cuando algunos de sus discípulos escribieron las epístolas del Nuevo Testamento, la advertencia se repitió (2ª Pedro 2:1; 1).
En el Antiguo Testamento la gente también quería saber si podía o no creer a los profetas. La respuesta fue sencilla: se sabe simplemente por los resultados de la profecía, es decir, si se lleva a cabo o no. En Deuteronomio 18:21 y 22, Moisés escribió:

Y si dijeres en tu corazón: “¿Cómo conoceremos
la palabra que Jehová no ha hablado?”
Si el profeta hablare en nombre de Jehová y
No se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es
Palabra que Jehová no ha hablado; con presunción
La habló el tal profeta; no tengas temor de él.”

Hoy en día nosotros estamos equipados, además, con dos cosas adicionales; la primera, la presencia de la Palabra escrita de Dios, en las manos de cada creyente, que le sirve como prueba objetiva de evaluación; y segunda, el testimonio interno del Espíritu Santo para discernir el espíritu del profeta.
El hecho de que una persona profetice en una ocasión no le hace automáticamente un profeta, pero sí que en ese momento fue usado por Dios a través del Espíritu Santo para traer una profecía, manifestando ese maravilloso don. Pero sí, después está, el ministerio del profeta que ya es otra cosa más profunda. Como es el de apóstol, pastor, maestro u evangelista. Por lo consiguiente cuando una persona conduce a otra a Cristo no le convierte en evangelista, sino que ha sido usada en ese momento para presentar al Señor. Ahora sobre todo este accionar se debe tener en cuenta que lo que se dice o se hace debe estar de acuerdo con las Escrituras, debe cumplirse y principalmente el Espíritu Santo muestra o confirma a nuestro espíritu que esa manifestación es de Dios. Ya que está expresamente indicado en 1ª Corintios 14:29 “Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen.”
Una vez se escuchó una profecía que despertó mucha atención, porque incluso un pagano en el asunto hubiera dicho que era absurda; ocurrió hace varios años, con motivo del segundo aniversario del asesinato de Martín Lutero King.
Se encontraban dos o tres hombres de Dios una tarde en casa de uno de ellos cuando entró otro hermano anunciando una revelación profética. Era un estudiante universitario y hacía un año que era cristiano. Les dijo, así por las buenas, que el Señor le había dicho que el doctor King y Roberto F. Kennedy eran los dos testigos mencionados en Apocalipsis 11, y que si concentraban a todos los creyentes para proclamarlos testigos de Dios, ambos regresarían de los muertos y les ayudarían a proclamar el Evangelio por todo el mundo. Consideraba su fenómeno mental como un milagro de Dios.
Uno de esos hombres quiso levantarse y darle un sermón para volverle el seso, pero el Señor le bajó los humos e incluso le quitó el impulso inicial de contrarrestar la profecía del hermano; notó la guía del Espíritu Santo para que se callase e incluso para que incitase a su amigo a continuar hablando.
El amigo volvió de nuevo a relatar su cuento, esta vez con más detalles. Terminó, hizo una pequeña pausa y preguntó: “¿Qué pensáis vosotros?”
Sin más comentarios, éste hombre que había sido controlado por Dios para manejar la situación, leyó la amonestación del apóstol Pablo en 1ª Timoteo 4:1:

“Pero el Espíritu dice claramente que en los
Postreros tiempos algunos apostatarán de la fe,
Escuchando a espíritus engañadores y a doctri-
nas de demonios.”

Y después leyó las palabras del apóstol Pedro en 2ª Pedro 2:1 y 2 que dice:

“Pero hubo también falsos profetas entre el
Pueblo, como habrá entre vosotros falsos maes-
tros, que introducirán encubiertamente herejías
destructoras y aun negarán al Señor que los
rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción
repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones,
por causa de los cuales el camino de la verdad
será blasfemado.”

Después de leer estas palabras el hombre alzó su vista y dijo: “Hermano, lo que acabas de decir viene directo del diablo.”
“¿De verdad? –respondió-. Bueno, si es así estoy contento de oírlo, pues lo he tenido dentro de mí como mono colgado de una espalda.”
“La sugerencia del hombre de Dios fue que oraran durante algunos minutos para que el Señor librara a este hermano nuevo de ese espíritu maligno.”
Oraron juntos en el nombre de Jesucristo, pidiendo que su sangre cayese sobre el enemigo, Satanás, para que dejase al hermano. Al instante, éste se sintió libre de toda opresión, y desde aquel día se ha podido ver en él una tremenda solidez en su comprensión de la Palabra de Dios, cosa que nunca había tenido anteriormente. Hoy en día, tanto él como su esposa son fieles siervos del Señor.
Un poco más de un año después de este incidente se juntó dos docenas de creyentes en casa de un matrimonio cristiano. Mientras oraban, uno de ellos profetizó una frase que casi inmediatamente se sintió venía del Señor. Quién la dijo preguntó: “¿Hay alguien de vosotros que dé testimonio a lo que ha salido de mi boca?” Un resonante “Sí” salió del grupo. Trágicamente, aquella profecía se cumplió. El mensaje decía más o menos así: “Mis queridos hijos: no separaos de Mí, ni uno del otro, porque un falso profeta surgirá de entre vosotros que os perderá.”Aquella fue la última ocasión en que el grupo se reunía, porque una semana más tarde apareció otro hombre en escena que se llevó tras él a casi todos los componentes del grupo y que desde entonces ni siquiera tratan de hablarse los unos a los otros. Hasta el día de hoy, muchos son todavía seguidores de aquel “apóstol” que apareció en escena; sin embargo, se tiene la seguridad de que un día todos esos ex amigos se volverán a juntar a los pies de Jesús.
LA DISTINCIÓN DE ESPIRITUS
Un domingo por la noche un grupo nutrido de creyentes fueron a la casa de un hombre de Dios a cantar alabanzas, orar y compartir sus experiencias tenidas durante la semana. Mientras un hermano estaba explicando un pasaje de las Escrituras, tres hombres irrumpieron en la habitación. A uno de ellos ya lo habían visto antes, los otros les eran desconocidos, pero parecía como sí los tres ya se conociesen. Algunos muchachos que estaban con ellos se levantaron del suelo para hacerles un sitio.
El hermano que estaba predicando terminó y el Señor nos puso más música en nuestros corazones, y, después de dos o tres himnos, alguien se levantó para dar gracias a Dios en oración.
Entonces, uno de los tres que acababan de entrar dijo que quería decir unas palabras: “soy nuevo en la ciudad y he abierto un local al fin de esta calle. Yo no creo que Jesús fuese el hijo de Dios, pero no creo que esto signifique nada para que me echéis una mano…”, dijo. Y mientras estaba a la mitad de su parrafada, un hermano de mediana edad, que era un modelo de cristiano, se levantó, apuntó con el dedo al visitante y dijo firmemente: “En el nombre de Jesucristo, te ordeno que te vayas.”
Todos se quedaron se quedaron con la boca abierta y el hombre de Dios dueño de la casa no podía creer lo que acababa de oír. Durante meses y meses se habían reunido para alabar al Señor, siempre con mucho amor, y ahora ocurría aquello. Por eso se quedó sin habla, con la sangre subida a la cabeza y sentado en el suelo como un renacuajo en medio de una tormenta.
El visitante fue hacia la puerta, la abrió y se marchó cerrando la puerta tras de sí. Nadie dijo una palabra. Por fin, el yerno del que había conminado al visitante rompió el silencio: “Papá, ¿por qué demonios has hecho eso?”, preguntó. El viejo respondió: “Ese hombre era un canalla.” Pero el yerno, que se llamaba Doug, volvió a decir: “¿Cómo puedes decir eso? Además, quién sabe si se hubiera convertido.” “Todo lo que sé es que recibí señales potentes del Espíritu Santo para hacer lo que hice –replicó el viejo-, y cuando el Espíritu me dice algo, lo hago.”

viernes, 5 de diciembre de 2008

UNA BIBLIA EN SUBASTA

Mejor me es la ley de tu boca que millares de oro y plata. Me regocijo en tu palabra como el que halla muchos despojos. (Salmo 119:72 y 162)

Por un diario nos enteramos de que una Biblia alemana del siglo XII, encuadernada con cuero precioso e incrustaciones de plata, adornada con 41 miniaturas y 1500 mayúsculas iluminadas (con dibujos colorados), fue adjudicada por una considerable suma en el curso de una subasta.
Por cierto que no quedamos insensibles a todo lo que pudo dar tanto valor a ese rarísimo ejemplar, pero afirmamos que el tesoro está en el interior, en el texto que lo compone. En efecto, la Biblia es el libro por excelencia. Debería tener un inestimable precio para cada uno de nosotros, aun cuando se presente de manera muy sencilla y al alcance de un modesto bolsillo.
Para dirigirse a cada uno de nosotros. Dios empleó hombres de condiciones diversas que escribieron en variados estilos literarios y en diferentes períodos. Mediante la Biblia, Dios habla. Nos revela su poder creador, su justicia, su santidad y su amor. Muestra a los hombres lo que son a sus ojos; alejados de él, pecadores, perdidos. Anuncia el único medio de salvación que puede aparatar su ira del hombre culpable. Envió a su Hijo unigénito a la tierra, santa victima que llevó en la cruz el justo juicio divino, a fin de que seamos perdonados, salvados y llevados a la presencia de Dios.
¿Conoce usted este libro? ¿Lo posee? ¿Lo leyó y meditó? ¿Es también un tesoro para usted?