jueves, 2 de octubre de 2008

VIVIENDO POR EL ESPIRITU

“Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ídolos mudos. Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús, y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo.” (1ª Corintios 12:2 y 3)

Pablo recuerda a los creyentes de Corinto que, cuando todavía eran paganos, antes de que creyesen en Jesucristo, eran llevados a los ídolos mudos. El culto a los ídolos era el mayor pasatiempo que tenían los de Corinto, y el capítulo 8 de 1ª Corintios trata ampliamente de este asunto.
En 1ª Corintios 12:3, Pablo da una regla muy sencilla para saber si en verdad una persona habla como pagano o movido por el Espíritu Santo y, por lo tanto, como un creyente regenerado. El pagano dirá que Jesús es maldito, mientras que el que habla por el Espíritu confesará que Jesús es el Señor.
LA BOMBA DE BOMBAY

La primera vez que entendí este versículo fue gracias a un amigo que durante muchos años sirvió como misionero. Me dijo que en una ocasión se encontraba en una estación de ferrocarril abarrotada de gente, en Bombay, India, y él era una persona muy conocida por su labor misionera.
Mientras esperaba el tren, un joven se le acercó y le dijo: “¿No es cierto que su Biblia dice que nadie puede reconocer a Jesús como Señor a menos que haya sido inspirado por el Espíritu Santo?”
“Desde luego”, dijo el misionero, sintiendo que aquello era una trampa y extrañado de que aquel extraño supiese que era cristiano.
“Bien; Jesús es el Señor”, murmuró desafiante el hombre.
El misionero contó cómo en aquellos momentos oró pidiendo sabiduría para responder. De repente vio un grupo de ocho o nueve jóvenes musulmanes que no muy lejos de allí estaban hablando juntos, Entonces, rápidamente, el misionero los llamó, diciendo: “Escuchad, aquí hay uno de los vuestros que dice que Jesús es Señor.”
Con un rubor repentino, aquel joven “atrevido” empezó a sudar de miedo y echó a correr, de tal manera que en un abrir y cerrar de ojos había desaparecido de la estación. Había tenido la frase en sus labios de que Jesús es Señor, pero ni sabía ni entendía lo que decía.
En la cultura occidental, donde todavía es algo bastante popular llamarse cristiano, es muy fácil falsear y decir que Jesús es Señor, incluso más fácil que en otras partes del mundo; pero incluso aquel que hace esta falsa confesión sabe dentro de sí que esa “fe” no es real.
LOS VERDADEROS CREYENTES, QUE SE PONGAN DE PIE
Sin embargo, lo curioso es que una persona puede pretender ser un creyente durante un tiempo tan largo que al final incluso su corazón se puede inmunizar a la verdad y se puede engañar a sí mismo. A esto se refería Jesús cuando dijo en Mateo 7:21-23:


No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará
en el cielo, sino el que hace la voluntad
de mi Padre que está en los cielos. Muchos
me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no
profetizamos en tu nombre, y en tu nombre
echamos fuera demonios, y en tu nombre
hicimos muchos milagros?” Y entonces les
declararé:“Nunca os conocí; apartaos de mí,
hacedores de maldad”.


¡Y estaba hablando de dones y ministerios! Las personas a que se refería Jesús hacían milagros, exorcismo y profecías en su nombre, y sin embargo eran falsas. No olvidar que Satanás siempre tiene una falsificación para cada cosa; para todas las cosas, e incluso los dones y ministerios del Espíritu se pueden plastificar.
El hecho de que una persona trate lo sobrenatural no significa que ande con Dios. Jesús dijo: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20), lo que quiere decir que los frutos del Espíritu (amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y templanza –Gálatas 5:22 y 23- ) están por encima y tienen precedencia sobre los dones del Espíritu, con lo que podemos decir que el carácter del cristiano siempre es más importante que el ministerio del cristiano.
Entonces nos podríamos preguntar: ¿Cómo puede un hombre saber si tiene comunión con Cristo por medio del Espíritu Santo? Según la Palabra de Dios, una evidencia es si uno puede decir que Jesús es el Señor y realmente sabe lo que esto significa. La mente de uno puede decir que esta fórmula es demasiado simple, pero, sin embargo, Dios dice que es así.
LO BUENO, LO MALO Y LO EXTRAVAGANTE

Cierto amigo cristiano hace un tiempo pasó una verdadera crisis en su vida personal. En medio de su problema, se vio envuelto en una serie de cosas muy relacionadas con el culto, y no precisamente el cristiano.
El grupo al que pertenecía no es que estuviese especializado en el Evangelio, aunque algo de él sí que tenía. No es que negasen las buenas nuevas de Jesucristo, sino más bien una “nuevas” extravagantes, algo que era falso, pero que uno no podía decir exactamente qué. (Y, a menudo, estas “nuevas extravagantes” son las más peligrosas de todas, ya que se tiene que ir con mucho cuidado cuando uno no sabe decir qué es lo equivocado pero no se encuentra a gusto; y es que el “mentiroso”, el diablo, ama esta clase de situaciones.)
Al cabo de un tiempo, este amigo dejó aquel club extravagante y durante un tiempo pasó por una gran depresión espiritual. Entonces, él, junto a otro hermano que había pasado por la misma experiencia, comenzó a estudiar las Escrituras y a orar.
Un día llegaron a la conclusión de que necesitaban arrepentirse. Dejaron de lado sus actitudes de sectarismo y de pensar de ellos mismos demasiado bien y decidieron andar con el Señor.
Y lo que me dejó de piedra –cuenta este amigo- es que cuando pedí a Dios que me llenase de su Espíritu Santo nada ocurrió. Absolutamente nada.
“Mi primer pensamiento fue que mi corazón estaba tan duro que el Señor se habría apartado de mí y por eso no me llenaba con su Espíritu. Oré mucho y comencé a gritarle a Dios como nunca lo había hecho.”
Una tarde que me encontraba solo en mi casa, comencé a leer el capítulo 12 de 1ª Corintios; llegué al versículo 3 y me quedé como si una tonelada de ladrillos me hubiese caído encima, porque allí ponía: “Nadie puede decir que Jesús es Señor excepto por el Espíritu Santo.” Dejé mi Biblia en el suelo cerca de la silla, alcé mis ojos y dije: “Jesús es Señor”, y entonces supe que tenía el Espíritu Santo.
Esta confesión de fe me hizo temblar porque yo también supe que tenía el Espíritu Santo, pues el testimonio era evidente. Entonces fue cuando entendí 1ª Corintios 12:3 de una manera nueva. Si usted puede decir con certeza y verdadera convicción de fe que Jesús es Señor, Dios dice que el Espíritu Santo ha sido quien le ha capacitado para decirlo. Usted posee el Espíritu Santo.
EL OJO DE LA FE
En la Palabra de Dios, uno de los versículos más citados es Habacuc 2:4, versículo que aparece muchas veces en el Nuevo Testamento. La mayoría de los cristianos que leen la Biblia lo saben de memoria, aunque pocos de nosotros lo hemos memorizado conscientemente. Dice así: “El justo vive por la fe.” Tener fe es contar con el Señor para hacer todas las cosas; o a veces quiere decir: creer que el Señor las ha hecho o las va a hacer. La actitud normal de un hombre que vive en el Espíritu es creer a Dios, y si el Espíritu del Señor es suyo, entonces confíe que andará por la fe.
La fe no depende de mi habilidad para creer, sino más bien es confiar en la habilidad de Dios para dárnosla. Dios es fiel para llevar a cabo sus promesas y hace exactamente lo que dice que hará.
En una charla reciente en Dallas, Texas, de la querida anciana evangelista holandesa Corrie Ten Boom, autora de The Hiding Place (El lugar escondido), dijo que muchas veces se le acercan y le dicen: “¡OH querida Corrie, qué fe tan grande tienes!” Ella sonrió al contarnos lo que acostumbra a contestar a los que de tal modo le hablan: “No, el que es grande es el Dios en quien yo creo.”
UNA TRINIDAD UNIDA

Mire ahora la tremenda promesa que hizo Jesús a sus seguidores, según Juan 14:16-20:

“Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que está con vosotros siempre; el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, por que no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis porque mora en vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.”

Ahora consideremos las grandes verdades expuestas en este pasaje:
1ª Dios os dará el Espíritu Santo porque Jesús se lo ha pedido (v.16)
2ª El Espíritu Santo siempre estará con vosotros (v.16)
3ª El Espíritu Santo de la Verdad vendrá, literalmente, a vivir dentro de vosotros (v17)
4ª El Espíritu Santo hará que el pueblo de Dios sepa (como en el día de Pentecostés) que
Jesús está en el Padre, que nosotros estamos en Jesús y que Jesús está en nosotros.
Así que el E.S. es el elemento que enlaza a Dios con Jesucristo con nosotros (V.20)

Como puede ver, Dios es UNO. No se puede tener un tercio o dos tercios de Dios, sólo se puede tener a Dios completamente o nada de El en absoluto. Si usted ha recibido a Jesucristo, usted también tiene a Dios el Padre y a Dios el Espíritu Santo. Esto es verdad, por que Jesús prometió que el Espíritu Santo viviría en nosotros los que creemos. En unos versículos posteriores, en Juan 14:23, leemos:

Respondió Jesús y le dijo: "El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.”

En este versículo, Dios el Padre y Dios el Hijo se junta a Dios el Espíritu Santo para vivir dentro de nosotros, y todo ocurre cuando uno simplemente cuenta con Dios para llevarlo a cabo, cuando una persona ama o se enamora de Dios.
Claro que entonces surge la pregunta: “¿Es posible tener dentro a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y vivir según las propias fuerzas y no según su poder?” He aquí el problema del Cuerpo de Cristo hoy en día, porque la respuesta es SI. Y esto es lo que significa vivir según la carne, y esto explica por qué Pablo les dijo a los Gálatas: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:25).
Como puede ver, aquí es donde radican las malas interpretaciones sobre lo que es estar lleno del Espíritu.
CRISIS DE ENERGIA
Tomemos por ejemplo a una persona que ha nacido de Dios, que tiene al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo viviendo en él, pero que lo hace según su poder y energía humanos y no según el poder y la energía de Dios.
Entonces este hombre se pone en contacto con un hermano que no sólo es nacido del Espíritu sino que anda por el Espíritu, y de este modo el hermano espiritual ayuda a que el Espíritu Santo controle al otro y no solamente que esté dentro de él.
De este modo el creyente carnal puede volverse y decir: “Señor Jesús, contrólame con tu Espíritu; lléname con tu espíritu Santo.” Y Jesús lo hace. Pero entonces, como casi siempre ocurre, este hermano correrá diciendo por todas partes que ha experimentado por primera vez el Espíritu Santo, lo cual no es realmente cierto. Porque si él ya conocía a Jesucristo, ya tenía el Espíritu Santo, lo que pasó es que por fin el Espíritu Santo le había tomado bajo su control. Si usted es un cristiano, el que esté lleno del Espíritu no quiere decir que tenga más cantidad del Espíritu Santo, sino que el Espíritu Santo tiene más de usted. Y es en esta circunstancia cuando usted estará en una nueva posición de oírle, obedecerle y andar con El.
EL CASO DE LOS ÁRBOLES
Retrocedamos por un instante al jardín del Edén. Cuando la Creación había llegado a su punto culminante, en el jardín había dos árboles muy importantes: el árbol de la ciencia del bien y del mal y el árbol de la vida. Dios dijo a Adán y a Eva que comiesen todo lo que quisieran del árbol de la vida, pero ni un solo fruto del árbol del bien y el mal.
¿Qué significado tenían estos dos árboles? El de la ciencia del bien y del mal mostraba la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal a los ojos de Dios, o, poniéndolo en el lenguaje del Nuevo Testamento, el árbol de la ciencia del bien y del mal era la Ley, la Ley incluso antes de que ésta se escribiese.
Como puede comprobar, la Ley no empezó a existir cuando Moisés recibió las dos tablas en el Monte de Sinaí, sino que existió desde el principio del mundo y su contenido de verdad es eterno. La ley existía cuando Caín mató a Abel en el jardín del Edén. Comer de aquel árbol era equivalente a decir: “Dios, yo puedo vivir confiado en mi propio poder, porque sé perfectamente lo que está bien y lo que está mal según tu Ley.”
Completamente diferente era el árbol de la vida. El árbol de la vida significaba la vida de Dios. La vida que creó el Padre, la vida por la que el Hijo vivió y la vida del Espíritu Santo; es decir, la vida divina; la vida que puede ser nuestra cuando recibimos a Cristo; la vida que se experimenta cuando el Espíritu Santo viene sobre una persona y hace que ande en la luz y le da fuerzas para llevar a cabo lo que Dios quiere y le manda.
En tiempo de Adán, como hoy en día, se tenía que convivir con los dos árboles, con dos métodos de caminar por la vida. Uno, el de las reglas, el de hacer lo que Dios dice que es correcto y tratar de evitar lo que no lo es. O bien el segundo método camino, que es el más elevado, porque consiste en el vivir que Dios nos ha dado, teniéndole a El dentro de nosotros.
Pero viene lo emocionante. Cuando uno vive la vida de Dios, es decir, cuando se anda en el Espíritu, ¿qué es lo que pasa, según la promesa de Dios? ¿La justificación? Sí. ¿El gozo? Sí. ¿El poder? Sí. ¿Los dones? Sí. ¿El servicio? Sí. Todo esto le ocurre al que vive la vida de Dios, y muchas cosas más. ¿Por qué? Porque la fuente de vida es la misma que la que tuvo Jesús, y todo lo que era de El se hace nuestro, porque el manantial de la vida es el mismo. Es la vida de Dios.
El hombre que está controlado por la carne no puede vivir por el Espíritu Santo, porque lo mejor con que la carne puede vivir es con el árbol de la ciencia del bien y del mal, sabiendo lo que es bueno y malo. ¿Quiere esto decir que los justos no lo son y los equivocados no lo están? Por el amor de Dios. NO. Los justos son justos y los que están equivocados lo están completamente; pero lo que se quiere decir es que existe un camino más elevado para vivir que simplemente diciendo: “Esto es bueno y esto es malo”, y ese camino es la misma vida de Dios hecha realidad por medio del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es la vida de Dios, y cuando un hombre está controlado por el Espíritu, puede entonces vivir por el Espíritu de Dios tomando parte del árbol de la vida.
LAS TRES PARTES DEL HOMBRE
El hombre se divide en tres partes: cuerpo, alma (o mente) y espíritu.
Mi parte física navega por el mundo a través de mis cinco sentidos: el tacto, el gusto, el olfato, la vista y el oído.
El alma del hombre es la parte que le hace pensar, querer, actuar y sentir emociones. Es la personalidad completa del hombre, su ser. La palabra “alma”, en el Nuevo Testamento original, es la griega psyché, de la que procede también la palabra “psicología”. Y como muchas veces confundimos “alma” con “espíritu”, lo cual no es lo mismo, llamaremos de aquí en adelante “mente” al alma.
El espíritu del hombre es la parte por la que puede conocer y percibir a dios. Y como Dios se revela por medio del Espíritu Santo, y no en la parte física o mental, el espíritu del hombre tiene que ser vivificado por Dios. Por esta razón Jesús dijo: “Dios es espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24). A causa del pecado, mi espíritu está dormido e inoperante, pero cuando me vuelvo a Jesucristo, el Espíritu Santo viene a morar conmigo, es decir, entra dentro de mi espíritu y me gira, literalmente, hacia Dios.
Antes de que una persona conozca a Jesucristo, obra solamente movido por su vida humana, su carne, que es la combinación del cuerpo y de la mente. En el terreno físico, esta persona vive generalmente movido por sus sentidos, y su mente se rige por la inteligencia, por lo que él piensa que debería hacer, por sus emociones –lo que siente que debería hacer- y por su voluntad –lo que desea hacer.
No cabe duda de que este planteamiento ofrece su dificultad. El YO, que reside en mi cuerpo y en mi mente, sale a escena bastante deteriorada y torcida, y ello debido a la herencia de pecado que tiene la raza humana desde la caída de Adán. La Escritura dice: “Y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:8). Si solamente estoy identificado con mi carne, seré incapaz de conocer a Dios y de formar parte de su voluntad y de su Reino.
Pero en la cruz Jesucristo pagó por todos mis pecados –el original y los experimentados por mí mismo- y rompió todas las barreras que me separaban de Dios, porque incluso antes de su muerte ya había prometido el Espíritu Santo, quien vendría y viviría en las vidas de todos los que confiaran en El.
Cuando dejo de vivir según mi voluntad y vivo según la de Cristo, el Espíritu fija su residencia dentro de mí y me hace vivir en Dios y hacia El. En Romanos 8:9 leemos acerca de los creyentes: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”.
Dios no solamente quiere que el Espíritu Santo viva dentro de mí, sino que quiere controlarme con su Espíritu, y cuando su Espíritu me controla, mi cuerpo y mente también son dirigidos por El, y ello a pesar de que continúe teniendo mis propios cinco sentidos, pero El es ya entonces mi vida; yo continúo teniendo mi inteligencia, voluntad y emociones, pero estas cosas quedan bajo la influencia del Espíritu Santo y no de mi vida humana. Mi YO verdadero es elevado y entonces es cuando puedo exclamar: Vivo en el Espíritu.
Así pues, el crecer en Cristo consiste en dejar que el Espíritu Santo controle la vida; es dejar que el Espíritu Santo controle mi vida; es dejar que el Espíritu Santo me dirija minuto a minuto.
También es importante que me vea a mí mismo como un todo –cuerpo, alma y espíritu- y no como tres entidades separadas, porque cuando mi espíritu se vivifica por el Espíritu de Dios, mi cuerpo adquiere una vida nueva lo mismo que mi mente (Romanos 8:6 y 11).
Muchas veces, incluso en círculos cristianos, se enseña que esa novedad de espíritu se consigue a expensas o incluso negando la renovación física y personal. Por eso conviene recordar que cuando se anda en el Espíritu, Dios controla y considera el cuerpo y la mente en su justo lugar de dignidad y valor, porque el nuevo físico y la nueva mente pertenecen a El para servirle y obedecerle.
BIENVENIDO, BACH
Piense por un momento que estamos hablando de música y que usted cree que el mejor músico que ha existido es Juan Sebastián Bach, y entonces usted decide componer música de la misma calidad que Bach. Presuroso se va al extranjero, estudia en los mejores conservatorios de Europa y visita las catedrales y bibliotecas históricas donde Bach vivió, para estimular su composición.
Pero entonces pasa que usted fracasa; llega a la conclusión de que no lo puede hacer igual, porque, si acaso, la única manera de que esto fuese posible sería así, misteriosamente, Bach entrase en su cuerpo y viviese dentro de usted. Entonces, quizá, podría componer música de la manera como lo hizo Bach.
A veces hacemos lo mismo con Jesucristo. Observamos su vida y decimos: “Me gustaría ser como El; como El era Dios, haré lo imposible para imitarle.” ¿Y a donde nos conduce esto?
Otro ejemplo podría ser la conocida escena del día de Nochevieja, cuando todos hacemos promesas para el Año Nuevo. Sólo duran una semana como máximo. O cuando se va uno de campo para reponer fuerzas, pero al cabo de dos o tres días de estar de casa se encuentra uno peor de lo que estaba.
Pero ¡si pudiese hacer que Jesús volviese de los muertos y viviese con nosotros…! ¡Eh, un momento…! Si eso ya ha sucedido; si eso fue lo que sucedió en la resurrección y de lo que trata el Espíritu Santo. ¡Dios lo ha hecho posible en la historia!
Hoy mismo, si no lo ha hecho ya antes, ponga su confianza en Jesucristo; El entrará en su vida en el mismo instante que usted empiece a contar con El, y empezará a vivir por usted. Si usted ya tiene su fe puesta en Jesucristo, pero nunca ha contado realmente con El para verse inmerso en su Santo Espíritu, cuente con El para hacerlo inmediatamente. ¡Tome Su vida y ande en Su Espíritu!
Y mientras abre su corazón, le recibirá con todo lo que es Suyo. Los dones que tiene para usted serán suyos; el papel que le corresponde en su Cuerpo, es decir, en la Iglesia universal y en la asamblea local de los que son de El, y que tiene para usted, también serán suyos ahora mismo. Tendrá un desarrollo, una madurez, un crecimiento, sí; pero pídalo, porque le pertenece. Porque El es nuestra vida.

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