sábado, 16 de agosto de 2014

QUIEN A BUEN ÁRBOL SE ARRIMA BUENA SOMBRA LO COBIJA

El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo al Señor: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré. Salmo 91:1-2 Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio. Hechos 17:23 Entre las imágenes empleadas en la Biblia, la sombra a menudo es una protección bienvenida. Para el pobre y el miserable, Dios es una “sombra contra el calor” (Isaías 25:4). David se sentía seguro junto a Dios: “En la sombra de tus alas me ampararé”. “En la sombra de tus alas me regocijaré” (Salmo 57:1; 63:7). Pero la sombra, opuesta a la luz, a menudo provoca el miedo de la noche, de las tinieblas, de la muerte: Job tenía miedo de ir y no volver de “la tierra de tinieblas y de sombra de muerte” (Job 10:21). A menudo la sombra insinúa el misterio: veo una sombra que se mueve en la calle, pero no puedo reconocer a la persona. Es imposible conocer perfectamente a nuestro prójimo, pero cuando queremos conocer a Dios, nos sentimos aún más incapaces. En la Biblia, a veces la sombra sugiere realidades del ámbito espiritual que todavía no habían sido totalmente reveladas. Desde la venida de Jesús, Dios se dio plenamente a conocer. En Jesús pasamos de la sombra a la realidad, pues él es “el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia” (Hebreos 1:3). Dios se revela como el “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 15:6). Mediante la fe podemos contemplar a Dios en la persona de Cristo, quien nos dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). Jesús nos revela quién es Dios: un Dios de perdón que salva al hombre perdido, cuida de él y lo lleva a su presencia a partir de ahora mismo, pues es un Dios de luz y de amor.

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