jueves, 21 de agosto de 2014

CUANDO EL SILENCIO TIENE SU VALOR

Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Mateo 6:6 Vivimos en la época del ruido. Éste es ocasionado por diferentes medios de transporte, máquinas, televisores, música a alto volumen… Nuestra vida a menudo está aturdida por ruidos de todo tipo. Para muchos, el silencio se ha convertido en sinónimo de vacío, por ello tratan de huir de él. Además del ruido exterior, existe ese incesante torbellino de pensamientos al que el mundo nos arrastra. ¡Todo esto nos carga la mente! Debemos redescubrir el valor del silencio. No se trata de un silencio estéril para volver sobre nuestros pensamientos, o llorar sobre sueños que no se hicieron realidad. Se trata de un silencio para escuchar a Dios, para orar y adorarle. Nuestra alma necesita ese silencio como nuestros pulmones necesitan el aire. El silencio es más que la ausencia de ruido; es una actitud de escucha y de apertura. Nos permite detenernos para presentarnos ante Dios mediante la fe. “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:10). Si tomamos esos momentos de silencio para reponer nuestras fuerzas junto a Dios, para escuchar su voz “apacible” y delicada (1 Reyes 19:12), lejos de los ruidos y preocupaciones, nuestra vida será más estable. Además estará enriquecida con la presencia del Señor y con una alabanza preparada en el corazón para la hora de la adoración. “Tuya es la alabanza en Sion, oh Dios” (Salmo 65:1). Esto nos ayudará a estar atentos a los demás, a sus buenos y malos momentos. Así nos haremos mensajeros de paz, de la paz que Dios ofrece a todos los que confían en él.

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