miércoles, 13 de agosto de 2014

LA PACIENCIA ES AMARGA PERO SUS FRUTOS SON DULCES

La prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna. Santiago 1:3-4 La tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza. Romanos 5:3-4 Generalmente empleamos la palabra «pa*ciencia» para designar la capacidad de alguien para esperar, ya sea en una vía congestionada, en la fila del supermercado, a su cónyuge que siempre llega tarde… En los versículos del encabezamiento, la paciencia designa la capacidad espiritual que el creyente puede adquirir para atravesar con serenidad y sin desanimarse los momentos difíciles. Cuando la practicamos así, porque esto agrada al Señor, la paciencia pasa a ser una virtud que nada tiene que ver con el fatalismo o la resignación ante circunstancias que no podemos cambiar. El creyente sabe que la prueba no viene por casualidad, pues “el Señor prueba los corazones” (Proverbios 17:3). Dios la permite con un objetivo muy preciso: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Hebreos 12:11). Dios también mide la prueba, y no dejará que vaya más allá de lo que podemos soportar (1 Corintios 10:13). El creyente puede tener paciencia porque confía en Dios, ese Padre todopoderoso y totalmente sabio que lo ama. Por ello acepta sin quejarse las dificultades que se le presentan. Si las vive con el Señor, en sumisión y confianza, puede atravesarlas con serenidad. La prueba en las manos de Dios hará progresar a sus hijos en el conocimiento de lo que él es, es decir: amor, sabiduría, poder y fidelidad.

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