jueves, 10 de julio de 2008

EL VERDADERO ISRAEL

Mateo 11:28 lanza su proclama universal: Venid a mí TODOS los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros. Cristo invita a todos, pero les advierte: Venid… para llevar mi yugo, el yugo que Israel no quiso soportar sobre sí.
Desde el mismo comienzo de su ministerio, Israel, como nación, le resiste. Sin embargo, hay individuos que responden a su llamado. Pasa Jesús junto a Pedro y Andrés, a quienes dice: Venid en pos de mí. Encuentra a Mateo, y le llama: Sígueme. A Zaqueo: Bájate. Y todos le obedecen y le siguen.
Primero son dos, luego tres, después cuatro, doce, setenta. Se está formando el verdadero pueblo de Dios, el reino de Dios sobre la tierra. El grupo básico con que comienza es pequeño. En Pentecostés no serán más de 120. Pero 120 discípulos que tendrán a Cristo como Señor y Rey de sus vidas.
Sin embargo, y dado que éste es un reino santo y eterno, tanto en su forma terrenal como celestial, Cristo debe entregar su vida para redimir “para sí un pueblo propio celoso de buenas obras”. Debe morir en la cruz para que todos aquellos que se arrepientan y le confiesen como el Señor de sus vidas puedan ser participantes de este reino. Entonces, mediante su muerte y resurrección El forma el verdadero Israel, un Israel espiritual, un pueblo que le responde, que le reconoce como Rey.
Israel había sido el pueblo de Dios, el que Dios había escogido. Pero luego que Israel le rechazara, cuando se cumple el tiempo. Dios forma un nuevo Israel. No lo hace sólo con los que son hijos de Abraham según la carne, sino con los hijos de Abraham según la fe, los hijos de la promesa. Son aquellos que creen y permanecen en la misma fe de Abraham.
Este reino tiene un fundamento firme. La condición para pertenecer a él no es el haber procedido de la descendencia de Abraham, sino el haber nacido de arriba, del agua y del Espíritu. El que no naciere de nuevo no puede ver, ni tampoco entrar, en el reino de Dios. Dios tiene hoy su Israel espiritual.
Pablo, en su carta a los Efesios, declara que la pared intermedia de separación que había entre gentiles y judíos ha sido derribada por la muerte de Cristo. Ya no hay más dos pueblos, pues de ambos hizo uno solo. Un solo pueblo que es su cuerpo, la iglesia. En Romanos 2:28,29. Pablo señala que no son judíos los que están circuncidados en la carne, sino aquellos que están circuncidados en su corazón. Aquel que ha nacido de nuevo es el verdadero judío para Dios.
Pablo insiste en esta verdad en Romanos9:6-8: No que la palabra de Dios haya fallado: porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino en Isaac te será llamada descendencia. Esto es: no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes. Todos los que descienden ahora del Hijo de la promesa, Jesucristo, forman el verdadero Israel, el pueblo de Dios.

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