domingo, 1 de junio de 2008

¿JESUCRISTO ES EL SEÑOR DE TU VIDA?

¿Es éste el evangelio que hemos o seguimos predicando? ¿Nos hemos convertido con este mensaje? ¿De dónde, pues, surge la debilidad de nuestras vidas? ¿Qué de la frialdad de nuestras congregaciones? Hemos creído muchas verdades referentes a Jesucristo: que El murió por nuestros pecados, que es el Salvador, que El resucitó, que contesta nuestras oraciones, y que viene otra vez. Pero quizás no le hemos rendido nuestras vidas, no le hemos reconocido como Señor, como Amo absoluto, Dueño de todo lo que somos y de todo lo que tenemos, o a lo mejor al principio lo hemos hecho así, pero luego de algún tiempo o de alguna crisis no le seguimos reconociendo de esa manera tan integral.
Nos hemos convertido reconociendo a Cristo como nuestro “único y suficiente Salvador personal y Señor de nuestra vida” Tal cuál lo hicieran en la iglesia primitiva la gente no se convertía aceptando a Cristo como Salvador, sino reconociéndolo como el Señor de su vida. Yo me maravillo al leer en Los Hechos acerca de la vida de los primitivos cristianos recién convertidos y comprobar que siempre fue así en todos los tiempos y en los comienzos de todo creyente y/o congregación pero también porque después de algún tiempo o de alguna crisis como en aquellos tiempos no se le seguía reconociendo de la misma manera.
Y esto es notable en las predicaciones nuestras ya que enfatizamos que Cristo es Salvador, Salvador y Salvador. Y es cierto. Pero, no era ese el título con que los apóstoles anunciaban a Jesucristo. En todas sus epístolas, San Pablo habla sólo tres veces de Cristo como Salvador (en algunas otras ocasiones en que aparece el término Salvador es referido a Dios el Padre). Sin embargo, usa la palabra Señor ¡más de 300 veces! ¡Qué proporción! Nosotros, en cambio, presentamos a Cristo 300 veces como Salvador, y tres veces como Señor. ¡Y es el resultado de nuestro estado actual!
Cuando en aquella época alguien se convertía, se entregaba a Cristo, no era una simple cuestión de decir: “Yo lo acepto como mi Salvador personal”, sino de reconocerlo como SEÑOR DE LA VIDA. Pablo dice, en Romanos 10:8,9: “Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”.
¿Cómo opera la salvación? Por confesar con la boca a Jesús como Señor, y creer en el corazón que Dios lo levantó de entre los muertos.
Aparte es imposible mantener o cuidar ésta salvación tan grande como dijera Pablo sino es teniéndolo a Cristo como Señor de nuestras vidas.

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