lunes, 30 de junio de 2008

LA ACTITUD REBELDE

Jesús anuncia el reino de Dios. Israel como nación lo rechaza. Mantiene su actitud rebelde. Su expresión como pueblo es: No queremos que éste reine sobre nosotros… ¡Crucifícale, crucifícale!
-¿A vuestro rey he de crucificar?
-¡Crucifícale!
Esta es la respuesta de Israel con respecto a Jesucristo. Lo crucifica, lo desecha, lo desprecia. No acepta su reinado.
Mateo, cap. 11, nos hace sentir el lamento de Jesús sobre las ciudades de Israel. Ha ido primero a las ovejas perdidas de la casa de Israel, pero ellas le rechazaron. Entonces, Cristo dice: Ay de ti, Corazón. Ay de ti, Betsaída. Ay de ti Capernaum, que hasta los cielos fuiste levantada (¿qué lugar presenció tantos milagros como Capernaum?). ¡Hasta el infierno serás bajada! ¡Ay de ti, Betsaída! Porque si en Tiro y Sidón (ciudades gentiles) se hubieran hechos estos milagros, ya se habrían arrepentido. Con estas palabras Cristo cierra su ministerio, dirigido especialmente a Israel, y abre las puertas del reino para todas las naciones.

miércoles, 25 de junio de 2008

JESUCRISTO: HIJO DE DAVID, HIJO DE ABRAHAM

¿Cómo comienza el Nuevo Testamento? Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham (Mateo 1:1), David y Abraham son los dos personajes que recibieron juramento de Dios en cuanto a su descendencia.
Este que ahora nace es hijo de David, su descendiente directo, aquel de quien Dios dijo: Levantaré a alguien de tu descendencia que se siente en tu trono, y reinará eternamente y para siempre. Jesús es hijo de David. Pero también es hijo de Abraham, a quien Dios le prometió: En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra. Este pasaje hace referencia a Jesús, la simiente de Abraham, en quien serán benditas todas las naciones de la tierra.
El nace y los ángeles cantan. Vienen magos del oriente para adorarle. Preguntan: -¿Dónde está el rey que ha nacido?
Herodes se preocupa: “¿Qué rey? Yo soy el único rey.” Se turba, tiene temor, y quiere matar a Jesús, aniquilarlo. Pero no puede.
Jesús, a la edad de treinta años, comienza su ministerio público. Va primero a las ovejas perdidas de la casa de Israel. El mensaje que predica es: Arrepentíos, porque el reino de Dios se ha acercado.
Pero, ¿qué es el arrepentimiento? Pues, un cambio de actitud. Cristo, en otras palabras, nos está diciendo: Cambien de actitud.
-Pero, ¿qué actitud?, respondemos.
-La misma que tuvieron sus antepasados cuando dijeron, “No queremos que este reine sobre nosotros”. ¡Cambien, arrepiéntanse, que el Reino de Dios viene!
-¿Qué Reino?
-El Reino de Dios, la teocracia.
Notamos, pues, que cuando el hombre quiso por rey a otro hombre, Dios se lo concedió, aunque él no iba a truncar sus planes. Comenzó con un hombre hasta llegar a Jesús, Hijo de David, pero esencialmente Hijo de Dios. Su propósito final era el de establecerse en el trono, y esto lo habrá de lograr a través del Hijo. La teocracia fue el sistema de gobierno elegido por Dios para regir a los hombres; la teocracia triunfará.

jueves, 19 de junio de 2008

DAVID EXALTA AL VERDADERO REY DE ISRAEL

En el campo, bajo los árboles, bajo las estrellas, David había aprendido a conocer a Dios y le había proclamado Señor de su vida. Sus salmos y alabanzas le reconocen como Rey de Israel; más aún, como Rey de las naciones: OH Jehová, Señor nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra.
De modo que cuando David ocupa el trono, enseña al pueblo a reconocer al auténtico Rey de Israel, diciendo:
-No soy yo el verdadero rey de Israel, sino Jehová. A El debemos obediencia. A El le debemos honra.
Para David, cada culto es una fiesta de gloria; ese es el momento en que el pueblo se reúne para celebrar al Señor. Por eso proclama:
-El Rey está en medio del pueblo. Aclamadle. Es digno de suprema alabanza. A El se debe dar gloria, a El aplaudir y no a mí. Batid palmas, levantad las manos, alabadle con danzas, bendecid su nombre. Cantad con júbilo delante del Rey de toda la tierra.
Si en la historia ha habido un hombre que haya enseñado a toda su generación a alabar a Dios, ese fue David. Y no sólo a su generación, sino a todas las que le siguieron. ¡El es mi profesor de alabanza!

DIOS JURA A DAVID

Siendo David rey, Dios afirma su trono para siempre mediante juramento: Hice pacto con mi escogido; juré a David mi siervo, diciendo: para siempre confirmaré tu descendencia, y edificaré tu trono por todas las generaciones (Salmo 89:3,4). Levantaré descendencia después de ti, a uno de entre tus hijos, y afirmaré su reino… y yo confirmaré su trono a alguien que se sentará en su trono para siempre.
A David le sucede en el trono su hijo Salomón; éste tiene un hijo llamado Roboam quien, cuando Salomón muere, ocupa el trono. Entonces ocurre una sublevación. Jeroboam, uno de los generales de Salomón, viendo que Roboam no anda en los caminos de su padre, se rebela contra él y quiere reinar en su lugar. Como resultado, el reino de Israel (que hasta entonces se había conservado en unidad), se divide en dos. Roboam se sienta en el trono de David, en Jerusalén, sobre la casa de Judá. Para decirlo más exactamente, reina sobre las tribus de Judá y Benjamín, en tanto Jeroboam gobierna sobre la casa de Israel (las diez tribus del norte). Pero el trono corresponde realmente a Roboam, por ser descendiente de David.
En los libros de Reyes y Crónicas se ve correr la historia de estas dos líneas de reyes a través de varias generaciones. Pasan los años, los reyes se suceden. Llega el cautiverio, luego la restauración, y aproximadamente diez siglos después del rey David, nace un descendiente suyo llamado Jesús, en un pueblo conocido por Belén, de una mujer de nombre María.

sábado, 7 de junio de 2008

EL PECADO MÁS GRANDE

¿Cuál es el pecado más grande? ¿Por qué cayeron Adán y Eva? ¿Mataron? No. ¿Robaron? Tampoco. ¿Blasfemaron contra el Espíritu Santo? No. ¿Cuál fue, entonces, su maldad? Hasta cierto día ellos vivieron sujetos a la autoridad de Dios: luego tuvieron la infeliz idea de hacer su propia voluntad.
El criollo, en su lenguaje popular, ilustra muy bien en qué consiste el pecado más grande, con la tan usada expresión: Yo hago lo que se me da la gana. Esas ganas que tengo adentro de hacer lo que a mí me parece, son la misma esencia del pecado: rebelión contra Dios. Este es el pecado que predomina en el mundo.
La Biblia señala que en los últimos tiempos el pecado se multiplicará. Y es verdad. La gente cada vez tiene menos vergüenza de hacer lo que se le ocurre. Ya no hay respeto a las buenas costumbres, ni a los mayores; nada. Es un espíritu que domina en el mundo, tanto en padres como en hijos, en patrones como en empleados, en todos los órdenes de la vida. Ese espíritu se nos ha contagiado a nosotros, los que nos llamamos miembros de la Iglesia. Porque podemos leer la Biblia, orar, testificar, ganar almas, predicar, hablar en lenguas y hacer muchas buenas obras y, sin embargo, seguir haciendo lo que se nos da la gana.
-Apartaos de mí.
-Pero profetizamos…
-Apartaos de mí, obradores de iniquidad. Nunca os conocí. Porque no todo el que me dice, “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos… Porque cualquiera que oye mis palabras y nos las hace (quizás las oye, las cree, las predica, pero no las hace) lo compararé a un hombre que edificó su casa sobre la arena, y vino la tempestad, la inundación y fue grande su caída.
Pero cualquiera que oye mis palabras y las hace, le compararé a un hombre que edificó su casa sobre la roca, y vino el río y la inundación, y la casa permaneció.
Edificar sobre la roca es reconocer a Cristo como Señor de la vida, y vivir cada día evidenciando este reconocimiento.

domingo, 1 de junio de 2008

¿JESUCRISTO ES EL SEÑOR DE TU VIDA?

¿Es éste el evangelio que hemos o seguimos predicando? ¿Nos hemos convertido con este mensaje? ¿De dónde, pues, surge la debilidad de nuestras vidas? ¿Qué de la frialdad de nuestras congregaciones? Hemos creído muchas verdades referentes a Jesucristo: que El murió por nuestros pecados, que es el Salvador, que El resucitó, que contesta nuestras oraciones, y que viene otra vez. Pero quizás no le hemos rendido nuestras vidas, no le hemos reconocido como Señor, como Amo absoluto, Dueño de todo lo que somos y de todo lo que tenemos, o a lo mejor al principio lo hemos hecho así, pero luego de algún tiempo o de alguna crisis no le seguimos reconociendo de esa manera tan integral.
Nos hemos convertido reconociendo a Cristo como nuestro “único y suficiente Salvador personal y Señor de nuestra vida” Tal cuál lo hicieran en la iglesia primitiva la gente no se convertía aceptando a Cristo como Salvador, sino reconociéndolo como el Señor de su vida. Yo me maravillo al leer en Los Hechos acerca de la vida de los primitivos cristianos recién convertidos y comprobar que siempre fue así en todos los tiempos y en los comienzos de todo creyente y/o congregación pero también porque después de algún tiempo o de alguna crisis como en aquellos tiempos no se le seguía reconociendo de la misma manera.
Y esto es notable en las predicaciones nuestras ya que enfatizamos que Cristo es Salvador, Salvador y Salvador. Y es cierto. Pero, no era ese el título con que los apóstoles anunciaban a Jesucristo. En todas sus epístolas, San Pablo habla sólo tres veces de Cristo como Salvador (en algunas otras ocasiones en que aparece el término Salvador es referido a Dios el Padre). Sin embargo, usa la palabra Señor ¡más de 300 veces! ¡Qué proporción! Nosotros, en cambio, presentamos a Cristo 300 veces como Salvador, y tres veces como Señor. ¡Y es el resultado de nuestro estado actual!
Cuando en aquella época alguien se convertía, se entregaba a Cristo, no era una simple cuestión de decir: “Yo lo acepto como mi Salvador personal”, sino de reconocerlo como SEÑOR DE LA VIDA. Pablo dice, en Romanos 10:8,9: “Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”.
¿Cómo opera la salvación? Por confesar con la boca a Jesús como Señor, y creer en el corazón que Dios lo levantó de entre los muertos.
Aparte es imposible mantener o cuidar ésta salvación tan grande como dijera Pablo sino es teniéndolo a Cristo como Señor de nuestras vidas.