domingo, 11 de mayo de 2008

JESUS, EL NOMBRE SOBRE TODO NOMBRE

Este nombre, Jesús, es el tema central de lo que vamos a tratar en adelante, un nombre que es sobre todos los nombres que existen en el universo. Abre la enciclopedia más completa y busca el nombre más alto en cuanto a rango o jerarquía. Aún sobre ése hay uno más importante todavía: es el que el Padre dio al Hijo al exaltarlo a su diestra. Cristo tiene cientos de nombres preciosos y muy bien merecidos. La mayoría de nuestras canciones hablan de ellos: el lirio de los valles, la rosa de Sharon, la estrella de la mañana, el resplandor de su gloria, el sol de justicia, el buen pastor, el Redentor… Isaías, inspirado por Dios, le llamó: Emanuel. Y en otra ocasión, Admirable, Consejero, Príncipe de paz. Cuando nació, un ángel pronunció su nombre: Jesús, Salvador. Al ser bautizado en el jordán, el cielo se abrió y el Padre le dio otro más: Hijo amado. ¡Qué nombre!
Pero, entre las jerarquías de Cristo, hay una que está sobre todas ellas. Es el título que el Padre le confirió en el momento en que, habiendo resucitado, ascendió a los cielos, y fue exaltado y sentado en el trono de la majestad de las alturas. ¿Cuál es esa jerarquía? SEÑOR. Jesús es su nombre histórico. Cristo, su nombre profético. A Jesucristo –este personaje histórico que es el cumplimiento profético- el Padre le dio el título de SEÑOR. Este es el título más alto de Cristo.
Sin embargo, en la acepción actual. Señor no parece un rango importante. A cualquiera se le dice señor: “Señor Pérez, señor Rodríguez”. Siendo éste un rango tan alto, ¿por qué es de uso común? Con el tiempo las palabras sufren modificaciones en cuanto a su acepción. Por ejemplo, la palabra creer. Hablando corrientemente, se le da otro significado. Le preguntamos a alguien:
-¿Qué le parece? ¿Lloverá?
-Creo que sí.
Creo se usa en lugar de me parece. En cambio, en el lenguaje bíblico, creo indica una firme fe, nunca un titubeo.
Así pasa también con la palabra Señor, Hoy cualquiera es señor. Pero antiguamente, no a todos se les llamaba así. Era un título que pocos poseían. ¡Y cuando alguien lo tenía, era realmente todo un señor!
Jesucristo es el Señor. ¿Cómo podríamos entender el significado de este título? Es un título tan amplio y tan rico que no basta un solo término para comprenderlo. Es necesaria la suma de varias palabras para llegar a su significado pleno:

Jefe
Dueño
Amo
Soberano
+Máxima autoridad el resultado es SEÑOR

De modo que cuando alguien confiesa: “Jesucristo es mi Señor", está diciendo: “Es mi Jefe, el que manda en mi vida, es también mi Dueño, mi patrón, mi propietario; yo soy suyo. Todo lo que soy y tengo pertenece a Jesucristo; El es mi amo”. La palabra amo la relacionamos con su antónimo, esclavo, y dado que la esclavitud ha sido abolida, dicho término ha caído en desuso. En su tiempo fue un término muy fuerte. El amo era el dueño de la vida de su siervo. Tenía la facultad hasta de quitarle la vida. Y Jesús es el Amo. Además, Señor significa Soberano, el que está sobre todo. Nada escapa a su control. El rige y es la Máxima e indiscutida Autoridad. Al decir, “Cristo es el Señor”, entonces, ¡cuánto estamos diciendo!
Veamos cómo se usaba la palabra señor en los días del Imperio Romano. Tenía dos acepciones. En primer lugar, en el sentido corriente (digamos, señor con minúscula) se usaba para designar a toda persona rica, con muchas propiedades, que tenía esclavos bajo su autoridad. En realidad, había muchos esclavos en el imperio, y cada uno tenía un señor sobre sí, uno que era su jefe, su dueño, su amo, su soberano, la máxima autoridad de su vida.
La contraparte de señor es el esclavo. Así como no puede haber esposo sin esposa, ni padre sin hijo, tampoco puede haber señor sin esclavo. Un esclavo podría presentarse ante su señor para decirle:
-¿Qué dice mi señor a su siervo?
El señor respondería dándole una orden, un mandato cualquiera:
-Ve a la plaza, contrata diez cosecheros más, haz cosechar tal sector, recorre el lagar, ordena la trasquila de cien ovejas…
La vida del esclavo consistía en dar fiel cumplimiento a las palabras que salían de la boca de su señor. Lo que el señor decía, el esclavo lo ejecutaba al pie de la letra. La actitud constante del esclavo era: “¿Qué dice mi señor a su esclavo?”
Ahora nosotros…, le preguntamos no solamente a nuestro señor, sino al Señor de Señores… ¿Qué le dice el Señor de Señores a su humilde y humillado siervo a sus pies?
Y cumplimos sus mandatos…?

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