domingo, 27 de enero de 2008

¿COMO SE PUEDE ACLARAR LA FE?

Para aclarar más aún el asunto de la fe daré aquí unos cuantos ejemplos. Aunque solo el Espíritu Santo puede dar vista al ciego, es tanto mi deber como placer es el proporcionar al lector toda la luz que me sea posible, pidiendo al Señor que abra los ojos ciegos. Haga Dios que el lector pida lo mismo.
La fe tiene sus semejanzas en el cuerpo humano.
Es el ojo que mira las cosas. Por el ojo introducimos en la mente los objetos lejanos. Por una mirada podemos en un momento introducir en la mente al sol y las estrellas lejanas. Así por la fe o confianza podemos hacer que Jesús se nos acerque, y que aunque esté en el lejano cielo, entre en nuestro corazón. Mira a Jesús tan solo, porque contiene la pura verdad el cántico que dice:


“Vida hay por mirar a Jesús…
La mirada de fe al momento la vida te da.”
La fe es la mano que toma. Cuando la mano toma y se apropia de algo, hace precisamente lo mismo que la fe al apropiarse de Cristo y las bendiciones de la redención. La fe dice: “Jesús es mío.” La fe oye hablar de la sangre mediante la cual hay perdón y exclama: “La acepto para perdón de mis culpas.” La fe dice que son suyos los legados de Jesús, y dice bien porque la fe es la heredera de Cristo habiéndose dado a sí mismo y todo lo que tiene a la fe. Aprópiate, amigo/a, lo que la gracia te ha legado. No resultarás hurtador, porque tienes permiso divino: “El que quiere tome del agua de vida de balde.” El que puede conseguir un tesoro sencillamente por recogerlo con la mano, será loco si permanece pobre.
La fe es la boca que se alimenta de Cristo. Antes de que la comida nos alimente, es preciso tomarlo. Cosa bien sencilla es comer y beber. De buena gana tomamos en la boca el alimento consintiendo que baje en el cuerpo, donde se absorbe constituyéndose en parte del mismo. Pablo dice en su carta a los romanos, capítulo diez: “Cercana está la palabra, en tu boca.” Así es que lo que resta hacer es que baje al alma. ¡Ojalá que la gente tuviera hambre espiritual! Pues, el hambriento que ve la comida delante de sí, no necesita aprender a comer. “Dame un cuchillo, un tenedor y la oportunidad,” dijo alguien. Para lo demás estaba plenamente preparado. En verdad un corazón hambriento y sediento de Cristo sólo necesita saber que está convidado para servirle enseguida. Si tú lector/a, te hallas en esta condición, no vaciles en recibirle, pues puedes estar seguro de que nunca quedarás reprendido por hacerlo: porque “a todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” El no rechaza a nadie de todos cuantos a él acuden sino que les recibe y les autoriza a permanecer hijos eternamente.
Las ocupaciones ordinarias de la vida ilustran también la fe de varios modos. El agricultor deposita su semilla en la tierra confiando en que no sólo viva sino que se multiplique. Tiene fe en el arreglo del pacto de que la siembra y la siega no cesarán, y queda recompensada esta su fe.
El comerciante entrega su dinero al cuidado de un banquero, confiando del todo en su honradez y en la solidez de su banco. Entrega su capital en manos de otro, y se siente más tranquilo que si guardara su oro en casa propia.
El marino se encomienda al mar undoso. Al nadar quita los pies del fondo y descansa en las alas del océano. No podría nadar, si no se abandonara del todo al elemento líquido.
El platero pone su oro precioso en el fuego que parece ávido de consumirlo, pero lo saca de nuevo, purificado por el calor del horno.
En cualquier esfera de la vida puedes ver la fe en operación entre hombre y hombre, o entre hombre y la ley natural. Ahora bien, precisamente como en la vida diaria practicamos la confianza, así debemos hacerlo respecto a Dios, según se nos revela en Jesucristo.
La fe existe en diferentes personas según su medida de conocimiento o crecimiento en la gracia. A veces la fe no es más que un sencillo apego a Cristo: un sentimiento de dependencia y de voluntad de vivir dependiente. En la orilla del mar verás ciertos moluscos apegados a las rocas. Anda suavemente roca arriba, pega al molusco con el bastón, y verás como queda suelto en seguida. Repítelo con otro molusco cercano. Este ha oído el golpe, ha quedado avisado, y se pega con toda su fuerza a la roca. No le soltarás, no. Pégale tanto como quieras. Más bien romperás el bastón que se suelte el molusco. El pobre no sabe mucho, pero sabe apegarse a la roca. Sabe apegarse y tiene algo firme a que hacerlo: esto es todo su conocimiento y lo usa para su seguridad y salvación. Apegarse a la roca es la vida del molusco, y la vida del pescador es apegarse a Cristo. Miles de almas del pueblo de Dios no tienen más fe que esta: acogerse de todo corazón a Jesús, y esto basta para su paz actual y para su seguridad eterna. Jesús es para ellos un Salvador fuerte y poderoso, una roca inmovible e inmutable: a ella se aferran vivamente y este apego les salva. Lector/a, ¿no podrás apegarte tú a Cristo también? Hazlo ahora mismo.
La fe se manifiesta cuando una persona confía en otra con motivo del conocimiento de su superioridad. Esta fe es de más alta categoría: fe que conoce y reconoce la razón de su dependencia obrando conforme a tal conocimiento. Poco conocerá el molusco de la roca; pero conforme vaya creciendo la fe resulta más inteligente. Un ciego se entrega a su guía, porque sabe que este tiene vista y confiado en él, anda por donde el guía le conduzca. Si el pobre nació ciego no tiene idea de lo que es la vista, pero sabe que existe tal cosa como la vista, y por lo tanto coloca su mano en la mano del guía dejándose llevar. “Andamos por la fe, no por vista.” “Bienaventurados los que no vieron, y sin embargo creyeron.” Aquí tenemos tan buen ejemplo de la fe como puede haber; sabemos que Jesús posee la virtud, el poder y la bendición que no poseemos nosotros, y por lo tanto nos entregamos a él para que sea para nosotros lo que no podemos ser para nosotros mismos. Nos entregamos a él confiados como el ciego al guía, seguros de que nunca abusará de nuestra confianza, ya que “nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención.
Todo niño que frecuenta la escuela ejerce fe al aprender del maestro. Este le enseña geografía, instruyéndole respecto a la forma de la tierra y la existencia de ciertos imperios y grandes ciudades. El niño no sabe que estas cosas son verdaderas, a menos que tenga fe en el maestro y en los libros que usa. Esto es lo que te toca hacer en cuanto a Cristo, si quieres ser salvo: es preciso que lo sepas, porque él te lo dice; que creas que así es, porque él te lo asegura; que te entregues a él, porque te promete que el resultado será la salvación presente y eterna. Casi todo lo que tú y yo sabemos nos ha venido por la fe. Se ha hecho un descubrimiento científico y estamos seguros de ello. ¿Por qué razón lo creemos? Por la autoridad de ciertos científicos bien conocidos, cuya reputación haya quedado establecida. Nunca hemos vistos sus experimentos, pero creemos su testimonio. Es preciso que hagas lo propio en orden al Señor Jesús: ya que él te enseña ciertas verdades, debes obrar como discípulo creyendo en su palabra; ya que él ha realizado cierta obra magna, debes obrar como recipiente encomendándote a su gracia. El es tu superior en grado infinito recomendándose a tu confianza cual Maestro supremo y Señor de señores. Si le recibes a él y a su palabra, de cierto serás salvo.
Otra forma de fe superior es la que nace del amor. ¿Por qué confía el niño en su padre? La razón es que el niño ama a su padre. Bienaventurados y dichosos son los que tienen una fe infantil en Cristo, mezclada con profunda afección, porque esta fe y confianza proporciona verdadera tranquilidad y reposo al alma. Estos amantes de Jesús viven encantados de la hermosura de sus atributos, se gozan grandemente en su misión y son transportados de alegría por su bondad y gracia manifiestas; así es que no pueden por menos de confiar en él, ya que tanto le admiran, reverencian y aman.
Esta confianza se evidencia por ejemplo de la esposa de uno de los primeros médicos de este siglo. Aunque apoderada de cierta grave enfermedad y postrada por su rigor, disfruta ella de calma y quietud admirables, porque su esposo ha hecho estudio especial de esta enfermedad y curado a miles de afligidos como ella. No se inquieta en lo más mínimo, porque se siente perfectamente salva en las manos de uno tan apreciado como el esposo, en quien la habilidad y amor se juntan en sumo grado. Su fe es natural y razonable y el esposo lo merece de su parte en todos los sentidos. Esta es la clase de fe que el creyente más dichoso ejerce respecto a Cristo. No hay médico como él; nadie puede salvar y sanar como él. Le amamos y él nos ama a nosotros y por consiguiente nos entregamos en sus manos, aceptamos lo que nos proscribe y hacemos lo que nos manda. Estamos persuadidos que nada erróneo se nos mande mientras que él sea el Director de nuestros asuntos; porque nos ama demasiado para permitir que perezcamos o suframos la más mínima pena superflua.
La fe es la raíz de la obediencia, y esto se puede ver con toda claridad en los asuntos de la vida. Cuando el capitán confía el buque al piloto para que lo lleve al puerto, este lo maneja según su ciencia y voluntad. Cuando el viajero se confía al guía para que le conduzca a través de algún paraje difícil, este sigue paso a paso el sendero que el guía le señale. Cuando el enfermo cree en el médico, sigue cuidadosamente sus prescripciones y direcciones. La fe que rehúsa obedecer los mandamientos del Salvador no es más que un pretexto y no salvará jamás al alma. Confiamos en Jesús para que nos salve, dándonos él las indicaciones necesarias respecto al camino de la salvación; seguimos estas indicaciones y quedamos salvos. No se olvide de esto el lector. Confíate a Jesús y dale pruebas de tu confianza haciendo lo que te diga.
Cierta forma notable de fe nace del conocimiento cierto: lo que resulta del crecimiento en gracia; y es esta la fe que cree en Cristo, porque le conoce, y confía en él, porque tiene la experiencia de que es infaliblemente fiel. Cierta señora cristiana solía poner P.P. en el margen de su Biblia siempre que hubiese puesto a prueba alguna promesa. ¡Cuán fácil es confiar en un Salvador puesto a prueba y hallado fidedigno! No puedes hacer esto todavía, pero lo harás. Todo requiere un principio. A su tiempo será viril tú fe. Esta fe madura no pide señales y milagros sino que cree varonilmente. Contempla al marino maestro. Muchas veces le he admirado. Sueltas los cables, abandona tierra. Pasan días, semanas, acaso meses sin que vea tierra o velas. No obstante prosigue adelante noche y día sin temor, hasta que se halle una mañana precisamente al frente del puerto deseado, hacia el cual se ha dirigido. ¿Cómo ha podido hallar el camino a través del profundo mar sin vestigio de huella? Pues ha confiado en su brújula, en su carta marina, en su anteojo, en los cuerpos celestes; y obedeciendo sus indicaciones, sin ver tierra, ha dirigido su buque tan exactamente que ni un punto tenga que variar el curso para entrar en el puerto. Es cosa maravillosa, es admirable ese modo de navegar sin vista terrestre. Espiritualmente es cosa bendita dejar del todo fuera de vista y sentimentalismo las playas de la tierra, diciendo “Adiós” a los sentimientos interiores, acontecimientos providencialmente animadores, señales y maravillas, etcétera. Es glorioso hallarse lejos en el océano del amor divino bien adentro, creyendo en Dios y dirigiendo el curso directamente hacia el cielo por las direcciones de la carta marina, la palabra de Dios. “Bienaventurados los que no han visto, y sin embargo han creído;” a estos “será abundantemente administrada la entrada en el reino eterno de nuestro Señor” y buena protección en el viaje. ¿No querrá el lector/a poner su confianza en Dios manifestado en Jesucristo? En él confío contento. Amigo/a, ven conmigo y cree en nuestro Padre y nuestro Salvador. "Porque todo aquello que es nacido de Dios vence al mundo: y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe." ¡Ven sin tardar!

No hay comentarios: