sábado, 19 de enero de 2008

POR GRACIA MEDIANTE LA FE

“Por gracia sois salvos por la fe.” (Efesios 2:8.)
Creo bueno insistir en un punto especial, con el objeto de suplicar al lector observe en espíritu de adoración el origen de la fuente de nuestra salvación que es la gracia de Dios. “Por gracia sois salvos.” Los pecadores son convertidos, perdonados, purificados, salvos, todo porque Dios es lleno de gracia. No es porque haga algo en ellos o que pueda haber algo en ellos para que sean salvos, sino que se salvan por el amor infinito, por la bondad, por la compasión, misericordia y gracia de Dios. Detente, pues, por un momento en el origen de la fuente. Contempla el río cristalino del agua de vida que emana del Trono de Dios y del Cordero.
¡Que profundidad de la gracia de Dios! ¿Quién sondeará su profundidad? Semejante a los demás atributos de Dios es infinita. Dios es lleno de amor, porque “Dios es amor.” Bondad infinita y amor infinito forman parte de la esencia de la Divinidad. Por la razón de que “para siempre es su misericordia” no ha echado la humanidad a la perdición. Y ya que no cesan sus compasiones, los pecadores son conducidos a sus pies y hallan perdón.
Acuérdate bien de esto, si no caerás acaso en el error fijándote demasiado en la fe que es el conducto de la salvación, de suerte que te olvides de la gracia que es la fuente y origen aun de la misma fe. La fe es obra de la gracia de Dios en nosotros. Nadie puede decir que Jesús es Cristo, el Ungido, sino por el Espíritu Santo. “Ninguno puede venir a mí.” Dice Jesús, “si el Padre que me envió, no le trajere.” Así es que esa fe que acude a Cristo es resultado de la obra divina. La gracia es la causa activa, primera y última de la salvación; y esencialmente necesaria, como es la fe, no es más que parte indispensable del método que la gracia emplea. Somos salvos “mediante la fe,” pero la salvación es “por gracia.” Proclámense estas palabras, como por trompeta de arcángel: “Por gracia sois salvos y esto no es de vosotros, pues es un don de Dios, para que nadie se gloríe.” ¡Cuán buena nueva es ésta para los indignos!
Puédese asemejar la fe a un conducto. La gracia es la fuente y la corriente; la fe es el acueducto por el cual fluye el río el río de misericordia para refrescar a los hombres sedientos. ¡Gran lástima cuando se haya roto el acueducto! Una vista muy triste ofrecen muchos acueductos costosos en los alrededores de Roma, que ya no conducen agua a la ciudad, porque los arcos están rotos y esas obras admirables yacen en ruinas. El acueducto debe mantenerse ileso para conducir la corriente, y así la fe debe ser verdadera y sana dirigida a Dios y bajando directamente a nosotros para que resulte un conducto útil de misericordia para nuestras almas.
Otra vez te recuerdo que la fe es el conducto o acueducto y no la fuente, y que no debemos fijarnos tanto en ella que la elevemos por encima de la fuente de toda bendición que es la gracia de Dios. No te construyas nunca un Cristo de tu fe, ni pienses en ella como si fuese la fuente indispensable de salvación. Hallamos la vida espiritual por una mirada de fe al Crucificado, no por una mirada a nuestra fe. Mediante la fe todas las cosas nos son posibles; sin embargo, el poder no está en la fe, sino en Dios, en quien la fe reposa. La gracia es la locomotora y la fe es la cadena, mediante la cual el vehículo del alma se ata a la gran fuerza motriz. La justicia de la fe no es la excelencia moral de la fe, sino la justicia de Jesucristo que la fe acepta y se apropia. La paz del alma no se deriva de la contemplación de nuestra fe, sino nos viene Aquel que “es nuestra paz,” el borde de cuyo vestido la fe toca, saliendo de El la virtud que inunda el alma.
Aprende de esto, pues, querido amigo/a, que la flaqueza de tu fe no te echará a la perdición. Aun una mano temblorosa podrá recibir una dádiva de oro precioso. La salvación nos puede venir por una fe tan pequeña como un grano de mostaza. La potencia yace en la gracia de Dios, no en nuestra fe. Importantísimos mensajes se mandan por alambres débiles, y el testimonio del Espíritu Santo que comunica paz, puede llegar al corazón mediante una fe tan tenue que apenas merece tal hombre. Piensa más en AQUEL que miras que en la mirada. Es preciso quitar la vista de tu propia persona y de los alrededores para no ver a otro que no sea “Jesús” y la gracia de Dios en El revelada.

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