viernes, 7 de noviembre de 2008

NADA QUE PERDER Y TODO QUE GANAR

Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya. (Efesios 2:8-10)

El hombre se aparta constantemente de la gracia que se le ofrece en Jesús. Es una extraña actitud, porque, si acepta la gracia, no tiene nada que perder y sí todo que ganar. Pero el orgullo incrustado en él lo conduce a rechazar la gracia, pues aceptarla implica que uno se reconoce primeramente como pecador perdido.
El hombre enseñado por Dios mediante la Palabra descubre toda su indigencia moral e igualmente experimenta su flaqueza y su maldad. ¡Felizmente no aprende sólo esto! Se entera de que la gracia y la verdad vinieron a él en la persona de Cristo y que esta gracia es superabundante.
Dios, impelido por el solo móvil de su amor, se inclina hacia su criatura para salvarla plenamente y la salvación que le ofrece es absolutamente completa. Dios es perfecto y no estaría satisfecho si los hombres a quienes salva no fuesen hechos perfectos. Si en la perfección de esa salvación entrevemos algo de las riquezas de su gracia, ya no procuraremos mejorar ese incorregible yo que en realidad fue muerto con Cristo en la cruz.
Querer agregar obligaciones, reglas y mandamientos a esa salvación es expresar falta de fe y de conocimiento de dios. El viejo hombre está crucificado y sepultado con Cristo: dejémoslo, pues, en la tumba y andemos “en vida nueva”, gustando el amor de Dios y la superabundancia de su gracia para con nosotros. “Presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a dios como instrumentos de justicia” (Romanos 6:6-13).

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