martes, 5 de agosto de 2008

1º: JESUCRISTO ES EL SEÑOR DE MI VOLUNTAD

La iglesia verdadera es aquella en la cual cada uno de los miembros demuestra con sus hechos que Jesucristo es el Señor de su voluntad.
Sepa, pues, ciertamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis. Dios lo ha hecho Señor y Cristo (Hechos 2:36)
Pedro, ante aquella multitud reunida en el día de Pentecostés, hizo sencillamente una cosa: presentó a una Persona. Una persona a quien ellos ya conocían como personaje histórico: Jesús de Nazaret. “Este, a quienes ustedes crucificaron y mataron, Dios le resucitó y le hizo Señor y Cristo.” Los miles de oyentes que escucharon esto, compungidos de corazón, dijeron a Pedro y a los otros apóstoles (v.37): Varones hermanos. ¿Qué haremos?
Allí había tres mil personas que hasta ese día nunca había buscado orientación ni habían dicho a nadie, “¿qué tengo que hacer?” Al contrario, su actitud siempre había sido: “Yo hago lo que se me da la gana”. ¿Pero, ahora hubo una nueva actitud! Entonces, vino la orden. Pedro, igual que su Maestro, no titubeó. No les hizo una invitación suave. Fue una orden (es el evangelio del reino>): Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Luego el v. 41 señala: Así que, los que recibieron su palabra –es decir, los que recibieron su orden, los que obedecieron a este mandato, los que reconocieron la autoridad de Cristo, en este caso a través de Pedro –fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas.
Podemos decir que allí nació la iglesia como comunidad. La iglesia verdadera, formada por aquellos que podían decir de todo corazón: “Jesucristo es el Señor de mi voluntad.” Tres mil voluntades fueron doblegadas en aquel instante ante la voluntad de Jesucristo. Tres mil voluntades se rompieron, se quebraron, se rindieron: ¿Qué haremos? Hubo arrepentimiento, un cambio total de actitud. Ante la orden –Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros-, sin dilaciones, se arrepintieron y se bautizaron.
Sí, la iglesia es un cuerpo. ¿Cuántas voluntades puede haber en un cuerpo? ¿Qué pasaría si yo tuviese en mi cuerpo más de una voluntad? Yo, tengo una sola y, básicamente, se expresa a través de mi cuerpo. Si quiero caminar, camino; si quiero hablar, hablo; si quiero saltar, salto. ¡Qué conflicto habría en mí si yo tuviera dos voluntades! ¡Si una quisiera caminar y la otra sentarse! ¡Si un pie quisiera ir hacia delante, y el otro se negara! ¿Y qué sería si dentro de este cuerpo hubiese tres voluntades? ¿Y si hubiera mil…?
¡Imposible! Mi cuerpo tiene una sola voluntad. Y cuando tú eres puesto dentro del Cuerpo de Cristo, y le reconoces como Señor por el acto del bautismo, ya tu voluntad queda sepultada. Tú mueres bajo las aguas, y se levanta una nueva criatura que dice: “En mi vida ya no mando yo, sino Cristo”. La voluntad es algo propio que todos tenemos. El cristiano, al sumarse a la comunidad de los discípulos de Jesús, deja de actuar en forma independiente. Tampoco puede hacerlo en forma dual, es decir: según su voluntad y según la voluntad de Cristo. Cuando Cristo se ha convertido en el Señor de tu vida. Cuando comienzas a pertenecer a su iglesia, hay para ti una sola manera de vivir. No puedes estar decidiendo cada vez, “¿Qué hago? ¿Esto o aquello?”.
Simplemente. Te limitas a hacer la voluntad de El, lo que El ha ordenado. Si te encuentras en un aprieto por una pregunta difícil, no puedes decir: “¿Qué hago? ¿Digo la verdad? ¿Miento? ¿Qué hago?...” ¡No tienes opción! No hay dos caminos. Ahora hay sólo uno posible para ti. No puedes mentir. Ya está decidido. Cristo le decidió por ti. No existen las dos alternativas.
A fin de año llegan los impuestos a los réditos. Hay una planilla con una declaración jurada que reza: “Doy testimonio que los datos arriba consignados son fidedignos”. Ahora, “¿Qué hago? ¿Digo todo? ¿O sólo la mitad? Total, lo que no pague al Estado lo voy a dar para la obra del Señor…” ¡No! Esto ya está decidido. Lee Romanos 13 si te queda alguna duda. No puedes mentir. De modo que cuando declaras con juramento y firmas, ¿Qué estás firmando? ¿Una mentira?
Nadie te obliga a ser cristiano. La puerta está abierta; puedes irte al reino de las tinieblas si quieres. Pero no puedes pertenecer al reino de Dios y vivir conforme a tu voluntad. Ya no mandas tú en tu vida. Hay una sola voluntad. Ya no mandas tú en tu vida. Hay una sola voluntad que rige. Y aunque te amenacen de muerte, aunque te rematen la casa, tienes que hacer la voluntad de Cristo.
Palabra dura, ¿no es cierto? ¿Quién la puede soportar? El reino de Dios sufre violencia, y los valientes lo arrebatan. (Mat. 11:12). ¡Los cobardes quedan afuera! Si tú eres cobarde y no te atreves a andar como el Señor manda, no hay lugar para ti en el reino de Dios. No hay lugar. ¿Sabes de cuántas tentaciones te libras de un solo golpe cuando tomas esta actitud?
Vas a una tienda, y pagas con un billete de $5. El cajero, por equivocación, te da el vuelto por $10. “¿Qué hago? ¿Le digo, o no le digo?” Un momento: No tienes esa alternativa. Hay un solo camino. Si no es tuyo, lo tienes que devolver: “Sírvase, señor, se equivocó.”
-¡Qué amable! ¡Qué honesto! ¡Muchas gracias! –dice él.
No te sientas orgulloso de tu acción. ¡Hiciste justo lo que tenías que hacer! Era dinero de él y le diste lo que era suyo.
Podríamos agregar a esto, mil ejemplos más de la vida diaria. Pero lo importante es que entendamos que nuestra voluntad debe estar rendida.
Cuando Pedro dijo, bautícese cada uno… a nadie se le ocurrió decir:
-Pedro, está haciendo un poco de frío. ¿No me puedo bautizar dentro de tres meses, cuando venga la primavera?
No; era una orden. Nadie dijo: “Yo me voy a arrepentir y voy a aceptar a Cristo, pero esto del bautismo, ¿podría estudiarlo por algunas semanas, para orar y ver si es la voluntad de Dios?” ¿Cómo si es la voluntad de Dios? ¡Si su voluntad ya está expresada! No hay alternativa. La Escritura no dice que tres mil preguntaron, ¿qué haremos? Tampoco que tres mil fueron compungidos. Sino que tres mil recibieron la palabra, la orden. Quizás había muchos más que preguntaron, ¿qué haremos? Pero sólo tres mil se rindieron, y fueron añadidos a la comunidad del Señor. Cuando Cristo es el Señor, hay una sola manera de vivir: a plena luz, y haciendo a cada paso su voluntad. No te equivoques; Dios no puede ser burlado. Su reino es reino de luz, y nada se puede esconder en la presencia de Aquel que es la luz.
Un creyente puede equivocarse únicamente cuando ignora si lo que hace es o no la voluntad de Dios. En ese caso, su fracaso tiene cierto justificativo; aunque aun así él tiene que buscar mayor luz de Dios y conocimiento de su Palabra a fin de que no se reitere la falla. Pero, hacer algo reprobable a sabiendas de que desagrada a Dios, es ajeno a la naturaleza de un hijo de Dios. Los únicos atenuantes que puede tener un pecado son el error o la ignorancia.
Sería demasiado extenso desarrollar en mayor detalle el tema de nuestra propia voluntad. Es bastante con que sepas esto: si quieres ser parte de la iglesia de Cristo, tu voluntad debe estar completamente rendida a El. Los cristianos primitivos tenían esa actitud, preferían obedecer la voluntad de Dios y morir, si fuera necesario, antes que desobedecer a Dios y seguir viviendo. ¡Qué actitud! ¡Obedecer a Dios, aunque nos cueste la vida!

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