lunes, 11 de febrero de 2008

¿PORQUE PERSEVERAN LOS SANTOS?

Ya hemos visto que la esperanza que llenaba el corazón de Pablo respecto a los hermanos de Corinto, llena de consuelo a los que temen tropezar y caer en el futuro. Pero, ¿por qué creía que los hermanos serían confirmados hasta el fin?
Deseo que notes cómo específica sus razones. Helos aquí:
“Fiel es Dios por el cual sois llamados a la participación de su Hijo Jesucristo nuestro Señor.”
El apóstol no dice: “Vosotros sois fieles.” ¡Ay! La fidelidad del hombre es de poco peso: es vanidad. No dice: “Tenéis ministros fieles para guiaros y por lo tanto confío que seréis guardados.” No, no. Si somos guardados por el hombre, seremos mal guardados. El dice: Dios es fiel. Si nosotros somos fieles, es porque Dios es fiel. Todo el peso de nuestra salvación debe descansar en la fidelidad de nuestro Dios del Pacto. Sobre este glorioso atributo de Dios reposa todo. Nosotros somos cambiadizos como el viento, frágiles como la telaraña, inestables como el agua. No podemos depender de nuestras cualidades naturales, ni de nuestros conocimientos espirituales, pero Dios permanece fiel. El es fiel en su amor: no conoce variación, ni sombra de cambio. Es fiel en sus propósitos: no principia una cosa dejándola sin acabar. Es fiel en sus relaciones: como Padre no negará a sus hijos, como amigo no faltará a su pueblo, como Creador no abandonará a la obra de sus manos. Es fiel a sus promesas y ni una de ellas dejará de cumplir. Es fiel a su pacto que ha establecido con nosotros en Jesucristo, ratificándolo con la sangre de su sacrificio. Es fiel a su Hijo y no permitirá que en vano haya derramado su sangre preciosa. Es fiel para con su pueblo, el cual ha prometido vida eterna y al cual no dejará, ni abandonará.
Esta fidelidad de Dios es el fundamento y piedra angular de nuestra esperanza de perseverar hasta el fin. Los santos perseverarán en la santidad, porque Dios persevera en la gracia. El persevera en bendecir y por lo mismo los creyentes perseveran en ser bendecidos. El continúa guardando a su pueblo y por lo tanto este continúa guardando sus mandamientos. Esto es fundamento sólido y bueno en el que descansa, concordando perfectamente con el título de esta obrita: “Todo de Gracia.” Así es que la gracia inmerecida y la misericordia infinita anuncian la aurora de la salvación y resuena la misma “buena nueva” melodiosamente por todo el día de la gracia.
Ves, pues, que las únicas razones que tenemos para esperar que seamos confirmados hasta el fin y hallados irreprensibles en el día de Cristo, se hallan en nuestro Dios; pero en él estas razones son de gran manera abundantes.
Consisten primero, en lo que Dios ha hecho. Hasta tal punto nos ha bendecido que le es imposible volver atrás. Pablo nos recuerda del hecho que “nos ha llamado a la participación de su Hijo Jesucristo.” ¿Nos ha llamado? Pues, el llamamiento no puede ser revocado; “porque sin arrepentimiento son las merecedles y vocación de Dios. El Señor nunca se retrae de su vocación positiva de la gracia. “A los que llamó, a estos también glorificó.” Esta es la regla invariable en el proceder divino. Hay un llamamiento general, del cual se dice: “Muchos son llamados, pero pocos escogidos;” pero el llamamiento del cual ahora hablamos es diferente, distinguido por amor especial, requiriendo la posesión de aquello a que somos llamados. En este caso el llamado se halla en la condición de la simiente de Abraham, de la cual dijo el Señor: “Te tomé de los extremos de la tierra y de sus principales te llamé y te dije: “Mi siervo eres tú; te escogí y no te deseché.”
En lo que ha hecho el Señor vemos una razón poderosa para nuestra protección y gloria futuras, ya que nos ha llamado “a la participación de su Hijo Jesucristo. Participación equivale a tener alguna parte en común con Jesucristo y desearía que pensaras bien en el significado de esto. Si en verdad has sido llamado por la gracia divina, has entrado en comunión con el Señor Jesucristo, de suerte que en conjunto poseéis todas las cosas. Así que a la vista del Altísimo eres uno con El. El Señor Jesús llevó tus pecados en su cuerpo sobre el madero, hecho maldición por ti y al mismo tiempo el ha llegado a ser tú justicia, de modo que estás justificado en él. Tú eres de Cristo y Cristo es tuyo. Como Adam representa a todos sus descendientes, así Jesús, todos los que están en él. Como el marido y la esposa son uno, así Jesús es uno con todos los que se hallan unidos con él por la fe: uno por una unión espiritual y legítima inquebrantable. Más aún, los creyentes son miembros del cuerpo de Cristo y así como son uno con él por una unión de amor, viva y permanente. Dios nos ha llamado a esta participación, esta comunión, esta unión y por este hecho mismo nos ha dado señal y garantía de ser confirmados hasta el fin. Si nos considerase Dios aparte de Cristo, resultaríamos unidades pobres, perecederas, pronto disueltas y llevadas a la destrucción; pero siendo uno con Cristo somos participantes de su naturaleza y dotados de su vida inmortal. Nuestro destino está unido con el de Cristo y entretanto que él no quede destruido, no es posible que perezcamos nosotros.
Medita mucho en esta participación con el Hijo de Dios, a la cual has sido llamado; porque en ella está toda tu esperanza. Nunca puedes ser pobre mientras que Jesús sea rico, ya que eres participe de lo suyo. ¿Qué te podrá faltar, si eres copropietario con el Amo del cielo y de la tierra? Tú no podrás quebrar, porque si bien el uno de la compañía fuera pobre como ratón de iglesia y en sí tan bancarrota que no podría pagar el uno por ciento de sus deudas, el otro participante es inconcebiblemente rico en tesoros inagotables. Mediante tal participación te hallas por encima de toda depresión del tiempo, de los cambios futuros y del descalabro del fin de todas las cosas. El Señor te ha llamado a la participación de su Hijo Jesucristo y por este hecho y obra te ha colocado en posición infaliblemente segura.
Si eres de verdad creyente, eres uno con Jesús y por tanto puesto en seguridad. ¿No ves que esto es así? Necesariamente debes ser confirmado hasta el fin, hasta el día de la manifestación, sí de cierto has sido hecho uno con él por un hecho irrevocable de Dios. Cristo y el creyente se hallan en el mismo barco: a no ser que Jesús se hunda, el creyente no se ahogará. Jesús ha admitido a sus redimidos en relación tan íntima consigo mismo que primero será herido, deshonrado y vencido antes de que sea dañado el más pequeño de sus rescatados. Su nombre consta en el encabezamiento del establecimiento y hasta que pierda él su crédito, estamos asegurados contra todo temor de quiebra.
Así que, pues, vayamos adelante, con la mayor confianza, al futuro desconocido, eternamente unidos con Jesús. Si gritaran los hombres del desierto: “¿Quién es esta que sube del desierto recostada sobre su amado?” confesaremos gustosamente que nos recostamos en Jesús y que pensamos apoyarnos en él cada vez más. Nuestro fiel Dios es una fuente rica que sobreabunda en deleites y nuestra participación con el Hijo de Dios es un río lleno de gozo. Conociendo estas cosas gloriosas, como las conocemos, no podemos vivir desanimados; no, al contrario, exclamamos con el apóstol: “¿Quién nos podrá apartar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro?”

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