martes, 19 de marzo de 2019

"Y FUERON TODOS LLENOS DEL ESPÍRITU SANTO, Y COMENZARON A HABLAR EN OTRAS LENGUAS, SEGÚN EL ESPÍRITU LES DABA QUE HABLASEN…"

(Hechos 2:4) La Persona y Obra del Espíritu Santo en los Hechos El día de Pentecostés y el bautismo del Espíritu Santo (2ª parte) A los efectos de este análisis, hemos de limitarnos a la mención escueta de ciertas características fundamentales de la gran fecha del Día de Pentecostés y el significado del Bautismo por el Espíritu Santo. Ciertos rasgos del calendario religioso de Israel anticipaban eventos del plan de la redención, y "Pentecostés" se describe en (Lv 23:15-21). Siete semanas después de la Pascua, dos panes con levadura habían de ser ofrecidos, como señal del principio de la cosecha general y del aprovechamiento de la abundancia de la tierra. "Pentecostés" equivale a "cincuenta", el número de días completos de este intervalo. Sin duda el Sacrificio de la Cruz fue ofrendado durante la Pascua, y cincuenta días después se inicia la cosecha de la Iglesia. El Señor había ascendido al Cielo diez días antes, para enviar "la Promesa del Padre" (Hch 1:4), que había descrito en el Cenáculo en la víspera de la Pasión. Los discípulos no habían de apresurarse a inaugurar su obra de testimonio, sino esperar el poder necesario para cumplir con éxito su cometido (Hch 1:8). El primer capítulo de Los Hechos constituye el Prólogo al Día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo desciende para inaugurar la época que se caracteriza especialmente por su presencia y sus operaciones en la tierra. Más tarde Pablo, Apóstol de los gentiles, enseñará que mora en la Iglesia y en los creyentes, que diferencia el modo de sus operaciones de las que hemos visto en el Antiguo Testamento y en Los Evangelios (Ef 2:19-22) (Ef 4:3-5) (1 Co 3:17) (1 Co 6:19-20) (1 Co 12:12-13). La fecha, pues, señala el principio de esta obra especial del Espíritu Santo en el mundo, y también viene a ser el "día del nacimiento de la Iglesia", cumpliendo la predicción del Maestro: "Sobre esta Roca (mesiánica) edificaré mi iglesia" (Mt 16:18). El Bautismo del Espíritu Santo Tenemos que examinar el hecho descrito en (Hch 2:1-13) a la luz de las enseñanzas apostólicas que nos ayudan a ver que el bautismo del Espíritu Santo incorpora al creyente en la realidad espiritual del Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia, no debiendo confundirse con el repartimiento de ciertos dones del Espíritu. Según el importante capítulo 12 de 1 Corintios, todos los creyentes son bautizados en un solo Cuerpo, pero el Espíritu Santo reparte sus variados dones según su propia voluntad. El Cuerpo es uno solo, declara Pablo, y sigue escribiendo: "Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu" (1 Co 12:13). El verdadero creyente, dejando aparte la cuestión de dones que haya recibido, es bautizado por el Espíritu en el solo Cuerpo de la Iglesia, y "ha bebido" de su potencia. "Dones del Espíritu" y la "plenitud del Espíritu" son otros temas que han de ser considerados en su debido lugar, pero que no deben confundirse con el hecho fundamental del bautismo del Espíritu, sin el cual el creyente no sería miembro del Cuerpo de Cristo. Los ciento veinte creyentes que fueron bautizados por el Espíritu según Hechos 2 recibieron dones especiales que señalaban la poderosa intervención del Señor, pero lo importante es el hecho del bautismo y no las manifestaciones subsidiarias. Al abrirse la puerta del Evangelio a los gentiles de una forma directa, la compañía reunida en la casa de Cornelio recibió el Espíritu por el solo medio de aceptar con fe la Palabra predicada por Pedro, siendo bautizados por agua posteriormente (Hch 10:44-48). De nuevo, se trata de todos y no de algunos. El verso citado de (1 Co 12:13) nos enseña que ésta fue la experiencia común en las iglesias de la edad apostólica, empezando con los añadidos a la Iglesia por la predicación de Pedro en el Día de Pentecostés quienes escucharon la Palabra predicada, la recibieron con agrado, manifestaron arrepentimiento y fe, recibieron el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo, siendo agregados seguidamente a la compañía ya formada (Hch 2:37-42). El don de lenguas Hoy en día se habla tanto del don de lenguas que pocos creyentes se dan cuenta de lo poco que hallamos sobre el tema en el Nuevo Testamento. Aparte de breves referencias en Hechos capítulos 2, 10 y 19, con la consideración de un don llamado "lenguas" y de la conveniencia de su uso en público de 1 Co capítulos 12 a 14, apenas se menciona esta manifestación. Y surge en seguida una cuestión inicial que nos deja perplejos: el don que se describe en (Hch 2:4-13) ayudó a judíos de distintas lenguas (eran judíos de la Dispersión que hablaban los idiomas de los países donde se habían criado), a comprender perfectamente las alabanzas de los discípulos y, por supuesto, el discurso de Pedro. Constituyó, pues, un milagro de comunicación, saltando por la barrera lingüística. En cambio, el don "de lenguas", según se conoció en la Iglesia de Corinto, parece ser una comunicación secreta entre el alma y Dios, utilizándose lenguaje que no se comprendía por otros y que exigía la interpretación por medio de otro don espiritual. Los dos dones son una manifestación de la operación del Espíritu Santo para ciertos propósitos suyos en la época y lugar en cuestión, pero ¿podrá ser un don de libre comunión igual a otro que es secreto, y no pasa del individuo aparte de la interpretación? No tenemos una contestación dogmática a la pregunta, pero sí notamos que limita aún más el lugar que se da a este fenómeno en el Nuevo Testamento. Antes de completarse los escritos del Nuevo Testamento fue necesario que las gentes percibiesen que la obra de los Apóstoles y sus ayudadores era de origen divino, y hemos de pensar en "lenguas" igual que en "sanidades", etc., como un medio que acreditaba la Palabra en ciertas circunstancias, sin llegar a ser una panacea universal. Pensando por el momento en el tema relacionado de "sanidades", comprendemos que la salud espiritual de Pablo se beneficiaba más por soportar el dolor de su "aguijón en la carne" que por ser aliviado de él (2 Co 12:7-9) y aprendemos de su experiencia que la frase "bástate mi gracia" nos acerca más a la voluntad de Dios que no una preocupación por manifestaciones espectaculares de la potencia del Espíritu. El señorío del Espíritu Santo en "Los Hechos" Recordemos que los discípulos aprendieron la verdad en cuanto al Espíritu Santo por medio de experiencias personales y reales de su presencia y de su poder, comprobando lo que el Maestro les había anunciado en el Cenáculo. Al llenar la casa donde se hallaban los ciento veinte, como viento impetuoso, el Espíritu Santo se hizo cargo de la situación, manifestándose como él quiso, e inspirando el don de lenguas "según el Espíritu les daba que se expresaran" (Hch 2:4). El Señor ya glorificado había enviado "la promesa del Espíritu Santo" y todas las hermosas características de la Iglesia-Comunidad que se reunía en Jerusalén se derivaban de su presencia y de su poder. Frente al Sanedrín, Pedro se dirige a los magistrados "lleno del Espíritu Santo": hecho manifiesto en la sabiduría y eficacia de su mensaje (Hch 4:8-12). Juntos los discípulos, después de las amenazas del Sanedrín, oran unánimemente y hasta el lugar donde se hallaban tembló: "y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban con denuedo la Palabra de Dios" (Hch 4:23-31). Los Apóstoles se apropiaron de la promesa de que el Espíritu Santo había de dar eficacia a su testimonio (Hch 5:32)y hasta los administradores ocupados en asuntos materiales habían de ser hombres llenos del Espíritu Santo (Hch 6:3-5). El protomártir Esteban consumó su maravilloso testimonio "lleno del Espíritu Santo", y Felipe recibió orden expresa del Espíritu Santo cuando había de acercarse al etíope con el mensaje de vida (Hch 7:55) (Hch 8:29). Saltando por muchos episodios del mismo significado, hallamos en (Hch 16:6-8) que el Espíritu Santo, también llamado el Espíritu de Jesús, prohibió a Pablo y su compañía que evangelizasen Asia y Bitinia en aquella época, obra que correspondía a una época más tardía del ministerio apostólico bajo la dirección del mismo Espíritu. Como es natural, el señorío del Espíritu Santo se destaca en Los Hechos en la obra de los siervos del Señor, pero se establece el mismo principio, como veremos, cuando se trata del ministerio dentro de las iglesias, locales, que dependerá de los dones que el Espíritu reparte según su soberanía. La Persona y Obra del Espíritu Santo en las Epístolas El Nuevo Pacto es esencialmente espiritual Las profecías del Antiguo Testamento ya anunciaban una obra futura, relacionada con el Mesías, que había de ser esencialmente espiritual, grabándose la ley en los corazones de los fieles (Jer 31:31-34). Pablo recoge este tema al describir el ministerio apostólico diciendo: "Nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra (el aspecto externo de la Ley), sino del Espíritu, pues la letra mata, mas el Espíritu vivifica" (2 Co 3:6). Según este pasaje, el Nuevo Pacto es glorioso en extremo, y se anima por "el Señor, el Espíritu" el Dador de perfecta libertad, quien transforma al creyente en la misma imagen del Señor, de gloria en gloria (2 Co 3:17-18). Las Epístolas hacen constantes referencias a distintos aspectos de la obra del Espíritu Santo por la sencilla razón de que los escritores inspirados exponen la doctrina de la dispensación del Espíritu. Se ha de entender que las referencias siguientes son típicas y no exhaustivas, pues en toda manifestación de vida, en toda actividad ordenada por Dios, se halla la presencia y la potencia del Espíritu Santo. La obra y el mensaje de los siervos de Dios Las cartas apostólicas suplen el fondo doctrinal de los acontecimientos históricos que se destacan en Los Hechos, recordándonos que toda obra de Dios, cada mensaje de origen divino, depende de las operaciones del Espíritu de Dios; con clara referencia al Espíritu Santo, Pablo escribe: "Dios es el que en vosotros produce, así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil 2:13). Los principios de la obra en Tesalónica no habían sido fáciles, pero sí muy eficaces, explicando Pablo la razón de esta manera: "Nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder y en Espíritu Santo y en plena convicción..., recibiendo (vosotros) el mensaje en medio de grande tribulación, con gozo del Espíritu Santo..." (1 Ts 1:5-7). Gracias a la potencia del Espíritu Santo la Palabra así predicada llegó a tener resonancia en las extensas provincias griegas de Macedonia y Acaya. Como hemos notado ya en el caso del capítulo 3, la primera sección de 2 Corintios explaya diferentes aspectos del ministerio apostólico. Llegando al final de la sección, en (2 Co 6:4-10), Pablo se vale de elocuentes y gráficas expresiones para resumir el ministerio, pensando más bien en sus experiencias personales. En medio de la lista hallamos: "en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor no fingido, en palabra de verdad, en poder de Dios". Quedamos maravillados ante la eficacia, la fidelidad y la abnegación del servicio de Pablo, pero el secreto del éxito espiritual se halla en el Espíritu Santo: Dios obrando en un hombre enteramente entregado a su voluntad. El Espíritu Santo distribuye soberanamente los dones para el ministerio El Don del Espíritu es su misma bendita Persona, que se entrega al verdadero creyente como Fuente de toda verdadera vida y potencial de todo servicio genuino. Los "dones del Espíritu" surgen del Don, siendo manifestaciones de poder que capacitan al siervo de Dios para su variado ministerio. Los pasajes más destacados que describen la distribución y el empleo de los dones son los siguientes, que debieran leerse: (1 Co 12:4-31) (1 Co 14:26-33) (Ro 12:3-8) (Ef 4:4-16) (1 P 4:10-11). Sólo nos cabe enfatizar los siguientes aspectos de un tema de gran trascendencia, recomendando otros estudios al final de la sección. 1) El origen y la diversidad de los dones. El apóstol Pablo escribe: "Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo... a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho... a éste le es dada por el Espíritu palabra de sabiduría... ciencia... Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere" (1 Co 12:4-11). Los versículos siguientes del mismo capítulo subrayan la interdependencia de los miembros del Cuerpo de Cristo, y la porción termina con la declaración de que Dios colocó a los Apóstoles, profetas, etc., en la iglesia según su soberana voluntad. Cuestiones sobre la naturaleza de algunos de los dones mencionados han de estudiarse en los Comentarios y Estudios que mencionamos más abajo, pero destacamos brevemente estos principios fundamentales: a) El hombre no puede adquirir verdaderos dones por meros procesos de estudio profesional, ya que son manifestaciones de la energía, poder y voluntad del Espíritu Santo. b) Todo "miembro del cuerpo" está en posesión de alguna manifestación del Espíritu Santo, y es importante eliminar la idea de que sólo los dones de predicación, exhortación, enseñanza, pastoreo, etcétera, constituyen manifestaciones del Espíritu. El don podrá manifestarse en una preocupación por un hermano joven, o por otro anciano, llevándole el socorro material, moral o espiritual que precise. La vitalidad y eficacia del Cuerpo depende del pleno ejercicio del don que surge de la potencia del Espíritu Santo en la forma que sea, y en todos los miembros. 2) El ejercicio idóneo de los dones en las esferas apropiadas. Hemos de fijarnos especialmente en (Ro 12:3-6) para ver de qué modo los dones han de ejercitarse. Pablo acaba de enfatizar la importancia de la consagración del creyente justificado (Ro 12:1-2) que le llevará a servir en la iglesia local (de nuevo la figura es la de un cuerpo) con humildad, pero también comprendiendo su responsabilidad, ya que ha de saber lo que el Señor le ha dado con el fin de cumplir su servicio (Ro 12:3-5). Las traducciones aquí han de añadir al original verbos de exhortación con el fin de sacar el sentido de que la "profecía", por ejemplo, tiene su debida esfera y debiera desarrollarse el don en las condiciones apropiadas. Notamos que en este enfoque práctico de los dones Pablo incluye no sólo profecía, ministerio, enseñanza, exhortación, sino también la gracia de repartir con solicitud, y presidir con diligencia, lo que viene a subrayar lo antedicho sobre la gran variedad de las manifestaciones del Espíritu Santo. En (Ef 4:4-16) el panorama es más amplio, y los "dones" concedidos por el Señor resucitado a la Iglesia son más bien personas que ejercitan el ministerio que les ha sido encomendado. Se verá que los Apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros han de servir de tal forma que los demás miembros se animen a hacer su propia contribución, según el principio de que cada miembro ha recibido su "manifestación del Espíritu", siendo llamado a servir a los demás: "El mismo dio a unos como Apóstoles, profetas, evangelistas, pastores, maestros, a fin de perfeccionar a los santos para una obra de servicio, para edificación del Cuerpo de Cristo". El fin ideal del ministerio del Espíritu es éste: "hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, al hombre completo, a la medida de la plenitud de Cristo" (Ef 4:11-13). 3) El ministerio del Espíritu y la Palabra de Dios. La relación estrecha que existe entre la obra del Espíritu y la Palabra de Dios ha sido evidente en citas anteriores tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento y siempre "la espada del Espíritu es la Palabra de Dios" (Ef 6:17). Esta consideración fundamental nos ayudará a comprender mejor el carácter de los dones en la primera época de la fundación de las iglesias, contrastado con el de períodos posteriores. Al viajar Pablo por las provincias del Imperio de Roma, fundando las nuevas iglesias locales sobre el único fundamento de Cristo, los creyentes, algunos de ellos judíos en los comienzos de la obra, disponían de cierto número de rollos de los libros del Antiguo Testamento. Durante la primera época del Nuevo Pacto sólo tendrían colecciones de algunos "Dichos del Señor" (nuestros Evangelios no aparecen hasta los años 60 a 70), relatos de ciertos incidentes del ministerio del Señor en la tierra (Lc 1:1-3) y algunas comunicaciones que iban recibiendo de los Apóstoles mismos. Sólo los muy privilegiados en cuanto a cultura y posibilidades financieras podrían disponer aún de este tesoro limitado, que no podía estar a la disposición de los esclavos convertidos, por ejemplo. Evidentemente las congregaciones necesitaban ayuda inmediata de parte del Espíritu Santo quien obraba por medio de profetas, portavoces de Dios, por inspiración directa, de tal forma que pudieran aclarar cuestiones de doctrina, práctica y conducta. Por eso la lista de los dones en (1 Co 12:8-10) nos extraña algo, pues se trata de lo que los creyentes necesitaban antes de poseer el tesoro del Nuevo Testamento como complemento del Antiguo. El cuadro de (1 Co 14:24-33) destaca el ministerio en la iglesia reunida, viéndose claramente el uso de estos "dones extáticos", o sea, mensajes que dependían de la operación directa del Espíritu Santo sobre sus siervos, profetizando éstos, dando palabras "de ciencia" aquellos, o hablando en lenguas si había intérprete. Ahora bien, al aumentarse el caudal de la Palabra escrita del Nuevo Pacto, el ministerio había de fundarse siempre más sobre la revelación recibida directa o indirectamente por medio de los Apóstoles, según los términos de la comisión especial que habían recibido. La exhortación de Pedro (1 P 4:10-11) pertenece a una época más adelantada de la revelación apostólica, a principios de la persecución neroniana, y notamos que enfatiza más la Palabra como base de ministerio: "cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hágalo conforme a las palabras de Dios...". Las enseñanzas de Pablo y Pedro coinciden exactamente en cuanto al uso de los dones del Espíritu, pero cuando escribe Pedro, la Palabra del Nuevo Pacto es conocida más ampliamente de modo que los mensajes hablados habían de conformarse con estos oráculos de Dios. Una vez que se había terminado el canon del Nuevo Testamento, los siervos de Dios debían fundar sus mensajes sobre la revelación dada por medio de los Apóstoles. La suma total de la Palabra revelada tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento es de una riqueza incalculable, y provee todo lo necesario para un ministerio completo. El ejercicio de "dones extáticos" siempre abre la puerta a posibles movimientos subjetivos, que pueden reflejar algo del "hombre"; o posiblemente obran otras influencias extrañas a la voluntad de Dios que difícilmente se prestan a comprobación. En vista de estos factores no parece sensato correr riesgos, puesto que ningún siervo del Señor ha agotado jamás el contenido y el profundo sentido de "los oráculos de Dios" escritos. Está a mano "la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios"; esta arma no falla nunca si se maneja con sencillez y discernimiento en el poder del Espíritu. Orando en el Espíritu Nuestro epígrafe se halla tanto en (Ef 6:18) como en (Jud 1:20), y las profundas enseñanzas de Pablo en (Ro 8:26-27) amplían las perspectivas de "oración en el Espíritu", abarcando su intercesión. La oración, en su sentido más profundo, viene a ser la comunión del alma redimida con Dios, y dista mucho de una mera lista de peticiones, aun si éstas vayan acompañadas por acciones de gracias y de alabanzas. Esta comunión (y comunicación) con Dios es parte tan esencial de la vida del creyente que hemos de "orar sin cesar" (1 Ts 5:17), puesto que, si se rompe la línea de unión con Dios, no somos más que balsas a la deriva en el océano de la vida, llevadas por corrientes incontrolables por nosotros. El hecho que transforma meras expresiones piadosas en fuerte trabazón entre el alma y su Dios es la morada del Espíritu Santo en el creyente, "Dios en vosotros", quien excita deseos en conformidad con la voluntad de Dios y nos ayuda a darlos cumplida expresión. Por el contexto de (Ro 8:26-27) sabemos que el creyente "gime" en este mundo, sintiendo la frustración de lo meramente natural, pero "el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles". El que escudriña los corazones interpreta las intercesiones, de tal forma que los anhelos del corazón, despertados por el Espíritu, se incorporan en los diseños de la voluntad del Omnipotente. El Hijo, el Sumosacerdote, intercede por nosotros desde la Diestra (He 2-7), mientras que el Espíritu Santo, conforme a sus operaciones internas, obra dentro de nosotros, despertando deseos que son en sí intercesiones e interpretándolos dentro del ámbito de la voluntad de Dios. He aquí uno de los aspectos más importantes de la obra del Espíritu Santo en la experiencia del creyente. Enfatiza lo que las Escrituras nos dicen sobre el peligro de entristecer el Huésped Divino. El Espíritu Santo y la santificación Hemos de dedicar un breve estudio al tema de la Santificación en el que examinaremos, necesariamente, la obra del Espíritu Santo en esta separación de la vida del creyente para Dios. Con todo, a los efectos de no dejar un hueco obvio en la consideración de nuestro tema, presentamos dos puntos importantes aquí. 1) La santificación se vitaliza por el Espíritu Santo. La santificación significa la separación del creyente para Dios, que se efectúa por su unión vital por la fe con Cristo, el que murió al pecado y resucitó a todos los efectos de la nueva vida. Si morimos y resucitamos con Cristo, pregunta Pablo, ¿cómo podemos continuar en el pecado? El "viejo hombre" fue crucificado, gracias a la obra que Cristo consumó, y está "puesto fuera de uso" (así el verbo "katargeó" en (Ro 6:6) con el fin de que no sirvamos más al pecado. Obviamente, una separación del mundo y del pecado realizada por medio de la unión del creyente con Cristo resucitado, supone también la victoria sobre el pecado. Todos estos conceptos se desarrollan en (Ro 6:1-14), y la santificación práctica surge de nuestro reconocimiento en todas las decisiones, grandes y pequeñas de la vida, que "somos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús". Pablo vuelve a subrayar la obra de Cristo como base de la victoria sobre el pecado en (Ro 8:3-4). A continuación, sin embargo, nos hace ver también el modo en que el Espíritu vitaliza esta obra en la vida del creyente. El creyente que se ha unido con Cristo se halla dentro de la esfera del Espíritu, y "el Espíritu de Cristo" mora en él, siendo "el Espíritu de Resurrección" quien da vida al cuerpo, que de otra forma sería meramente mortal (Ro 8:9-11). Ahora hay "una ley (norma) de vida en Cristo Jesús" que liberta del pecado y de la muerte, y corresponde al creyente andar "según el Espíritu" y no "según la carne" (Ro 8:1-14). La íntima relación entre la obra del Espíritu y la Santificación se destaca hermosamente en (2 Ts 2:13): "Dios os escogió desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad". El fruto del Espíritu Además de este breve resumen de las doctrinas de Romanos capítulos 6 a 8, debiéramos estudiar (Ga 5:16-26): pasaje que expresa las mismas verdades por medio de distintas figuras y expresiones. De nuevo la base es la crucifixión de la carne con Cristo (Ro 6:24) (Ga 5:24), aclarando Pablo que las normas carnales y las espirituales son incompatibles; el Espíritu Santo lucha contra toda manifestación de la carne, o sea, la vida adámica en su sentido pecaminoso. Sólo el Espíritu puede guiar al creyente por sus caminos, para que "ande en el Espíritu". Las obras de la carne (Ga 6:19-21) se destacan en su terrible fealdad, pero también se presenta el hermoso "fruto del Espíritu" (Ga 5:22-23): "Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza". El creyente no necesita estar en duda en cuanto a lo que es (y no es) la obra del Espíritu, ya que la Palabra describe tan claramente sus manifestaciones. ¿Desembocan mis pensamientos, palabras y hechos en los rasgos de (Ga 5:22-23)? Entonces son del Espíritu. ¿Dan lugar a las obras descritas en los versículos 19 a 21? Entonces surgen de la vieja naturaleza, que, en último término, se inspira en influencias satánicas. El sello del Espíritu y la plenitud del Espíritu El sello del Espíritu La frase del epígrafe se basa en un simbolismo arraigado en las costumbres orientales. El "echar una firma" no era corriente en tiempos cuando sólo algunas personas escribían por su cuenta, empleando otros amanuenses profesionales, de modo que el negociante o propietario solía llevar un sello grabado con un dibujo peculiar, que servía para estampar un documento, identificándole personalmente y dando al escrito la autoridad de su nombre. a) El Espíritu es el sello que garantiza el hecho de que Dios se ha posesionado de nosotros. "No contristéis el Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención" (Ef 4:30). El sello indica que ya somos de Dios, y que se ha de llevar a cabo el proceso que se perfeccionará en la "redención" en su sentido futuro y completo. ¡Qué mejor sello que el mismo Espíritu Santo, ya que Dios mismo nos da lo mejor del cielo ahora y garantiza la consumación de la obra! Hablando de Cristo como el "Sí" y el "Amén" de todas las promesas de Dios, Pablo añade: "Y el que nos confirma con vosotros en Cristo y el que nos ungió es Dios, el cual también nos ha sellado y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones" (2 Co 1:21-22). Aquí el Espíritu Santo se compara a la unción, al sello y a las arras, una combinación muy relacionada de símbolos que ofrece una confianza incontrastable al alma creyente. Dios no deja las garantías ni a hombres ni a ángeles, sino que él mismo, por su Espíritu, confirma el corazón en relación con la obra total de salvación, complementando las operaciones del Espíritu la obra del Intercesor a la Diestra. b) Una referencia al sello del Espíritu Santo en (Ef 1:13-14) subraya más bien la garantía que nos da en cuanto a la herencia prometida, y el concepto se enlaza con el de "las arras" que ya hemos notado: "En él también vosotros, habiendo oído la Palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria". No sólo somos sellados como posesión de Dios, quien ha de completar su gran obra redentora en nosotros, sino que el Espíritu Santo, recibido ya por el creyente, es el sello y las arras de la herencia que Dios tiene reservada por nosotros, abarcando todos los propósitos eternos de Dios para cada uno de los suyos. La plenitud del Espíritu Dios es infinito, de modo que le es imposible darse a sí mismo parcialmente. Según (Jn 3:34), la plenitud de Dios se manifiesta en las palabras del Hijo, y sigue la declaración: "porque Dios no da el Espíritu por medida", que viene a ser un principio de validez eterna. Muchos de los discípulos que recibieron el bautismo del Espíritu durante los maravillosos días de testimonio que se describen al principio de Los Hechos, también fueron llenos del Espíritu Santo, pero hemos de establecer una clara distinción entre "bautismo" y "plenitud", ya que todos fueron bautizados en un Cuerpo y todos bebieron del mismo Espíritu (1 Co 12:12-13) y sin embargo no todos los creyentes en Corinto se hallaban llenos del Espíritu Santo. El bautismo del Espíritu encierra la posibilidad de la "plenitud", pero el hecho de estar lleno del Espíritu depende de la colaboración de la voluntad del hijo de Dios. Por eso el término se halla en (Ef 5:18) en la forma de una exhortación: "No os embriaguéis con vino..., antes bien sed llenos del Espíritu". Como figura explicativa pensemos en un gran embalse, que ha de hacer posible el desarrollo de un amplio sistema de riego. Comprendemos que, juntamente con la presa, tiene que haber acequias libres de obstáculos con el fin de que el agua llegue adonde las plantas y árboles la requieren para su crecimiento. Si cierto canal se obstruye por medio de piedras, tierra y basura, quizá pase cierta cantidad de agua dando lugar a una limitada fertilidad, pero faltará la "plenitud" que sería la garantía de una cosecha abundante. La pobreza del testimonio de ciertos hermanos y la flaqueza espiritual de muchas iglesias locales se deben a la falta de esta "plenitud", a causa de la presencia de los obstáculos que mencionaremos en el apartado siguiente. En manera alguna surgen de escasez alguna en el suministro divino. La plenitud del Espíritu produce abundante fruto en la vida del hijo de Dios (Ga 5:22-23) y proporciona el poder necesario para la clara proclamación de la Palabra, en las más variadas circunstancias (Hch 4:8,31) (1 Ts 1:5-6). Contristando al Espíritu, apagando al Espíritu (Ef 4:30) (1 Ts 5:20-21) "No contristéis al Espíritu Santo de Dios" El contexto de esta exhortación (Ef 4:25-32) echa luz sobre reacciones que podrían contristar al Espíritu de Dios, tratándose de todo movimiento de la voluntad que impide la manifestación del fruto del Espíritu que hemos examinado en (Ga 5:22-23). Pablo habla de iras, de palabras torpes, de hurtar, de sentir resentimientos y proferir palabras injuriosas. En fin, todo lo que obra en contra de la ley del amor, manifestada mediante el espíritu de perdón, de benignidad y de compasión. En otro lugar tendremos que notar la naturaleza y las obras del "hombre viejo" y "el hombre nuevo", pero es obvio, por los estudios ya hechos, que las obras del viejo hombre son totalmente contrarias a las del nuevo, puesto que éste se somete a los impulsos del Espíritu Santo. Es trágico que la "basura" de la vieja vida caída llegue a impedir las divinas operaciones del Espíritu Santo, siempre a la disposición del hijo de Dios, y comprendemos la importancia de crecer en gracia y en la comprensión de la sabiduría de Dios por medio de la meditación en la Palabra Santa. No se trata de un ideal hermoso (pero imposible de conseguir), puesto que la exhortación: "Sed llenos del Espíritu" implica la posibilidad de su realización. "No apaguéis el Espíritu", (1 Ts 5:19) El contexto de este mandato lo distingue netamente del pecado de "contristar al Espíritu", ya que el Apóstol escribe a continuación: "ni menosprecies las profecías... examinadlo todo, y retened lo bueno". Se trata, pues, del ejercicio de los dones espirituales que hemos descrito en su lugar, y del ministerio público de la Palabra por la potencia del Espíritu. Había dones del discernimiento del Espíritu, y existió siempre la necesidad de juzgar la calidad espiritual de los mensajes dados a la congregación (1 Co 14:29); sin embargo, los hermanos habían de cuidar muy bien de no poner estorbos en el camino de un ministerio verdaderamente espiritual. El profesionalismo clerical no puede por menos que "apagar el Espíritu", ya que deja muchos dones, que el Espíritu ha dado según su soberanía, atrofiados por falta de su debido ejercicio. El Espíritu Santo y la Iglesia El Espíritu Santo mora en la Iglesia universal Bajo los títulos de "Iglesia Universal" e "Iglesia Local" volveremos a considerar la Iglesia como Templo del Espíritu Santo, y sólo a los efectos de no dejar nuestro tema incompleto notamos aquí que el Día de Pentecostés, el día del nacimiento de la Iglesia, vio el "fundamento" del edificio espiritual, la Iglesia Universal. Según (Ef 2:20-22) los miembros de la familia de Dios se hallan "edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y profetas, siendo la principal Piedra del ángulo Jesucristo mismo... edificados para morada de Dios en el Espíritu". Sólo Dios puede ver la gloria de la manifestación del Espíritu, análogo a la nube de gloria que llenaba el Templo de Salomón, pero no hemos de olvidarnos de que existe, bien que nuestra visión inmediata se limita necesariamente a la iglesia local y a los creyentes que también se llaman "templos". El Templo de la Iglesia Local, (1 Co 3:16-17) "¿No sabéis que sois templo (santuario) de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?". Notemos que el verbo, "sois", señala la colectividad de la iglesia, y no el hecho de que cada creyente sea un templo. La iglesia local refleja la naturaleza y función de la Iglesia Universal en cierto lugar geográfico, pensando no en el edificio, sino en la congregación de los fieles que se reúnen alrededor de la Persona de Cristo. La presencia del Espíritu Santo transforma esta compañía en un santuario, haciendo eficaz su adoración, su ministerio y su testimonio. Todo el pasaje tiene que ver con la obra de "cada uno" de los creyentes dentro del conjunto de la iglesia local. El cuerpo del creyente como templo del Espíritu Santo, (1 Co 6:19) Al tratar de la necesidad de la pureza moral en la vida de cristianos, Pablo lanza otra pregunta retórica: "ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros, el cual habéis recibido de Dios...?". En este contexto se trata del hombre redimido en cuyo cuerpo, y en todo su ser, el Espíritu Santo se digna hacer su morada. Los cuerpos, afectados por el pecado, no parecen muy aptos para ser convertidos en "santuarios" que manifiesten la presencia del Espíritu de Dios, pero hemos de recordar, agradecidos, el misterio y la gloria de la obra de la gracia de Dios en nosotros. Nos corresponde, pues, vencer el egoísmo con el fin de glorificar a Dios por medio del cuerpo. La personalidad del Espíritu Santo Las actividades personales del Espíritu Santo Las actividades que se mencionan a continuación no pueden ser las de una mera "influencia" y las referencias confirman muchas citas anteriores que subrayaban la Persona del Espíritu Santo. Referencias en (Jn 14-16): El Espíritu Santo mora, enseña, recuerda, da testimonio, convence del pecado, lleva las almas a toda verdad, entiende, habla y anuncia (Jn 14:17,26) (Jn 15:26) (Jn 16:8,13). Referencias en Los Hechos. Ya hemos notado el señorío del Espíritu al ordenar la obra de sus siervos, pues dirige a Felipe, llama a Bernabé y Saulo a un servicio especial, y les envía luego para cumplirlo. Posterga ciertos planes apostólicos y da potencia a la Palabra (Hch 8:29) (Hch 13:2-4) (Hch 16:6-8) (1 Ts 1:5-7). Estos son ejemplos de una operación constante. Los atributos personales del Espíritu Santo Su voluntad se ejerce soberanamente (1 Co 12:11). Piensa e intercede (Ro 8:27). Conoce lo profundo de Dios y lo revela en palabras adecuadas (1 Co 2:10-11). Ama y despierta el amor (Ro 15:30) (Ga 5:22-23). Es posible contristarle y dirigirle mentiras (Ef 4:30) (Hch 5:3). Los Nombres y títulos del Espíritu Santo Espíritu de santidad (Ro 1:4). Espíritu de Dios (2 Cr 15:1). Espíritu de Jehová (Is 11:2). El Espíritu del Padre (Mt 10:20). El Espíritu de Jesús (Hch 16:7). El Espíritu de Cristo (Ro 8:9). El Espíritu del Hijo (Ga 4:6). El Paracletos (el "llamado a nuestro lado para auxiliar", (Jn 14:14). El Espíritu de la Promesa (Ef 1:13). Muchos de estos títulos nos recuerdan la unidad del Trino Dios. Los símbolos que representan el Espíritu Santo El viento (Jn 3:8) (Hch 2:2. Es figura fundamental, ya que "neuma" ("ruah" en el Antiguo Testamento) quiere decir "viento" o "soplo", y de ahí pasa a emplearse para el "soplo de Dios". Paloma (Mt 3:16). La figura sugiere pureza, tranquilidad, capacidad para anidar e incubar. Fuego (Mt 3:11) (Hch 2:3). El simbolismo del "fuego" se emplea a veces en contextos de bendición y en otros de juicio. Si en todos los casos se piensa en que el fuego es figura de las santas energías de Dios, manifestadas particularmente por las operaciones del Espíritu Santo, comprenderemos que aportan suma bendición al alma humilde al par que obran juicio en el caso del hombre rebelde. Las figuras de "sello" y "arras" ya se han tratado aparte. El agua. Hemos notado anteriormente que es imposible limitar el simbolismo del "agua" al Espíritu Santo, pero aun cuando se enlaza a veces con la Palabra, es implícita la operación del Espíritu quien refrigera y vivifica. Pensamos en el rocío de (Os 14:5), las lluvias de (Jl 3:23,28-29) y los ríos de (Is 44:3). "El aceite" de (Lv 8:30) y (Zac 4:1,14) se relaciona con la "unción" de (2 Co 1:21) y (1 Jn 2:20,27), siendo símbolo de la separación para un servicio especial y recordando también el suministro de poder divino para su cumplimiento.

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