martes, 28 de febrero de 2017

¿HABRÁ ALGO DIFÍCIL O IMPOSIBLE PARA DIOS?

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree […] tenga vida eterna (Juan 3:16). Juan 11:17-27 Un artículo del Washington Post, titulado «Último proyecto de los titanes de la tecnología: Desafío a la muerte», hablaba de los esfuerzos de Peter Thiele y otros magnates tecnológicos por extender la vida indefinidamente. Están dispuestos a gastar millones en ese proyecto. Llegaron un poco tarde. ¡La muerte ya fue vencida! Jesús declaró: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente» (Juan 11:25-26). Todos los que ponen su fe en Él nunca jamás morirán. Para ser claros, nuestros cuerpos morirán; y no hay nada que se pueda hacer para cambiar esta realidad. Pero el pensamiento, el razonamiento, el sentimiento y toda la parte inmaterial de nuestro ser —lo que llamamos el «yo»— nunca morirá. Y esto es lo mejor de todo: ¡es un regalo! Lo único que tienes que hacer es recibir la salvación que ofrece Jesús. C. S. Lewis, reflexionando en esto, lo describe como una especie de «risita en la oscuridad»: una sensación de que la respuesta es algo sumamente sencillo. Algunos dicen: «Es demasiado sencillo». A lo que yo respondo: «Está bien. Pero si Dios te amaba antes de que nacieras y quiere que vivas con Él para siempre, ¿por qué iba a hacerlo difícil?». Señor Jesús, perdona mis pecados. Te acepto como mi Salvador. Cristo reemplazó la puerta oscura de la muerte con el portal radiante de la vida.

jueves, 23 de febrero de 2017

VAMOS…, QUE TODAVÍA NO HEMOS GANADO NADA…

Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (v. 14). Filipenses 3:12-21 Uno de mis programas favoritos de televisión podría llamarse en español Sublime audacia. En este programa de tele-realidad, diez parejas van a otro país, donde deben correr —usando trenes, autobuses, taxis, bicicletas, y a pie— de un lugar a otro para obtener las instrucciones para el próximo desafío. La meta es que una pareja alcance el punto de llegada antes que las demás, y el premio es un millón de dólares. El apóstol Pablo comparó la vida cristiana con una carrera y admitió que aún no había llegado a la meta: «Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio…» (Filipenses 3:13-14). Pablo no miró atrás ni dejó que sus fracasos del pasado lo agobiaran por la culpa. Tampoco permitió que sus logros del presente lo dejaran satisfecho. En cambio, continuó avanzando hacia la meta de ser cada vez más como Jesús. Nosotros también corremos esta carrera. Independientemente de los fracasos y los éxitos, sigamos avanzado hacia el objetivo de volvernos más semejantes a Cristo. El premio no es terrenal, sino que disfrutaremos una suprema recompensa eterna. Señor, muéstrame qué debo hacer y cambiar para seguir avanzando hacia la meta de asemejarme cada día más a Cristo. Nunca dejes de seguir a Jesús.

lunes, 13 de febrero de 2017

SI NECESITAS PRUEBAS DE SU AMOR… MIRA EL CALVARIO… EL TE PUEDE SACAR TODAS LAS DUDAS QUE TENGAS…

… Si no viere […], no creeré (Juan 20:25). Juan 11:1-16 Catalogar a Tomás como «el discípulo que dudó» (ver Juan 20:24-29) no es justo. ¿Cuántos habríamos creído que nuestro ejecutado líder había resucitado? Deberíamos llamarlo «Tomás el valiente», ya que demostró un coraje impresionante mientras Jesús disponía intencionalmente los hechos que llevarían a su muerte. Cuando murió Lázaro, Jesús había dicho: «Vamos a Judea otra vez» (Juan 11:7). Aunque los demás discípulos intentaron persuadirlo de no volver allí —«Rabí, ahora procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá?» (v. 8)—, Tomás declaró: «Vamos también nosotros, para que muramos con él» (v. 16). Las intenciones de Tomás eran más nobles que sus acciones. Cuando arrestaron a Jesús, huyó con el resto de los discípulos (Mateo 26:56) y dejó que solo Pedro y Juan acompañaran al Señor ante el sumo sacerdote. Aunque había sido testigo de la resurrección de Lázaro (Juan 11:38-44), no podía creer que el Señor crucificado hubiera conquistado la muerte. Solamente al verlo resucitado, pudo exclamar: « ¡Señor mío, y Dios mío!» (Juan 20:28). La respuesta que quitó las dudas de Tomás es inmensurablemente consoladora para nosotros: «Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron» (v. 29). Señor, ayúdame a no dudar de tu bondad. La duda sincera busca la luz; la incredulidad se conforma con la oscuridad.

martes, 7 de febrero de 2017

¿EN QUE TENEMOS QUE PENSAR?

… todo lo que es verdadero, […] honesto, […] justo, […] puro, […] amable, […] de buen nombre; […] digno de alabanza, en esto pensad (v. 8). Filipenses 4:4-9 El libro de una joven japonesa sobre orden y organización ha vendido dos millones de ejemplares en el mundo entero. La esencia del mensaje de Marie Kondo es ayudar a la gente a despojarse de cosas innecesarias en sus casas y armarios; cosas que los sofocan. Dice: «Levanta cada artículo y pregunta: “¿Me provoca gozo?”». Si la respuesta es «sí», consérvalo. Si es «no», descártalo. El apóstol Pablo exhortó a los creyentes de Filipo a procurar tener gozo en su relación con Cristo: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!» (Filipenses 4:4). En vez de vivir una vida desordenada por la ansiedad, los instaba a orar por todo y dejar que la paz de Dios guardara sus corazones y sus mentes en Cristo (vv. 6-7). Al considerar nuestras tareas y responsabilidades, vemos que no todo es motivo de gozo. Pero podemos preguntar: « ¿Cómo provoca esto gozo en el corazón de Dios y en el mío?». Un cambio en el porqué hacemos las cosas puede transformar nuestra manera de verlas. «Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, […] honesto, […] justo, […] puro, […] amable, […] de buen nombre; […] digno de alabanza, en esto pensad» (v. 8). Las palabras de despedida de Pablo son alimento para la reflexión y una receta para el gozo. Señor, ayúdame a gozarme en mi tareas de hoy. Enfocarse en el Señor es el principio del gozo.